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Carta de la editora | 294

La peste y el dolor

No resulta difícil imaginar que una pandemia tenga un impacto significativo sobre la salud mental de la población. El temor al contagio y a la muerte, el impacto inmediato de la recesión económica, el estrés provocado por el confinamiento, la multiplicación de tareas que antes se compartían y la preocupación por el futuro son circunstancias que han afectado la vida cotidiana de millones de personas a partir de la irrupción del nuevo coronavirus, desencadenando crisis de ansiedad, irritabilidad, insomnio y depresión.

Este sufrimiento psicológico, que ha sido detectado en numerosos estudios, no es sinónimo de un trastorno psiquiátrico. Sin embargo, si el mismo persiste en el tiempo y con manifestaciones intensas, puede configurarse como una enfermedad. Hacerle frente de una manera efectiva, algo fundamental para el bienestar colectivo y la recuperación de la crisis, no es una cosa trivial, debido al menos a dos factores. Los padecimientos de esta naturaleza siguen siendo objeto de toda clase de prejuicios. El rechazo a aceptar los trastornos mentales como una enfermedad, a menudo por los propios pacientes, dificulta su tratamiento. Otro reto importante radica en que la pandemia le ha impuesto una gran exigencia a los sistemas nacionales de salud –cuando existen– y dificulta la asignación de mayores recursos para esa subárea.

El artículo estampado en la portada de esta edición está dedicado al impacto de la pandemia sobre la salud mental de la población (página 18), incluido un grupo muy vulnerable, el de los profesionales de la salud, que están expuestos diariamente al contagio y acompañan el sufrimiento de los afectados (página 24).

Una de las formas a través de las cuales se elaboran y se trabajan la angustia y el temor provocados por una pandemia es el arte. La peste –una denominación genérica dada a las enfermedades contagiosas que causan una gran cantidad de muertes– constituye un elemento recurrente en la historia literaria y artística mundial, y es una alegoría frecuente acerca de la condición humana. El reportaje de la página 42 retoma sus representaciones en el imaginario colectivo en el transcurso del tiempo, y nos ayuda a recordar que esta no es la primera y probablemente no será la última peste que asolará la Tierra, pero que incluso las instancias más terribles pueden dar lugar a obras de arte que enriquecen a la humanidad.

Parte de la comunidad científica sigue movilizada por el nuevo coronavirus, pero muchos investigadores prosiguen con sus estudios en las más diversas áreas, dentro de las limitaciones impuestas por la pandemia. El ritmo de publicación de resultados es intenso e incluye propuestas ambiciosas, como es el caso de una nueva forma de clasificación de los seres vivos que deja de lado la taxonomía creada por Linneo en el siglo XVIII y adopta un sistema que se basa en la historia evolutiva en el que priman las relaciones de ancestralidad. Esta iniciativa, ideada por científicos de instituciones estadounidenses, cuenta con colaboradores brasileños (página 66).

El análisis del material lítico hallado en un sitio arqueológico de México, también con participación de colaboradores brasileños, cuestiona la tesis dominante en la arqueología norteamericana que supone que la ocupación del continente habría ocurrido hace alrededor de 13 mil años. Los nuevos resultados apuntan una presencia humana en América hace 33 mil años, lo que corrobora otros hallazgos –a menudo ignorados– de excavaciones realizadas en Chile y en los estados de Piauí y Mato Grosso, en Brasil, en los cuales se han identificado rocas modificadas por manos humanas hace al menos 20 mil años (página 58).

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