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Tapa

La resaca de la fiesta

Uno de cada cuatro brasileños bebe a punto tal de correr riesgos de sufrir problemas físicos, psíquicos y sociales

Semanas atrás una llamada telefónica dejó al psiquiatra Ronaldo Laranjeira sin reacción. Del otro lado de la línea, un primo con quien no hablaba hacía tiempo le contó la peregrinación por la cual el padre, adicto al alcohol desde hacía años, pasara poco antes. Al sentirse mal un viernes por la noche, tuvo que experimentar el tratamiento a que está sujeto el 10% de la población que ya no consigue librarse de la bebida y no pasa más de un día sin un trago de cerveza o un trago de aguardiente. Fue llevado a un hospital municipal de São Paulo, donde el médico que lo atendió aparentemente no comprendió la situación ni le gustó lo que vio y lo mandó a casa. Pero no sin antes retar a los familiares y preguntar por qué habían llevado a un borracho al hospital. Al día siguiente el  tío de Laranjeira murió.

La noticia llegó en un momento en que Laranjeira acaba de dar un paso importante para comprender cómo se desarrollan en la población brasileña las raíces de la adicción al alcohol. Después de 30 años de investigaciones sobre los problemas vinculados al consumo de alcohol y otras drogas en la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), Laranjeira se preparaba para publicar el primer análisis nacional que muestra cuánto, cómo y qué se bebe en el país, presentado en agosto en el Palacio de Planalto, sede de la presidencia. De noviembre de 2005 a abril de 2006, investigadores capacitados por él y su equipo entrevistaron a 3.007 personas de más de 13 años de edad en áreas urbanas y rurales de 147 municipios de las cinco regiones brasileñas.

El resultado es el más abarcador retrato del consumo de alcohol en Brasil, que, junto con otras investigaciones, podrá orientar la implantación de las medidas previstas en la Política Nacional sobre Bebidas Alcohólicas. Sancionada en mayo por el presidente Lula, esa ley tiene por meta reducir el consumo de alcohol y los daños a él asociados, tales como los accidentes de tránsito, el desarrollo del cáncer, además de perjuicios emocionales.

¿Qué es lo que ese estudio muestra? Mucha cosa sobre la cual se tenía solamente una idea aproximada, en general obtenida a partir de estudios hechos con una población más restringida o de investigaciones realizadas en el exterior. Ya de entrada el trabajo coordinado por Laranjeira y financiado por la Secretaria Nacional Antidrogas (Senad), subordinada a la Presidencia de la República, revela un patrón de consumo de alcohol más complejo que lo imaginado y deshace el mito de que casi todo brasileño bebe, pero bebe poco solamente uno que otro vaso de chopp o una copa de vino de vez en cuando.

Ahora se sabe que alrededor de la mitad de la población adulta, más específicamente un 48% de las personas de más de 18 años, es abstemia: no consume bebidas alcohólicas o lo hace, como promedio, menos de una vez por año, dato que el grupo de la Unifesp aún no consigue explicar completamente. Según Laranjeira, ese número es más elevado de lo que se esperaba y puede, al menos en parte, ser justificado por razones religiosas, toda vez que una en cada cuatro personas entrevistadas declaró ser evangelista o protestante, religiones que suelen desaprobar el consumo de alcohol o estimular la abstinencia.

Lo que más preocupa a los investigadores, sin embargo, es lo que sucede con el otro 52% de los brasileños. De estos, aproximadamente la mitad aprecia una cerveza helada o una copa de vino con poca frecuencia, entre una y tres veces por mes. El problema está en la otra mitad, correspondiente al 25% de la población adulta o alrededor de 30 millones de brasileños, que consume bebidas alcohólicas más de una vez por semana. Uno de cada seis de esos consumidores, clasificados como frecuentes, ingiere niveles de alcohol considerados nocivos para la salud porque aumentan el riesgo de involucrarse en reyertas, de sufrir caídas o tener relaciones sexuales sin protección. En la mayoría de las ocasiones en que se sientan en un bar, esas personas toman al menos cinco medidas de bebida una medida contiene alrededor de 12 gramos de alcohol puro y equivale a una lata de cerveza, a 45 mililitros de whisky o aguardiente, a una copa de vino o a una botella pequeña de bebida del tipo ice.

Es un patrón de consumo distinto del europeo. En los países mediterráneos de Europa en general se toma vino con frecuencia y en pequeñas cantidades, durante las comidas, mientras en los países nórdicos y del Este Europeo lo más común es consumir medidas y más medidas de whisky o vodka. El perfil de consumo del brasileño es más diverso. Muchos beben poco y pocos beben de verdad, lo que nos coloca entre los consumidores de mediano porte en América, según datos de un análisis inédito de la Organización Panamericana de la Salud. No bebemos más que los canadienses, los estadounidenses y los pueblos de otros países de Europa, pero consumimos alcohol de modo más nocivo, explica la psiquiatra Florence Kerr-Correa, de la Universidad Estadual Paulista (Unesp) de Botucatú, que estudia la diferencia en el patrón de consumo entre el sexo masculino y femenino.

Otra característica del consumo brasileño es ingerir niveles elevados de alcohol por más tiempo en la vida. Como en otros varios países, quien más bebe son los jóvenes. Pero en Brasil se sigue bebiendo mucho hasta los 45 o 50 años, mientras que en Estados Unidos la ingestión de bebidas alcohólicas disminuye a partir de la tercera década de vida. Estos datos sugieren que probablemente habrá más problemas con el consumo excesivo y la dependencia del alcohol por parte de personas en edad productiva, en una fase de la vida en que generalmente  constituyeron familia, explica el epidemiólogo y psiquiatra brasileño Raul Caetano, profesor de la Universidad de Texas el autor de cuestionario y de la estrategia usados en el estudio.

Aquí se bebe más en las regiones nordeste y centro oeste, donde un 38% de las  personas no para antes del quinto vaso. En el sur y en el sudeste el consumo es más moderado, pero frecuente: la mitad de la población no pasa de la segunda medida. Casi siempre son los hombres quienes más beben, mientras que las mujeres, más sensibles a los efectos del alcohol, generalmente se quedan en el primero o en el segundo vaso. En todas las regiones la bebida más consumida es la cerveza, aunque haya variaciones en el norte y en el nordeste, donde el aguardiente [cachaça] aparece en segundo lugar, al frente del vino. Otra diferencia es que las personas de clases sociales más elevadas (A y B) consumen alcohol de modo distinto que las de la clase E. Las primeras beben durante las comidas, en bares comiendo algún entremés o solas en casa, explica Laranjeira. En tanto, entre los más pobres quienes beben son los hombres que se reúnen en un cafetín y toman cachaça de pie, sin comer nada.

Una vez hechas las cuentas, se concluye que esos bebedores, llamados frecuentes y también pesados, son nada menos que el 10% de los brasileños adultos, ó 12 millones de personas. Es una población equivalente a la de una metrópolis como São Paulo que una vez por semana llena decenas de miles de restaurantes, bares, cafetines y panaderías del país y toma por lo menos cinco vasos de cerveza o varias medidas de cachaça. Se puede hasta imaginar que cinco medidas, cosa que mucha gente es capaz de beber cuando sale para conversar con los amigos, no son casi nada. ¿No lo serán?

Minutos después del primer trago de cerveza o, como es más común entre los gaúchos del sur, después de la primera copa de vino el alcohol llega al estómago, donde la mitad es digerida. Lo que no es deshecho químicamente allí atraviesa las paredes del estómago y del intestino delgado, llegando rápidamente al torrente sanguíneo. Formada por 2 átomos de carbono, 6 de hidrógeno y 1 de oxígeno, la molécula del etanol el alcohol del vodka, del coñac y de todas las bebidas se diluye fácilmente en la sangre. Una pequeña parte es filtrada por los riñones y se acumula en la vejiga, razón del deseo frecuente, y en general urgente, de orinar. Lo restante se acumula en tejidos y órganos ricos en agua, como los músculos y el cerebro, hasta ser transportado al hígado, en donde pasa por dos etapas de transformación en que origina un compuesto menos tóxico para las células: el ácido acético. Sin embargo, una parte del alcohol sufre solamente una transformación parcial, generando un compuesto altamente tóxico: el aldehído, responsable por daños a las células y también por el dolor de cabeza característico de la resaca del día siguiente.

Ese proceso de degradación es un tanto lento. Se calcula que el organismo tarda alrededor de una hora para degradar el alcohol de una sola medida de bebida. En un adulto de 70 kilos, los 12 gramos de alcohol puro encontrados en una lata de cerveza o en un vaso de whisky en pocos minutos alcanzan una concentración de 0,2 gramos por litro de sangre. Poco más que eso ya es suficiente para relajar el cuerpo y dejar a la persona más desinhibida, hablando de manera desenfrenada es el estadio de euforia, deseado por todo el mundo que decide tomar un trago para olvidar el día malo o sentirse más seguro para conversar con la muchacha de la mesa de al lado.

Sin embargo, la excitación y la autoconfianza duran poco. Si en menos de una hora se tomasen dos latas más de cerveza, fácilmente se sobrepasa la concentración de 0,6 gramos por litro de sangre, el límite máximo en que es permitido manejar, de acuerdo con el Código Brasileño de Tránsito. En esas horas es mejor dejar el coche en el estacionamiento y regresar a casa con alguien que esté sobrio o en un taxi. Es cuando comienza a manifestarse otro tipo de efecto provocado por el alcohol, que interfiere en la actividad de los mensajeros químicos dopamina, ácido gama-aminobutírico y noradrenalina, reduciendo el funcionamiento de diferentes regiones cerebrales. Después de la quinta medida, el razonamiento se hace lento, se escogen las palabras con menos pudor, la visión pierde nitidez y disminuye la capacidad de reacción. Ingerido en cantidades aún más elevadas en pocas horas es la borrachera que los adolescentes suelen pescarse en las fiestas nocturnas, el alcohol puede llevar al coma e incluso a la muerte por impedir el funcionamiento de los centros cerebrales que coordinan la respiración.

Repetido raramente, el consumo exagerado no suele causar en quien toma perjuicios mayores que una intoxicación aguda que dura un día y hace que la cabeza dé vueltas y el estómago se revuelva, y que deja una sensación amarga en la boca. Con todo, si ese comportamiento se hace un hábito, pueden surgir daños irreversibles en órganos como el corazón, el cerebro y el hígado, además del aumento del riesgo de desarrollar una depresión y algunos tipos cáncer. En ese nivel de consumo, los daños superan y mucho los beneficios que cantidades de alcohol consideradas seguras por la Organización Mundial de la Salud dos medidas diarias para hombres y una para mujeres pueden proporcionar al sistema cardiovascular. Aún en el nivel seguro, el alcohol sólo proporciona beneficio cardiovascular para hombres con más de 40 años. En términos de salud, los más jóvenes nada ganan con la bebida?, dice Caetano.

Otra consecuencia del consumo frecuente en altas o bajas dosis de cerveza, whishy e incluso vino es el aumento del riesgo de adicción, que ocasiona problemas a quien bebe y también a su familia y sus amigos. Ese trastorno psiquiátrico, responsable de  un 90% de los ingresos hospitalarios vinculados al uso de drogas en el país, afecta aproximadamente a uno de cada diez brasileños, proporción cinco veces superior al promedio mundial. Y hay señales de que está aumentando en las ciudades de mediano y gran porte: subió del 11,2% en 2001 al 12,3% en 2005 entre las personas con edades entre 12 y 65 años que viven en municipios de más de 200 mil habitantes, según estudios realizados por el equipo del Centro Brasileño de Informaciones sobre Drogas Psicotrópicas (Cebrid), de la Unifesp

Más fácilmente reconocibles, la adicción y las enfermedades que alcanzan a los diferentes órganos del cuerpo están lejos de ser los únicos problemas decurrentes del consumo del alcohol. Hay otro tipo de daño tan importante como los anteriores que hasta hace pocos años atrás permanecía invisible. Es el llamado perjuicio social, pagado por toda la comunidad por medio de la reducción de la productividad en el trabajo, de heridas en trifulcas, de enfermedades que debilitan desde el punto de vista  físico y psicológico y de tratamientos en hospitales públicos. Datos de la Organización Mundial de la Salud indican que directa o indirectamente el alcohol es responsable del 3% de las muertes y el 4% de todas las enfermedades. Este índice es más elevado en los países en desarrollo como Brasil, donde el alcohol está asociado a aproximadamente el 10% de las muertes y también de las enfermedades, según estimaciones de Laranjeira y José Ninio Meloni, publicadas en 2004 en la Revista Brasileira de Psiquiatria.

Aunque no se conozcan las cifras con precisión, se cree que la causa de buena parte de esas muertes tenga que ver con los accidentes de tránsito provocados por conductores que insisten en regresar a casa manejando, aún después de varios vasos de cerveza. Todos los años unas 20 mil personas mueren en accidentes de coche en Brasil, según datos del Departamento Nacional de Tránsito. Este número representa casi la mitad de las muertes por accidentes automovilísticos en Estados Unidos, donde el parque de vehículos es seis veces mayor que el de acá allá circulan alrededor de 240 millones de automóviles, mientras que aquí unos 38 millones.

En el análisis nacional, Laranjeira constató que un 10% de las personas que beben ya manejó al menos una vez después de consumir alcohol el año anterior a la entrevista. Es una proporción altísima, comenta Laranjeira. En Estados Unidos, las autoridades se muestran alarmadas cuando este número llega a un 3% ó un 4% de los conductores, afirma. Alrededor de tres veces más común entre los brasileños que entre los estadounidenses, este hábito puede ser aún más común en las ciudades grandes.

En otro estudio reciente, Laranjeira y el médico Sérgio Duailibi decidieron ir a las calles de cinco ciudades brasileñas (São Paulo, Diadema, Santos, Belo Horizonte y Vitória) a verificar si los choferes manejaban después de ingerir bebidas alcohólicas. Entre las 10 de la noche y las 3 de la mañana de varios viernes y sábados, ellos pararon a 5.600 choferes y les pidieron que soplaran en un alcoholímetro, aparato que estima la proporción de alcohol en la sangre a partir de su concentración en el aire expirado. Como promedio, uno en cada tres conductores había consumido alcohol antes de agarrar el volante índice que varió del 21% en Diadema, Región Metropolitana de São Paulo, al 41% en Vitória, en Espírito Santo. En todas las ciudades una quinta parte de los choferes no debería estar al volante, porque los niveles de alcohol en sangre habían sobre pasado el límite legal.

El Código de Tránsito Brasileño permite la conducción de vehículos con una concentración máxima de 0,6 gramos de alcohol por litro de sangre. Pero tal vez ni siquiera ese valor pueda ser considerado seguro. En julio la revista Quatro Rodas presentó los resultados de una prueba informal, pero bastante ilustrativa, de lo que puede suceder en el tránsito. Bajo la supervisión de médicos, nueve jóvenes tomaron cantidades sucesivas de bebida alcohólica antes de conducir por un corto trayecto en que conos de plástico simulaban curvas y obstáculos. Aún antes de alcanzar el límite legal, la mayor parte de los conductores arrolló conos y pasó andar más rápido. Hubo incluso quien frenase delante de una luz verde o se confundiese al guardar el carro en el garaje.

Si cantidades bajas fueron suficientes para poner en riesgo la seguridad de quien maneja y de quien está cerca, no es difícil imaginar lo que de hecho ocurre en las calles de nuestras ciudades, donde el consumo es elevado, principalmente entre los jóvenes. Casi la mitad de los entrevistados en el análisis nacional consumió alcohol de un modo considerado compulsivo más de cinco medidas para hombres y cuatro para mujeres en un período de pocas horas al menos una vez en el último año. La mitad de ellos bebe así al menos una vez por mes.

Esa forma de consumo, llamada por los médicos binge, es más común entre los hombres más jóvenes, en especial hasta los 42 años. Pero no solamente. Mujeres con edad entre 18 y 44 años, solteras o divorciadas y que cursaron la secundaria o aún están en la universidad, también suelen exagerar en las medidas tanto como los hombres, según el estudio conducido por los psiquiatras Laura Andrade, Camila Magalhães Silveira y Arthur Guerra Andrade, de la Universidad de São Paulo (USP).

Ellos evaluaron el patrón de consumo de alcohol de 1.464 personas de más de 18 años en dos barrios de clase media y alta de la ciudad de São Paulo el elegante Jardim América y la bohemia Villa Magdalena, donde, en muchas calles, los bares se exprimen uno al lado del otro. Observaron que uno de cada diez participantes del estudio había ingerido bebidas alcohólicas de modo exagerado al menos una vez en el último año. La mayoría consumía en ese patrón más de una vez por semana, como describe el equipo de la USP en el artículo del Journal of Studies on Alcohol and Drugs.

Cuanto más temprano las personas comienzan a beber, mayor es el riesgo de que desarrollen ese patrón de consumo, dice Camila. Y, cuanto más beben, más problemas enfrentan. Laura preguntó con qué frecuencia los participantes de la investigación presentaban uno o más problemas de orden físico, emocional o social en un total de 24 tipos diferentes. Y comparó el resultado con el número de veces en que bebían en la semana y la cantidad de alcohol que tomaban cada vez que se sentaban para beber. A medida que crecía el consumo de alcohol, aumentaba la proporción de problemas principalmente entre los hombres, que se involucraban más en peleas y se convertían en motivo de quejas de amigos y compañeras. Pero las mujeres que ingerían niveles elevados de alcohol también enfrentaban la misma proporción de problemas que los hombres. Asimismo, ellas presentan lo que los médicos denominan efecto telescópico. Aquellas que comienzan a beber temprano, pasan a hacer uso más frecuente del alcohol más rápidamente y también se convierten en dependientes más tempranamente, explica Laura.

Florence Kerr-Correa atribuye el consumo elevado de alcohol por parte de las mujeres al cambio de su rol en la sociedad. Ella comparó cómo las personas bebían en Botucatú y en Rubião Júnior, ciudad menor y de nivel socioeconómico y cultural más bajo. Constató que el consumo de alcohol en pequeñas cantidades o exagerado era más común entre las habitantes de Botucatú, con acceso a la educación y trabajo remunerado.

Uno de los resultados del análisis nacional que más llama la atención del equipo de Laranjeira es el consumo de alcohol por adolescentes. De los 3.007 entrevistados, 661 tenían entre 14 y 17 años de edad y no deberían conseguir comprar alcohol, de acuerdo con la legislación brasileña. Aun así, un 24% afirmó consumir bebidas alcohólicas más de una vez por mes. Casi la mitad de los adolescentes que beben generalmente pasa de las tres dosis, y una proporción semejante consume alcohol de modo compulsivo al menos una vez por mes. Más importante: los datos de ese estudio sugieren que las personas están comenzando a tomar cerveza, vino u otras bebidas cada vez más temprano, comenta Ilana Pinsky, psicóloga de la Unifesp y coautora del estudio nacional. Las personas que en la época de las entrevistas eran menores de edad habían bebido por primera vez poco antes de los 14 años y seis meses más tarde ya consumían alcohol regularmente, mientras que quienes tenían entre 18 y 25 años solo probaron los primeros tragos a los 15 años y pasaron a beber dos años más tarde, después de los 17. ?Los adolescentes en general toman para relajarse,  divertirse y sumarse al grupo, explica Ilana, el problema es que ellos son más susceptibles a los efectos del alcohol.

La adolescencia es un período en que naturalmente las personas prueban nuevas experiencias, reconoce Laranjeira. Pero la experimentación química siempre trae riesgos aparejados. Estudios hechos en Brasil y en el exterior muestran que cuanto más temprano se comienza a beber mayor es el riesgo de convertirse en dependiente. También aumenta la probabilidad de que ocurran accidentes, peleas y caídas y de tener sexo sin protección. Y las complicaciones no cesan por ahí. Desde el punto de vista fisiológico, la adolescencia es una fase de la vida en que el cerebro aún se encuentra en desarrollo, que puede ser comprometido por el alcohol. No hay nivel de consumo de alcohol considerado seguro para los adolescentes. Cuanto más se consigue retardar el inicio del uso, menores son los problemas, afirma Camila, que integra con Arthur Guerra Andrade el Centro de Informaciones sobre Salud y Alcohol (Cisa), organización no gubernamental que tiene entre sus patrocinadores a la Compañía de Bebidas de las Américas (AmBev), la mayor productora de cerveza del país.

Ante este escenario surge la duda: ¿qué hacer para reducir en el país el consumo de alcohol y los perjuicios a él asociados? La respuesta a este problema, que sólo en los últimos años atrajo la atención de las autoridades brasileñas y que en todo el mundo es más grave que el uso de drogas ilícitas, es múltiple y no siempre consensual. Entre los especialistas brasileños hay quienes afirman que la salida está en la educación, toda vez que el consumo de alcohol es un hábito que acompaña a la humanidad desde hace milenios posiblemente desde que alguien experimentó frutos o cereales fermentados bien antes del surgimiento de la agricultura.

El alcohol da placer y es agradable para la mayor parte de las personas. Es necesario enseñar que ese es un hábito que puede ser mantenido de forma adecuada, en locales adecuados, explica el psicofarmacólogo Elisaldo Carlini, coordinador del Cebrid, quien hasta marzo era miembro de la Junta Internacional de Control de Narcóticos, órgano de la Organización de las Naciones Unidas que monitorea la producción y el comercio de estupefacientes en el mundo. Faltan en el país proyectos intensivos, continuos e inteligentes que enseñen sobre los peligros del uso de drogas, afirma.

Pero la educación por sí sola no resuelve. La restricción de los horarios de exhibición en televisión de las propagandas de bebidas por la cual viene pugnando recientemente el ministro de la Salud, José Gomes Temporão, puede producir resultados, principalmente entre los más jóvenes. También es necesario aplicar efectivamente las leyes existentes en el país, como la que prohíbe la venta de bebidas alcohólicas a menores de 18 años y la que prevé la suspensión del derecho de manejar a quien es pescado conduciendo un vehículo embriagado. En Brasil somos benignos en lo que respecta a la violación de reglamentos. Aceptamos más ciertas formas de infracción que la sociedad estadounidense, dice Caetano. Hay en el país una sensación de impunidad, que es real. La ley no se aplica y las personas lo saben.

Laranjeira defiende el aumento de los impuestos y del precio de las bebidas. En la opinión de Caetano, también son necesarias medidas federales, estaduales y hasta municipales, como el control del horario de apertura de los bares. Además, por supuesto, de acceso de los dependientes del alcohol al tratamiento adecuado. Según Pedro Gabriel Delgado, coordinador de Salud Mental del Ministerio de la Salud, hasta 2002 el sistema público de salud no ofrecía alternativas de atención especializada y los problemas asociados al alcohol eran tratados por instituciones filantrópicas o grupos como los Alcohólicos Anónimos. Había escasas consultas ambulatorias e ingresos  de baja eficacia en hospitales psiquiátricos. Hoy en día hay en el país 160 centros comunitarios y servicios de atención a la salud para tratar a adictos al alcohol. Pero aún es poco. La solución de ese problema pasa por la reglamentación del mercado, afirma Laranjeira, acusado de defender propuestas radicales contra el consumo excesivo de alcohol. Sin eso, la industria continúa lucrando y la sociedad pagando la cuenta.

Los Proyectos
1.
Estudio nacional sobre los patrones de consumo de alcohol en la población brasileña (08/57714-7); Coordinador: Ronaldo Laranjeira – Unifesp; Inversión: R$ 1.000.000,00 (Senad)
2. Estudio epidemiológico de los trastornos psiquiátricos en la Región Metropolitana de São Paulo (03/00204-3); Coordinadora: Laura Helena Guerra Andrade – USP; Inversión: R$ 1.040.825,00 (FAPESP)
3. Género, cultura y problemas relacionados al alcohol: un estudio en el estadio de São Paulo y multinacional (04/11729-2); Coordinadora: Florence Kerr-Corrêa – Unesp; Inversión: 187.393,75 reales (FAPESP)

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