Durante muchos años, la arqueóloga Solange Caldarelli se dedicó durante horas y horas a debatir el significado de las lascas halladas en un sitio prehistórico, algo que raramente hace hoy en día. El tiempo del que disponía como investigadora del extinto Instituto de Prehistoria de la Universidad de São Paulo (USP) y en el Museo Paraense Emílio Goeldi, a lo largo de 10 años, fue ocupado por otras tareas vinculadas con la gestión: esto fue cuando desistió de la vida académica, en 1988, y se abocó al en ese entonces incipiente mercado de la arqueología aplicada a la habilitación y a la evaluación ambiental. Hace más de dos décadas, Solange dirige Scientia Consultoria, una empresa que cuenta con 200 empleados dispersos por el país y grandes clientes en los sectores de energía eléctrica, logística y minería. “Yo tenía una visión sumamente académica, pero la arqueología aplicada me reveló un mundo nuevo, del cual me enamoré”, declara. Si no fuese por la senda empresarial, ella quizá nunca hubiese tenido la oportunidad de explorar los más de 100 sitios arqueológicos hallados en el lugar donde se construye la central hidroeléctrica de Belo Monte, en el estado norteño de Pará, y donde la empresa actúa desde hace tres años.
Este ejemplo de Caldarelli sirve para ilustrar el actual momento de la arqueología brasileña. Impulsada por el desarrollo económico del país durante las últimas dos décadas, la arqueología empresarial vive un período sin precedentes, signado por la creciente demanda de mano de obra especializada y los seductores contratos firmados con gigantes del sector de infraestructura. Bajo el mote de arqueología de contrato o preventiva, esta actividad es ejercida por más de 50 empresas y es responsable por el 95% de los proyectos arqueológicos registrados en el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (Iphan), un organismo encargado de la inspección el sector. De ese porcentaje, solamente el 5% se refiere a investigaciones en universidades. “En la actualidad, muchos arqueólogos ingresan en la profesión de una manera distinta a como era cuando yo empecé”, analiza Caldarelli.
Éste es el caso de Charles da Silva de Miranda, quien luego de graduarse en historia en 2006, afrontó dificultades para hallar trabajo en su área y entonces se dedicó a la arqueología. Siguiendo la dirección de nuevos vientos, Da Silva de Miranda buscó en el prometedor mercado de la arqueología de contrato una nueva senda profesional. En 2008, fundó Archeos Consultoria, especializada en consultoría arqueológica para habilitaciones ambientales. Entre sus clientes se encuentran astilleros y empresas de celulosa, y también alcaldías como la del municipio de Bagé (en Río Grande do Sul), donde se construirá una represa. “En la actualidad el arqueólogo debe estar preparado para lidiar con el mercado, saber elaborar un presupuesto y administrar una empresa, lo que lo desasocia del estereotipo del aventurero”, comenta Da Silva de Miranda.
La expansión de la arqueología en el país se remonta a 1986, cuando una resolución del Consejo Nacional de Medio Ambiente (Conama) determinó que la actividad debía formar parte de los estudios de impacto ambiental. Hasta ese entonces se restringía a la investigación académica, y solamente el sector de energía eléctrica tenía la obligación legal de contratar arqueólogos de universidades o museos para rescatar materiales en sitios arqueológicos, sujetos a daños durante la ejecución de obras, fundamentalmente en construcción de centrales hidroeléctricas. La nueva medida hizo posible el comienzo de la profesionalización de la actividad, que todavía aguarda su reglamentación. En 2003, por ejemplo, se registraron 265 resoluciones en el Iphan, que consisten en solicitudes de permisos para la exploración de sitios arqueológicos. En 2011 fueron más de mil. Otro indicador del crecimiento de la arqueología de contrato es la reapertura de la carrera de arqueología, a partir de 2005. Actualmente son 12 carreras distribuidas por el país.
Caldarelli explica que, a diferencia de la investigación básica, “la arqueología de salvamento” debe conciliar las etapas típicas del trabajo arqueológico, que también abarca el monitoreo y las actividades de educación patrimonial, tales como, por ejemplo, las charlas destinadas a la comunidad (vea la infografía). Como el calendario del cliente es siempre apretado, la calidad del trabajo que realizan algunas empresas también es objeto de cuestionamientos por parte de muchos expertos, pese a que en los últimos años el Iphan ha venido exigiendo que los proyectos ligados a emprendimientos posean el mismo rigor que la investigación científica.
La arqueología que se hace en la universidad generalmente parte de un problema que puede resolverse a largo plazo. Algunas líneas de investigación llegan a extenderse durante décadas, y se abocan únicamente a cuestiones de naturaleza científica. En tanto, la arqueología empresarial, aparte de contar con plazos más cortos, está supeditada a un contexto mayor y abarca diversos medios: biótico, cultural, social y económico. “El problema radica en que el arqueólogo sigue siendo confundido con el cazador de dinosaurios”, afirma otro pionero de la arqueología empresarial, Paulo Zanettini, director de Zanettini Arqueologia. Esta distorsión, dice Zanettini, dificulta la comprensión de la realidad del trabajo arqueológico, que dejó de ser “la arqueología por la arqueología misma”. Zanettini argumenta que la diferencia entre la arqueología académica y la de contrato reside básicamente en la remuneración del proceso. Mientras que la primera es sostenida por alguna institución, la otra sobrevive merced a los contratos que firma con emprendedores. “La división de la arqueología en dos partes constituye una visión anacrónica”, critica.
Por eso, lo más adecuado sería apuntar a la interacción entre la arqueología empresarial y la académica. “El mercado ha sido y está siendo importante para el crecimiento de la arqueología en el país”, sostiene Gilson Rambelli, presidente de la Sociedad de Arqueología Brasileña (SAB). Para Rambelli, la actividad también permite que un investigador desarrolle, con base en el material recolectado en un emprendimiento, una investigación más profunda durante su maestría y su doctorado. Con todo, para Pedro Paulo Funari, docente del Laboratorio de Arqueología Pública de la Universidad de Campinas (Unicamp), aunque el material se use en educación patrimonial y los usen los estudiantes, existen problemas con relación a la continuidad de los estudios a largo plazo. “Para que los alumnos hagan una investigación concreta, es necesario contar con un contexto histórico suficiente”, afirma. Esto implica volver al campo en varias oportunidades, cosa imposible una vez que ha empezado la obra. “Nuestra función consiste en recuperar el conocimiento sobre sociedades del pasado, con base en la interpretación de los materiales, y no en recuperar la mayor cantidad posible de elementos que se encuentran en un sitio”, rebate Caldarelli. “Pero mantenemos nuestros brazos abiertos para recibir a los estudiantes, y a nuestros propios investigadores se los incentiva a profundizar los análisis en la universidad”, añade.
La calidad de los proyectos
Para Rosana Najjar, directora del Centro Nacional de Arqueología, ligado al Iphan, es necesario incentivar las buenas prácticas entre las empresas que realizan el rescate de materiales arqueológicos considerados bienes de la Nación. Según la investigadora, algunas empresas promueven un retroceso cuando solamente “recogen añicos”. “En algunos casos, el sitio es tenido lisa y llanamente como un obstáculo para el emprendimiento y no como una fuente que sirva para responder ciertas preguntas que se plantean en una investigación”, afirma. En 2002, una resolución del Iphan definió cómo deben elaborarse los proyectos que presentan las empresas. El principal criterio indica que ese documento debe respetar los moldes de un proyecto científico, es decir: ha de exponerse en él un problema claramente, y la metodología que se empleará para resolverlo. “Si abordamos un sitio sin una orientación, sin un objetivo, estaremos haciendo coleccionismo y no arqueología”, explica Najjar, quien después de esa exigencia observó que se produjo una mejora significativa de los proyectos, que deben enviarse antes del comienzo de las obras.
Paulo Zanettini reconoce los avances de la legislación brasileña. “Para que el trabajo del arqueólogo sea válido, sus resultados deben implicar una devolución hacia la sociedad, y esto incluye asistir a congresos, publicar en periódicos científicos, la creación de programas educativos y la divulgación en la prensa”. Como ejemplo de madurez de la arqueología en interacción con el mercado, hace mención a un programa desarrollado en el municipio de Caetité, en el alto sertón bahiano, que cuenta con el apoyo del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES). Contratada por un emprendimiento, la empresa de Zanettini encontró 150 sitios en la zona, donde se hallaron trozos de utensilios y manifestaciones de arte rupestre con más de 6 mil años. También se encontraron vestigios relacionados con comunidades tradicionales. En vista del material recolectado, su empresa permaneció durante un año debatiendo con la población local la construcción de un museo, que se erigirá este año. “No será un museo impuesto y restringido a la arqueología, sino un espacio destinado a guardar el patrimonio de la zona y debatir sobre el mismo”, añade.
En otro caso, la construcción de un edificio en una zona cotizada de la ciudad de São Paulo tuvo inicio sin pasar por la debida evaluación, lo que provocó daños en un sitio arqueológico. El hecho llegó al Ministerio Público y la empresa de Zanettini fue contratada para efectuar un dictamen. Para compensar, los responsables del emprendimiento se vieron obligados a indemnizar al Estado y el valor en juego se destinó a la construcción del nuevo museo de arqueología de la USP. “La arqueología dentro de emprendimientos es un camino sin retorno, por eso es importante que sus resultados redunden en beneficio de la comunidad y de la investigación académica”, evalúa Najjar, del Iphan.
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