Hijo de un boliviano que siendo adolescente se fue a Río de Janeiro hace más de 60 años y se recibió de médico, el economista Leonardo Monasterio investiga si los actuales descendientes de los inmigrantes europeos y japoneses que llegaron a Brasil durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del siglo XX usufructúan aún hoy en día las ventajas económicas y educativas asociadas a sus ancestros. De acuerdo con un estudio publicado por Monasterio el 5 de mayo en la revista científica PLOS ONE, los trabajadores brasileños con contratos formales que tienen al menos un apellido japonés, italiano, alemán o del Este Europeo ganan significativamente más y tienen un nivel de escolaridad ligeramente mayor que los portadores de nombres de familias ibéricas, originarios de Portugal o de España. Esta disparidad se vuelve aún mayor si la comparación incluye a las ganancias y los años formales de estudio de los trabajadores negros, pardos y descendientes de aborígenes, que representan alrededor del 55% de la población brasileña.
El sueldo promedio y la escolaridad de los individuos con apellidos nipones fueron los más elevados de la muestra, que determinó la ancestralidad de los trabajadores con empleos formales en Brasil con base en el análisis de sus apellidos. De acuerdo con el artículo, los trabajadores de origen japonés ganan en promedio 73 reales por hora, más del doble que los portadores de apellidos ibéricos y casi tres veces más que los negros y mulatos. Los descendientes de asiáticos frecuentaron la escuela, en promedio, durante 13,6 años, alrededor de tres años más que negros y pardos. Luego se ubicaron, y tanto en el apartado económico como en el educativo, siempre en este orden, los descendientes de italianos, de alemanes y de europeos orientales (véase el recuadro). “No podemos saber aún cuál es la causa de la desigualdad. En esa época, los inmigrantes estaban más alfabetizados que los brasileños, y una parte de ellos recibieron subsidios”, explica Monasterio, del Instituto de Investigación Económica Aplicada (Ipea) y docente del posgrado en economía de la Universidad Católica de Brasilia (UCB). “Pero la discriminación histórica y contemporánea o incluso las diferencias culturales también pueden explicar el plus salarial concedido a los no ibéricos.”
Para realizar el estudio, el economista tuvo acceso a la edición de 2013 del Registro Anual de Información Social (Rais). Se trata de un conjunto de datos socioeconómicos que los empleadores le suministran al Ministerio del Trabajo. Ese año, el Rais contenía información sobre 46,8 millones de brasileños con edades entre 23 y 60 años que trabajaban al menos 40 horas semanales. Las ganancias de los muy ricos, que no viven de sueldos, y de los más pobres, que no tienen ocupaciones registradas, no constan en el estudio realizado por el ministerio. “El Rais suministra una buena idea de cómo son los salarios de las capas medias de la población brasileña”, explica Monasterio.
Con la ayuda de métodos automáticos que se valen de algoritmos para discriminar el origen de los apellidos, el investigador encontró poco más de medio millón de diferentes nombres de familias en la enorme base de datos. Sin embargo, los cinco nombres de familias más comunes (Silva, Santos, Oliveira, Souza y Pereira) eran usados como segundo o último apellido por 14 millones de trabajadores, casi una tercera parte de los registrados en el Rais (véase el recuadro). Cuando un individuo tenía más de un apellido, sólo el último de éstos se tuvo en cuenta en los análisis referentes a escolaridad e ingresos económicos.
La constatación de que los actuales descendientes de los inmigrantes japoneses, italianos, alemanes y del Este Europeo ganan más que los blancos de origen ibérico y mucho más que los negros, mulatos e indígenas era esperable. La misma constituye un reflejo de una desigualdad socioeconómica que perdura desde hace décadas en el país. Entre finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, la llegada a Brasil de inmigrantes europeos y también provenientes de Japón formó parte de una política de Estado que apuntó a sustituir la antigua mano de obra negra y esclava, que había sido libertada hacía poco tiempo, por trabajadores blancos.
“Los inmigrantes, y después sus descendientes fueron los primeros en tener acceso a los empleos formales en Brasil, así como a la educación”, comenta la socióloga Rosana Baeninger, del Núcleo de Estudios de Población (Nepo) de la Universidad de Campinas (Unicamp), estudiosa del proceso inmigratorio en São Paulo. “También poseían habilidades que fueron importantes para el desarrollo de las ciudades y difundían la idea de que se dedicaban al trabajo”. En resumen, las mejores oportunidades se les ofrecieron históricamente a los contingentes de origen europeo (o nipón) de la población brasileña, mientras que los descendientes de los esclavos libertos y de los pueblos originarios quedaron relegados a un plano secundario.
Ibéricos, pero no tanto
La determinación de la ancestralidad de un individuo parece ser una tarea sencilla, siempre y cuando se tenga acceso a su apellido. Pero existen obstáculos y limitaciones que deben solucionarse. En el caso del trabajo del economista del Ipea, el primero de ellos era de índole cuantitativa. No es factible clasificar manualmente a medio millón de distintos apellidos recurriendo sólo a fuentes históricas. Pero existen programas de computadoras que lo hacen en forma automática. De este modo, Monasterio separó los nombres de familias en cinco categorías: japoneses, italianos, alemanes, del Este Europeo e ibéricos, que respondieron por la mayor parte del flujo migratorio de 3,2 millones de extranjeros que ingresaron en Brasil en el viraje del siglo XIX al siglo XX.
En los cuatro primeros casos, la asociación casi siempre es directa e inmediata. Una persona con apellido nipón es descendiente de japoneses que probablemente llegaron a Brasil hace alrededor de 100 años, el principal momento histórico de la entrada de inmigrantes en el país. La estrategia funciona en la mayoría de los casos, pero no es perfecta. Un apellido teutón puede indicar en rigor la existencia de un descendiente de alemanes, pero también de austríacos o suizos de lengua germana. Los apellidos de pueblos cuya inmigración a Brasil fue menos significativa que la de los europeos (tal el caso de los árabes) terminan quedando clasificados en forma imperfecta.
El mayor desafío del estudio consistió en asociar los apellidos ibéricos al flujo migratorio de portugueses o españoles a Brasil. Los algoritmos que empleó Monasterio no diferencian a los apellidos de origen portugués de los oriundos de España, pues tienen una grafía muy parecida. La salida consistió en adoptar la clasificación paraguas de apellido ibérico. Pero los problemas no terminaron allí. Aparte de abarcar a individuos blancos que realmente descienden de inmigrantes portugueses y españoles, esta clasificación también incluye a negros, pardos e indígenas cuyas familias se vieron probablemente obligadas a adoptar un apellido ibérico en el pasado. Por ende, en Brasil, el hecho de tener un apellido típicamente lusitano como Silva u Oliveira no necesariamente implica ser hijo, nieto o bisnieto de portugueses. Para separar a los dueños de apellidos ibéricos que son blancos y descienden de europeos de los que son negros y pardos, cuyos ancestros africanos fueron traídos a la fuerza y esclavizados en Brasil, el economista debió agregar el criterio del color o la raza al Rais. “En esos casos, para determinar la ancestralidad, tuvimos que crear un índice híbrido, que tenía en cuenta el apellido y también el color autodeclarado”, aclara el economista.
Los 46,8 millones de trabajadores registrados en el Rais tienen 531.009 apellidos distintos. En ese contingente, que equivale casi a una cuarta parte de la población brasileña, la inmensa mayoría posee nombres de familia oriundos de la Península Ibérica: el último o el segundo apellido del 88,1% de los registrados es de origen portugués o español. Hay 6 millones de Silva, 3,5 millones de Santos y 1,9 millones de Oliveira, por ejemplo. Luego aparecen los apellidos italianos (el 7,2% de los empleados), alemanes (el 3,2%), europeos del este (el 0,8%) y japoneses (un 0,7%). Como Brasil no recibe grandes flujos migratorios desde hace más de un siglo, la presencia actual de apellidos de otros países es modesta. Pero éste no es un estándar universal. En España, en la lista de los 500 apellidos más comunes actualmente, aparecen un apellido indio (Singh) y uno chino (Chen).
La mayor concentración de apellidos no ibéricos se ubica en la franja territorial que empieza en el centro-norte de Rio Grande do Sul, pasa por Santa Catarina y termina en el centro-sur del estado de Paraná, según el estudio de Leonardo Monasterio. La presencia de un gran contingente de trabajadores con nombres de familias de origen italiano, alemán, del Este Europeo y japonés en una región o un país parece producir efectos positivos sobre todos los empleados de ese lugar, según resultados preliminares de un trabajo que están realizando Monasterio y su colega Philipp Ehrl, economista de la UCB. “Un aumento del 10% en el porcentaje de trabajadores brasileños con ancestralidad no ibérica, estimada de acuerdo con el apellido, genera un incremento del 2,2% en los sueldos de todos”, estima Monasterio. Este efecto sería más perceptible en ciudades que son étnicamente más diversas y funcionan como un polo de atracción de trabajadores con nuevas habilidades. Los economistas están ahora trabajando con datos del Rais sobre Rio Grande do Sul para poner a prueba esta tesis.
Artículo científico
MONASTERIO, L. Surnames and ancestry in Brazil. PLOS One. 8 may. 2017.