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Tapa

La prehistoria ilustrada

Pinturas y grabados revelan la diversidad de formas y estilos del arte rupestre brasileño

Cinco hombres acorralan a un inmenso animal. Están armados con arcos y flechas en sus manos. El robusto animal, quizás un venado, parece apoyar las patas traseras en el suelo, al tiempo que las delanteras surcan la nada. Al verse rodeado, el ciervo intenta huir, mientras cada miembro del quinteto lo pone en la mira. De ese combate saldrá un vencedor – o cinco (vea la imagen al lado). Pero nunca se sabrá quién es. No importa. Lo que importa es que la escena de caza se preserva desde hace miles de años, y es tan solo una parte de una inmensa pintura rupestre de Toca do Estevo III, uno de los más de 700 sitios prehistóricos encontrados en el Parque Nacional Serra da Capivara, creado en 1979 en São Raimundo Nonato, localidad del sudeste semiárido del estado de Piauí.

Rostros, rostros y rostros. Enigmáticos. Riéndose. Con talante serio. Con pelo, o sería quizás un penacho. Algunos, con tronco y extremidades. Otros sueltos en el aire, sin cuerpo. Todos expresivos, aunque sin interactuar entre sí. La sucesión de cabezas forma un mosaico, más que una escena. Animales aparentemente no hay cerca. Quién sabe, a lo sumo un pez estilizado al lado de un tío feliz. Al fin y al cabo, el río Cajueiro, uno de los afluentes del Amazonas, corre allí, al ladito. Es difícil interpretar los grabados rupestres de Boa Vista, uno de los siete sitios prehistóricos de Prainha, una localidad del noroeste de Pará.

Dos libros recientes, redactados en un lenguaje sencillo, accesible a los no especialistas, de los cuales se extrajeron las imágenes arriba descritas, le conceden tratamiento de protagonista al arte rupestre nacional. En otras obras, este tipo de vestigio arqueológico raramente supera la condición de coadyuvante de fósiles de animales aún más antiguos, de artefactos o incluso de esqueletos de Homo sapiens. La primera escena, una pintura llena de movimiento y color, forma parte de Imagens da Pré-história – Parque Nacional Serra da Capivara, un trabajo de la francesa Anne-Marie Pessis, docente de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE) y directora científica de la Fundación Museo del Hombre Americano (Fumdham), una entidad de investigación sin fines de lucro que administra el parque federal emplazado al lado del Instituto Brasileño de Medio Ambiente y de Recursos Naturales Renovables (Ibama). La segunda, un grabado más estático y sin tinturas, consta en la obra Arte rupestre na Amazônia – Pará, de Edithe Pereira, investigadora del Museo Paraense Emílio Goeldi, de Belém.

Estas publicaciones muestran la diversidad de técnicas, formas y temas exhibidos por la actividad gráfica prehistórica en dos áreas del territorio nacional: la región nordeste y la Amazonia. “Las pinturas rupestres constituyen una puerta de entrada al conocimiento de la vida en la Prehistoria, pero hande observarse con una mirada que permita ir más allá de lo que se muestra, aunque sin interpretaciones infundadas”, escribe Anne-Marie. “Los grandes temas que preocupan a la sociedad actual son en parte aquello mismos que preocupaban a las poblaciones en épocas prehistóricas”. Editado al final del año pasado por la Fumdham, con patrocinio de Petrobras, este libro sobre los sitios arqueológicos de Serra da Capivara constituye un viaje abundantemente ilustrado y trilingüe – escrito en portugués, francés e inglés – al mundo perdido de los antiguos habitantes que un día ocuparon las 130 mil hectáreas del parque.

Presentado en abril de este año, el título relativo al arte rupestre en la Amazonia es una coproducción del Museo Goeldi y la editorial de la Universidad Estadual de São Paulo (Unesp), con patrocinio de Mineração Rio do Norte. En esta obra hay un inventario de 111 sitios con arte rupestre, en especial grabados, ubicados en el estado de Pará. Nada mal para un estado (pre)históricamente asociado a la producción de cerámicas, como es el caso de la ‘marajoara’. “Ante la belleza de la cerámica paraense, el arte rupestre fue dejado de lado por muchos investigadores, que ni siquiera mencionaban su existencia en el trabajo”, afirma Edithe, que, luego de la conclusión del libro obtuvo información sobre otros 15 sitios con pinturas y grabados de la Prehistoria en Pará.

La actividad gráfica de los albores de la humanidad, básicamente diseños pintados o grabados sobre piedra por los pueblos del pasado remoto, está presente en todos los continentes, a excepción de la gélida Antártida. Las grutas de Lascaux, en Francia, y de Altamira, en España, que han sido objeto tanto de estudios por parte de los investigadores como de la curiosidad de los turistas, son famosas mundialmente por albergar este tipo de patrimonio cultural de la humanidad. La caverna de Chauvet, también en Francia, descubierta recién en 1994, presenta pinturas de caballos hechas hace 30 mil años. Son los más antiguos dibujos de los cuales se tengan noticias. Y Brasil, un país de dimensiones casi continentales, es rico en arte rupestre de norte a sur y de este a oeste. “Los sitios que tienen arte prehistórico acompañan la adaptación del hombre al medio y varían con éste”, dice Pedro Ignácio Schmitz, de la Universidad Vale do Rio dos Sinos (Unisinos), de São Leopoldo, Río Grande do Sul. “Aparecen en el territorio brasileño desde el comienzo de su ocupación.”

Un patrimonio de la humanidad
Al margen de la Amazonia y del nordeste, hay grafismos prehistóricos en las regiones sur y centro-oeste, y de esto son testimonio las pinturas y grabados encontrados por ejemplo en Serranópolis y Caiapônia (Goiás) y en São Pedro do Sul (Río Grande do Sul). En el sudeste, este tipo de vestigio arqueológico es común solamente en Minas Gerais – pues São Paulo es pobre en arte rupestre. Pese a la abundancia de grafismos, hace apenas dos o tres décadas que el país empezó a mirar con más cariño y rigor científico hacia los trazados primordiales dejados por sus más remotos antepasados. En territorio nacional, la mayor concentración conocida de esta antigua manifestación cultural se encuentra en el interior del Parque Nacional Serra da Capivara, considerado Patrimonio Mundial por la Unesco (el órgano de la Naciones Unidas dedicado a la cultura) desde 1991. Se estima que existen alrededor de 60 mil figuras pintadas (o grabadas) en el parque.

En una región inserta en el llamado Polígono das Secas [Polígono de las Sequías], donde la llamada ‘caatinga’ se encuentra con la sabana y no faltan las mesetas, la unidad de conservación es la morada de más de 700 sitios arqueológicos. “En alrededor de 600 hay arte rupestre, en especial pinturas”, dice la arqueóloga Niède Guidon, directora presidente de la Fumdham, que atraviesa continuas dificultades económicas para mantener el parque y desarrollar la región. “Son miles de figuras que formaban un sistema gráfico de comunicación, uno de los primeros que se crearon en el mundo”. La mayor parte del arte rupestre de São Raimundo Nonato se encuentra en refugios sobre rocas, lugares con paredes relativamente protegidas de la acción de la intemperie. Esta característica, sumada al actual clima semiárido, actuó a favor de la preservación de las marcas hechas por los primeros habitantes de la región.

Los arqueólogos suelen agrupar las pinturas y grabados prehistóricos de estilo y temática similares, hechos muchas veces con la misma técnica, en una unidad artística denominada tradición. La más antigua y compleja tradición de arte rupestre brasileña es la Nordeste, caracterizada por pinturas de escenas y sucesos que sugieren movimiento, con hombres (de a lo sumo 15 centímetros) interactuando entre sí o con animales. Es un tipo de pintura con una alta carga narrativa. Son dibujos generalmente en tonos rojos, a veces con algún amarillo y eventualmente otros colores, que retratan escenas de caza, de baile y de sexo. Una representación clásica de la tradición Nordeste es la de un conjunto de hombres en derredor de una árbol, como si estuviesen haciendo una reverencia al vegetal.

De acuerdo con algunos investigadores, esta, por así decirlo, escuela pictórica surgió hace 23 mil años, o quizás antes, y fue practicada hasta hace más o menos 6 mil años. Su epicentro fue el área actualmente ocupada por el Parque Nacional Serra da Capivara, desde donde se irradió hacia otros estados del nordeste y porciones del centro-oeste y norte del sudeste. “Las tradiciones no obedecen a las fronteras administrativas actuales”, afirma el investigador André Prous, del Museo de Historia Natural de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), que estudia el arte rupestre de varias regiones de Minas Gerais, como Serra do Cipó, Diamantina y Lagoa Santa, y también de otros estados.

Pese a ser predominante, la tradición Nordeste no es la única que se hace presente en Serra da Capivara. Otra importante tradición, también mostrada en las páginas de Imagens da Pré-história, es la Agreste, de origen probablemente más reciente: hace 9 mil años. En algunos sitios del parque, como Toca da Entrada do Baixão da Vaca y Tocas da Fumaça I, II y III, los dibujos de esta escuela se superponen a los de la unidad artística Nordeste. En la tradición Agreste, menos refinada que la Nordeste, casi no existen escenas narrativas, y las figuras, en general hombres, son mayores y estáticas. Los únicos sucesos retratados que denotan algún movimiento son las pinturas de caza. Esta escuela menos rebuscada de arte rupestre surgió probablemente en la orilla pernambucana del río São Francisco, un lugar de clima más benigno que el semiárido de Piauí. Los investigadores creen que esta línea de pintura desapareció hace dos mil años. Otra tradición hallada esporádicamente en el parque es la Geométrica, que, tal como su nombre lo indica, produce grafismos más abstractos, generalmente con líneas de trazos, y sería originaria de Bahía.

Nominar autores del arte rupestre es virtualmente imposible. Los dibujos son producciones colectivas, comunitarias y anónimas. Pueden haber sido ejecutados por miembros de una o de varias culturas, que habitaron de manera concomitante o no una región. Pero, ¿entonces la presencia de dos estilos de arte rupestre en un mismo sitio arqueológico qué significa? ¿Que dos pueblos diferentes, con habilidades gráficas dispares, vivieron allí en momentos diferentes del pasado remoto? ¿O que diversas generaciones de una misma cultura terminaron desarrollando nuevas formas de utilizar pigmentos minerales (disueltos o no en agua) para dibujar en las rocas? Es difícil decirlo. “Una tradición puede ser la expresión de una etnia, pero también de varias”, pondera Prous.

Más tortuosa aún es la búsqueda del significado de los diseños de la Prehistoria. En Arte rupestre na Amazônia – Pará, Edithe Pereira rememora los principales intentos de analizar el arte rupestre de la región norte, llevados adelante por investigadores y algunos viajantes. Entre el siglo XVII y el final del siglo XIX, esta forma de manifestación cultural en territorio amazónico fue más objeto de la curiosidad de aventureros que de la exégesis rigurosa de científicos. En el siglo XX, algunos especialistas más serios, pero prejuiciosos o fantasiosos, exploraron nuevos sitios arqueológicos y opinaron sobre el tema.

El ocio indígena
Luego de recorrer el río Negro y observar sus grabados, el etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg sentenció en una obra escrita en 1907, que los grafismos no querían decir nada. “Dijo que eran el resultado pura y exclusivamente del ocio indígena”, dice la investigadora del Museo Emílio Goeldi. Dibujos prehistóricos encontrados en otras partes del globo también fueron objeto de este tipo de comentario. En la década de 1930, Bernardo de Azevedo da Silva Ramos, un defensor de la idea de que los griegos y los fenicios establecieron colonias en Brasil y en Sudamérica, “tradujo” al portugués una serie de signos “escritos” en grabados y pinturas rupestres. Silva Ramos comparó los trazos presentes en el arte prehistórico con las letras de antiguos alfabetos, y así “descifró” la voz esculpida en las rocas.

A partir de los años 1950, el interés por el arte rupestre amazónico se retrajo, en favor de trabajos que pasaron a explorar la espectacular cerámica ‘marajoara’ y ‘tapajônica’. Pero, cuando Edithe empezó a estudiar la actividad gráfica de pueblos prehistóricos en la Amazonia, al final de la década de 1980, se dio cuenta de aún que había mucho que investigar en Pará.

Tras escrutar la literatura sobre el tema, emprender viajes a sitios ya conocidos y descubrir nuevos lugares con antiguas representaciones pictóricas, la arqueóloga reunió información sobre 111 puntos del estado donde los indios de la Prehistoria dejaron sus huellas. Son 77 sitios con grabados, 29 con pinturas, 4 con grabados pintados y apenas 1 con grabados y pinturas. La mayor parte de los grafismos producidos en Pará no se encuentra en cavernas o refugios sobre rocas, tal como sucede en el nordeste y en otras partes del país. Está ubicado en rocas que surgen a lo largo del curso de los ríos, lugares que a veces quedan sumergidos bajo las aguas seis meses por año. La mayor concentración de sitios – 37 con grabados y 2 con pinturas – está en la cuenca del río Trombetas, en el noroeste del estado.

En términos estilísticos, el arte rupestre de Pará, en especial en su fracción norte-noroeste, arriba del río Amazonas, poco tiene que ver con las pinturas y grabados de otras partes de Brasil. Las figuras humanas, y con menor frecuencia de animales, son representadas casi siempre de manera estática, sin que sea posible identificar la representación de escenas. “Los grabados rupestres de esta región se asemejan más a las que encontramos en los demás países amazónicos”, afirma Edithe. Hay un predominio de figuras humanas, de alrededor de 50 centímetros de tamaño, a veces solamente está la cabeza, y otras también puede verse el cuerpo. Algunos rostros esculpidos parecen contener expresiones de alegría o tristeza.

Existen también grabados de mujeres, aparentemente embarazadas. Hasta los días actuales sigue constituyendo un reto ubicar en el tiempo estas representaciones. En Pará solamente un sitio prehistórico ha sido objeto de datación. A comienzos de los años 1990, la arqueóloga estadounidense Anna Roosevelt estimó en 11.200 años las pinturas rupestres de la Gruta do Pilão, también llamada Gruta da Pedra Pintada, en la región de Monte Alegre, bajo Amazonas. La edad del sitio, demasiado antigua según algunos investigadores, es objeto de polémica hasta hoy.

Por cierto, controversia es lo que no falta cuando el tema es determinar la edad de las muestras de arte rupestre. Basándose en dataciones realizadas con los métodos del carbono 14 y la termoluminescencia, el equipo de Niède Guidon sostiene que algunas pinturas de Serra da Capivara, en Piauí, se hicieron hace 48 mil años. Junto a restos de hogueras prehistóricas, igualmente antiguas, según Niède, el arte rupestre del nordeste sería la prueba de que el hombre llegó a América antes de lo que se piensa.

Es una afirmación que choca con una de las ideas más difundidas por la arqueología tradicional: la que sostiene que el Homo sapiens llegó a América hace alrededor de 12 mil años. “Los europeos aceptan esas dataciones”, dice la directora presidente de la Fumdham. “Pero algunos norteamericanos no”. Como puede verse, en América el arte rupestre puede ser más que una forma de preescritura de los pueblos prehistóricos, y también más que uno de los primeros legados culturales de la humanidad. Puede ser la clave para saber cuándo el hombre puso sus pies en el último continente colonizado por nuestra especie.

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