Cuando se apresta a cumplir 74 años, el ingeniero mecánico y científico de la computación Nivio Ziviani, profesor emérito de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), aún conserva en su forma de hablar la vitalidad de sus años juveniles. Uno de los pioneros de la docencia en la carrera de grado en computación en Brasil, ha logrado una hazaña reservada a pocos académicos de su generación: no solo formó profesionales y generó conocimiento, sino que también consiguió trascender más allá de los muros de la academia.
Al cursar el doctorado en la Universidad de Waterloo, en Canadá, durante la década 1980, se contagió de lo que el mismo define como el “virus emprendedor” y creó cinco startups a lo largo de su carrera. Esos exitosos negocios llamaron la atención del mercado y una de esas empresas emergentes –Akwan Information Technologies– fue adquirida por Google en 2005, dando origen al centro de investigación y desarrollo de la multinacional en América Latina, con sede en la ciudad de Belo Horizonte.
“Desde entonces, Google ha invertido cientos de millones de reales en Brasil. Esto ocurrió a partir de algo que nosotros pudimos hacer: dinamizar el conocimiento en la academia, generar tecnología, transferírsela a la sociedad, emprender y crear empleos de alto nivel”, relata. “La universidad brasileña se convertirá en un polo generador de riqueza merced a los negocios innovadores”.
Ziviani recibió a Pesquisa FAPESP antes de la eclosión de la pandemia del nuevo coronavirus. En los meses posteriores se completó la entrevista mediante conversaciones telefónicas e intercambios de mensajes. A continuación, pueden leerse sus principales tramos.
Especialidad
Algoritmos, recuperación de información e inteligencia artificial
Institución
Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG)
Estudios
Graduado en ingeniería mecánica por la UFMG (1971), Máster en Informática por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (1976) y Doctor en Ciencias de la Computación por la Universidad de Waterloo, en Canadá (1982)
Producción
44 artículos en revistas científicas, 14 libros (8 como coautor), 121 trabajos publicados en anales de congresos
Usted vivió un episodio dramático en su infancia. ¿Cómo lo marcó?
Cuando era un niño tuve poliomielitis. Eso tuvo un gran impacto en mi vida. Tuve que someterme a varias cirugías, la más dura en 1960, cuando tenía 14 años. Fue una operación para corregir el acortamiento de un tendón, para lo cual los cirujanos me cortaron los huesos del pie. Pasé 90 días con yeso. Eso me marcó mucho y es probable que haya determinado en parte mi modo de proceder en la vida. A causa de esa limitación, no podía competir en los deportes colectivos. Pero siempre me gustaron las bicicletas. Cuando tenía 16 años le instalé a la mía un motor. Me gustaban las máquinas y los mecanismos, tanto es así que más tarde quise estudiar ingeniería mecánica.
Incluso con esos estudios usted trabajó toda su vida como científico de la computación. ¿Cómo se produjo esa migración?
Siempre me gustó el automovilismo, incluyendo el de competición, y de ahí proviene mi interés por la ingeniería mecánica. Cuando era un estudiante de la carrera de grado, comandé el equipo de kart del piloto Toninho da Matta [Antônio Lúcio], que fue campeón brasileño de la categoría en 1966. Pero cuando cursaba el segundo año en la facultad, la Escuela de Ingeniería de la UFMG adquirió una computadora, una IBM 1130, una de las primeras del país. Rápidamente empecé a trabajar como programador. A partir de entonces, comencé a interactuar con la comunidad de científicos de la computación.
¿Cómo era trabajar en computación en una época en la que casi no había computadoras en el país?
Había unas pocas centenas. Eran máquinas de gran tamaño, que ocupaban todo un cuarto, y su poder de cálculo era mucho menor que el de los smartphones actuales. La programación era algo complicado. En 1971 me gradué como ingeniero mecánico, pero siempre trabajé en programación. Al año siguiente, un amigo mío, Ivan Moura Campos, docente del Departamento de Matemática de la UFMG me invitó a sumarme a la creación de una carrera de programación de computadoras. Así fue que me convertí en docente a tiempo parcial.
¿En ese momento ya pensaba seguir una carrera académica?
Para nada, no tenía la menor idea. Después de graduarme, aparte de las clases a media jornada en la UFMG, también trabajé como programador en el antiguo Banco Nacional. En 1973, el gobierno lanzó un proyecto para articular carreras de grado intermedias, de tecnólogos, en cinco instituciones: en la UFMG, en la PUC-Río [Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro], en las universidades federales de Rio Grande do Sul [UFRGS] y de Paraíba [UFPB], en su campus de Campina Grande, y en el Centro Paula Souza, en São Paulo. En marzo de aquel año, me invitaron a trabajar a jornada completa y con dedicación exclusiva para colaborar en la implementación de la carrera en la UFMG. Fue una experiencia increíble.
¿Por qué?
Comenzamos todo de cero. Decidimos cómo sería el currículo y tuvimos que contratar docentes. Era una carrera diferente, de dos años de duración, intensiva y con períodos trimestrales, siendo que en aquella época, todas las carreras universitarias eran semestrales. Ese mismo currículo se implementó en las cinco escuelas.
¿Así fue como se convirtió en uno de los pioneros en la implementación de la carrera de grado en computación en Brasil?
En efecto. El primer examen de ingreso se realizó a mediados de 1973. Fui el coordinador de la carrera en la UFMG durante dos años. Algo curioso fue que, como era una carrera muy diferente, podría generar renuencia en la Prorrectoría de Grado. El MEC [Ministerio de Educación] creyó conveniente poner el dinero directamente en manos de los coordinadores, lo que me obligó a interactuar con el rector.
¿Qué opinión tiene de las carreras actuales en ciencias de la computación en Brasil?
Anduvieron muy bien. El país se destaca en América Latina y a grandes rasgos se hacen enseñanza e investigación muy sólidas. Nuestro posgrado es competitivo, formamos profesionales competentes, pero desgraciadamente hay una fuga de cerebros. Los mejores profesionales, generalmente formados con recursos públicos, acaban yéndose al exterior. Entre las innumerables personas que han contribuido para la calidad de la ciencia de la computación brasileña, quiero destacar al pernambucano Carlos José Pereira de Lucena, docente de la PUC-Río, a quien considero el padre de la computación en el país. Él creó la primera maestría en Brasil y tuvo un rol decisivo en la Capes [Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior]. También tuvo influencia en mi partida rumbo a Canadá, donde realicé el doctorado en la Universidad de Waterloo, que es la universidad canadiense que genera la mayor cantidad de startups. El smartphone BalckBerry nació allí.
¿Cuándo se doctoró?
Defendí mi doctorado en 1982. Cuando regresé, el profesor Pereira de Lucena, quien por entonces era el coordinador del área de ciencias de la computación en la Capes, me invitó a participar en los comités evaluadores del posgrado. En 1984, volví a Canadá para hacer un posdoctorado de tres meses en Waterloo. Mientras estaba allá, me eligieron como sucesor de Pereira de Lucena. Cumplí dos mandatos al frente del área.
¿Cuáles son sus áreas de interés en la computación?
En primera instancia me aboqué a los algoritmos y a la recuperación de información [la rama de la ciencia de la computación que se ocupa del resguardo de documentos y de la recuperación de los datos asociados a ellos], pero después me decanté por la inteligencia artificial. [IA]. Para que se entienda ese cambio, debo hablar sobre las principales revoluciones industriales que ocurrieron en el pasado. La primera, en el siglo XIX, se produjo a partir de la creación de la máquina de vapor, y la segunda, a comienzos del siglo pasado, con la invención del motor de combustión interna y la electricidad. Esas son tecnologías con propósito general, porque influyen en la vida de todos. La inteligencia artificial es la tecnología de propósito universal actual, y tendrá el mismo impacto que el motor de combustión y la electricidad tuvieron para la historia de la humanidad. Hay incluso una tercera revolución industrial, que ocurrió en la década de 1990 con la creación de la web por Tim Berners-Lee. Ella no es más que un repositorio de textos. Al poner a disposición contenidos y conectar a la gente, la web hizo que surgieran motores de búsqueda para recuperar la información guardada en ella. Desde los años 1980 he estado trabajando con el procesamiento del lenguaje natural, un área que despertó mi interés durante mi etapa de doctorado.
En las décadas de 1990 y 2000 surgieron varios motores de búsqueda.
Así es. Uno de sus íconos es el de Google, que fue creado en 1998 en la Universidad Stanford, en Estados Unidos. Mi supervisor de doctorado, Gaston Gonnet, desarrolló en 1993 uno de los primeros motores de búsqueda de la web, que dio origen a una de las mayores empresas de TI [Tecnología de la Información] de Canadá: Open Text Corporation. En total, él creó unas 10 startups. Waterloo es el principal semillero de esas empresas en Canadá. Al haber estudiado ahí se me contagió el virus del espíritu emprendedor.
Al retornar a Brasil ya estaba infectado…
De cierto modo sí. En 1985 Gonnet vino a Brasil para dictar un curso sobre proyectos de algoritmos. Nos reunimos y él sugirió que creáramos una empresa especializada en algoritmos de búsqueda de texto, la base de los motores de búsqueda. Eso quedó dando vueltas en mi cabeza y diez años después, cuando daba clases en la UFMG, uno de mis alumnos, Victor Ribeiro, desarrolló un software, un pequeño robot que navegaba por internet y recolectaba páginas de los servidores web de interés.
¿Era un motor de búsqueda?
No, era simplemente un software, un robot que tenía esa capacidad. En aquella época, la creación de un motor de búsqueda era difícil. Nadie sabía cómo hacerlo. Una vez que aprobó la materia, Ribeiro vino a trabajar conmigo en el Laboratorio de Tratamiento de la Información [Latin], que yo había creado en los años 1980. Cierto día, él notó que un colega hacía búsquedas en internet en librerías virtuales. Ingresaba en cada una de ellas y utilizaba el software de la librería para tratar de ubicar un libro. Ribeiro pensó: “¿Por qué no usar mi robot para realizar búsquedas en todas las librerías virtuales simultáneamente proporcionándole un resultado único al usuario?”.
O sea, imaginó crear un motor de búsqueda centrado en las librerías.
Eso mismo, para hallar cualquier libro en librerías de Brasil y del exterior. Eso es lo que se denomina metabúsqueda: el uso de mecanismos de terceros para recopilar las páginas de los servidores de cada negocio, fusionar los resultados y ofrecérselos al usuario de internet. Esa fue la mecha para crear toda una familia de metabuscadores: BookMiner, para libros, CDMiner, para los CD, SoftMiner, para software, entre otros. Hoy en día, la industria de los metabuscadores es muy fuerte. Ejemplos de ello son AirBnb, Trivago, MaxMilhas, etc. Nosotros creamos un mecanismo propio en una época en que nadie sabía cómo hacerlo.
Parte del dinero que Victor Ribeiro y yo obtuvimos por la venta de nuestra primera startup lo donamos a la UFMG
¿Cómo fue que ese motor de búsqueda se convirtió en su primera startup?
Todo comenzó en el Latin. La familia Miner de Agentes para la Web fue un éxito y, en poco tiempo, la red del departamento no daba abasto. El número de usuarios que utilizaban el mecanismo se duplicaba cada 30 días. Como ya no podíamos mantener el sistema en los servidores de la universidad, negociamos con el proveedor UOL, que pasó a hospedar a la familia Miner. A principios de 1998, ganamos el iBest [el principal premio brasileño de internet], como el sitio web más popular y tecnológico. Hasta entonces, a Miner la manejábamos Ribeiro y yo. Él decidió dejar su empleo para dedicarse al negocio, un requisito previo para que el emprendedor tenga éxito. Yo seguí en la UFMG. Al comienzo de 1999, cierto día abrí el periódico Folha de S.Paulo y, para mi sorpresa, el título de la columna del economista Luis Nassif era “La familia Miner”. Él se deshacía en elogios referidos a nuestro buscador, “una tecnología de punta que nació en la universidad”. Me comuniqué inmediatamente con dos colegas, Ivan Moura Campos y Guilherme Emrich, inversor y creador de Biobrás, una empresa fabricante de insulina, y los convencí de invertir en el negocio. Así fue como surgió Miner.
¿Cuál fue la suma invertida?
El monto no se dio a conocer al público, pero fue una cantidad relativamente pequeña. Lo cierto es que Miner despertó un gran interés en UOL, que acabó adquiriéndola en junio de 1999. No puedo revelar el monto de la transacción. Ribeiro trabajó mucho tiempo como director de Tecnología de la Información en UOL. Ese fue uno de los primeros casos exitosos de una startup nacida en la universidad.
¿Es cierto que parte del dinero recibido por la venta de Miner fue donado a la UFMG?
Sí. Cuando ideamos el motor de búsqueda en el Latin, procuré que quedara como propietaria la universidad. Pero había demasiada burocracia y hacerlo efectivo era algo difícil. Entonces acordamos con Ribeiro que si todo salía bien le haríamos una donación a la UFMG. Es por eso que donamos 100 mil reales, que en esa época equivalían a unos 90 mil dólares.
¿Qué se hizo con ese dinero?
Sugerimos que se repartiera en tres partes: una para la modernización del Latin, otra para crear la biblioteca de posgrado del ICEx [Instituto de Ciencias Exactas] y una tercera para establecer una beca permanente de iniciación a la investigación científica en computación. Ese dinero se depositó en un fondo de administración de inversiones de la Fundep [Fundación para el Desarrollo de la Investigación, de la UFMG] y los intereses se destinaron a la beca Miner Latin.
Inmediatamente después de la venta de Miner, usted creó otra startup que más tarde sería adquirida por Google. ¿Cómo fue todo?
En septiembre de 1999, nos cruzamos con el profesor Berthier Ribeiro-Neto, también de aquí de la UFMG, en el marco de un evento en la Universidad de California en Berkeley y acordamos crear un mecanismo de búsqueda general, diferente de la metabúsqueda. Dos meses más tarde, lanzamos el motor de búsqueda Todobr. Fundamos Akwan Information Technologies como proveedora del Todobr y ganamos como clientes a grandes grupos económicos, tales como Odebrecht, la editorial Abril y los portales web iG y UOL. La herramienta se expandió a otros países, como por ejemplo, Chile y España.
¿Cuál era el modelo de negocio de Akwan?
A diferencia de Google, que era una empresa de medios de comunicación, Akwan era una proveedora de tecnología. La herramienta Todobr logró un gran éxito. Akwan disponía de un área muy sólida en I&D [investigación y desarrollo] y ofrecía tecnología de punta. Eso solo fue posible porque estábamos ligados a un grupo de investigación de vanguardia como el que hoy en día sigue trabajando en el Departamento de Ciencia de la Computación de la UFMG.
Por lo tanto, ¿Akwan fue una spin-off de la UFMG?
La empresa nació en la sala donde actualmente funciona el Laboratorio de Inteligencia Artificial. Pero pronto la trasladamos al exterior del campus, a un edificio cerca de la UFMG. El vínculo estrecho con la universidad se mantuvo. Con el empeño de siempre por hacer las cosas bien, concebí un mecanismo jurídico peculiar.
¿Cuál era ese mecanismo?
La empresa creada fue Akwan S. A. [Sociedad Anónima] y donamos el 5% de las acciones a la fundación ligada a la UFMG, la Fundep. Así, yo podía decir que la universidad era socia del emprendimiento, algo que jurídicamente era incorrecto. En aquella época, asistíamos a las principales conferencias mundiales del área, al igual que la gente de Google. En esos foros, hablábamos de la experiencia de Akwan. Así fue como entramos en el radar de esa compañía. Google acababa de efectuar su OPV [Oferta Pública de Venta, que tuvo lugar en 2004] y quería hacer pie en América Latina. Al final de aquel año, recibimos la visita del vicepresidente de Ingeniería de Google, Wayne Rosing.
¿Él estuvo aquí en Belo Horizonte?
Así es. Como yo estaba en Europa, lo recibieron Berthier, que era el director ejecutivo de la startup, y los socios fundadores Guilherme Emrich, quien por entonces era uno de los dueños de la consultora de inversiones FIR Capital, y el profesor Ivan Campos, los mismos que años antes invirtieron en Miner. Nuestra empresa tenía otros dos socios, Marcus Regueira, también de FIR Capital, y Alberto Henrique Laender, docente de la UFMG.
¿Cómo fue ese encuentro con el ejecutivo de Google?
Se realizó en un hotel en el centro de Belo Horizonte. Nos moríamos de miedo de llevarlo a Akwan, porque no queríamos que nuestros ingenieros lo reconocieran. Pero de cualquier modo él quería conocer la empresa y nosotros dábamos rodeos. En cierto momento dijo: “Aguarden, voy a comunicarme con Mountain View [la ciudad donde se encuentra la sede de Google, en California]”. Pidió descargar un Non-disclosure agreement [NDA, en inglés, un acuerdo de confidencialidad], documento estándar para el inicio de cualquier negociación, y lo firmó. Luego de eso mis socios lo trajeron a la empresa. Para que no se filtre la información de que Google estaba interesado en Akwan, solamente les dijimos a los investigadores que era alguien que iba a visitar la sede. Pero uno de nuestros ingenieros había asistido hacía pocos meses a la International World Wide Web Conference, en Nueva York, y lo reconoció: “Este tipo es de Google”. Y ocurrió lo que no queríamos: la información se filtró.
Akwan era sólida en I&D y tecnología de punta porque estaba vinculada a un grupo de profesionales de excelencia de la universidad
¿Por qué era importante mantenerlo en secreto?
Porque la negociación recién arrancaba. Había muchos acuerdos por hacer. Cuando Wayne Rosing vio lo que era Akwan, lo que nosotros hacíamos y la calidad de nuestro software, no podía creerlo. Bajo NDA, iniciamos una negociación que se extendió por más de seis meses, y la venta se concretó el 19 de julio de 2005. Berthier y Regueira, nuestros negociadores, viajaron varias veces a California y se reunieron con Larry Page, uno de los fundadores de Google, quien llevaba adelante la negociación directamente.
¿No fue demasiado tiempo?
La negociación duró tanto porque había muchos detalles involucrados. La contratación de los ingenieros era uno de esos ítems. Como el costo de contratación es demasiado alto en Brasil, en Akwan decidimos trabajar con cooperativas de empleados. Eso era algo común en la época, pero implicaba un riesgo laboral. Google quería adquirir el 100% de la empresa, incluso el 5% de la Fundep. Ellos exigieron un documento del Consejo Curador de la Fundación y de la Fiscalía Estadual Fundaciones que atestiguara la legalidad de la venta de un bien de la Fundación sin necesidad de declarar a quién ni por qué valor.
¿Cuál fue el monto de la venta?
No puedo revelarlo. Pero fue mucho dinero. El contrato constaba de 10 páginas y se estipulaba expresamente que nadie podía revelar el valor. Fue la primera empresa adquirida por Google fuera de Estados Unidos.
¿Akwan acabó convirtiéndose en el centro de I&D de Google en el país?
No solo de Brasil, sino de toda América Latina. Lo instalaron en Belo Horizonte, con los ingenieros de Akwan, y más tarde abrieron una oficina comercial en São Paulo. Google ha invertido cientos de millones de reales en el país. Eso sucedió gracias a algo muy sencillo, pero la gente no siempre advierte su importancia, que consiste en movilizar conocimiento en la academia, generar tecnología, transferírsela a la sociedad, tener espíritu y generar empleos de alta calidad. La universidad brasileña puede y debe ser un polo generador de riqueza, merced a emprendimientos innovadores. La producción científica brasileña dio un salto del 0,8% del volumen global, en 1996, al 2,6% en 2018. Pero esto no genera PIB [Producto Interno Bruto] en la proporción que debería.
O sea, ¿la universidad brasileña genera conocimiento pero no riqueza?
No en la medida que debería. La universidad pública brasileña tiene la obligación moral de dinamizar el conocimiento para generar riqueza por medio de emprendimientos innovadores, devolviéndole a la sociedad el dinero que ella invirtió en el desarrollo de recursos humanos de calidad. Más allá de formar buenos profesionales, también debe generar riqueza, tal como ocurre en los países desarrollados.
Desde 2011, la UFMG dispone de una herramienta legal que le facilita la transferencia de tecnología propia a distintas startups
¿Y por qué eso no ocurre aquí?
La respuesta es compleja. Hay varios obstáculos legales. Todo lo que hice hasta el surgimiento de Akwan fue a base de coraje. Los directivos de la UFMG me brindaron un gran apoyo. La universidad cuenta desde 2011 con una figura legal que facilita la transferencia de la tecnología del conocimiento generado en la universidad a las startups. La compensación a la UFMG deviene del usufructo del 5% de las acciones nominativas de la empresa. La UFMG posee los mismos derechos que cualquier accionista, pero sin voto. Con esto se corta el cordón umbilical. Con el tipo de acción que posee la universidad, si el emprendimiento genera pasivo o sale mal, la acción se disuelve, sin consecuencias para la universidad.
Luego de la venta de Akwan, usted se dedicó a otro emprendimiento…
Sí, cuatro años más tarde armé otra startup junto a un exalumno de doctorado, Edileno Silva de Moura, quien actualmente es docente en la Ufam [Universidad Federal de Amazonas]. Él fue el creador del motor de búsqueda del Todobr y trabajó como ingeniero de software en Akwan. Zunnit –la denominación de esa nueva startup– estaba enfocada en un sistema de recomendación, una subárea de recuperación de la información. Esto significa básicamente que uno le recomienda al usuario noticias e información relacionada con sus propios intereses. Pero Zunnit no dio los resultados que esperábamos, dado que en esa época, en 2009, con la caída de la industria de los periódicos, el mercado era limitado. Por eso resolvimos cerrar las puertas y fundar otra empresa.
¿Cuál?
La nueva empresa se llamaba Neemu y se especializaba en sistemas de búsqueda para el comercio electrónico. Éramos Silva de Moura, otro profesor de la Ufam llamado Altigram Soares da Silva y cuatro alumnos de ellos de Manaos. Sólida en cuanto a recuperación de la información, Neemu proveía tecnología de búsqueda a gigantes del e-commerce, tales como Americanas y Shoptime. En 2014, el 30% del e-commerce brasileño utilizaba la tecnología de Neemu. Al año siguiente, Linx, una de las mayores empresas especializadas en tecnología para de ventas minoristas, decidió hacer pie en el comercio electrónico y realizó una oferta por Neemu. La venta fue acordada en septiembre de 2015 por 55 millones de reales. En marzo del año siguiente creamos la startup Kunumi.
¿A qué se dedica exactamente?
La empresa está abocada a la solución de problemas complejos por medio del uso de inteligencia artificial. En los últimos cuatro años hemos aplicado recursos de IA para ayudar a empresas a trazar un pronóstico de la oferta y la demanda, identificar anomalías, analizar las carteras de productos de crédito y otros ítems. Tenemos grandes clientes, entre los cuales figuran el banco Itaú, la petroquímica Braskem, Coca-Cola, la aseguradora Porto Seguro y la red de farmacias Raia Drogasil. La empresa también realiza I&D con potencial de impacto en la sociedad. Recientemente hemos hecho investigaciones que pueden servirles a los médicos y a los responsables de las políticas públicas para lidiar mejor con el covid-19. Ese trabajo generó un artículo, en coautoría con mi colega Adriano Veloso, que se publicó en el repositorio medRxiv en el mes de junio.
¿Cómo es su rutina diaria actual en la empresa y en la academia?
Más allá de mi trabajo en Kunumi, soy profesor emérito de la UFMG. Superviso alumnos y participo en programas de núcleos de excelencia. El año pasado me invitaron a sumarme al Consejo de Administración de Petrobras. Eso fue una sorpresa. El presidente de la empresa, Roberto Castello Branco, quería a un académico con perfil emprendedor y con conocimientos en inteligencia artificial. Una de mis tareas como consejero consiste en ayudar a la compañía en su proceso de transformación digital. Acepté ese desafío con gusto.