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ENTREVISTA

Marcelo Ridenti: La lucha por los corazones y las mentes en la guerra fría

El sociólogo lanza un libro sobre el rol de los intelectuales brasileños durante el conflicto político-ideológico entre Estados Unidos y la URSS

Ridenti en el living de su casa, en São Paulo

Léo Ramos Chaves / revista Pesquisa FAPESP

Luego de más de una década de investigaciones, que incluso lo llevaron a incursionar en archivos de Francia y Estados Unidos, el profesor Marcelo Ridenti, del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas de la Universidad de Campinas (IFCH-Unicamp), acaba de publicar O segredo das senhoras americanas: Intelectuais, internacionalização e financiamento na Guerra Fria cultural [El secreto de las señoras estadounidenses. Intelectuales, internacionalización y financiación durante la Guerra Fría cultural] (editorial Unesp).

Inicialmente dudando entre los títulos alternativos “Guerra Fría cultural. Pasajes internacionales del (sub) desarrollo” o “Revolución, contrarrevolución y dinero. Los itinerarios de la Guerra Fría cultural”, el que finalmente eligió para el libro refleja el deseo del autor de indagar más allá del ambiente universitario. “El título evoca la sensación de misterio que envolvía a la Guerra Fría y tiene que ver con mi propósito de despertar la curiosidad de los lectores”, explica. “Naturalmente, se trata de una obra académica, pero querría discurrir con un público más amplio el tema de la formación de las elites intelectuales y la financiación extranjera, incluso para abordar un aspecto extraño de esta configuración en Brasil, generalmente respaldada con fondos del Estado”.

Habituado a indagar principalmente en la década de 1960, en esta nueva obra Ridenti retrocede a los años 1950 para ocuparse de la internacionalización de los intelectuales –a los que alude en este caso en un sentido amplio, lo que incluye a ciertos artistas y estudiantes– en un escenario de disputa entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) por la hegemonía ideológica. El mayor énfasis se le asigna al análisis del lado occidental, no solo porque la temática comunista ya ha sido objeto de otras obras suyas, sino, sobre todo, “porque la influencia cultural, política y económica de Estados Unidos ha sido y es mucho más significativa en la sociedad brasileña”, informa.

En esta entrevista, concedida por videoconferencia, el sociólogo habla de sus fuentes de investigación, relata cómo ha estructurado su libro y resume sus hallazgos principales, que incluyen el secreto de las señoras estadounidenses.

¿Qué lo motivó a escribir El secreto de las señoras estadounidenses?
Intenté entender cómo se produjo la conquista de los corazones y las mentes de los intelectuales brasileños durante la Guerra Fría. La estructura del libro consta de tres capítulos. El primero se refiere al esfuerzo soviético, por ejemplo, para crear el Consejo Mundial de la Paz, articulado entre Moscú y París a partir de 1948 y con sede en Praga, en la actual Chequia. En este capítulo abordo el rol de Jorge Amado [1912-2001], que ofició como una especie de embajador cultural de la izquierda brasileña. Tras la proscripción del Partido Comunista, el escritor, que había sido diputado federal constituyente en 1946, se sintió perseguido y se marchó a Europa donde denunció la situación durante el gobierno de Dutra [1946-1951]. Allí abrevó en el movimiento cultural comunista internacional, que en Occidente se articuló desde Francia, especialmente a través de las revistas del Partido Comunista. El líder principal de esa organización era el poeta Louis Aragon [1897-1982]. Con él y otros, Jorge Amado y el poeta chileno Pablo Neruda [1904-1973] fueron miembros de la junta directiva del Consejo Mundial de la Paz, empezaron a viajar por todo el mundo y fueron ampliamente proyectados. A ellos también se sumó Pablo Picasso [1881-1973], convocado para diseñar el logotipo del congreso, quien se transformaría en un amigo en común. En aquel momento, tras la Segunda Guerra Mundial, se formaba una organización de intelectuales en torno a un lema: la paz.

Y entonces vino la reacción occidental, objeto del segundo capítulo del libro.
El mundo estaba reponiéndose de dos guerras mundiales, de la bomba de Hiroshima. Las repercusiones no fueron solo entre los comunistas, sino generalizadas. El lado occidental no tardó mucho en darse cuenta que este movimiento era muy fuerte e intentó responderle con la organización del Congreso por la Libertad de la Cultura, el CLC, fundado en Berlín, Alemania, en 1950, pero pronto trasladado a París. El CLC tenía oficinas en 35 países, organizó decenas de revistas, entre ellas Cadernos Brasileiros, cuya sede se encontraba en Río de Janeiro y se editó entre 1959 y 1970. En el segundo capítulo del libro me ocupo de este otro lado, de la tarea del CLC en Brasil, esencialmente a través de la revista. Lo que la investigación pone de manifiesto es que se trataba de un frente anticomunista que aglutinaba a los sectores conservadores, liberales, socialdemócratas e incluso a algunos antiguos trotskistas y anarquistas, todos opositores a lo que llamaron totalitarismo, un concepto muy difundido a nivel internacional por estas revistas. El CLC se autodenominaba independiente, en defensa de la libertad artística e intelectual, pero en 1966 se descubrió que era financiado en secreto por la CIA.

Siempre he sido crítico de la idea de tratar a los involucrados como si se hubieran vendido a Moscú o a Washington

Los dos primeros capítulos muestran una especie de intermediación cultural cuyo escenario es París. En el tercero esto cambia.
En el tercer capítulo ya no aparecen los franceses. Tenemos un vínculo claro con Estados Unidos, lo que evidencia un proceso de pérdida de protagonismo de Francia, con los estadounidenses asumiendo este rol e influyendo en la producción científica de Brasil, en general, y particularmente en las ciencias humanas. En este capítulo abordo un convenio acordado con la Universidad Harvard a instancias de algunas señoras pertenecientes al alto circuito del empresariado multinacional en Brasil, que crearon la Asociación Universitaria Interamericana (AUI).

El mentado secreto de las señoras estadounidenses. Al cabo, ¿cuál era ese secreto?
Existía una trama por detrás del convenio académico que cada año, entre 1962 y 1971, enviaba gratis a unos 80 estudiantes brasileños a Estados Unidos. Luego de un proceso de selección a nivel nacional, pasaban una semana en casas de familia y después asistían durante dos semanas a un curso de verano en la Universidad Harvard, con docentes de alto nivel: el más conocido fue Henry Kissinger, quien de 1973 a 1977 ocuparía el cargo de secretario de Estado durante los gobiernos de Richard Nixon [1913-1994] y Gerald Ford [1913-2006]. Una vez finalizado ese curso, los estudiantes viajaban a Washington y Nueva York. El secreto de las señoras estadounidenses tiene que ver con que la financiación procedía, sobre todo, del gobierno de Estados Unidos. A ellas, que a principios de la década de 1960 veían a los estudiantes brasileños seducidos por las propuestas de la Revolución Cubana, les tocaba cautivarlos. Estas señoras querían demostrarles que Estados Unidos era un país más interesante, no les ocultaban a los estudiantes que los recursos en parte provenían de empresas multinacionales, pero no decían nada acerca de la participación del Departamento de Estado.

¿Qué interpretación hace de dicha omisión?
Tras el golpe de 1964, uno de los grandes enemigos del movimiento estudiantil brasileño lo constituían los acuerdos MEC-Usaid, entre el por entonces Ministerio de Educación y Cultura y la Agencia Internacional de Desarrollo de Estados Unidos. Difícilmente un estudiante de izquierdas aceptaría participar de un programa de intercambio si supiese que esta iniciativa involucraba recursos de la Usaid. Resulta que el interés del acuerdo, al convocar a los mejores universitarios del país, no era solo académico. La idea era conquistar los corazones y las mentes y atraer a los líderes, por eso gran parte de los seleccionados era de la izquierda. Hoy en día, podemos comprobar que muchos de ellos han llegado a destacarse en la sociedad. Los estudiantes llegaron a ser recibidos en la Casa Blanca por el presidente John Kennedy [1917-1963] y, entre 1962 y 1968, por su hermano Robert Kennedy [1925-1968].

A lo largo de las 406 páginas del libro se advierte su preocupación por evitar cualquier tipo de juicio moral sobre los intelectuales involucrados en esa guerra cultural.
Sería un error tratar a los implicados como si se hubieran vendido a Moscú o a Washington. Se ha divulgado otra idea, igualmente cuestionable, sugiriendo que los intelectuales serían inocentes útiles. Pues bien, no lo saben todo, pero juegan el juego. Hay un pasaje del libro en el que cito una entrevista con Louis Mercier-Vega [1914-1977], el anarquista que fue responsable del CLC en América Latina. Cuando se le preguntó al respecto, años más tarde, dijo más o menos lo siguiente: “Había cosas que desconocía, no sabía que el CLC era financiado por la CIA. Pero en aquel contexto, todo lo que hiciéramos sería aprovechado durante la Guerra Fría por uno u otro lado. Si nos preocupáramos por si nos van a utilizar o no, no haríamos nada. Nadie jugará nuestro juego si no lo jugamos nosotros mismos”. En definitiva, él se había jugado, tenía una intención, un proyecto, y eso es lo que intento demostrar. Esto también vale para Jorge Amado, Neruda y los estudiantes reclutados por las señoras estadounidenses. No quedan dudas de que en cierto modo fueron usados, ya que ambas potencias tenían sus intereses. Pero ellos también supieron aprovechar las circunstancias para erigir sus carreras, hacer política y establecer redes.

Otro aspecto que llama la atención es el carácter minucioso de su investigación. ¿Cuáles fueron las fuentes y los métodos utilizados?
Más allá de la propia obra de los autores, ahondé en los entretelones de su producción, sobre cómo se construyeron las relaciones de sociabilidad entre los intelectuales analizados. A tal fin, trabajé con documentos de archivos en Brasil, en Francia y, especialmente, en Estados Unidos. Examiné los registros oficiales, intercambios de correspondencia, periódicos y revistas de la época, biografías, libros y memorias. Entrevisté a varias personalidades involucradas, tales como el expresidente Fernando Henrique Cardoso y el politólogo Paulo Sérgio Pinheiro. En el capítulo sobre las señoras estadounidenses también analicé casos judiciales y películas de la época, porque las obras de ficción pueden dar fe de que lo que estaba en jaque era la idea de la perfección del American way of life que ellas promocionaban. Era la época de la Guerra de Vietnam [1955-1975], del asesinato de líderes políticos, del ascenso del movimiento negro, del movimiento feminista y del modo de vida alternativo de los hippies. Tras las huellas del sociólogo y crítico literario Raymond Williams [1921-1988], trato de entender la cultura no como un fenómeno secundario, un mero reflejo superestructural de las decisiones económicas, sino como un componente de la propia estructura de la sociedad. Las restricciones sociales ejercen presión e imponen límites a la acción de los sujetos, quienes, no obstante, tienen margen para ofrecer respuestas diferenciadas a las mismas, como se analiza en el libro.

Entre 1964 y 1968 los estudiantes fueron el sector más expresivo del movimiento social brasileño

Hay un tramo de su libro en el que aborda la idea de que la producción de conocimiento científico para superar los problemas sociales sería una necesidad dentro del proceso de desarrollo nacional. ¿Podría extenderse un poco al respecto?
Veamos el caso de Mercier-Vega. ¿Cuál era su jugada? Él quiso ayudar a montar una red intelectual en América Latina a través de las revistas. Por eso fundó la revista Aportes que, al cabo, publicó, por ejemplo, a Fernando Henrique Cardoso, a Florestan Fernandes [1920-1995] y a Gilberto Freyre [1900-1987]. Les dio un espacio a las diferentes corrientes de las ciencias sociales en boga, manteniendo en común el anhelo de profesionalización y de investigar de manera objetiva, recurriendo a los métodos de la investigación científica para el conocimiento de la realidad. Todo ello hermanado en la creencia, pese a sus discordancias, de que la construcción institucional de la investigación en la universidad y el montaje de un sistema integral de ciencia y tecnología serían decisivos para el desarrollo nacional. Mercier no excluía ninguna vertiente, apostaba a la creación de una red intelectual que ayudaría a resolver los problemas sociales a través del análisis objetivo de las ciencias sociales. Esta era su utopía. Cuando en 1966 se reveló que la CIA estaba detrás del CLC, ello no tuvo, sorprendentemente en el caso de Cadernos Brasileiros, una gran repercusión.

¿Y eso cómo se explica?
En primer lugar, porque la revista estaba a la sombra de otras más críticas, como Civilização Brasileira. Y después, porque para entonces ya no eran las agencias que oficiaban como tapaderas de la CIA las que financiaban al CLC, sino la respetable Fundación Ford. La razón principal es que Cadernos Brasileiros les daba lugar indistintamente a intelectuales y artistas con posturas más liberales o más de izquierda, articulando así una especie de consenso por la ciencia y la cultura. Había un empeño por debatir y dilucidar la objetividad de la organización de la sociedad. La lógica de la revista involucraba la defensa de la libertad cultural y la difusión de las ciencias sociales desde diversas vertientes, aunque los principales mentores fueran parte de la tradición funcionalista de la sociología estadounidense, suponiendo que habría soluciones técnicas para las cuestiones políticas. Se publicó un número dedicado al movimiento negro, otro a los estudiantes y un tercero al catolicismo de izquierdas. También se promovían debates plurales en actividades paralelas y muestras de arte en Río de janeiro, en la galería Goeldi, vinculada al CLC. Además, a partir de 1966, la revista se sumó al frente crítico a la permanencia de los militares en el gobierno, cuyos ataques al medio artístico e intelectual se contraponían con los principios del CLC.

Las reflexiones sobre el estudiantado tienen un lugar importante en su obra, especialmente en el tercer capítulo. ¿Por qué?
Entre 1964 y 1968, los estudiantes fueron el sector más expresivo del movimiento social brasileño. Luego del golpe militar hubo una represión brutal contra el movimiento de los trabajadores rurales y urbanos, pero como el golpe había sido apoyado por las clases medias hubo cierta tolerancia en cuanto al movimiento estudiantil y al medio cultural, que serían duramente combatidos a partir de 1968. Hay un ejemplo muy ilustrativo de esa tolerancia y también de las ambigüedades que conllevaba. En el marco de una manifestación en Porto Alegre, algunos estudiantes quemaron una bandera de Estados Unidos, un hecho que la policía informó a las autoridades de ese país que, en principio, resolvieron que no serían autorizados a viajar por el programa de las señoras estadounidenses. Los estudiantes de izquierda del estado de Rio Grande do Sul que habían sido seleccionados por la AUI, reaccionaron rápidamente: “Si ellos no iban, nadie más lo haría”. Para evitar un abandono masivo, una de las señoras estadounidenses articuló un acuerdo y todos los elegidos acabaron yendo.

Al final de su libro emerge con fuerza la complejidad que entrañan las elecciones individuales en el contexto de la Guerra Fría y las múltiples implicaciones para los intelectuales.
De hecho, las implicaciones fueron muchas y en el capítulo final me adentro en el cielo y el infierno del lado estadounidense. Hay un ejemplo muy emblemático de esa realidad, que es el caso registrado por Flávio Tavares en sus memorias. El periodista relata que habían adaptado una radio para hacer las veces de manivela de la máquina que le aplicaba descargas eléctricas en las sesiones de tortura a las que lo sometieron durante la dictadura militar. Y la radio tenía el símbolo de la Alianza para el Progreso, el convenio establecido por Estados Unidos para impulsar el desarrollo de América Latina. Es decir, la radio donada como instrumento asistencial y de persuasión se convirtió en un instrumento de suplicio. En este capítulo analizo tres episodios de muerte y los casos de unas dos docenas de estudiantes que fueron parte del intercambio y, por otros motivos, acabaron procesados por la Justicia Militar. Algunos intelectuales supieron aprovecharlo para impulsar sus carreras, para sus intereses políticos, no solo individuales, sino también colectivos. Ello implicó riesgos, e incluso hasta puso en juego sus vidas. Trasponiendo la frontera de la ficción, este también es uno de los temas de mi novela histórica actualmente en preimpresión en la editorial Boitempo.

Proyecto
La Guerra Fría cultural en la internacionalización de los artistas e intelectuales brasileños (n° 14/06307-3); Modalidad Beca de Investigación en el Exterior; Programa Cátedra Ruth Cardoso; Investigador responsable Marcelo Ridenti (Unicamp); Inversión R$ 42.781,63

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