Las praderas de montaña de Serra Geral, en la zona serrana del sur de Brasil, surgen sobre mesetas que se vuelven cada vez más altas a medida que avanzan hacia el borde este, donde la sierra cae abruptamente en inmensos cañones. La vegetación de pastizal y los arbustos predominan en esa región de inviernos fríos y suelo plano, salpicada por afloramientos rocosos, pequeñas manchas boscosas y áreas anegadas y ricas en materia orgánica (turberas). La aparente monotonía de estos campos, a los cuales algunos denominan “mares de pasto”, esconde una rica biodiversidad vegetal, con casi 300 especies exclusivas de la zona, muchas de ellas poco estudiadas hasta hace muy poco. “La tasa de endemismo es del 25%, mucho mayor que la hallada en el Bosque Atlántico de la región”, dice el botánico João Iganci, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). Si bien muchas plantas que viven allí también existen en otras regiones de altura, tanto tropicales como templadas, ese endemismo es lo que vuelve especiales a esos campos del sur de Brasil. “La cantidad total de especies también es alta y comparable con otros centros de biodiversidad, si se tiene en cuenta que el área es pequeña.”
Iganci, experto en la vegetación de la zona de Campos de Cima da Serra, tal el nombre con el cual se la conoce, forma parte de un grupo de la UFRGS y de la Universidad Federal de Goiás (UFG) encabezado por la genetista Loreta Freitas, también de la UFRGS, que apunta a comprender la historia evolutiva de las especies de la región y localizar áreas prioritarias para la conservación. Los investigadores dividieron Serra Geral en cuatro áreas (vea el mapa), siempre a partir de los 900 metros de elevación respecto al nivel del mar, donde el monte típico del Bosque Atlántico da lugar a las praderas y a las florestas de araucarias. La primera etapa consistió en mapear la distribución de las especies empleando en carácter de indicador tres géneros típicos de la región, todos con una abundancia de especies endémicas (índice de endemismo): Petunia, Calibrachoa y Adesmia. Este estudio demostró que el Área 1, en la cima de la sierra, alberga la mayor diversidad, con 13 especies, seguida por el Área 2, al oeste, con 10 especies.
Altos índices de endemismo generalmente existen en ecosistemas antiguos y estables, ya que el surgimiento de nuevas especies tarda mucho tiempo. Parece que eso mismo fue lo que sucedió en las praderas de montaña sureños, de acuerdo con simulaciones del clima que parten desde hace 21 mil años, cuando el planeta experimentó su temperatura más baja desde el último ciclo glacial. Los resultados indican que el Área 1, seguida por el área 2, mantuvo un clima más estable, lo cual confirma la pista suministrada por la biodiversidad. “En el último pico glacial, el clima era más frío y seco, propicio para el desarrollo de estas praderas, lo que permitió que especies de ese ambiente avanzaran sobre áreas más húmedas y cálidas, donde antes predominaban los bosques”, comenta Freitas. “Al migrar hacia regiones a las cuales no estaban adaptadas, las especies campestres se diversificaban, dando origen a nuevas especies y nuevos linajes”. Durante ese período, se produjo una expansión de las praderas en dirección hacia sitios de menor altitud, ubicados al norte. Sin embargo, con el calentamiento gradual y el aumento de la humedad, los bosques volvieron a expandirse y a ocupar áreas de praderas que, a su vez, se restringieron a las zonas más altas, donde están ubicadas actualmente.
Los montes de araucarias –que dividen el mismo ambiente, formando mosaicos con las praderas– también desempeñaron un papel importante. “En el transcurso del tiempo, se produjo una competencia constante entre praderas y montes, con una alternancia entre ambientes que depende de las condiciones climáticas”, dice Iganci. Esa dinámica, que existe hasta los días actuales, puede haber sido la responsable de la separación de determinadas poblaciones que terminaron formando nuevas especies. “Ese parece haber sido el caso de algunas petunias polinizadas por abejas”, dice Freitas. “Esas abejas no lograron atravesar los montes de araucarias, que de ese modo provocaban un bloqueo del flujo génico entre poblaciones.”
Los investigadores observaron también que la biodiversidad se vuelve menor en las direcciones oeste y norte, a medida que disminuyen la altura y la humedad que llega proveniente del mar. “Los resultados para la biodiversidad se refieren únicamente a los grupos estudiados, pero son especies altamente representativas de la región”, dice Freitas. “También observamos una fuerte correlación de la biodiversidad con el clima y la altura”. Aparte de sugerir áreas prioritarias y ayudar a entender el origen de la biodiversidad de la zona, este estudio contribuye para revelar una riqueza antes desconocida. “Hasta hace poco tiempo, la zona de Campos de Cima da Serra venían siendo completamente omitida en los estudios que abordan los aspectos ecológicos, evolutivos y conservacionistas”, dice Iganci. El investigador, quien realizó varios viajes de recolección durante los últimos diez años, advierte sobre la degradación del ecosistema e identifica su principal amenaza: el avance de la silvicultura: las plantaciones de pinos y eucaliptos.
La percepción campestre
El estudio contraría el énfasis que se les asigna a los bosques, que limita los esfuerzos de preservación de praderas en todo el mundo. Un grupo de expertos en ecosistemas campestres de Brasil, Estados Unidos, Francia, Bélgica y Sudáfrica intenta cambiar esta percepción, al poner de relieve dentro y fuera de la comunidad científica la alta biodiversidad de las praderas, que deben verse como ecosistemas antiguos, cuya historia evolutiva de millones de años tiene íntima relación con el fuego y la presencia de animales herbívoros. Muchas plantas exhiben adaptaciones tales como tallos subterráneos, y son capaces de brotar rápidamente tras los incendios y con órganos subterráneos, tales como tubérculos, rizomas y bulbos, que almacenan agua y almidón en un lugar protegido.
“La diversidad de plantas y también de otros grupos de los ambientes de pradera y de sabana en Brasil puede ser considerada como equivalente a la de los bosques”, dice el ecólogo Gerhard Overbeck, experto en vegetación de pradera, también de la UFRGS. “Debemos tener en cuenta también el área ocupada por estos ecosistemas. La pampa, por ejemplo, ocupa poco más del 2% de Brasil, pero contiene más de 2.150 especies de plantas sólo en ambientes de pradera”, añade. Según Overbeck, en algunas regiones de pradera del sur de Brasil es posible hallar más de 50 especies de plantas por metro cuadrado, incluso una gran cantidad de especies de gramíneas. Muchas plantas de ambientes de pastizal tienen un largo ciclo de vida, tales como algunas del género Vellozia, que existen en los matorrales de altitud del Brasil central, tardan 100 años para llegar a la edad reproductiva y pueden vivir hasta 500 años. El problema reside en que las señales de antigüedad en la pradera son más difíciles de verse que el perímetro de los árboles o la acumulación de materia orgánica en los bosques.
Valoración humana
Las praderas también prestan importantes servicios ecológicos. “Estos ecosistemas son fundamentales en la regulación del ciclo hidrológico, pues además de que la vegetación retiene mucha menos agua de lluvia que el dosel de los bosques, las abundantes raíces finas funcionan como esponjas que liberan agua paulatinamente hacia los ríos y los acuíferos”, dice la ingeniera forestal especialista en sabana Giselda Durigan, del Instituto Forestal del Estado de São Paulo, con sede en la ciudad de Assis. Asimismo, el suelo alberga bulbos, tubérculos y rizomas, adaptaciones de las plantas que ayudan a retener agua en la estación seca y permiten que las mismas resistan al fuego y a la herbivoría, desafíos comunes en estos ambientes. “Esas estructuras contribuyen al secuestro de carbono, aunque esto aún no ha sido cuantificado”, dice Duringan. “Los suelos son complejos y tardan mucho tiempo para formarse. Si se degradan, la recuperación es dificilísima.”
La falta de conocimiento acerca de la ecología de las praderas ha derivado en políticas de conservación erróneas, tales como el incentivo a la silvicultura, con resultados desastrosos para la biodiversidad y para los servicios ecológicos. “Los árboles dan sombra, y así impiden el crecimiento de las plantas herbáceas ávidas por sol, con la consiguiente merma de la biodiversidad”, dice Duringan. “Asimismo, hacen que entre el 20% y el 30% del agua de lluvia se evapore antes de llegar al suelo”. Otro ejemplo de esa protección al contrario es la prohibición de las llamadas “sapecadas”, tal el nombre que les dan portugués los ganaderos serranos a los incendios que ejecutan para el manejo de las pasturas, una práctica prohibida en 1992 por el Código Forestal del Estado de Rio Grande do Sul. Duringan afirma que el fuego, como así también el ganado (siempre y cuando no sean excesivos), evitan la densificación arbórea, y ayudan así a mantener estable la estructura y la diversidad de los pastizales. Asimismo, la variedad natural de gramíneas de esos ambientes puede llevar a la obtención de una carne más sana que la de animales confinados.
El grupo internacional de expertos, del cual forman parte Duringan y Overbeck, publicó en 2015 un artículo en el cual propone el concepto de “praderas antiguas” (old growth grasslands, en inglés), una adjetivación en general aplicada a los bosques maduros. Los autores llaman la atención sobre características específicas de ecosistemas de pastizales de sabana que exigen estrategias de conservación distintas. Al expandir la comprensión de estos ambientes, también esperan contribuir a la inserción de las praderas en la pauta del movimiento ambientalista, con una nueva mirada sobre estos ecosistemas que ayude a visualizar las riquezas escondidas en el “mar de pasto”.
Artículos científicos
Veldman, J. W. et al. Toward an old-growth concept for grasslands, savannas, and woodlands. Frontiers in Ecology and Environment. v. 13, n. 3, p. 154-62. abr. 2015.
Barros, M. J. F. et al. Environmental drivers of diversity in Subtropical Highland Grasslands. Perspectives in Plant Ecology, Evolution and Systematics. v. 17, n. 5, p. 360-8. oct. 2015.