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Entrevista

Néstor García Canclini: Antropólogo de la contemporaneidad

El intelectual elabora análisis pioneros sobre las paradojas de la modernidad latinoamericana

Cortesia Fil Guadalajara / Natalia Fregoso

Investigador de la cultura popular mexicana, del impacto de las nuevas tecnologías en el campo de la cultura y analista del rol que desempeña la juventud en las sociedades contemporáneas, el antropólogo y ensayista argentino Néstor García Canclini asumió en septiembre del año pasado como profesor titular de la cátedra Olavo Setúbal de Arte, Cultura y Ciencia del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de São Paulo (IEA-USP). A partir de entonces estudia cómo se están reestructurando las instituciones culturales de Brasil, México y Argentina en una época signada por el desarrollo electrónico. Docente de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) de México, de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y de la Universidad de Buenos Aires (UBA), estas dos últimas de Argentina, durante sus 60 años de carrera, García Canclini −a partir del año 2000 nacionalizado mexicano− también ha ejercido la docencia en instituciones italianas, españolas y estadounidenses. Graduado en Filosofía, sus objetos de investigación científica no se ciñen al campo de las ideas, sino que surgen del deseo de reflexión sobre la realidad concreta. Este interés ha derivado en estudios pioneros que abarcan una diversidad de temáticas, entre ellas, las vanguardias artísticas, la modernidad latinoamericana y la globalización.

García Canclini nació en La Plata, en Argentina, pero debió exiliarse en México tras el golpe militar de 1976. Desde su hogar en la capital mexicana, el investigador, cuya trayectoria ha estado signada por el frecuente tránsito entre fronteras, lamenta la imposibilidad de venir a Brasil, debido a las limitaciones que ha impuesto la pandemia. En esta entrevista concedida a Pesquisa FAPESP, él se explaya sobre su relación con Brasil, que ya lleva más de medio siglo, aborda los resultados preliminares de su investigación desarrollada en el Instituto de Estudios Avanzados (IEA) y reflexiona sobre sus estudios relacionados con fenómenos emergentes, tales como los medios sociales y los algoritmos.

Edad 81 años
Especialidad
Antropología cultural, políticas culturales y sociedades latinoamericanas
Institución
Universidad Autónoma Metropolitana de México
Estudios
Título de grado (1966) y doctorado en filosofía (1975) otorgados por la Universidad Nacional de La Plata y doctorado en filosofía (1978) por la Universidad de París X Nanterre
Producción
49 libros (28 colectivos y 21 individuales) y 135 artículos científicos

Usted se graduó en filosofía, pero en los últimos 40 años se ha dedicado a las investigaciones antropológicas. ¿Cómo fue el tránsito entre ambas disciplinas?
Mi título de grado y mis dos doctorados son en filosofía. Las tesis que defendí en 1975 en la Universidad de La Plata y en 1978 en la Universidad de París X Nanterre, adónde fui gracias a una beca de estudios del Conicet [el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas, de Argentina], analizan la relación entre la fenomenología, el estructuralismo y el marxismo. Estas eran en aquella época las tres grandes corrientes filosóficas de las ciencias sociales. La filosofía me interesó desde un principio porque propicia el desarrollo de reflexiones teóricas, pero yo quería tener objetos de estudio empíricos, y eso me llevó a las ciencias sociales y a los movimientos artísticos. Las ciencias sociales nos permiten analizar la estructura y el funcionamiento del mundo real, mientras que las corrientes artísticas sacan a la luz cuestiones pertenecientes al campo de lo imaginario. A comienzos de la década de 1970, cuando empecé a dar clases en la Universidad Nacional de La Plata, enseñaba antropología filosófica. Para poder tender un puente entre ambas disciplinas estudié obras de antropólogos, especialmente la del francés Claude Lévi-Strauss [1908-2009]. Hasta que arribé a México, en 1976, nunca había hecho un trabajo de campo. Pero rápidamente me encanté con la artesanía y las fiestas populares mexicanas. Con mis alumnos monté un equipo de investigadores y viajamos en varias oportunidades a Michoacán, un estado en el que hay una gran comunidad indígena de la etnia purépecha. Comencé a estudiar algo que era poco conocido, aunque ya existían varios estudios antropológicos sobre las comunidades productoras de artesanías. Me basé en esos conocimientos para ir más allá e investigar la circulación de esos productos. Y descubrí que los artesanos diseñaban sus obras pensando en los compradores, en los turistas y en los mercados urbanos. Sabían que las máscaras que se utilizaban en las fiestas tradicionales luego las colgarían en las paredes de modernos apartamentos. Analicé los procesos de producción, circulación, consumo y apropiación de esas artesanías y eso me dio otra mirada para trabajar con el arte contemporáneo. Parte de los resultados de ese estudio se publicaron en el libro intitulado Las culturas populares en el capitalismo [editorial Nueva Imagen, 1978], editado en Brasil por Editora Brasiliense en 1989, que recibió el Premio Literario Casa de las Américas en la categoría Ensayo, en 1981. Simultáneamente, nunca abandoné la filosofía porque la teoría me interesa. Pero pienso que es una disciplina que necesita una base de objetos empíricos, en espacios que no pueden reducirse a las ideas.

Las paradojas de la modernidad latinoamericana constituyen uno de sus principales temas de investigación. ¿Cuáles son?
Ese tema lo desarrollé en Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad [editorial Grijalbo, 1990; editado en portugués por Edusp, en 1998], que obtuvo el reconocimiento de la Asociación de Estudios Latinoamericanos [Lasa] como el mejor libro en español sobre América Latina publicado entre 1991 y 1992. Para elaborar esta obra encontré un apoyo importante en un texto clásico del crítico literario Roberto Schwartz: As ideias fora do lugar [Las ideas fuera de lugar], publicado por primera vez en 1973 en la revista Estudos, del Centro Brasileño de Análisis y Planificación [Cebrap]. Este ensayo plantea un debate precursor sobre el descompás existente entre la modernidad intelectual y cultural brasileña basada en las leyes y principios formales y en la permanencia de lo que Schwartz denomina “cultura del favor”, o cultura de la informalidad, que contradice la pretendida estructuración moderna de la sociedad. Una de las líneas centrales de mis argumentos es que, en América Latina, la modernidad no ha sustituido a las tradiciones, sino que ellas coexisten. Tenemos que entender cómo se da esta convivencia dentro de la estructura social y en los propios sujetos. La tensión entre la realidad social y las leyes pretendidamente modernas también está presente en otros países latinoamericanos. Cada uno pudo administrar esa contradicción de una manera diferente. En aquellas naciones donde la población tiene un amplio componente indígena, tales como Bolivia, Perú, Guatemala y, en cierto modo, México, los hábitos y las costumbres tradicionales fueron incorporados a sus legislaciones y coexisten con la modernidad. Si lo comparamos con Brasil es distinto, porque la población indígena es minoritaria y está circunscrita a sus territorios. En el campo de las ciencias sociales, especialmente en la antropología, las investigaciones vienen haciendo un esfuerzo desde hace tiempo para conocer la situación de los pueblos originarios de Brasil. Pero solo recientemente se la ha reconocido como una cuestión de interés público importante.

En América Latina existe una contradicción. La modernidad no sustituye a las tradiciones, sino que ambas coexisten

¿Cómo se ve reflejada esta tensión en las sociedades latinoamericanas?
La tensión entre la formalidad y la informalidad perdura y nos obliga a considerarla como una característica de las naciones latinoamericanas. En las últimas décadas, la cultura de la informalidad se fue desviando cada vez más hacia la ilegalidad, de manera tal que las mafias ampliaron su control sobre territorios, adquiriendo mayor influencia en la organización de la sociedad y de la propia cultura. En el norte de México, por ejemplo, el género musical más popular es el narcocorrido, con canciones que exaltan los logros de los narcotraficantes u otras formas de ilegalidad. No podemos simplemente rechazar el género musical. Debemos preguntarnos a qué se debe esa permeabilidad social.

Aparte de la modernidad latinoamericana, la globalización también ha sido uno de los temas centrales de sus reflexiones.
Empecé a trabajar con ese tema hace 20 años, cuando constaté un aumento de los procesos segregacionistas apoyados en retóricas nacionalistas y en la exaltación de los regionalismos que se propagaron en diversas partes del mundo. Este es el caso del Brexit, la separación del Reino Unido de la Unión Europea, y del movimiento sociopolítico emergente en Argentina hace 20 años, para que la provincia de Mendoza –la principal de la zona productora de vinos del país con una economía pujante– se declare independiente. La pandemia vino a profundizar este cuadro. Al mismo tiempo, la globalización financiera y económica prosigue su ritmo de expansión. Hay diversas explicaciones para el anhelo de desglobalización. Una de ellas es la persistencia de antiguos sentimientos nacionalistas o regionalistas. Otra indica que la globalización perjudicó a ciertos sectores de la población. El ascenso de los movimientos de derecha o ultraderecha en Europa y la elección de líderes políticos como Donald Trump y Jair Bolsonaro parecen ser el resultado, entre otros motivos, del crecimiento de un malestar generado por la globalización. Las ciencias sociales vienen estudiando estas cuestiones desde hace 25 años. El libro ¿Qué es la globalización? – Falacias del globalismo, respuestas a la globalización, del sociólogo alemán Ulrich Beck [1944-2015], sitúa en el centro del debate los traslados de las fábricas de las metrópolis norteamericanas y europeas a países asiáticos o africanos, en donde la explotación de los trabajadores es mayor. En este marco, en todo el mundo hubo una disminución de los puestos laborales y una profundización de las desigualdades sociales. Esto ha generado un malestar social y afectivo, suscitando el anhelo de organizarse contra la globalización. La dinámica de la desglobalización ha vuelto a manifestarse con la pandemia. La acumulación de vacunas en 10 países centrales es un escándalo que contradice la lógica de la globalización.

Reproducción García Canclini en el acto de toma de posesión de la cátedra Olavo Setúbal de Arte, Cultura y Ciencia del IEA-USP, en el marco de una ceremonia virtual, en septiembre de 2020Reproducción

Vanguardias artísticas, algoritmos y redes sociales. ¿De dónde surge su interés por estudiar fenómenos emergentes como estos?
Tengo varias motivaciones para trabajar con estos temas. Al principio de mi carrera profesional investigué las vanguardias artísticas, literarias y cinematográficas, atraído por el movimiento de innovación y por la curiosidad de entender cuáles son los recursos necesarios para innovar. Eso me llevó a estudiar la sociología del arte. Una de mis primeras investigaciones consistió en establecer correlaciones entre las vanguardias artísticas y el desarrollo económico en Argentina, durante la década de 1970. Traté de estudiar no solo las vanguardias, sino también sus implicaciones en la sociedad. Existen analogías entre los casos de Argentina y Brasil. Las vanguardias artísticas fueron impulsadas en ambos países por los sectores económicos ligados a la innovación industrial. En Argentina, el grupo Di Tella, fabricante de electrodomésticos y automóviles, financió las primeras actividades de vanguardia. En Brasil, la primera Bienal de São Paulo, en 1951, se nutrió con recursos aportados por el empresario y mecenas Francisco Matarazzo Sobrinho [1898-1977]. Un segundo aspecto que me impulsa a estudiar temas emergentes es la percepción de que el sistema internacional de los partidos políticos se encuentra en decadencia. Muchos partidos han dejado de representar a los sectores sociales mayoritarios de la población y hacen alianzas corruptas con los empresarios. Esto ha conducido a la despolitización y la desciudadanización. La ciudadanía ha buscado reorganizarse por medio de movimientos sociales, feministas, ecologistas, de etnia o de raza. El anacronismo de unas instituciones políticas incapaces de adaptarse a la complejidad actual de nuestras sociedades hace que esos grupos asuman la representación de los sectores excluidos, como son las mujeres, los afroamericanos, los indígenas y los jóvenes. De ahí surge mi interés por otro movimiento emergente, que tiene que ver con el rol de las generaciones jóvenes en la vida social durante los últimos 30 años. A comienzos de la década de 2010, formamos un equipo de investigadores mexicanos y españoles para analizar las relaciones entre la juventud, la cultura urbana y las redes digitales. Notamos que los jóvenes han ampliado su papel en la organización y la movilización por la búsqueda de derechos y en los procesos de innovación tecnológica, comunicacional, artística, literaria y mediática. En primer lugar me intereso por los fenómenos emergentes porque creo que los jóvenes, los indígenas, los afroamericanos y las feministas son fuentes de transformación de la sociedad. Y también por una necesidad afectiva de mantener la esperanza.

A esta altura de su trayectoria académica, ¿por qué decidió centrarse en las instituciones?
Muchos investigadores critican la reorganización de la vida pública que sobrevino con el neoliberalismo. Por otra parte, en los últimos años hemos defendido la importancia de salvaguardar las instituciones, especialmente los centros culturales, las universidades, los hospitales públicos, los espacios de deliberación parlamentaria y el sistema judicial. Aunque algunas de estas instituciones estén corrompidas, es importante trabajar para la recuperación de su dignidad. Esto nos pone en una situación de ambivalencia. Desarrollamos el pensamiento crítico y dudamos de la eficacia de las instituciones. Al mismo tiempo, sabemos que no podemos prescindir de ellas. Debemos apostar por su renovación y, para ello, es necesario comprender mejor la forma en que responden a los conflictos que plantea la vida social contemporánea. Las instituciones no solo se enfrentan a una crisis de gobernanza. Los retos también comprenden la descomposición de los tejidos institucionales. Asimismo, existe un anacronismo en la manera en que las instituciones se enfrentan a las transformaciones en las sociedades contemporáneas. Esta comprobación implica la búsqueda de acciones concretas. Por ejemplo, es necesario definir cómo reducir la burocracia mediante el uso de recursos digitales que permitan agilizar los trámites. Estos recursos existen, pero son insuficientes y se ven obstaculizados por el hecho de que solamente una parte de la población dispone de acceso a una conexión digital.

¿De qué se trata la investigación que se lleva adelante en el IEA?
La investigación se centra en las instituciones culturales. Pretendemos entender cómo se reestructura su rol en esta época de desarrollo electrónico y los nuevos significados de las reivindicaciones territoriales. El tema es objeto de una investigación desarrollada desde 2015 en el Centro de Estudios Latinoamericanos Avanzados (Calas), cuya sede funciona en la Universidad de Guadalajara (México). Los resultados fueron publicados el año pasado en el libro Ciudadanos reemplazados por algoritmos, que puede descargarse en forma gratuita en internet. Pronto se publicará la obra en portugués. Después de cinco ediciones, me enteré que soy el primer extranjero que asume la titularidad de la cátedra Olavo Setúbal. Entiendo esta iniciativa como un esfuerzo de la USP para estrechar sus relaciones con la vida académica y social latinoamericana. Esta elección conlleva ciertos desafíos debido a la distancia geográfica y al conocimiento parcial que poseo del contexto brasileño, pese a que he visitado el país más de dos decenas de veces. Nos enfrentamos a estas limitaciones ofreciendo dos puestos para investigadores de posdoctorado, que están trabajando conmigo en esta investigación científica. Se inscribieron 41 postulantes. Y los elegidos fueron Juan Ignacio Brizuela, un argentino graduado en relaciones internacionales, y Sharine Machado Cabral Melo, graduada en comunicación social y administradora cultural de la Fundación Nacional de las Artes (Funarte), de São Paulo.

La informalidad se ha ido desviando hacia la ilegalidad. Las mafias ampliaron su influencia sobre territorios y culturas

¿Cómo ha impactado la pandemia en la investigación?
Brizuela y Cabral Melo trabajan en proyectos distintos pero complementarios. Brizuela estudia los Puntos de Cultura, un programa creado por el gobierno federal brasileño en 2004 que prevé el desarrollo de una red capilar de espacios culturales, especialmente en las comunidades y territorios vulnerables. Ese fue el tema de su tesis doctoral y actualmente él analiza cómo están operando esos espacios ante las condiciones impuestas por la pandemia. Al pensar en una institución cultural, generalmente nos viene a la mente un museo, un cine o un teatro, que funcionan en lugares fijos. A diferencia de eso, gran parte de los espacios de este programa están organizados de manera abierta y flexible, en busca de dar una respuesta a las necesidades locales, proporcionando diferentes tipos de equipamientos musicales, culturales o tecnológicos. En tanto, Cabral Melo estudia la Ley Aldir Blanc, sancionada por el Congreso de Brasil en junio del año pasado como resultado de la movilización de artistas, trabajadores y gestores de la cultura. Esta legislación prevé una asignación de 3.000 millones de reales a los estados y municipios para que elaboren actividades de emergencia para el sector cultural durante el tiempo que dure el estado calamidad pública ocasionado por la pandemia. Se trata de una ley innovadora, tanto por el amplio monto de los recursos previstos como por sus reglas de funcionamiento. Para poder acceder a ese dinero, los municipios deben disponer de consejos de cultura. Si cumplen con esta condición, pueden administrar el fondo atendiendo a las necesidades y demandas locales. En la investigación hemos verificado que esa exigencia motivó la creación de cientos de consejos de cultura. Esto significa que el incentivo económico también sirvió para estimular la articulación social de artistas y profesionales del área. La aprobación de esta ley es contradictoria: se produce en un momento en que Brasil y otros países latinoamericanos están reduciendo su presupuesto para el sector. Esto configura un buen ejemplo sobre cómo un movimiento de resistencia de la sociedad civil puede traer innovaciones, a contramano de las políticas tradicionales. Yo sigo el progreso de las investigaciones en Brasil desde aquí en Ciudad de México, mediante reuniones periódicas con los becarios. También investigo lo que ocurre en México en relación con los movimientos sociales y las políticas de atención de la emergencia artística causada por la pandemia. El estudio se centra en Brasil, pero estamos llevando adelante una labor comparativa que incluye el análisis de la situación mexicana y argentina.

¿Ya se puede hablar de resultados preliminares? ¿Cuáles son?
Lo que ya se ha comprobado es que, a ejemplo de otros países de América Latina, en Brasil también hay un movimiento de desinstitucionalización de la cultura, es decir, de debilitamiento de las instituciones tradicionales, tales como los museos, centros culturales, teatros y cines, acompañado de una pérdida de espacio para ejercer la ciudadanía. Al mismo tiempo, existen procesos de reactivación de la vida social y cultural, como el que ha generado la Ley Aldir Blanc, desencadenados por organizaciones de base comunitaria a partir de contextos locales. En México estamos viviendo una situación curiosa. En 2015, el antiguo Consejo Nacional para la Cultura y las Artes se transformó en la Secretaría de Cultura, adquiriendo otro estatus dentro del organigrama gubernamental. Sin embargo, el presupuesto de la cartera se mantuvo igual. En este período de pandemia no se han generado programas para asistir a estos sectores.

¿Cómo empezó su relación con Brasil?
Comencé a viajar a Brasil desde muy joven, cuando tenía alrededor de 20 años. Mi familia es evangélica, de la Iglesia Bautista, a la que asistí hasta los 16 años. Después me incorporé a un movimiento estudiantil cristiano ecuménico, presente en varios países y con un fuerte compromiso social. En ese ambiente comencé a reflexionar sobre temas que en la universidad se trataban de manera deficiente, como la relación entre el cristianismo y el marxismo. Ese movimiento era muy fuerte en Brasil, relacionado con las campañas de alfabetización impulsadas por Paulo Freire [1921-1997] (lea el artículo intitulado “Pedagogo universal”, en la página 74). Conocí a mucha gente implicada en esas actividades y participé en congresos en el país. Varias veces estuve en Brasil como parte de mi trabajo académico. Pronto me interesé por la sociedad y por la cultura brasileña, sobre todo por su música. Aprendí portugués leyendo libros de ciencias sociales y escuchando hablar a la gente. Dicté conferencias e impartí cursos en São Paulo, Río de Janeiro, Brasilia y Salvador. Participé en dos oportunidades en la Bienal del Mercosur, en Porto Alegre. En 1967 presencié, por primera vez, una producción de teatro experimental. Era una obra de Augusto Boal [1931-2009], y luego nos hicimos amigos en 1971, cuando él tuvo que exiliarse en Argentina. Lo invité a participar en mis clases de estética y arte contemporáneo. En los comienzos de mi carrera académica me acerqué a varios intelectuales brasileños, entre ellos, la crítica literaria Heloísa Buarque de Holanda, los sociólogos Sérgio Miceli y Renato Ortiz, el antropólogo Antonio Augusto Arantes y el crítico de arte José Teixeira Coelho Netto, además de artistas como Regina Silveira. En la década de 1990 participé en un estudio comparativo sobre el consumo cultural en São Paulo, Ciudad de México, Buenos Aires y Santiago (Chile), con el apoyo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). En São Paulo, Miceli y Arantes lideraron ese trabajo. Tuve muchos alumnos y fui supervisor de varios estudiantes brasileños que vinieron a México a realizar estudios de posgrado en el Departamento de Antropología de la Universidad Autónoma Metropolitana.

Las sociedades no se movilizan solamente por las regularidades que abordan las ciencias sociales, sino también por imaginarios

¿Cuál fue el impacto de la pandemia en la vida de un intelectual como usted, habituado a moverse entre fronteras?
La pandemia modificó la manera de trabajar en todas las profesiones y oficios. Quienes pueden hacerlo en forma remota están más protegidos, pero esta clase de actividad acarrea problemas de todo tipo, incluso de salud mental. Todos tuvimos que suspender viajes y poner un paréntesis a las interacciones internacionales, en un momento en que son más necesarias que nunca. Para mí, la pérdida principal fue no haber podido estar presente en la inauguración de los trabajos de la cátedra, el pasado mes de septiembre. La titularidad dura un año y dudo que se pueda viajar a Brasil antes de agosto. Sabemos que la vacuna disminuye los riesgos, pero no los elimina, y tanto México como Brasil viven una situación de contagios no controlada. En este contexto de pandemia, la cátedra ha sido un aliciente importantísimo y ha dado sentido a mi labor cotidiana. El apoyo del IEA-USP y el intercambio con los becarios ha sido fundamental para poderme sentir vivo intelectual y afectivamente. En un sentido más amplio, diría que la situación pandémica constituye un estímulo para repensar cómo en nuestros países tantas contradicciones se convierten en catástrofes. Esto también nos lleva a reflexionar sobre un tema que me interesa desde hace años y que forma parte del meollo de mis investigaciones: la relación entre las instituciones, las aplicaciones y las plataformas. ¿Será que las aplicaciones van a sustituir a las instituciones? Creo que no, pero es necesario estudiarlo. Mucho de lo que hacíamos en las instituciones ya no lo hacemos más. Por ejemplo, en varios países no podemos ir al cine o al teatro. Estas instituciones no reabrirán, o lo harán parcialmente. Nos refugiamos en las aplicaciones y los dueños de las plataformas online se han fortalecido. A finales de 2019, Zoom tenía 10 millones de usuarios, y en marzo de 2020 esa cifra creció hasta llegar a 300 millones. No se trata simplemente de un cambio económico, sino de toda una transformación en la manera de organizarnos socialmente.

Usted es un académico que escribe obras de ficción. ¿Qué interlocución tienen esos trabajos?
Tengo objetos empíricos que se analizan científicamente con rigurosidad académica y, al mismo tiempo, trabajo con imaginarios sociales. Mi libro La globalización imaginada [editorial Paidós, 1999; que en Brasil fue editado en portugués por Iluminuras, en 2003] aborda imaginarios que impulsan y se oponen a la globalización y a las configuraciones socioculturales que construimos a través de la imaginación y la creatividad. Mi argumento se basa en que las sociedades no se movilizan solamente por las regularidades que estudian las ciencias sociales, sino también por los imaginarios, un material sobre el cual trabajan los escritores, los artistas visuales y los cineastas. Yo ya había escrito ficción y poemas e incluí pequeños episodios de ficción en algunos ensayos académicos, principalmente en el libro El mundo entero como lugar extraño [editorial Gedisa, 2014; editado en portugués por Edusp, en 2020]. En tanto, Pistas falsas: Una ficción antropológica [editorial Sexto Piso, 2018; editado en portugués por Itaú Cultural/Iluminuras, en 2020] es una novela que relata la historia de un arqueólogo chino que llega a América Latina. Es una historia ficticia que se nutre de hechos empíricamente verificables y conversaciones que escuché durante mis investigaciones. El juego de la ficción no es simplemente un juego de irrealización, donde se relatan cosas que no han sucedido. Implica la búsqueda de distintos tipos de acceso a lo que vivenciamos y estudiamos.

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