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Polémica

Los dueños de la lluvia

Las intervenciones en el clima global pueden ser factibles actualmente, aunque conllevan enormes riesgos

MARIANA ZANETTIDos nuevas expresiones -gerenciamiento del clima y geoingeniería- están apareciendo con mayor frecuencia en los debates internacionales sobre la ciencia y la política de los cambios climáticos. Uno de los motivos es el fracaso del intento por implementar políticas efectivas para la reducción de las emisiones de gases que provocan el efecto invernadero. Lo novedoso es que ya no comporta una utopía pensar en intervenir en el clima regional o mundial para evitar el continuo aumento de la temperatura media global, las sequías o las grandes inundaciones que cada vez son más frecuentes, a medida que las alteraciones climáticas se magnifican. Hoy día es factible utilizar aviones, globos o cañones para diseminar partículas de aerosoles en la estratosfera o aumentar la nubosidad del planeta sembrando nubes. Estas intervenciones podrían reflejar parte de la radiación solar de regreso hacia el espacio y enfriar el planeta, como una forma de reducir los efectos de las crecientes concentraciones de gases de efecto invernadero, tales como el dióxido de carbono (CO2).

Sin embargo, los expertos advierten que puede ser bastante peligroso, y no sólo porque los efectos de esas intervenciones en el clima global son imprevisibles. “Un sólo país o un millonario pueden intentar cambiar el clima en la Tierra, con consecuencias imprevisibles”, observó el físico Paulo Artaxo, docente de la Universidad de São Paulo (USP), durante un debate realizado en junio en el Instituto de Relaciones Internacionales de la USP. “Espero que no comience una competencia entre países, grandes empresas o millonarios de Estados Unidos, de Inglaterra o del mundo árabe que se propongan salvar el mundo cambiando el clima adrede. La posibilidad ya existe, basta con tomar la decisión”.

Se estima que liberar toneladas de azufre en la alta atmósfera para producir partículas de aerosoles costaría 10 mil millones de dólares anuales, bastante menos que el billón previsto para la reducción de las emisiones de CO2. La geoingeniería o ingeniería climática, tal como se la denomina a la intervención deliberada y en amplia escala en el clima, ofrece otras posibilidades. Las más sencillas incluyen el aumento de la reflexión en las superficies de las construcciones o la reforestación en gran escala, ya que las plantas absorben grandes cantidades de CO2 mientras crecen. Hay posibilidades más refinadas que consisten en esparcir iones de hierro en el océano para aumentar la fertilidad de las algas marinas, que acumularían CO2 y lo llevarían hacia el fondo de los océanos.

La geoingeniería, cuyo debate comenzó en el ámbito académico durante los años 1960, cobró estado público durante el mandato de George W. Bush, presidente de Estados Unidos entre 2001 y 2009. Bush prefería apostar por estrategias de ese tipo para lidiar con los efectos de los problemas provocados por el calentamiento global, en lugar de reducir las emisiones, previniendo los daños. Los defensores de la geoingeniería -un grupo que incluye a la industria de los combustibles fósiles y algunos científicos que consideran que el problema climático es tan urgente que requiere intervenciones drásticas- argumentan que existe la posibilidad de reducir la temperatura del planeta a propósito, no como una panacea, sino como medida paliativa, mientras otras medidas que requieren mayor tiempo se ponen en práctica.

Riesgos
Alan Robock, investigador de la Universidad Rutgers, de Estados Unidos, ha alertado que los riesgos pueden superar a los beneficios, aunque la geoingeniería funcione como se espera. En su opinión, los cambios deliberados en el clima global podrían aliviar la presión social en pro de la adopción de medidas tendientes la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero, pero podrían descontrolar el clima todavía más, ya que uno de los efectos previstos sería la reducción de las lluvias anuales -los monzones- sobre Asia y África, amenazando la producción de alimentos para centenares de millones de personas.

En el año 2008, en la revista Science, Robock afirmó que la geoingeniería podría utilizarse como arma de guerra por parte de un país contra pueblos enemigos, provocando sequías o inundaciones con consecuencias catastróficas en territorios hostiles. También emergen preguntas aún sin respuestas: ¿quién controlaría el clima y diría cuándo parar? Robock propone el siguiente escenario: ¿y si Rusia quisiera elevar un poco la temperatura global y la India quisiera disminuirla? Eduardo Viola, sociólogo de la Universidad de Brasilia (UnB), quien participó del debate en la USP, teme que los países más poderosos, tales como China, Rusia, o Estados Unidos tomen decisiones unilaterales que puedan beneficiarlos, pero perjudicando a otros.

“No contamos con un gobierno global para abordar estos problemas. ¿Qué haría Sarah Palin si fuera presidente de Estados Unidos?”, inquirió Jason Blockstock, investigador del Center for International Governance Innovation (Cigi), de Canadá, durante su presentación en la USP. “Debemos comprender claramente todas sus implicaciones”. Cada estrategia conlleva fuertes efectos colaterales. Según él, el incremento de la cantidad de azufre en la atmósfera puede enfriar la Tierra, aunque también puede alterar las precipitaciones y el balance de la radiación directa y difusa, con fuertes efectos sobre el funcionamiento de los ecosistemas. En cambio, la propuesta de reducción de un 0,5% en el tenor de azufre del combustible utilizado por buques hasta el año 2020, expuesta como forma de evitar 35 mil muertes, principalmente en las cercanías de los puertos, podría propiciar un aumento de la incidencia de la luz solar en la superficie, por lo que el planeta se recalentaría todavía más.

“En general, los científicos se muestran proclives a la investigación en geoingeniería y pueden planificar experimentos en pequeña escala durante los próximos años”, dice Artaxo, basándose en las reuniones internacionales en las que ha participado. “El problema reside en que los efectos no son únicamente locales”. Como consecuencia de los vientos, parte de una carga de azufre liberada, por ejemplo, en la región central de Estados Unidos, iría fácilmente a parar al Atlántico o al Pacífico en un solo día, con consecuencias imprevisibles en el equilibrio del clima terrestre.

Las descargas intencionales de partículas aerosoles producirían un efecto similar al de las supererupciones volcánicas. El ejemplo más comentado es el del Pinatubo, un volcán de las Filipinas que entró en erupción en junio de 1991. En pocos días, liberó 20 megatoneladas (cada megatonelada equivale a mil millones de kilogramos) de dióxido de azufre (SO2). Las partículas se esparcieron por la atmósfera y la temperatura del aire en la superficie de los continentes del hemisferio Norte disminuyó dos grados. Al cabo de un año, las partículas se asentaron y la temperatura volvió a aumentar.

En 2002, en la revista Science, Robock mencionó que la dispersión de partículas provenientes de la erupción volcánica no es un fenómeno inocuo: puede reducir la radiación solar y, por consiguiente, la evaporación y la lluvia durante uno o dos años. Artaxo señala otra consecuencia devenida de la acumulación de aerosoles en la atmósfera: “Nunca más tendremos cielos azules como ahora, y los telescopios ópticos en la superficie terrestre quedarían inutilizados”.

Según él, la mejor solución contra los efectos del calentamiento global es la urgente reducción del consumo de combustibles fósiles y de las emisiones de gases de efecto invernadero, como así también la modificación del modo en que utilizamos los recursos naturales del planeta. “Si fuéramos inteligentes”, dice, “podríamos utilizar los recursos naturales del planeta de manera más eficiente y sostenible, sin necesidad de experimentos estrafalarios que ponen aún más en riesgo a nuestro frágil ecosistema terrestre”.

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