Durante el año en curso, Pakistán sufrió la inundación más intensa de su historia, que cubrió un tercio del país, mató a unas 1.500 personas y dejó a 33 millones de habitantes sin hogares, debido a una sumatoria de factores climáticos y ambientales. La catástrofe comenzó con severas olas de calor. En abril y mayo, las temperaturas superaron los 40 grados Celsius (ºC) y llegaron a 51 ºC en la ciudad de Jacobabad. El calor extremo facilitó el derretimiento de los glaciares de las montañas situadas en el norte del país, elevando el caudal de los ríos que atraviesan las ciudades. Las olas de calor coincidieron con un sistema de intensa baja presión atmosférica en el mar arábigo que trajo copiosas lluvias a las ciudades costeras del país en el mes de junio. Como consecuencia de estos fenómenos climáticos, Pakistán registró una cantidad de precipitaciones, en promedio, tres veces superior a lo habitual, y en el sur del país, fueron cinco veces mayores. Alrededor de un millón de viviendas, 5.000 kilómetros de carreteras y 240 puentes quedaron destruidos, y se perdieron 700.000 cabezas de ganado. Además de las muertes y del impacto económico y social, las lluvias amenazan un yacimiento arqueológico de 4.500 años de antigüedad: las ruinas de Mohenjo-Daro, uno de los asentamientos urbanos mejor preservados del sur de Asia, situado en la provincia de Sindh, en el sur del país, en la margen derecha del río Indo, también llamado “montículo de la muerte”, que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en 1980 (Nature, 2 de septiembre).
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