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Diplomacia

Los indeseables

La política inmigratoria del Estado Novo de Vargas ocultaba un proyecto de blanqueamiento

Archivo del Museo Lasar Segall - IBRAM/ MinCNavio de emigrantes, de Lasar Segall (1939/ 41), pintura al óleo con arena sobre tela, 230 x 275 cmArchivo del Museo Lasar Segall - IBRAM/ MinC

Cuando en 1995 se abrió al público el Archivo Histórico de Itamaraty, parte de su documentación reveló que la institución había participado en la política racista y discriminatoria de extranjeros del Estado Novo, con lo cual se catapultó el pasado del Ministerio de Relaciones Exteriores a la incómoda posición de “portero de Brasil”. Una nueva investigación, intitulada Imigrante ideal (Civilização Brasileira), del historiador Fábio Koifman, de la Universidad Federal Rural Fluminense (UFRF), exime a Itamaraty de toda responsabilidad por esa política restrictiva. “Es un equívoco historiográfico, puesto que se ignora que, entre 1941 y 1945, el Servicio de Visado se encontraba a cargo del Ministerio de Justicia, el responsable real de la resolución final de aceptación o no de extranjeros”, dice Koifman. Ése fue el único momento en la historia de la República que la atribución no estuvo en el ámbito de Itamaraty.

El investigador sostiene que es la primera vez que se analiza el rol central del Ministerio de Justicia, de su titular, el jurista Francisco Campos (1891-1968), y de Ernani Reis (1905-1954), dictaminador del ministerio, un burócrata que, mediante su interpretación, decidía, basado en la legislación, quién ingresaba o no al país. Sus sugerencias casi siempre eran aceptadas por el ministro y se basaban en la selección de los inmigrantes “deseables”, que se encajaban en el proyecto de “blanqueamiento” de la población brasileña durante la dictadura de Vargas. Negros, japoneses y judíos, así como también ancianos y deficientes, no entraban en el estándar instituido y eran rechazados como “indeseables”.

La investigación de Koifman comenzó cuando encontró el decreto ley 3.175, de 1941, que traspasaba el poder de decisión de las concesiones de visas del Ministerio de Relaciones Exteriores al Ministerio de Justicia. Pero el Servicio de Visado en sí no se creó por decreto, aunque existía un papel firmado y todo. Sin embargo, no se lo instituyó formalmente y su presupuesto provenía de otros organismos. “Se lo creó para aislar a sus técnicos y tomar las decisiones en forma puramente técnica y fría. Era más sencillo para ellos negar la visa que tener que decidir en el puerto”, relata el historiador. “Todo ese proceso no tomó conocimiento público y es entonces cuando Francisco Campos le explica a Vargas por qué Brasil debería restringir la inmigración”, señala.

El personal de Itamaraty estaba obligado a informar al ministerio en detalle sobre las personas que solicitaban la visa y aguardar la decisión del ministro acerca de concederla o no. La desobediencia de los diplomáticos a las directrices del ministerio provocaba la intervención directa de Vargas, quien podía ordenar un sumario administrativo o incluso la cesantía del infractor. “Ese control aumentó cuando se agravó la situación europea debido a la guerra y a la escalada del antisemitismo en Alemania. Los judíos y los perseguidos políticos comenzaron a abandonar Europa, generando un aumento de la demanda en los consulados. En esa instancia, la política inmigratoria brasileña se volvió contra ellos”.

Archivo Maria Luiza Tucci CarneiroPasaporte cancelado por los nazis, pero aceptado por las autoridades brasileñasArchivo Maria Luiza Tucci Carneiro

“Al comienzo del Estado Novo le correspondía a Itamaraty administrar la política de visas, pero eso cambió a partir de 1941. Esa modificación reflejaba el debate en la elite brasileña al respecto de cuál era el inmigrante ‘deseable’ para el ‘perfeccionamiento’ del pueblo brasileño”, relata Koifman. Vargas manifestaba abiertamente su simpatía por el ideario eugenésico. En 1930, durante un discurso de la campaña para la Presidencia, anticipó: “Durante años pensamos en la inmigración tan sólo desde sus aspectos económicos. Ahora se hace oportuno obedecer a un criterio étnico”. En 1934, durante la [Asamblea Nacional] Constituyente, el lobby eugenesista, muy bien organizado, logró la aprobación de artículos basados en las teorías racistas. El objetivo, entonces, eran los japonenses. En forma silenciosa se institucionalizó un sistema de cupos poe cada nacionalidad, que se manipuló para restringir el ingreso de orientales en el país.

“Brasil no fue el único en adoptar medidas restrictivas contra los inmigrantes e incluso ‘tardó’ en implementarlas. Democracias tales como Estados Unidos y Canadá ya lo hacían durante los primeros años de la década de 1920”, recuerda el autor. Pero, una vez comenzado el proceso, fueron rápidos. No satisfechos con las leyes de 1934, los sectores de la elite e intelectuales exigieron una mayor intervención del Estado y una selección más rigurosa en cuanto a la política inmigratoria. El resultado fue el decreto ley 3.010, de 1938: se exigía al solicitante de visa que compareciese personalmente ante el cónsul para que el diplomático evaluara al aspirante y acreditase si era blanco, negro, o si presentaba alguna deficiencia física. “Algunos sectores letrados de la sociedad brasileña y muchos integrantes del gobierno, Vargas inclusive, consideraban que el problema del desarrollo brasileño se relacionaba con la deficiente formación étnica del pueblo. Creían que trayendo ‘buenos’ inmigrantes, o sea, blancos que se integrasen con la población no blanca, Brasil, en 50 años se transformaría en una sociedad más pujante”, comenta el investigador.

El extranjero ideal era blanco, católico y apolítico. Personalmente, Vargas prefería a los portugueses. “La mayoría de los inmigrantes provenientes de Portugal era de origen modesto y contaba con una instrucción limitada, acostumbrados a la dictadura salazarista”, dice Koifman. Eran europeos, pero sin “ideas revolucionarias”, al contrario de los grupos intelectualizados originarios de Alemania, Francia, Austria, entre otros países, que publicaban reflexiones en periódicos y libros sobre los problemas nacionales. El ministro de justicia detestaba particularmente a los intelectuales extranjeros y llegó a proponer el cierre total de Brasil a la inmigración mientras durase la guerra en Europa, una medida que el pragmatismo de Vargas rechazó.

“Brasil, que no fue responsable de que ocurrieran persecuciones en Europa o de las dificultades para la vida, no puede convertirse en un hospedante fácil de la masa de refugiados. Ese white trash no nos sirve, desecho blanco que rechazan todos los países civilizados”, argüía Campos, a quien también se lo conocía como “Chico Ciência”. “Uno de los inspiradores intelectuales del Estado Novo, influenciado por el fascismo portugués y el italiano, que defendía una legislación inmigratoria calcada de las teorías eugenésicas norteamericanas”. Para Campos, a contramano del entusiasmo por la inmigración en boga en el país desde el siglo XIX, los extranjeros sólo retrasaban el desarrollo del país, eran “parásitos” que no aportaban nada al progreso nacional. “Los judíos, por ejemplo, sólo se dedicaban a actividades urbanas, al pequeño comercio. El problema radicaba en que Campos y Reis, inmediatamente se percataron que ésas eran las mismas actividades a las cuales se dedicaban los portugueses, señalando a Vargas esa contradicción, para el enojo del dictador, que quería inmigrantes de Portugal”, comenta Koifman.

Eso fue avalado por Campos, cuya ideología no se hallaba exenta de intereses personales. Chico Ciência disputaba el favor de Vargas con Oswaldo Aranha, quien entonces estaba al frente de Itamaraty. Para denostar a su rival, machacaba diciendo que, pese a las restricciones, los extranjeros seguían ingresando en Brasil, lo cual era una prueba de la incompetencia de Itamaraty en la gestión del asunto migratorio. Y tuvo éxito: convenció al dictador de la validez de sus ideas y obtuvo el poder para seleccionar a los “deseables” e “indeseables” desde su Sección de Visados. Sin embargo, no logró imponer el ideario eugenésico que tanto admiraba, viéndose obligado a “tropicalizarlo”. “Las razas admiradas por los americanos eran minoría en un país integrado mayoritariamente por grupos considerados “inferiores”, recuerda el historiador. Eso condujo a Campos a concentrarse en el combate contra los inmigrantes “infusibles” que, supuestamente, presentaban un bajo grado de mestizaje y, por consiguiente, no servían para el proyecto de “blanqueamiento” por mestizaje, entre ellos, los judíos.

“Pero las restricciones a la entrada de los judíos, un tema recurrente en los estudios sobre la política inmigratoria del Estado Novo, deben evaluarse en un contexto mayor, donde varios otros grupos igualmente fueron calificados como “indeseables”. Así como ser judío dificultaba la obtención de una visa, la comprobación de la ausencia de esa condición tampoco constituía una garantía para obtenerla”, aclara Koifman. En opinión del investigador, el antisemitismo de un fascista como Campos no era análogo al racismo de los nazis. “Luego de la Asonada Comunista de 1935, el Estado adoptó una visión genérica de los judíos que los asociaba con el comunismo, un antisemitismo con trasfondo político compartido por Vargas”, sostiene el investigador. Según palabras de Campos: “Los judíos se han aprovechado del descuido de las autoridades brasileñas. Aunque Brasil no es fascista ni nacionalsocialista, lo cierto es que esos elementos comunistas, socialistas, izquierdistas o liberales forman parte de un modelo que está lejos de convenirnos”.

Sin negar el antisemitismo de ciertos miembros individuales del gobierno y de la sociedad brasileña, Koifman cree que el mejor criterio adoptado, frente a la “amenaza roja”, era la supuesta capacidad o no de “fusión” de los inmigrantes. “La preocupación radicaba en el potencial de unión de europeos blancos con descendientes de africanos o de aborígenes, condición ésta necesaria para lograr el ‘perfeccionamiento’ de las posteriores generaciones”, comenta. “El Estado Novo no deseaba reproducir el racismo, por entonces muy común en Estados Unidos y Europa. La segregación debería evitarse a cualquier costo, ya que dificultaría el mestizaje, la fuerza motriz del ‘blanqueamiento’, dice. Vargas no toleraba el racismo contra grupos étnicos en territorio brasileño.

Esa precaución también se fundaba en el mantenimiento de una buena imagen internacional, para congraciarse, especialmente con EE.UU., cuya política racial para los demás no reflejaba su propia realidad interna. “En las décadas de 1930 y 1940, ser acusado de racista activo, situaba a cualquier nación, diplomático o intelectual, en una posición sospechosa de alinearse con las políticas de exclusión de la Alemania nazi”, explica la historiadora Maria Luiza Tucci Carneiro, de la Universidad de São Paulo (USP) y autora del estudio referencial O antissemitismo na era Vargas (1987). “De cualquier manera, el Estado Novo, a través del Ministerio de Justicia y con una política nacionalista, no admitía fisuras, combatiendo a los grupos de inmigrantes, vistos como elementos de ‘erosión’. El ideal del régimen era la homogeneidad, en detrimento de la diversidad”, añade.

Ambigüedades
Según opina el brasileñista Jeffrey Lesser, de la Emory University y autor de A questão judaica no Brasil (1995), hay que ser cauteloso al retratar las políticas inmigratorias de la época basándose tan sólo en documentos oficiales, de Itamaraty o del Ministerio de Justicia. “Los escritos constituyen una prueba de las ambigüedades que regían esas políticas. Cómo explicar, por ejemplo, el significativo ingreso de judíos inmediatamente después de los decretos restrictivos y la singular inserción de esos grupos, junto con árabes y japoneses, en el seno de la sociedad brasileña hacia el final de los años 1930”, se pregunta. Para él, ocurrieron muchas incongruencias entre el discurso y la práctica, generando curiosas paradojas. “Los inmigrantes modificaron el discurso eugenésico de blancura, que los discriminaba, en favor de sus intereses y lograron conquistar un espacio en la sociedad. Se dieron cuenta que ser blanco, en Brasil, era mejor que ser negro y también adoptaron la retórica eugenésica”.

“Hay una serie de informes policiales sobre disputas entre extranjeros y negros. Los inmigrantes pobres no deseaban ser vistos como los nuevos esclavos y afirmaban sus superioridad atacando a los negros”, relata Lesser. Así como los documentos cuentan una historia, en el cotidiano del Estado Novo, el movimiento xenófobo no funcionó tal como se pretende. El brasileñista no niega el discurso contrario a la inmigración ni el antisemitismo de la aristocracia brasileña; empero, al estudiar casos reales, notó que la acción del gobierno era más flexible que la letra “dura” de los decretos gubernamentales. “Un buen ejemplo radica en que, previo a la entrada en vigencia, en 1934, de las leyes que restringían el ingreso de japoneses, el gobierno brasileño puso sobre aviso al Ministro de Relaciones Exteriores de Japón. Un diplomático brasileño le comentó al ministro japonés lo que iba a suceder y lo tranquilizó prometiéndole que los orientales seguirían ingresando a Brasil, utilizando cupos de países tales como Finlandia, que prácticamente no los utilizaba”, relata. Lesser estudió otros casos de “vivezas brasileñas” para sortear las trabas de la legislación.

Para el estadounidense, la historia más rocambolesca de esa flexibilidad que no está escrita en los archivos oficiales es la cooptación secreta por parte de Itamaraty, de personal del consulado alemán, para que falsificasen la firma del cónsul, liberando inmigrantes para su ingreso en Brasil. “En una conferencia le endilgué al cónsul su condición de nazi y algunos en el auditorio se indignaron, mostrando sus visas firmadas por aquél, a quien consideraban un héroe, sin imaginar que eran falsificaciones”, apunta.

Koifman respeta la hipótesis de Lesser sobre una “negociación” de las leyes, pero sostiene que los documentos del Servicio de Visado no avalan esa concepción. “La ley en efecto se aplicó, y la flexibilidad estaba condicionada al origen del inmigrante. Basta con analizar el poco conocido asunto de los suecos: ellos contaban con una colonia representativa en el país y tampoco manifestaban interés en emigrar hacia Brasil, pero el Servicio de Visado estaba particularmente interesado en su arribo”, señala.

Tal como revela el caso de un sueco que se enfermó en un viaje, desembarcó para tratarse y, cuando quiso darse cuenta, ya estaban tramitando su visa. Él no quería quedarse en el país. “Simultáneamente, mucha gente con todas las condiciones para emigrar, que contaba con los documentos necesarios, afrontaba postergaciones y opiniones que dificultaban su ingreso en caso de no encuadrarse como el “inmigrante ideal”. Esto demuestra que los criterios se apoyaban en la bandera de la eugenesia”, explica. Para Koifman, esto desenmascara el discurso nacionalista y la flexibilidad en el cumplimiento de las leyes, lo que los reduce a su real dimensión: la utopía del mejoramiento étnico.

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