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Memoria

Las raíces del ambientalismo

La exploración del período colonial y la contracultura signan trayectoria de los estudios y la defensa del medio ambiente en Brasil

Selva de Tijuca, Río de Janeiro, en 1885: la reforestación tuvo lugar entre 1861 y 1874

Marc Ferrez/Selección Gilberto Ferrez/Colección Instituto Moreira Salles

Si viviera hoy, el naturalista y político José Bonifácio de Andrada e Silva (1763-1838) probablemente estaría azorado por los gigantescos y constantes incendios en la Amazonia y en el Pantanal. Dos siglos antes de las imágenes de la vegetación en llamas y la fauna carbonizada que recorren el mundo, el Patriarca de la Independencia de Brasil expresaba su indignación contra la degradación ambiental instaurada en el país colonial, basada en un extractivismo depredador. “La destrucción de selvas vírgenes, tal como se ha venido practicando en Brasil, es una extravagancia inadmisible, un crimen horrendo y de un insulto manifiesto a la naturaleza”, escribió en 1821, un año antes de participar en el movimiento por la Independencia junto a Pedro I.

Si bien no podría considerárselo un ambientalista en el sentido moderno de la acepción, José Bonifácio contribuyó a la introducción de la temática de la ecología en el país, acicateado por una preocupación ambiental que sigue siendo actual. “Él formaba parte de un grupo de intelectuales que, en el último tramo del siglo XVIII y principios del XIX, comenzaron a criticar la explotación desenfrenada de los recursos naturales”, explica el historiador José Augusto Pádua, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), quien investiga el tema. José Bonifácio estudió leyes y filosofía natural en la Universidad de Coímbra.

“Tuvo un contacto directo con el proceso de construcción del conocimiento ilustrado sobre lo que llamaban ‘sistema de la naturaleza’. Al regresar a Brasil, Bonifácio maduró la idea de que el progreso económico no podía depender de la destrucción de los bosques”, comenta Pádua. “En aquella época, comenzó a plantearse que la pérdida de los bosques acabaría por perjudicar la producción rural, porque disminuirían las lluvias, los suelos se degradarían y, llegados a un cierto límite, todo esto causaría una desertificación”, asevera el investigador. Por lo tanto, las preocupaciones de José Bonifácio se centraban en un uso más racional y eficiente de la naturaleza para asegurar una mejora de la economía, una idea que hoy en día se asocia al concepto del desarrollo sostenible.

Los movimientos activistas de conservación del medio ambiente surgieron en la segunda mitad del siglo XX. De cualquier manera, Bonifácio desempeñó un papel decisivo en los albores de la consciencia ambiental en Brasil, sostiene Pádua. “Sus escritos fueron un hito para los debates entre políticos, juristas y hombres de ciencia de la época”. Otros intelectuales dieron continuidad a la crítica ambiental. Abolicionistas como Joaquim Nabuco (1849-1910) y André Rebouças (1838-1898) sostuvieron que, mientras siguiera en vigencia la esclavitud, no podría establecerse una relación sana entre los individuos y el uso de la tierra en el país.

Wikimedia Commons José Bonifácio de Andrada e SilvaWikimedia Commons

Algunos intentos de influir sobre los gobiernos funcionaron, como fue el caso de la recuperación de la Selva de Tijuca, en Río de Janeiro, entre 1861 y 1874. “Un grupo de intelectuales convenció al gobierno de que la deforestación estaba causando sequías en la ciudad”, dice Pádua. Gran parte de la región había sido arrasada para la producción de café y carbón vegetal. La reforestación exigió la plantación de 100 mil brotes de árboles de especies nativas.

A comienzos del siglo XX cobró fuerza la creencia de que solamente mediante la intervención del Estado podría garantizarse la conservación de la naturaleza, tal como lo explica la historiadora Ingrid Fonseca Casazza en un artículo que salió publicado en el mes de julio en la revista História, Ciência, Saúde – Manguinhos. Los cambios más significativos ocurrieron en la década de 1930, al comienzo del primer gobierno de Getúlio Vargas (1882-1954), cuando científicos involucrados en asuntos ambientales asumieron cargos en la administración pública. “Ellos se ocuparon de implementar herramientas legales para un manejo racional de los recursos naturales”, escribe Casazza.

La investigadora destaca la labor del botánico Paulo Campos Porto (1889-1968) como director del Instituto de Biología Vegetal del Ministerio de Agricultura, extinto en 1938. Para Casazza, Campos Porto ayudó a consolidar en aquel período una política de gestión de la naturaleza. En la década de 1940, como secretario de Agricultura del estado de Bahía, el botánico creó el Parque Monumento Nacional de Monte Pascoal, en la región de Porto Seguro, con el propósito de preservar la flora y la fauna local.

La agenda ambiental trascendió el nicho de los expertos y adquirió mayor visibilidad en la sociedad durante la década de 1960. “Fue el momento en el que el debate intelectual sobre la conservación comenzó a aproximarse al movimiento contracultural”, dice la historiadora y ambientalista Samyra Crespo, investigadora sénior del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovaciones (MCTI). “El debate dejó de ceñirse a la promoción de un uso racional de los recursos naturales y ganaron espacio las reflexiones sobre cómo salvar a la humanidad y al planeta”, explica.

Eduardo César Nogueira-NetoEduardo César

Un punto de viraje del ambientalismo de aquel período fue el libro intitulado Primavera silenciosa, publicado en 1962 por la bióloga estadounidense Rachel Carson (1907-1964). “Esta obra es un clásico de la literatura ambiental. Carson investigó y denunció el uso de los pesticidas y sus efectos sobre el medio ambiente y en las personas”, comenta Crespo. Los periódicos publicaron algunos tramos del libro; hubo repercusiones en el Congreso y el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy (1917-1963), llegó a establecer una comisión para el estudio del tema (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 202).

En Brasil, la obra circuló en el ambiente académico. El profesor Paulo Nogueira-Neto (1922-2019), docente emérito de la Universidad de São Paulo (USP), formó parte del grupo de ambientalistas influenciados por Carson, recuerda el sociólogo Pedro Roberto Jacobi, del Instituto de Energía y Ambiente de la USP. “Nogueira-Neto fue secretario especial de Medio Ambiente entre 1973 y 1985, despuntando como uno de los artífices principales de la legislación ambiental en el país”. A partir de entonces, dice Jacobi, la regulación de la producción y el desechado de los productos químicos fueron más rigurosos, con el objetivo de evitar contaminaciones y prevenir desastres.

Al igual que en otros países, el ambientalismo brasileño ingresó en una nueva instancia a partir de la Conferencia de Estocolmo, organizada en 1972 por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Esa fue la primera gran reunión de jefes de Estado para discutir la cuestión ambiental. Simultáneamente, gran parte del arco político no tomaba muy en serio el activismo ecológico.

En Brasil prevalecía la lógica desarrollista de la dictadura militar (1964-1985), que incluía la construcción de centrales hidroeléctricas y carreteras en territorios indígenas. “La utopía era convertir al país en una nación altamente industrializada”, dice Jacobi. La entrada de los ecologistas en este campo de disputa política  se produjo a través de lo que se denominó ecodesarrollo, que buscaba conciliar el desarrollo económico con la preservación del ambiente. Ese concepto fue desarrollado por el economista Ignacy Sachs, de la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales, en París.

El economista, un inmigrante polaco, llegó a Brasil a los 14 años de edad. Estudió economía y se recibió en la Universidad Cândido Mendes, en Río de Janeiro, y mantuvo una relación estrecha con el país, donde fue docente universitario en la década de 1980. “El ambientalismo empezó a considerar posibles modelos de desarrollo que tuvieran en cuenta la dimensión económica de los biomas brasileños, tales como la Amazonia y el Cerrado (la sabana tropical brasileña), y las diferencias culturales entre los pueblos”, dice Crespo.

Miranda Smith/Wikimedia Commons Chico Mendes: un objetivo en común, la defensa de la naturaleza brasileñaMiranda Smith/Wikimedia Commons

Simultáneamente, alejado de los centros urbanos y de las universidades, cobraba vigor un ambientalismo más popular, que movilizaba a los pescadores y los recolectores de caucho. “Eran trabajadores que luchaban por la preservación del medio ambiente pugnando por mejores condiciones de vida”, explica Pádua. Uno de los representantes principales de ese movimiento fue el sindicalista del estado de Acre Chico Mendes (1944-1988), que unió a los recolectores de caucho que dependían de la conservación de la selva amazónica para sobrevivir. Mendes fue asesinado a causa de su activismo.

En 1975, el término “calentamiento global” apareció por primera vez en un artículo publicado en la revista Science por el oceanógrafo estadounidense Wallace Broecker (1931-2019). Pocos años después, en 1979, la agencia espacial estadounidense (Nasa) introdujo el concepto “cambio climático” en un estudio sobre los efectos del dióxido de carbono (CO2) sobre el clima del planeta. El debate ambiental cobró dimensiones globales y nuevos actores: organizaciones no gubernamentales (ONG) tales como Greenpeace y Wild Foundation fueron creadas en esa época.

En Brasil, los ambientalistas comenzaron en primera instancia a organizarse en grupos locales para ampliar el diálogo con los sectores empresariales y políticos. Un ejemplo de ello es la Asociación Gaúcha de Protección del Ambiente Natural, una de las primeras comunidades ecológicas del país, fundada en 1971. Uno de sus fundadores fue el agrónomo José Lutzenberger (1926-2002), que contribuyó a la promulgación de leyes para el control del uso de los agroquímicos en el estado de Rio Grande do Sul; y que tuvo repercusiones en la Ley Brasileña de Agrotóxicos, de 1989. También en la década de 1970, la preocupación por las cuestiones de la seguridad y el impacto ambiental de la energía nuclear generaron movilizaciones de ambientalistas y científicos. Las ONG nacionales, como SOS Mata Atlântica, por ejemplo, comenzaron a surgir en los años 1980.

Eurico Dantas/Agência O Globo Las carpas utilizadas en las presentaciones y debates de la Conferencia Río-92, uno de los hitos fundamentales de la consolidación del interés internacional por los problemas socioambientalesEurico Dantas/Agência O Globo

La consolidación del interés nacional por los problemas socioambientales vinculados al cambio climático solo se produjo a comienzos del decenio de 1990. El hito de este proceso fue la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo, más conocida como Río-92. En esa ocasión, se creó la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. El Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) había sido concebido por la ONU cuatro años antes para la sistematización de los estudios científicos sobre los cambios climáticos. “Esto impulsó la profesionalización del ambientalismo. Las ONG comenzaron a desarrollar investigaciones, a producir informes técnicos y a colaborar con las universidades y los organismos gubernamentales en actividades de monitoreo”, informa Jacobi.

El acercamiento de los ecologistas y el poder público también se afianzó luego del advenimiento de la democracia, enfatiza Crespo, del MCTI. La descentralización del poder político y administrativo generó una demanda de cuadros técnicos para comandar las secretarías estaduales y municipales de Medio Ambiente, lo que contribuyó para que muchos ambientalistas se convirtieran en gestores públicos.

Hoy en día, el ambientalismo brasileño se enfrenta a retos “fuera de lo común”, analiza Pádua, en referencia a un “descontrol regulatorio inédito”. Al mismo tiempo, vislumbra una oportunidad para fortalecer el movimiento. “En respuesta a los ataques que padece el medio ambiente, surgen la defensa del mismo desde instituciones como el Inpe [el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales], que se ocupa de monitorear la deforestación en la Amazonia, y una movilización más activa de los organismos ambientales para consolidar la consciencia ecológica en el país”.

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