A finales del siglo XIX, el zoólogo suizo Emílio Goeldi realizó una expedición al río Cunani y encontró grandes bloques de roca que parecían apuntar hacia el cielo en tierras del actual norte del estado de Amapá, un área en ese entonces en litigio entre Brasil y Francia. En el transcurso de las seis primeras décadas del siglo pasado, algunos investigadores de renombre, tales como el alemán Curt Nimuendajú en los años 1920 y los norteamericanos Betty Meggers y Clifford Evans a finales de los años 1950, también avistaron esas construcciones humanas con los mentados bloques de granito en algunos sitios arqueológicos. Se rescataron algunos escasos objetos cerámicos asociados a los lugares en que estaban los megalitos -tal como se les llama a esas grandes estructuras de piedra ordenadas o construidas por manos humanas- y así cobró cuerpo la interpretación de que en aquel territorio casi perdido de la Amazonía había vivido solamente una pequeña población de algún pueblo precolombino. Y esos sitios habrían sido usados básicamente con fines ceremoniales. Posteriormente, la región prácticamente quedó en el olvido para la ciencia.
Hasta que en 2005, una joven pareja de arqueólogos gaúchos, Mariana Petry Cabral y João Darcy de Moura Saldanha, dejó el sur del país y se mudó a la capital de Amapá para abocarse al estudio de algunos de los 200 sitios prehistóricos del estado, de los cuales unos 30 albergan megalitos. Aunque todavía existen muchas lagunas de conocimiento sobre la antigua cultura que esculpió y ordenó estos bloques de granito, algunos de hasta 2,5 metros de altura y un peso de 4 toneladas, el dúo de investigadores produjo una serie de datos nuevos sobre el contexto en que se erigieron estas estructuras. Por primera vez, el importante sitio de Rego Grande, dotado de vistosas piedras en posición vertical ubicado Calçoene, un municipio situado a 460 kilómetros al norte de Macapá, fue objeto de una datación por carbono 14, uno de los métodos más confiables. “Logramos realizar tres dataciones de fragmentos de carbón hallados dentro de pozos funerarios de Rego Grande”, dice Mariana, quien, al igual que Saldanha, trabaja en el Instituto de Investigaciones Científicas y Tecnológicas del Estado de Amapá (Iepa). Ese paraje estuvo habitado hace alrededor de mil años, dato que confirma las estimaciones iniciales de los científicos. Otros 10 sitios de Amapá, tres de ellos con megalitos, también fueron datados y todos parecen haber sido ocupados hace entre 700 y 1.000 años.
Es relativamente común que los sitios prehistóricos que albergan megalitos reúnan evidencias de haber sido usados como lugares para la observación de algún fenómeno astronómico. Ésa es una de las funciones que se le atribuyen comúnmente al famoso círculo de piedras de Stonehenge, erigido hace 4.500 años en el sur de Inglaterra. ¿Rego Grande sería entonces un Stonehenge amazónico? Las evidencias apoyan esta interpretación. En los últimos años, los arqueólogos han realizado mediciones sistemáticas siempre durante los días 21 ó 22 de diciembre, momento que marca el solsticio de invierno (Calçoene se encuentra arriba de la línea del ecuador), y verificaron que un fino monolito parece estar alineado con la trayectoria del sol a lo largo de ese día. Al nascer, el sol aparece en la cima de la roca, y con el correr de las horas va descendiendo hasta morir en la base de la roca. “En esa época del año el solsticio marca el comienzo de la temporada de lluvias en la Amazonia”, comenta Saldanha. “Los indios seguramente lo sabían”. Otros dos bloques de granito, incluso uno con agujero hecho por manos humanas, también ocupan posiciones aparentemente asociadas al movimiento del astro en esa fecha. Debido a que las piedras y los bloques inclinados de Rego Grande exhiben una robusta fundación hecha también de piedras, los arqueólogos creen que el ángulo del megalito fue pensado por sus mentores, y no sería fruto del desgaste natural sufrido por los pedazos de granito del sitio.
Experto en megalitos, en especial los de Alentejo, el arqueólogo portugués Manoel Calado, de la Universidad de Lisboa, coincide con la hipótesis de que las piedras inclinadas de Rego Grande pueden haber sido dispuestas de esa manera para marcar la observación en la línea del horizonte de eventos astronómicos simples, de carácter cíclico, como la trayectoria del sol solsticial, por ejemplo. “No tengo ninguna duda (de eso)”, dice Calado, quien ya estuvo en Amapá para conocer las estructuras líticas de ese sitio, pero no forma parte del grupo de investigación de los brasileños. “Ése es uno de los aspectos que tornan a los megalitos amazónicos muy similares a los de Europa”. Para él, la construcción de ese tipo de estructura puede haber sido realizada en Amapá en un momento en que las tribus locales pasaban por un proceso de sedentarización y de eclosión o de desarrollo de la agricultura. Era necesario que se hubieran fijado a la tierra para alterar el paisaje con estructuras del porte de los megalitos.
Cementerio
Rego Grande y otros sitios con megalitos exhiben signos de que fueron usados también como cementerios, otra característica típica de este tipo de estructuras prehistóricas. Urnas funerarias elaboradas en el estilo cerámico aristé, caracterizado por dibujos rojos sobre fondo blanco o puntuados con grabados en acilla todavía húmeda, fueron encontradas en esos lugares. Trozos de vasijas decoradas halladas junto a las urnas indican que los muertos pueden haber sido enterrados junto con ofrendas. “Los sitios con grandes megalitos se habrían destinado a las personas más importantes de la tribu”, afirma Saldanha. El problema es que se encontraron cerámicas de ese estilo igualmente en sitios prehistóricos que no exhiben monumentos de piedra. Común en toda la costa norte de Amapá y en la Guayana Francesa, la elaborada cerámica aristé dejó de hacerse luego de la llegada de los europeos a América y, según Mariana, su confección no puede asociarse a ningún pueblo indígena actual de la región.
La pareja de investigadores -dos tercios de la arqueología de Amapá, ya que hay tan sólo un experto más en el tema en el estado- excavó también en dos aldeas antiguas de la región de Calçoene, en donde habrían vivido los constructores de las grandes estructuras líticas. Y descubrieron vestigios solamente media docena de viviendas en cada aldea. Al comienzo de sus trabajos, los arqueólogos a su vez se basaron en la hipótesis de que podría haber existido una sociedad compleja y organizada, con una población numerosa y grandes campamentos en el norte de Amapá, más o menos en el año mil de la era cristiana, cuando surgieron los primeros megalitos. Pero ahora presumen que la alteración en el paisaje natural de Amapá puede haber sido obra de tribus con pocos representantes. “Habrían vivido en pequeñas aldeas dispersas, pero tenían líderes y una organización como para producir megalitos”, afirma Saldanha.
Republicar