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MEMORIA

Los antiguos peligros al recibir sangre

Hasta los descubrimientos de principios del siglo XX, las transfusiones dependían básicamente de la suerte

Jeringa importada, utilizada en los años 1920 en las transfusiones de sangre domiciliarias: el donante debía ser siempre del tipo 0

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

“Se realizó por primera vez en esta ciudad una transfusión de sangre a una paciente con beriberi”, anunciaba el periódico O Globo, de Río de Janeiro, en su edición del 28 de junio de 1877. La nota publicada en ese diario ‒que no guarda relación con el periódico homónimo actual‒ registraba uno de los capítulos de la historia de una técnica de tratamiento médico que provocó la muerte de pacientes hasta alcanzar los perfeccionamientos actuales, que redujeron drásticamente tanto los riesgos de reacciones adversas como la transmisión de enfermedades.

El beriberi es consecuencia de la falta de vitamina B1, presente en alimentos como la carne y las legumbres. La enfermedad había dejado a una mujer en un estado “verdaderamente desahuciado”, como informaba la prensa y, para tratar de salvarla, el médico Antônio Felício dos Santos (1843-1931), del hospital Casa de Saúde São Sebastião, en el barrio de Catete, decidió utilizar el aparato de Collin.

Wikimedia CommonsGrabado de 1882 que muestra a un médico de Ginebra realizando una transfusión a una mujer que había perdido mucha sangre tras dar a luz gemelos prematurosWikimedia Commons

Así llamado por su inventor, el ingeniero mecánico francés Anatole Collin (1831-1923), propietario de una fábrica de instrumental quirúrgico, consistía en un embudo en el que se vertía la sangre, conectado por una manguera a un recipiente de vidrio con capacidad para 300 mililitros (ml) provisto de un émbolo en su extremo. Al tirar del émbolo, la sangre del embudo era recogida en el recipiente y, al presionarlo, empujaba una esfera metálica flotante que impedía el retorno de la sangre haciendo que esta saliera por la manguera del otro extremo, conectada por una aguja a la vena del brazo del paciente. La invención, presentada en la Academia de Medicina de París el 8 de diciembre de 1874, fue adoptada por el Ejército francés y distribuida por todo el mundo.

La mujer recibió 50 ml de sangre donada por su marido y falleció cinco minutos después de la transfusión. La muerte se atribuyó a la gravedad de su estado de salud. Santos era miembro de la Academia Imperial de Medicina, pero no dejó constancia de haber informado de la experiencia a sus colegas, como era habitual.

“En la historia de las transfusiones de sangre se omitió mucha información. Las experiencias con el dispositivo en cuestión deben haber sido muchas, pero los registros de su uso son escasos”, dice la farmacéutica Ana Cláudia Rodrigues da Silva, de la Universidad Federal Fluminense (UFF), coautora de un artículo sobre el tema publicado en septiembre de 2022 en la revista Brazilian Journal of Development. “¿Cuántas personas habrán muerto por hemorragias, por ejemplo, en una época en la que ni siquiera se conocían los grupos sanguíneos, algo esencial para determinar la compatibilidad entre donante y receptor?”.

photos.com / freeimagesAparato de transfusión Collin: lanzado en París en 1874 y utilizado en muchos países, incluso en Brasilphotos.com / freeimages

Hasta principios del siglo XX, el resultado de una transfusión dependía básicamente de la suerte. Hubo episodios trágicos, como el intento de salvar al papa Inocencio VIII (1432-1492), que se hallaba al borde de la muerte como consecuencia de una grave enfermedad renal. A falta de alternativas, sus médicos lo convencieron de beber sangre humana.

Según las versiones que llegan a nuestros días, de las que no quedaron pruebas ni mayores precisiones, tres niños de 10 años se habrían ofrecido para donarle su sangre al papa, a cambio de un ducado. El primero murió después de que le extrajeran la sangre, pero el papa mostró una leve mejoría. Alentados por este hecho, los médicos convocaron al segundo donante, le extrajeron menos sangre que al primero, pero en esta ocasión, el papa fue acometido por una fiebre alta, sus riñones dejaron de funcionar y falleció. El segundo donante murió poco después, probablemente por anemia. El tercer niño no tuvo que donar sangre, pero igualmente murió al poco tiempo, también de anemia, por entonces una enfermedad sin diagnóstico ni tratamiento adecuado.

Museo de la Santa Casa de São Paulo / Reproducción: Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESPJeringa de Jubé, importada de FranciaMuseo de la Santa Casa de São Paulo / Reproducción: Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

Otro experimento fallido, en este caso en París, en 1678, instó a los gobiernos de Francia e Inglaterra a prohibir ‒y penalizar‒ las transfusiones de sangre. En Edimburgo (Escocia), en 1818, el obstetra James Blundell (1790-1878), cambió la ecuación cuando, tras experimentar con animales, realizó la primera transfusión exitosa en mujeres con hemorragia posparto. Para ello empleó un embudo donde recogía la sangre que salía de la vena del donante y luego fluía por una manguera hasta llegar al receptor a través de una aguja. Su técnica se limitaba a los casos de extrema gravedad, cuando la muerte era casi segura, porque los resultados eran inciertos: algunas pacientes se recuperaban, pero otras morían.

Los riesgos disminuyeron considerablemente a partir de 1901. Aquel año, mientras investigaba las causas del deceso de pacientes luego de una transfusión, el patólogo austríaco Karl Landsteiner (1868-1943), del Instituto Anatomopatológico de Viena, por entonces capital del imperio austrohúngaro, identificó el primer grupo sanguíneo, el sistema ABO, compuesto por cuatro tipos (A, B, AB y O), caracterizados por la presencia o ausencia de proteínas específicas en los glóbulos rojos o en el plasma sanguíneo. Se hizo evidente que las reacciones indeseadas eran resultado del ataque del sistema inmunitario del paciente a las proteínas incompatibles procedentes del donante. Sus estudios le valieron el premio Nobel de Medicina o Fisiología de 1930.

Museo Histórico de la FM-USP / Reproducción: Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP Transfusor con tubos de goma concebido por el médico brasileño José Augusto de Arruda Botelho para la transfusión directa de la sangre del donante al pacienteMuseo Histórico de la FM-USP / Reproducción: Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

En 1940, en el Instituto Rockefeller de Investigaciones Médicas de Nueva York, Landsteiner y el médico estadounidense Alexander Salomon Wiener (1907-1976) descubrieron el factor Rh, un antígeno ‒proteína capaz de activar las defensas del organismo‒, en el suero de conejos inmunizados con la sangre de un macaco Rhesus. Las personas que producían esta proteína comenzaron a denominarse Rh+ (positivo) y las que no, Rh- (negativo); las que son Rh+ pueden recibir sangre tanto de Rh+ como de Rh-, pero solo pueden donarles a otras Rh+.

Años antes, otro grave problema había sido resuelto: fuera del cuerpo, la sangre se coagula rápidamente. En 1914, trabajando por separado y si conocer los resultados del otro, el cirujano belga Albert Hustin (1882-1967) y el médico argentino Luis Agote (1868-1954) demostraron que la adición de citrato de sodio impedía la coagulación, sin causarle daños al paciente.

Biblioteca de la Universidad de WisconsinKarl Landsteiner en su laboratorio en la Universidad de Viena, donde identificó el primer grupo sanguíneo, el sistema ABOBiblioteca de la Universidad de Wisconsin

El estudio de Silva y otros coautores recoge que en 1915, inspirado en el trabajo de Agote, el médico João Américo Garcez Fróes (1874-1964) llevó a cabo en el Hospital Santa Izabel, de la Santa Casa de Misericordia de Bahía, en Salvador, la primera transfusión de sangre exitosa en Brasil. La paciente era una trabajadora doméstica, Maria Salustiana, de 26 años, quien padecía una grave anemia como consecuencia de una hemorragia derivada de una cirugía para la extracción de un pólipo en el cuello del útero.

En la ocasión, Fróes utilizó un dispositivo diseñado por Agote. La sangre del donante se almacenaba con citrato de sodio en un recipiente conectado a dos mangueras. Un frasco más pequeño conectado a una de ellas contenía una pera de goma que ejercía presión para que la sangre fluyera por la otra manguera hasta la aguja y el brazo de la paciente. El grupo sanguíneo, aunque ya se conocía, no se analizó. Por suerte, la sangre del donante ‒João Cassiano, un empleado de la guardia del hospital de 22 años, escogido porque aparentaba gozar de buena salud‒ y la de Salustiana eran compatibles.

En 1916, la médica Isaura Leitão de Carvalho (¿1885?-1928) describió ésta y otras tres transfusiones de sangre exitosas, también sin tipificar el grupo sanguíneo, realizadas aquel mismo año por Fróes, quien la dirigió en su trabajo de fin de grado presentado en la Facultad de Medicina de Bahía, actual unidad de la Universidad Federal de Bahía (UFBA). En 2019, la médica hematóloga Cristiane Silveira Cunha recuperó los registros de estas historias en su tesis doctoral, presentada en la Universidad Federal del Estado de Río de Janeiro (UniRio). “Tuve que indagar bastante, pero visité el centro ambulatorio en donde trabajaba Carvalho y encontré a una sobrina nieta suya, Ana Mary, quien conservaba fotos de ella”, relata.

Cunha también encontró un texto que pone de manifiesto la indiferencia con que otros médicos reaccionaron a una presentación de Fróes el 5 de mayo de 1918 en la Sociedad Médica Hospitalaria de Bahía. La nota, publicada en el número del 29 de junio de aquel año en la revista Brazil Médico daba cuenta del “olvido inmerecido de los trabajos en Bahía, como aconteció a propósito de la transfusión sanguínea que él había realizado, alrededor de dos años antes, empleando el método del Dr. Luis Agote”.

Ejército de los EE. UU. Recipientes con sangre en camino a la playa de Normandía, en junio de 1944, durante la Segunda Guerra MundialEjército de los EE. UU.

En 1918, sin citar a Fróes, el médico Augusto Brandão Filho (1881-1957), presentó un trabajo en la Facultad de Medicina de Río de Janeiro ‒hoy en día vinculada a la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ)‒ sobre la transfusión en niños, donde describía un caso propio, en un bebé prematuro con hemorragia digestiva en la Maternidade das Laranjeiras, en Río de Janeiro. La técnica que empleó se convirtió en una práctica de rutina, aunque hay escasos relatos anteriores a la creación del Servicio de Transfusión de Sangre (STS), en 1933, también en Río de Janeiro.

Entretanto, se introdujeron algunas mejoras. Una evolución del dispositivo de Agote, la jeringa de Jubé ‒creada por el médico francés Louis Jubé (1899-¿?) en 1924‒, facilitó el trabajo al unir con dos mangueras el brazo del donante y el del receptor, prescindiendo del uso del anticoagulante. Unas abrazaderas en las mangueras garantizaban que la sangre fluyera en la dirección correcta. El circuito quedaba cerrado, al vacío, y era fácil de esterilizar. Con el acceso a los reactivos para la tipificación del grupo sanguíneo, los médicos establecieron servicios de transfusión, con registros de donantes del grupo 0, que podían donar a todos los demás grupos. En realidad, no existían donaciones, porque todas las transfusiones eran pagas.

FiocruzAfiche para una campaña de donación de sangre, inspirada en la Ley HenfilFiocruz

El advenimiento de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) impulsó la creación de bancos de sangre en todo el mundo. En Brasil, el primero se creó en 1942 en el Instituto Fernandes Figueira, en Río de Janeiro. Al mismo tiempo, la hemoterapia se convirtió en una especialidad médica. Hasta entonces, las transfusiones eran responsabilidad de cirujanos y obstetras, mientras que la hematología se ocupaba de las enfermedades infecciosas, como el mal de Chagas y la fiebre amarilla. La Sociedad Brasileña de Hematología y Hemoterapia (SBHH), fundada en 1950, unificó ambas áreas.

“Hasta 1980, la donación de sangre remunerada era un medio de vida. Los que más donaban eran la gente pobre, a cambio de algo de dinero”, comenta el hematólogo Nelson Hamerschlak, del Hospital Israelita Albert Einstein, de São Paulo. “Era preocupante porque los agentes causantes de la hepatitis o del mal de Chagas podían transmitirse por la sangre”. Para cambiar esta situación, la SBHH puso en marcha en 1979 una campaña de donación voluntaria de sangre.

El 30 de abril del año siguiente, el Programa Nacional de Sangre y Hemoderivados (Pró-sangue) estableció el sistema hemoterápico brasileño, con la creación de hemocentros especializados en la colecta, procesamiento y almacenamiento de la sangre y sus derivados. Una de sus directrices era la donación voluntaria; otra era la seguridad de los donantes y receptores, que la epidemia de VIH/Sida, en la década de 1980, puso a prueba. “La cifra de casos de transmisión del virus VIH, causante del sida, empezó a crecer dramáticamente, sobre todo entre los pacientes portadores de hemofilia o aquellos que recibían varias transfusiones”, relata el hematólogo de la Universidad de Campinas (Unicamp) Carmino Antônio de Souza (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 323). “Por desgracia, no disponíamos de métodos de laboratorio para la prevención o incluso para saber cómo tratar a los pacientes con productos completamente seguros”.

En 1988, la Ley Henfil ‒llamada así en homenaje al humorista gráfico Henrique de Souza Filho (1944-1988), quien era hemofílico y, al igual que sus dos hermanos, contrajo el VIH por una transfusión‒ dispuso la obligatoriedad de los exámenes serológicos para detectar el virus del sida. Ese mismo año, la nueva Constitución otorgó al Gobierno Federal el poder de regular, supervisar y controlar la sangre y sus derivados, como el plasma, y prohibió su comercialización.

Recién en 2014, la Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria (Anvisa) publicó los requisitos que deben seguirse en cualquier hemocentro del país. Hoy en día, antes de extender el brazo para donar sangre, el posible donante debe ceder una muestra para la identificación del grupo sanguíneo (ABO y Rh) y para la detección de los agentes transmisores del VIH, el VLTH-1, la sífilis, las hepatitis B y C y el mal de Chagas. Souza celebra los progresos logrados en esta larga historia: “Afortunadamente, las reacciones por incompatibilidad y la transmisión de virus, bacterias y protozoos por transfusiones de sangre y sus componentes, hoy son muy raras”.

Artículos científicos
CUNHA, C. et al. Transfusão de sangue no Rio de Janeiro e em Salvador: A tecnologia na virada do século. Cadernos UniFOA. v. 17, n. 48. abr. 2022.
JUNQUEIRA, P. C. et al. História da hemoterapia no Brasil. Revista Brasileira de Hematologia e Hemoterapia. v. 27, n. 3, p. 201-7. sep. 2005.
VITORINO, M. et al. Medicina transfusional brasileira: O resgate de uma história. Brazilian Journal of Development. v. 8, n. 9. sep. 2022.

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