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FINANCIACIÓN

Las subvenciones de la Financiadora de Estudios y Proyectos no aceleraron el ritmo de la innovación en las empresas brasileñas

El flujo errático de los recursos comprometió la capacidad de inversión en los últimos años

Mark Evans / Getty Images

Dos economistas del Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea) analizaron las razones por las cuales el programa de subvención económica de la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep) de Brasil tuvo efectos modestos en el ritmo de innovación en nacional. Esta modalidad de ayuda, puesta en marcha en 2006, propone destinar recursos públicos no reembolsables, es decir, que no necesitan devolverse, a proyectos de investigación y desarrollo (I&D) a empresas innovadoras. Su objetivo es impulsar iniciativas de alto riesgo tecnológico en el sector privado.

La investigación, realizada por Graziela Zucoloto y Priscila Koeller, del Centro de Investigación en Ciencia, Tecnología y Sociedad del Ipea, muestra que el programa se vio afectado por el flujo errático de los recursos. Entre 2014 y 2019, prácticamente no hubo inversiones (véase el gráfico). La Finep volvió a conceder subvenciones durante la pandemia y así y todo no consiguió darles impulso a emprendimientos audaces ni de gran envergadura. Esto se debe a que se redujeron los tiempos de vigencia de los proyectos y el volumen de recursos destinado a cada uno de ellos, así como los porcentajes de las contrapartidas puestas a disposición por las empresas.

Rodrigo Cunha

En el estudio, las investigadoras separaron el análisis en dos períodos: 2012-2015 y 2016-2020, correspondientes a las últimas Estrategias Nacionales de Ciencia, Tecnología e Innovación. En el primero, de 2012 a 2015, el monto promedio anual ofrecido mediante este instrumento llegó a ser de 266,8 millones de reales, con impactos positivos importantes, acercando a las empresas al sector académico e impulsando el depósito de registros de patentes. Esta situación se deterioró en los últimos años. Los valores promedio anuales disponibles entre 2016 y 2020 disminuyeron un 65 % en comparación con el primer período, a tan solo 93,3 millones de reales. Este retroceso se debió, sobre todo, al bloqueo sucesivo de los recursos provenientes del Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico, el FNDCT (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 304). Con recursos procedentes de los ingresos de diversos segmentos de la economía –tales como petróleo, energía, salud y biotecnología–, recaudados por los Fondos Sectoriales de Ciencia y Tecnología, el FNDCT es la principal herramienta de financiación de la investigación y la innovación del gobierno federal brasileño, responsable de suministrarles recursos a los programas de la Finep. “A causa de los reiterados bloqueos de sus recursos y con la opción de destinar los existentes a otras modalidades, las subvenciones han perdido su capacidad de inversión”, explica Zucoloto.

En el segundo período analizado se registró un incremento del conjunto de proyectos apoyados, impulsado principalmente por la liberación de los recursos destinados a las tecnologías relacionadas con el covid-19. En 2020, la Finep prácticamente relanzó el programa, concediendo 271,2 millones de reales a 191 proyectos de esta naturaleza, en lo que constituyó el mayor monto en subvenciones gestionado por la agencia desde 2016. Uno de ellos dio origen a una prueba de bajo costo para la detección del covid-19. El dispositivo, elaborado a base de silicio y desarrollado por la empresa Bioensaios, con sede en el estado de Paraíba, obtuvo resultados equiparables a los del test RT-PCR, el patrón oro en el diagnóstico del nuevo coronavirus. Otro proyecto, llevado a cabo por la empresa Plasmar Indústria, de Rio Grande do Sul, dio como resultado unas mascarillas antimicrobianas capaces de filtrar hasta el 95 % de las partículas transportadas por el aire, reduciendo la carga viral y el riesgo de contagio.

A juicio del economista y politólogo Luis Fernandes, del Instituto de Relaciones Internacionales de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-RJ), los recursos asignados a la lucha contra el covid-19 llegaron en buena hora, pero se limitaron a habilitar innovaciones incrementales, no estructurales, como cabría esperarse de los proyectos apoyados por ese programa. “Comprendo a los administradores de la Finep”, comenta Fernandes, quien fue presidente de la agencia de 2007 a 2011. “Ante la escasez de recursos, aprovecharon la pandemia para ampliar las subvenciones, pero dado el carácter de urgencia de esta medida, los proyectos no cubrirán las necesidades de innovación que requiere el país”.

Según Zucoloto, la tendencia que se observa en los últimos años parece haber contribuido a profundizar problemas de vieja data. Uno de ellos está vinculado a la extensión promedio prevista para los proyectos, que en los últimos 10 años se redujo de 53 a 24 meses. Hace tiempo que este fenómeno preocupa a los investigadores. “Si se tiene en cuenta que la subvención pretende financiar proyectos de alto riesgo tecnológico, que no serían viables sin la intervención del Estado, cabe preguntarse si tan solo dos años son suficientes para desarrollar innovaciones de gran impacto, capaces de atender a los intereses del país”, afirma Koeller. El profesor Roberto Bernardes, docente del Programa de Posgrado en Administración de la Fundação Educativa Ignaciana Padre Saboia de Medeiros (FEI), experto en gestión estratégica de la innovación y transformación digital, sostiene que el plazo promedio de un proyecto de innovación radical es de unos cinco años, dependiendo del nivel de frontera científica y complejidad tecnológica, y del grado de incertidumbre que se afronta: “dos años son insuficientes para promover innovaciones de alto riesgo”, dice el investigador. Gianna Sagazio, directora de Innovación de la Confederación Nacional de la Industria (CNI), puntualiza que no es posible estimar el impacto de una innovación solamente a partir del tiempo de ejecución del proyecto que la concibió. “No obstante, los datos del Ipea indican que en Brasil no existen perspectivas de apoyo público permanente y a largo plazo a las actividades empresariales de I&D de alto riesgo, y eso es grave”.

A juicio de la economista Domitila Santos Bahia, de la Escuela Paulista de Política, Economía y Negocios de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), “los resultados sugieren que la subvención se estaría utilizando para reemplazar la inversión privada en innovaciones incrementales, a menudo de utilidad para la empresa, pero no necesariamente ligadas a los retos que afronta el país”. Para Fernandes, sin embargo, es importante que los datos se analicen a la luz del contexto económico actual. “Las grandes empresas están invirtiendo menos en I&D, dado el escenario de incertidumbre política y económica del país en los últimos años, mientras que las pequeña y medianas empresas resienten su capacidad de inversión debido a la escasa demanda interna, de manera tal que, con menores inversiones de la Finep, cabe esperar que las contrapartidas que las compañías ofrecen también disminuyan”, dice el economista, en referencia a la parte que invierten las propias firmas en los proyectos financiados por la agencia.

Rodrigo Cunha

Uno de los objetivos de las subvenciones consiste en estimular a las empresas para que destinen recursos propios a emprendimientos de alto riesgo tecnológico. “La idea es que el aporte público cubra los gastos relacionados solamente con las actividades de I&D, quedando a cargo de las empresas, como contrapartida, el resto de los costos involucrados en el proyecto. Esto permite compartir con el Estado los riesgos del proceso de innovación”. Sin embargo, según la investigación del Ipea, las empresas están desembolsando proporcionalmente menos dinero propio en proyectos de esta índole. Las subvenciones lograron esa meta con cierto grado de éxito entre 2012 y 2015, cuando las contrapartidas llegaron a ser de un 107,6 % del monto asignado por la Finep. “Entre 2016 y 2020, ese porcentaje se redujo a un 42,3 %”, subraya Koeller. “Esto quiere decir que el sector empresario, sobre todo a partir de 2016, pasó a invertir proporcionalmente menos dinero propio en sus proyectos”, añade Zucoloto. Gianna Sagazio, de la CNI, recuerda que las empresas subvencionadas están obligadas a ofrecer contrapartidas, cuya base mínima está definida en las convocatorias públicas. “En un escenario de escasos recursos para subvenciones, es posible que las empresas estén ofreciendo contrapartidas cercanas al mínimo previsto en los pliegos licitatorios”, dice.

Los últimos diez años también estuvieron signados por los cambios en el tamaño de las empresas beneficiadas. La participación de las micro y pequeñas empresas, en relación con el valor total de proyectos financiados, se duplicó con creces entre ambos períodos, saltando de un 14,9 % entre 2012 y 2015 a un 41,6 % entre 2016 y 2020. Estudios anteriores ya habían advertido sobre este fenómeno. Uno de ellos, publicado en 2012 por el economista José Mauro de Morais, también del Ipea, analizó los valores promedio de los proyectos subvencionados, observando similitudes entre los montos percibidos por empresas de diferentes tamaños: en proporción, la suma recibida por las firmas pequeñas, en relación con su facturación, habría sido más elevada que la de las grandes compañías. “El caso es que las grandes empresas son las que dispondrían de mayor capacidad para realizar innovaciones de mayor impacto”, comenta Zucoloto.

La canalización de recursos hacia las empresas pequeñas no es algo malo, opina Fernandes. “Son innumerables las innovaciones que han aportado las pequeñas firmas de base tecnológica, y muchas de ellas son incorporadas posteriormente por las grandes compañías”, comenta. El problema principal, según Domitila Bahia, reside en la ausencia de una asociación entre la intensidad del apoyo público y el riesgo tecnológico de los proyectos. “La subvención intensiva de actividades de bajo riesgo aumenta la probabilidad de sustitución de las inversiones privadas por la inversión pública, lo que también contribuye a una fragmentación de los recursos entre un gran número de proyectos de menor fuste, con menos capacidad de impulsar cambios estructurales”, resalta. “La evaluación del riesgo minimizaría este efecto, en la medida en que los proyectos menos ambiciosos percibirían menos recursos”, añade Koeller.

Para Sérgio Salles-Filho, coordinador del Grupo de Estudios sobre Organización de la Investigación y la Innovación de la Universidad de Campinas (Geopi-Unicamp), los recursos disponibles en el programa de subvención son insuficientes como para impulsar innovaciones de gran impacto en las grandes empresas. “Los valores promedio concedidos por la Finep a cada proyecto entre 2005 y 2015, según se desprende de una investigación realizada por nuestro grupo, eran de aproximadamente 1,7 millones de reales, muy poco para marcar una diferencia en los esfuerzos de I&D en las grandes compañías, aun cuando puedan servirles a las pequeñas para invertir en desarrollos que les permitan crear nuevos modelos de negocio, destrabar aspectos específicos de su proceso productivo, apalancar alguna tecnología, etc.”, dice el investigador. Y añade: “Una cosa es desarrollar tecnologías, y otra muy distinta transformarlas en bienes o servicios, algo que, invariablemente, exige inversiones y esfuerzos en los llamados activos complementarios”.

“Según él, Brasil padece un problema estructural en su proceso de innovación. “No se trata solamente de falta de dinero”, dice Salles-Filho, quien subraya que Brasil es una de las economías más cerradas del mundo, basada en la exportación de bienes de baja intensidad tecnológica. “La mayoría de las empresas nacionales están centradas en el mercado local: hay pocas que operen en el mercado global en segmentos sensibles a la competencia internacional”, comenta. “No tienen la presión de desarrollar diferencias competitivas que requieran de inversiones sistemáticas en I&D, por más dinero que se les conceda. Hace falta un factor de estímulo estructural a la innovación”.

Según las autoras del estudio, este escenario sirve de advertencia para los próximos años. Tras promulgarse la Ley Complementaria nº 177, aprobada en 2021 por el Congreso Nacional, el gobierno está impedido de aplicar nuevas retenciones de los recursos del FNDCT. La subvención debería registrar un aumento de ingresos y se podrá invertir en más proyectos. El riesgo radica en que el programa siga subsidiando, de manera fragmentada, actividades de bajo riesgo tecnológico. Para Roberto Bernardes, de la FEI, los programas de subvenciones deben tener como meta promover innovaciones radicales y perfeccionar los mecanismos de gestión de los proyectos y la promoción de sus resultados. “Esto solo es posible mediante una amplia oferta de recursos y proyectos estructuradores a largo plazo, capaces de articular a empresas de distinta envergadura y de diversas áreas, universidades e institutos de investigación en torno a un mismo objetivo estratégico, siguiendo el ejemplo de experiencias de otros tiempos, como el Programa Nacional del Alcohol [Proalcool]”, dice. Sagazio aclara que la CNI está articulándose con entidades del ecosistema de ciencia, tecnología e innovación, incluidos el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI) y la Finep, para garantizar que los recursos de las subvenciones se apliquen correctamente en proyectos de alto impacto tecnológico. “Urge definir las directrices de inversión, las áreas prioritarias o los nichos de excelencia para la ejecución de políticas orientadas por misiones, siguiendo el ejemplo de otros países”.

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