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Arqueología

Los pueblos interconectados de la Amazonia antigua

Redes de caminos unían aldeas separadas hasta por 10 kilómetros y distintas culturas en períodos precolombinos

Los surcos que atraviesan el suelo entre geoglifos, en la zona oriental del estado brasileño de Acre, en el pasado fueron caminos bien mantenidos

Sanna Saunaluoma

En 1887, un grupo de 35 personas, lideradas por el coronel Antonio Rodrigues Pereira Labre (1827-1899), de la provincia de Maranhão, en Brasil, recorrió 200 kilómetros (km) del río Madre de Dios, en Bolivia, hasta el río Acre, actualmente en territorio brasileño. El objetivo era establecer posibles rutas para el transporte del producto extraído de los árboles del caucho (Hevea brasiliensis), pero la expedición también arrojó un relato importante sobre las poblaciones indígenas de la época –y de las anteriores– en esa región amazónica. “Desde esta choza abandonada nos dirigimos hacia Canamary, pasando en nuestro camino por antiguos asentamientos, varias encrucijadas y caminos, ora hacia la derecha, ora a la izquierda”, escribió Labre en el informe publicado en 1888 en la Revista da Sociedade de Geographia do Rio de Janeiro. “Caminaron 20 días por la selva, dando cuenta permanentemente del uso de caminos”, puntualiza el arqueólogo Eduardo Góes Neves, del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP).

Unos 120 años después del paso de Labre, un estudio de impacto ambiental en la misma región, en el este del estado de Acre, habilitó la instalación de una torre del tendido eléctrico sobre un tramo de un antiguo camino indígena. “El estudio no lo identificó, porque no se sabía que los aborígenes construían caminos”, explica la arqueóloga Laura Furquim, alumna de doctorado del grupo de Góes Neves. En 2014, el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan) de Brasil contrató a un equipo de la USP para describir las estructuras que estaban destruyéndose. “Hicimos un trabajo con alumnos de los estados de Acre, Rondônia y São Paulo”, relata Góes Neves. Los resultados ilustran un paisaje precolombino repleto de poblados conectados por caminos muy cuidados, según consta en un artículo publicado en noviembre el sitio web de la revista Latin American Antiquity (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 267).

El artículo, cuya autora principal es la arqueóloga finlandesa Sanna Saunaluoma, quien realizó durante 2015 una pasantía posdoctoral en Brasil con Góes Neves, se centra en los vestigios de 18 asentamientos que se caracterizan por un gran espacio abierto central con formato circular o elíptico de entre 2 y 3 hectáreas (ha) de diámetro. A su alrededor hay de 15 a 25 montículos de unos 2,5 metros (m) de altura y entre 10 y 25 m de longitud en sus bases. De los restos de esas aldeas salen caminos hundidos delimitados por un muro de tierra, dado que no había muchas piedras en esos sitios, que se dirigen hacia los cursos de agua cercanos o bien en dirección a otros poblados. Desde una vista aérea, parecen soles con algunos rayos más cortos y otros más largos.

Mediante el uso de drones, pudieron reconocerse patrones característicos y elaborarse modelos tridimensionales. Los isótopos de carbono permitieron determinar que las estructuras se construyeron entre los años 1300 y 1600. Poco a poco fue apareciendo una red más extensa de lo que se imaginaba.

Ahora, la preocupación pasa por deducir lo máximo posible al respecto de esas culturas del pasado mientras esos vestigios aún subsisten. “Toda la región está ubicada en la frontera del desmonte a favor de la explotación agrícola”, dice Góes Neves. “Los hacendados suelen destruir los yacimientos arqueológicos para evitar perder el derecho de plantar”. Eso es lo que sucedió en el asentamiento Sol de Campinas, uno de los principales estudiados por el grupo de la USP. “La mitad de los montículos fueron aplanados y, recientemente, también fue destruido el geoglifo llamado Fazenda Crichá”.

Sanna Saunaluoma y Justin Moat Modelos tridimensionales obtenidos a partir de las imágenes captadas por drones que revelan la disposición de las aldeas monticularesSanna Saunaluoma y Justin Moat

El lugar, actualmente rodeado por una vegetación rala de bambúes y palmeras, hace 50 años estaba cubierto por la selva. Los vestigios arqueobotánicos sugieren un manejo precolombino de plantas comestibles (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 253). Góes Neves imagina un escenario en el que los senderos estarían rodeados de árboles y sistemas agroforestales. “Transitamos por un camino bueno y con muchos cultivos; atravesamos tres aldeas con casas confortables y plantaciones”, relata Labre, cuyo informe fue estudiado en 2017 por el arqueólogo Cliverson Pessoa, alumno de doctorado del grupo de Góes Neves, en la revista Tellus.

Los datos de la investigación todavía no permiten describir ese panorama, pero Laura Furquim, quien trabaja en la región desde 2014, está estudiando el uso de vegetales por los habitantes del yacimiento que actualmente se conoce como Sol de Campinas, ubicado en el municipio de Senador Guiomard. Enfocada en la arqueobotánica, la investigadora analiza semillas y otros restos de vegetales que utilizaban los antiguos pobladores. “Hallamos muchos granos de maíz”, señala, lo que sugiere un consumo y cultivo intensivo. También evalúa los microvestigios vegetales que quedaron adheridos en cerámicas, como cuando el arroz se pasa de su punto de cocción y deja marcas en el fondo de la olla. “Al observar los restos de almidón con un microscopio es posible identificar especies de plantas amiláceas, como los tubérculos”, explica. Los daños en algunas de las partículas de almidón revelan el modo de procesamiento. “Hallamos indicios de que el maíz había sido torrado o fermentado”. El estudio, que aún prosigue, apunta a reconstruir los hábitos alimentarios de aquellos grupos humanos.

Ella atribuye el abandono del área al arribo de los europeos a la zona, en el siglo XVIII, que implicó grandes disputas por la abundancia de caucho, lo que llevó a una esclavización y migración de pobladores. Los sistemas agroforestales constituían una combinación de plantas cultivadas, tales como maíz, leguminosas y frutas –como el maracuyá, por ejemplo– en el espacio central de las aldeas, además del manejo de árboles que proveían abundante alimento, tales como castañas, asaí y cumare. Hoy en día, estas prácticas biodiversas dieron paso a extensos monocultivos de soja y maíz transgénico, además de pasturas para el ganado, como es el caso de la propiedad donde se encuentra el yacimiento Sol de Campinas.

Los complejos monticulares forman parte de un conjunto mayor de indicios de ocupación humana que componen los geoglifos, esto es, alteraciones en el terreno realizadas por pobladores humanos. En el transcurso de los últimos 20 años se han hallado más de 500 en el oeste de la Amazonia, desde que el paleontólogo gaúcho Alceu Ranzi, de la Universidad Federal de Acre, avistara un enorme círculo desde la ventanilla de un avión cuando se dirigía hacia Rio Branco, la capital del estado. El investigador, poseedor de conocimientos de geografía, cronometró el vuelo hasta llegar a un punto de referencia conocido. Después consiguió un avión prestado y fue en busca de lo que había visto para tomar fotografías y lo halló donde sabía que estaría, en el interior de la selva. “Cuando aprendimos a orientar las observaciones, empezamos a encontrar un geoglifo tras otro”, relata Ranzi.

Pronto se dio cuenta de que una forma geométrica cubierta de vegetación era señal de algo importante y entonces convocó a la arqueóloga Denise Schaan (1962-2018), quien inició los estudios en el área, hasta entonces inexplorada en términos de investigación arqueológica. “Estamos lejos de la isla de Marajó y asimismo de Cuzco, en Perú, que eran los sitios arqueológicos más famosos”, bromea.

Eduardo Góes Neves/USP Excavación en el yacimiento arqueológico Sol de Campinas: las cerámicas y los vestigios vegetales indican las fechas de ocupación y modos de vidaEduardo Góes Neves/USP

Hoy en día eso ha cambiado. Schaan hizo un trabajo conjunto con investigadores finlandeses liderados por el arqueólogo Martti Pärssinen y eso atrajo a la región, que se convirtió en un enclave de investigación arqueológica, a científicos de otros países y del resto de Brasil, como fue el caso de Góes Neves.

Las excavaciones revelaron que los geoglifos geométricos del este de Acre no eran lugares habitados, sino emplazamientos ceremoniales donde convergían grupos que vivían en otros sitios. Pero incluso estas estructuras más antiguas estaban conectadas por caminos, tal como mostraron Pärssinen y Ranzi en un capítulo del libro intitulado (I)mobilidades na pré-história, a partir de escavações de geoglifos no Acre e no Amazonas, publicado en marzo de 2020. “La muestra más antigua de radiocarbono que obtuvimos en la hacienda Tequinho, en el estado de Acre, estaba claramente asociada al camino del norte del lugar y correspondía a una fecha entre los años 63 a. C. y 124 d. C.”, aseguró el finlandés en un correo electrónico. “Se trata de una fecha muy similar a la que se obtuvo para la hacienda Atlântica, excavada por Saunaluoma en su doctorado, y sus caminos correspondientes: entre 200 a. C. y 20 d. C.”. Luego de haber publicado ese capítulo, ellos registraron una fecha aún más antigua –750 a. C.– en otro lugar de la misma región.

Según Pärssinen, el artículo reciente de Saunaluoma y Góes Neves contiene información nueva e importante de geoglifos de un período más reciente, cuando aparentemente algunas de las estructuras geométricas anteriores todavía conservaban su función puramente ceremonial. “En mi opinión, esa red de geoglifos geométricos con un sofisticado sistema de caminos era obra de una civilización multiétnica que poseían una perspectiva del mundo en común y compartían ciertos rasgos culturales”, concluye.

Los estudios arqueológicos también permiten establecer correlaciones entre los asentamientos, sus prácticas y el clima. En un artículo publicado en diciembre en la revista Antiquity, Pärssinen –en colaboración con Ranzi y otros colegas– reveló que no existen evidencias de que se hayan producido grandes alteraciones en el régimen de lluvias hace alrededor de 10 mil años, una época en la cual comienzan a aparecer indicios de ocupación humana lejos de las costas de los grandes ríos, los interfluvios. Las excavaciones efectuadas en el geoglifo de Severino Calazans, en Acre, revelaron que hace unos 4 mil años, la población residente recurría a las quemas para el manejo del paisaje, de manera similar al procedimiento que emplean en la actualidad los aborígenes de la región. Esas prácticas, y no los cambios climáticos, serían la causa de las manchas de vegetación sabanizada que ya estaban allí en aquella época.

Una dificultad para el estudio de los geoglifos reside en que, por lo general, solo se los localiza en áreas deforestadas. Cuando se encuentran bajo la selva, son virtualmente invisibles. En la última década surgió una tecnología denominada Lidar (Light Detection and Ranging) que revolucionó la arqueología. Se trata de un dispositivo montado en algún vehículo aéreo que emite hasta 5 mil pulsos de rayos infrarrojos por minuto, que realizan un barrido de la superficie terrestre y rebotan, proporcionando una medida de la distancia. En la Amazonia, la mayoría de los rayos no atraviesan las copas de los árboles. Pero algunos pocos llegan al suelo y resultan suficientes como para trazar un mapa detallado del relieve, como si la selva no existiera.

El grupo del arqueólogo uruguayo José Iriarte, de la Universidad de Exeter, en el Reino Unido, en colaboración con Ranzi y otros, llevó a cabo una prueba de esta tecnología realizando tres sobrevuelos en Acre a bordo de un helicóptero, tal como se describió en 2020 en la revista Journal of Computer Applications in Archaeology. El proceso permitió trazar un mapeo preciso de los sitios monticulares, con las dimensiones e inclinaciones del terreno, de manera mucho más rápida de lo que podría hacerse empleando los métodos tradicionales de la topografía. También midieron los caminos. Los principales tenían entre 3 y 6 m de ancho, con muros laterales más altos que los secundarios.

Los investigadores identificaron geoglifos monticulares debajo de la selva, trazos superpuestos y senderos que conectaban distintas aldeas. “El Lidar revela cosas que no podemos divisar”, celebra Ranzi.

A una escala mayor, el arqueólogo estadounidense Chris Fisher, de la Universidad del Estado de Colorado, pretende mapear la Amazonia completa con el Lidar, en un proyecto conjunto con Góes Neves. La idea es comenzar por la Amazonia principalmente por la urgencia –la amenaza de la deforestación y destrucción de los sitios arqueológicos debido a las actividades humanas actuales– en una región repleta de vestigios de civilizaciones antiguas. “En 45 minutos puedo recabar los datos que a pie nos llevaría décadas obtener”, explica Fisher.

Otra ventaja del Lidar consiste en que se evita la destrucción de los registros arqueológicos. Para establecer un sitio arqueológico, se necesita acceder al lugar: hay que abrir claros para el descenso de helicópteros, senderos y carreteras. Todo eso estropea el terreno, da paso a la erosión y a la pérdida del objeto de estudio. La tecnología aérea hace posible excavar solamente en ciertos lugares seleccionados.

Para Góes Neves, el mapeo de los geoglifos dejará claro que había mucha gente viviendo en los confines de la Amazonia antes de la llegada de los europeos. Ya lo decía Labre al final del siglo XVIII: “Por los parajes y lugares que he visitado y la información que he oído de los salvajes, deduzco que entre los ríos Curykethê, Huaquery y Entimary y sus afluentes hasta las cabeceras hay muchos conglomerados de pobladores salvajes; y esta idea me la confirman aún más la cantidad de caminos, senderos y taperas que he visto a mi paso”.

Proyectos
1. Los pueblos indígenas y el medio ambiente en la Amazonia Antigua (nº 19/07794-9); Investigador responsable Eduardo Góes Neves (USP); Modalidad Proyecto Temático; Convenio AHRC, UKRI; Inversión R$ 2.732.154,84.
2. Relaciones y movimientos. Una arqueología de los patrones de cultivo y movilidad en el sudoeste amazónico desde el año 1000 A. D. hasta el presente (nº 18/26679-3); Modalidad Beca doctoral; Investigador responsable Eduardo Góes Neves (USP); Becaria Laura Pereira Furquim; Inversión R$ 163.229,04.

Artículos científicos
LABRE, A. R. P. Viagem exploradora do Rio Madre de Dios ao Acre. Revista da Sociedade de Geographia do Rio de Janeiro. Tomo IV, 2º Boletín, p. 102-14. 1888.
PESSOA, C. Do Manutata ao Uakíry: História indígena em um relato de viagem na Amazônia ocidental (1887). Tellus. v. 34, p. 81-103. sep.-dic. 2017.
SAUNALUOMA, S. et al. Patterned villagescapes and road networks in ancient Southwestern Amazonia. South American Antiquity. Online. 26 nov. 2020.
PÄRSSINEN, M. y RANZI, A. Mobilidade cerimonial e a emergência do poder político com as primeiras estradas conhecidas do oeste amazônico (2.000 A.P.). (I)mobilidades na pré-história: Pessoas, recursos, objetos, sítios e territórios. VILAÇA, R. y AGUIAR, R. S. de (coord.). Imprenta de la Universidad de Coímbra. p. 307-50. mar. 2020.
PÄRSSINEN, M. et al. The geoglyph sites of Acre, Brazil: 10 000-year-old land-use practices and climate change in Amazonia. Antiquity. v. 94, n. 378, p. 1538-56. 1º dic. 2020.
SOUZA, J. G. de et al. Climate change and cultural resilience in late pre-Columbian Amazonia. Nature Ecology and Evolution. v. 3, p. 1007-17. 17 jun. 2019.
IRIARTE, J. et al. Geometry by design: Contribution of Lidar to the understanding of settlement patterns of the mound villages in SW Amazonia. Journal of Computer Applications in Archaeology. v. 3, n. 1, p. 151-69. 28 abr. 2020.

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