Léo Ramos ChavesEl interés de Olival Freire Junior por la ciencia se manifestó bien pronto. Ya cuando cursaba la enseñanza media en Salvador, mostró fascinación por la matemática, la física y la química, a punto tal de llevar a cabo experimentos más allá de las clases. Junto a algunos compañeros, comenzó la construcción de un pequeño cohete, que nunca concluyeron. “Nos llevó tanto tiempo obtener el combustible, el que suele denominarse algodón pólvora, que cuando estuvo listo, ya no nos bastaba lo que habíamos logrado y nos dedicamos a otras cosas”, recuerda el investigador, quien actualmente es un respetado historiador de la ciencia en Brasil.
El gusto por las ciencias exactas condujo a Freire a empezar la carrera de ingeniería eléctrica, aquélla entre las ingenierías que tenía una mayor carga de matemática y física, en la Universidad Federal de Bahía (UFBA), en 1972. Dos años después, se cambió a la carrera de física, embelesado por las disertaciones del físico Benedito Pepe. La inquietud cultural que cultivaba desde niño en Jequié, su ciudad natal, y el ambiente político cargado de los años 1970 incitaron a Freire a involucrarse en el movimiento estudiantil y en la militancia clandestina en el Partido Comunista de Brasil (PCdoB), al cual aún está afiliado, aunque no desempeñe mucha actividad partidaria.
En 1984 cayó preso por participar en una manifestación contra la derrota de la enmienda constitucional que proponía la vuelta de las elecciones directas para la presidencia del país. Al notar la falta de entusiasmo por la política partidaria y escaso interés por los cargos, comenzó un lento viraje en su vida. Se postuló para un máster en el Instituto de Física de la Universidad de São Paulo (USP) y, bajo la dirección de Amélia Hamburguer, se dedicó a investigar un tema que lo inquietaba desde su época de estudiante universitario: la existencia de interpretaciones controvertidas sobre la mecánica cuántica, la teoría que describe el comportamiento de las partículas atómicas.
En el doctorado, que contó con la dirección del físico e historiador de la ciencia brasileño Shozo Motoyama y del físico y filósofo francés Michel Paty, Freire profundizó en el análisis del tema al detallar las contribuciones del físico estadounidense David Bohm, quien vivió durante un corto período en Brasil, a las interpretaciones de la mecánica cuántica. Las disputas y controversias que alimentaron ese campo del conocimiento entre 1950 y 1990 se consignan minuciosamente en su obra más importante, el libro The quantum dissidents (Los disidentes cuánticos), publicado en 2015 por editorial Springer.
Hoy en día, Freire se topa nuevamente con las controversias acerca de los fundamentos de la mecánica cuántica: él está preparando una biografía de David Bohm. Al final del mes de diciembre, previo a su partida hacia Estados Unidos para asumir por tres años uno de los cargos como consejero –el primer sudamericano– de la más antigua sociedad de historia de la ciencia, la History of Science Society (HSS), Freire concedió la siguiente entrevista a la revista Pesquisa FAPESP en su gabinete de la Prorrectoría de Investigación, Creación e Innovación de la UFBA. Se explayó sobre Bohm, los disidentes cuánticos y la importancia de las divergencias para el avance del conocimiento científico y la comprensión del modo en que funciona la ciencia. A continuación pueden leerse los principales tramos.
Especialidad
Historia de la física
Estudios
Graduado en Física en 1978 por la Universidad Federal de Bahía (UFBA), magíster en enseñanza de la física (1991) y doctor en historia social (1995), ambos por la Universidad de São Paulo (USP)
Institución
Universidad Federal de Bahía (UFBA)
Producción científica
Alrededor de 70 artículos científicos, tres libros, entre los cuales figura The quantum dissidents. Supervisó tesinas de maestría y tesis doctorales
¿Cuál es el estado actual de la enseñanza de la historia de la ciencia en las carreras universitarias brasileñas?
Diría que en un estadio menor al que debería. Afrontamos ciertas dificultades con los científicos al respecto de la necesidad de enseñar historia de la ciencia, pero no puede considerarse que alguien tenga una buena formación cultural si no conoce algo de literatura, música y ciencia. El rol de la historia de la ciencia consiste en revelar que esta última es producto de la sociedad, que se construye con avances y retrocesos, que está sujeta a controversias y conflictos, pese a que, en algún momento, los productos de la ciencia se afiancen. La historia de la ciencia puede ayudar a humanizar a la ciencia, algo importante frente a las tendencias actuales de descrédito al rol de la ciencia.
¿Podría explicarlo mejor?
Miren lo que ha ocurrido recientemente con Estados Unidos. El gobierno de Donald Trump asumió que no pasaba de un mero debate aquello que, para los científicos, eran las evidencias más sólidas de que la actividad humana es la principal causa de los cambios climáticos globales recientes. Esa postura llevó al país a abandonar los acuerdos internacionales en el campo del clima. Eso denota ignorancia acerca de cómo funciona la ciencia. Si Trump se enferma, el médico no hará un diagnóstico como alguien que demuestra un teorema matemático. Existen elementos de incertidumbre en ese diagnóstico, pero nadie osaría hacer caso omiso a los médicos para cuidar de la propia salud. Con el conocimiento acerca de los cambios climáticos ocurre lo mismo. Es la mejor conclusión a la cual llegó lo mejor de la ciencia que haya elaborado esta civilización. La misma nos dice, con todo el margen de incertidumbre natural al lidiar con sistemas complejos, que el factor antropogénico es el que más incide sobre las alteraciones del clima a escala global. Otro ejemplo de descrédito es la difusión de un movimiento de resistencia a las vacunas, que en ciertas áreas condujo al resurgimiento de enfermedades que habían sido erradicadas.
¿Dónde tiene mayor fortaleza la historia de la ciencia?
Al comienzo del siglo XX, fue fuerte en Europa. A partir de la Segunda Guerra Mundial, al igual que como ocurrió con otras disciplinas, Estados Unidos pasó a ejercer hegemonía en historia de la ciencia. Un exrector de la Universidad Harvard, el químico James Conant [1893-1978], cumplió un papel importante en el desarrollo de la historia de la ciencia en Estados Unidos. Él trabajó en el proyecto Manhattan [el que condujo al desarrollo de la bomba atómica] y fue el primer embajador estadounidense en Alemania Occidental luego de la Segunda Guerra. Fue uno de los rectores más innovadores de Harvard. Convocó al físico Thomas Kuhn [1922-1996] para que le enseñara disciplinas a un público más generalista. A partir de esos cursos, Kuhn comenzó a reflexionar sobre la naturaleza de la ciencia y escribió La revolución copernicana (1957) y La estructura de las revoluciones científicas (1962). Conant consideraba a la historia de la ciencia como un componente de la educación general de todo estudiante universitario estadounidense.
El papel de la historia de la ciencia consiste en demostrar que la ciencia se construye con avances, retrocesos y conflictos
Hay pocos grupos de historia de la ciencia en Brasil.
Efectivamente. Cuando se fundó la USP, en 1934, sus creadores avizoraban que la historia de la ciencia cumpliría un rol destacado. Estaba contemplada una disciplina de historia y evolución de la física en la carrera de física, a semejanza del modelo europeo, en el cual era importante conocer la historia de la disciplina y tener cierta formación en filosofía de la ciencia. En la década de 1950, el sociólogo y educador Fernando de Azevedo [1894-1974] compiló los dos volúmenes de As ciências no Brasil, que se publicaron en 1956 y centraron la atención sobre la historia de la ciencia. Más adelante hubo otro movimiento importante en la USP con el abogado e historiador Eurípedes Simões de Paula [1910-1977]. Durante la reforma universitaria, al final de los años 1960, él acordó con la decisión de que la USP debía contar con una cátedra de historia de la ciencia, con Shozo Motoyama a la cabeza y luego con Maria Amelia Mascarenhas Dantes. Ellos habían sido alumnos del físico y crítico de arte Mario Schenberg [1914-1990] en el Instituto de Física de la USP. En 1983, se fundó la Sociedad Brasileña de Historia de la Ciencia. En Río de Janeiro y en São Paulo también se formaron otros grupos en la década de 1980. El químico Simão Mathias [1908-1991] apoyó la creación de un grupo que en la actualidad funciona en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo [PUC-USP] que coordina la física e historiadora Ana Maria Goldfarb. En Río de Janeiro, el personaje clave fue Carlos Chagas Filho. No fue casual que durante la redemocratización de Brasil, en 1985, un documento firmado por Chagas, Simão Mathias y Schenberg sirvió como base para el entonces recién creado Ministerio de Ciencia y Tecnología [el actual Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovaciones y Comunicaciones, el MCTIC] fundara una institución dedicada a la historia de la ciencia, el Museo de Astronomía y Ciencias Afines, el Mast.
¿Cómo evolucionó esa área?
Fue un proceso veloz. En los últimos 10 años entramos en una etapa de madurez. En el mes de julio de 2017 pudimos hacer en Río de Janeiro el Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, el mayor evento del área, que se realizó por primera vez en el hemisferio sur. El futuro presidente de la Unión Internacional de Historia y Filosofía de la Ciencia y de la Técnica será un investigador de Río, Marcos Cueto, de la Casa de Oswaldo Cruz, organismo de la Fundación Oswaldo Cruz [COC-Fiocruz]. En São Paulo, contamos con carreras de posgrado en historia de la ciencia en la USP, en la PUC y en la Unicamp; y en Río, en la COC-Fiocruz, en el Mast y en la Universidad Federal de Río de Janeiro. También hay un carrera en la Universidad Federal de Minas Gerais, el nuestro, en la UFBA, y otro en la Universidad Federal de Santa Catarina.
La historia, en general, parece que generara personajes sobrehumanos. ¿También ocurre lo mismo con la ciencia?
Eso está más difundido de lo que se cree. Un buen ejemplo de ello es la física, que tiene en Galileo Galilei [1564-1642] a un mito. Todo joven físico piensa que Galileo estaba en lo cierto en todo y que Aristóteles, su antítesis, estaba siempre equivocado. A mí me divierte desafiar los prejuicios de los alumnos porque creo que con eso aprenden. En el curso de introducción a la revolución copernicana, una parte esencial consiste en demostrar que la física y la cosmología aristotélicas tenían sentido en aquel período, tenían coherencia interna. Galileo cumplió un rol crucial para el desarrollo de la ciencia, pero también planteó argumentos que no resistieron el tamiz del paso del tiempo. Newton es un ejemplo de un personaje complejo. Un genio de la física y la matemática, pero con rasgos de su personalidad y de su carácter que no serían los más elogiables. Cuando sabemos eso, aprendemos que la mejor ciencia, elaborada por las mejores mentes, también está dotada de rasgos comunes a toda la humanidad.
¿Qué otros prejuicios refuerza la ciencia?
Los medios científicos refuerzan la idea según la cual la ciencia está hecha por personas geniales, blancas y de sexo masculino. La ciencia es un reflejo del peso de los prejuicios en la sociedad. En el caso de las mujeres, hay un esfuerzo para aumentar su presencia en el marco de la actividad científica. Pero ellas sólo serán visibles si se consideran contenidas. La contención comprende desde un reconocimiento de los casos más notables, como por ejemplo el de Marie Curie [1867-1934], hasta aquéllos que precisan cobrar visibilidad, como el de las mujeres negras que hacían cálculos en la NASA y salieron en una película reciente, Talentos ocultos. Existe un cierto ocultamiento para las contribuciones realizadas por descendientes de africanos, tanto de aquéllos que viven en Estados Unidos como los que están en Brasil. Pocos brasileños saben que uno de nuestros psiquiatras más eminentes, Juliano Moreira [1873-1932], que introdujo el pensamiento de Freud en el país, era negro, descendiente de esclavos. Cuando creamos el Programa de Posgrado de Enseñanza, Filosofía e Historia de la Ciencia en la UFBA, el matemático Ubiratan D’Ambrósio dijo que esa iniciativa era importante para ayudar a mostrarle a São Paulo que la avenida Rebouças y la calle Teodoro Sampaio llevan el nombre de dos ingenieros bahianos y negros. Cuando él mencionó eso yo debía tener unos 45 años y nunca me había dado cuenta de eso. Hay un proceso proclive a invisibilizar el aporte africano.
¿Qué temas de estudio lo apasionan en la actualidad?
Tengo una antigua pasión por la historia de la mecánica cuántica y los debates sobre sus fundamentos. Desde mis tiempos de estudiante universitario me inquietaba al notar que existían controversias acerca de la interpretación de la mecánica cuántica, que esa teoría no era del agrado de Einstein [1879-1955] y que algunos científicos soviéticos la criticaban. Yo comprendía que hubiese controversias entre el pensamiento de Aristóteles [384 a. C.-322 a. C.] y Galileo, pero eso era cosa del pasado. El hecho de que algo actual como la mecánica cuántica conviviera con controversias me incomodaba, aunque no me fascinaba hasta el punto de querer estudiarlas. Luego de graduarme, Cesar Lattes [1924-2005] brindó una conferencia en 1981 en Bahía, en la cual dijo que tenía resultados que demostraban la violación de la relatividad especial, de Einstein. Para los estudiantes de física en Brasil, Lattes era un personaje mítico, e inmediatamente después, otro gran físico brasileño, Jayme Tiomno [1920-2011], demostró que Lattes se había equivocado en sus cálculos. Cuando decidí hacer la maestría, quise estudiar las controversias de la ciencia, en particular, aquéllas que hacían estragos en los fundamentos de la mecánica cuántica. Comencé el máster en 1988 en la USP, con Amélia Hamburger [1932-2011] como directora. En el doctorado, estudié las ideas de David Bohm [1917-1992] un físico estadounidense que trabajó en Brasil. Para cuando terminé, ya no quise saber más nada de ese tema.
Bohm llegó a ser invitado por Robert Oppenheimer [1904-1967] para participar en el proyecto Manhattan, ¿no es así?
A David Bohm se lo consideraba como uno de los jóvenes físicos más prometedores de Estados Unidos. Pero era comunista, y tuvo que irse ante la persecución de la fiebre macartista. No lo llamaron para el proyecto Manhattan a causa de las restricciones políticas, pero sí se usó su trabajo para el desarrollo de la bomba. En uno de mis primeros viajes a Estados Unidos, cuando el historiador estadounidense Paul Forman me preguntó si Bohm había sido trotskista, me sorprendió y le dije que no. Él era un comunista ortodoxo. Lo que llevó a Forman a sospechar que fuera trotskista fue el hecho de que, en la física, Bohm desafió a la ortodoxia. Para mí estaba claro que Bohm era un heterodoxo en la teoría cuántica y un ortodoxo en cuanto a la política. Después de esa charla me convencí de que debía escribir sobre eso en inglés y, alrededor de 2002, empecé a publicar una serie de artículos acerca de la controversia sobre los fundamentos de la teoría cuántica. Los mismos fueron compilados y elaborados mejor en el libro The quantum dissidents, que se publicó solamente en inglés.
Bohm pasó un tiempo en la USP durante el cual, como ya se dijo, no habría producido demasiado, ¿cierto?
Él se quedó en Brasil desde 1951 hasta 1955. El matrimonio Hamburger [Amélia y su marido, Ernst] tenían muchas conexiones en Estados Unidos y, en cierto momento, ella recibió una monografía de maestría elaborada por un joven historiador llamado Shawn Mullet. Lo que escribió Mullet la puso furiosa. Decía que Bohm no había desarrollado gran actividad científica durante su paso por Brasil “porque no podía hacerse ciencia en el vacío”. Era prejuicioso a más no poder. A esa provocación le respondimos con un artículo que se publicó en 2005 en la revista Historical Studies in the Physical Sciences. Les demostramos que una parte importante de la controversia sobre los fundamentos se desarrolló mientras él estaba en Brasil.
¿Las polémicas existían desde el origen de la mecánica cuántica?
Entre 1925 y 1927 había algunos que se inclinaban por hacer una interpretación causal, como fue el caso del físico francés Louis De Broglie [1892-1987] y también del propio Einstein. En 1927, esa gente se dio por vencida. De Broglie regresó a Francia y, más o menos, adhirió a lo que se denominó interpretación de la complementariedad, propuesta por Niels Bohr [1885-1962]. Einstein siguió resistiéndose, pero buena parte de los científicos consideró que él había adoptado esa postura porque estaba viejo. David Bohm, sin conocer el trabajo de De Broglie, siguió las mismas pistas que el físico francés, resolvió aquello que este último no había logrado solucionar y presentó el resultado en un par de artículos que publicó en la revista Physical Review en 1952 [Bohm retoma la idea que sostiene que la teoría cuántica sería estrictamente causal, es decir, que una causa determina un efecto, al igual que en la mecánica clásica, diferenciándose de Bohr, que concebía a la mecánica cuántica como una teoría probabilística, donde una acción tiene determinada probabilidad de generar cierto efecto]. Fue una bomba. Por aquella época, había un estudio matemático, la prueba de Von Neumann, que afirmaba que ese tipo de interpretación alternativa no era posible. Bohm presentó una interpretación alternativa que desafiaba una prueba matemática y era consistente. El físico Wolfgang Pauli [1900-1958], uno de los grandes críticos de esa interpretación, llegado a cierto punto reconoció: “Ella es consistente, aunque es un cheque que aún debe cobrarse”. Podía especularse acerca del futuro de esa interpretación, pero no podía decirse que fuera errónea. Cuando Bohm arribó a Brasil en 1951, ya había terminado de redactar los artículos, que se publicaron al año siguiente.
¿Y qué ocurrió después?
Brasil no era el mejor lugar para esa disputa, pero era infundado decir que era un sitio adverso para el desarrollo de ideas. Aquí, Bohm pudo debatir con varios físicos. El físico argentino Mario Bunge y el francés Jean-Pierre Vigier [1920-2004] vinieron a São Paulo a trabajar con él. El físico belga Léon Rosenfeld [1904-1974], que había sido la mano derecha de Bohr y en esa época se hallaba en Inglaterra, pasó por São Paulo para debatir con Bohm, quien había traído como asistente al físico estadounidense Ralph Schiller [1926-2016]. Buena parte de esa gente fue pagada por la USP o por el CNPq. Bohm redactó artículos con Tiomno en los cuales siguió desarrollando la interpretación causal. También se enfrentó aquí con Mario Schenberg, quien desdeñaba la interpretación causal. La idea de que el país era algo vacío no tenía sentido. Luego de mis trabajos y de la crítica de Amélia Hamburger, Mullet cambió de opinión.
¿Cómo se resuelven las controversias?
El tema era considerado un problema más afín a la filosofía que a la física. Después de Bohm, surge una nueva generación de físicos que se interesa por el tema y pasa a cuestionar las ideas de los fundadores de la mecánica cuántica. En los años 1980, hubo un perfeccionamiento de las técnicas experimentales que posibilitaron la realización de test más sofisticados para analizar esos conceptos.
¿Qué revelan los experimentos?
Todas las rarezas previstas por la teoría cuántica están siendo confirmadas. El físico irlandés John Bell [1928-1990] decía que algo olía mal en la mecánica cuántica. Se trata de un sutil juego de palabras, que alude a la interpretación de Bohr, que era danés, y a la frase de Shakespeare en Hamlet. Las presunciones de Bell aún no pudieron confirmarse y la mecánica cuántica ha superado esos test y continúa más lozana que nunca. La editorial Springer me hizo una propuesta y estoy escribiendo una biografía sobre Bohm.
¿Qué se propone contar?
Luego de su muerte, en 1992, salió la biografía Potencial infinito, escrita por un físico y periodista amigo de él, F. David Peat, que generó cierto malestar entre los físicos, dado que es trivial en lo referente a lo científico. En 1998, durante un simposio en la USP, Basil Hiley, que fuera asistente de Bohm, me sugirió que escribiera una biografía sobre él, pero por entonces yo me hallaba abocado a las ideas que derivaron en The quantum dissidents. Uno de estos disidentes era Bohm, que se hizo conocido por su interpretación alternativa a la de Bohr y ganó notoriedad al entablar diálogo con pensadores orientales, en especial, con Jiddu Krishnamurti [1895-1986], pero fue mucho más que eso. Él elaboró un núcleo de contribuciones que lo convierten en uno de los grandes físicos del siglo XX. Parte de ese aporte es lo que se denomina sistema de coordenadas colectivas, que se origina en su trabajo durante la Segunda Guerra Mundial. Más tarde, junto a dos de sus alumnos, Eugene Gross [1926-1991] y David pines, publicaron tres artículos al final de la década de 1940 que son frecuentemente citados en otros trabajos. Ellos concibieron un modelo que fue incorporado en los estudios sobre física nuclear y le valieron el Premio Nobel de Física de 1975 a Aage Bohr, el hijo de Niels Bohr, Ben Mottelson y Leo Rainwater. También está el trabajo de Bohm junto a Yakir Aharonov, en el cual describen el efecto Aharonov-Bohm. Quiero citar otro tema que apenas fue rozado en la biografía de Peat: Bohm vivió durante casi 30 años con ciudadanía y pasaporte brasileños. Cuando arribó a Brasil, el consulado estadounidense le confiscó el pasaporte y le dijo que sólo le sería devuelto cuando retornase a Estados Unidos. Él tenía miedo de ir preso si volvía. Era el apogeo de la Guerra Fría. Si había un sitio al cual Bohm no quería ir, ése era Estados Unidos, pero deseaba viajar por el mundo y debatir su interpretación de la mecánica cuántica.
Los medios científicos acrecientan la idea de que la ciencia está hecha por hombres geniales y blancos
¿Cómo se resolvió ese asunto?
Se resolvió a lo brasileño. Bohm tenía amigos brasileños conectados con el mundo de la política. José Leite Lopes [1918-2006], Schenberg, João Alberto Lins de Barros [1897-1955], que era la mano derecha de Getúlio Vargas, y el almirante Álvaro Alberto [1889-1976]. Ellos le facilitaron la ciudadanía brasileña en un tiempo récord de dos o tres meses. Lo que no se dice en el libro de Peat es que el consulado estadounidense se pasó todo el tiempo intentando que la policía de São Paulo le diera información sobre la ciudadanía de Bohm y ellos no les respondían. Hasta que llegó un momento en que la policía tuvo que confirmar esa información. Entonces, Estados Unidos le canceló su ciudadanía estadounidense y Bohm pasó a vivir como brasileño. Él rompió con el partido comunista cuando se produjo la invasión a Hungría en 1956 y ante las denuncias por los crímenes de Stalin [1878-1956]. Estando en Inglaterra, empezó a hacer planes para regresar a Estados Unidos, frente al retroceso del macartismo. Para obtener la visa, el consulado estadounidense le entregó una declaración donde sostenía que ya no era comunista y él la firmó. Pero después le dijeron que necesitaban una declaración pública y Bohm se negó a realizarla porque no le parecía ético. Sólo consiguió visas de corta duración como visitante en Estados Unidos, recuperó la ciudadanía estadounidense, pero tomó la decisión de no retornar nunca más. Durante 30 años, en los formularios de solicitudes de becas, él tachaba la ciudadanía estadounidense y escribía: Brazialian.
Usted tuvo un paso por la política. ¿Qué fue lo primero que lo sedujo, la ciencia o la política?
La ciencia apareció antes. Me fascinaban la matemática, la física y la química y por eso me decanté por la ingeniería eléctrica. Recién me involucré en política luego de ingresar a la universidad, en 1972, por inquietud cultural, y motivado por las luchas estudiantiles. Me afilié al PCdoB en 1973 y durante mi carrera mantuve una militancia activa. El punto culminante de mi compromiso político fue una participación en la alcaldía de Camaçari, una ciudad obrera donde el PCdoB tenía buena penetración. Con el final de la dictadura y las elecciones directas, Luiz Caetano salió electo como alcalde y me convertí en jefe de gabinete, pero renuncié antes de que finalizara el mandato. Allá por 1986, me di cuenta de que la política partidaria no me generaba entusiasmo y me decidí a hacer la maestría. Al principio, repartía mi tiempo entre la actividad académica y la política. Fui presidente del PCdoB en São Paulo y tomé parte en campañas políticas. Pero lentamente me fui dando cuenta de que mi interés por la ciencia era mayor. En 2004 me invitaron a trabajar en lo que entonces era el Ministerio de Ciencia y Tecnología, pero estaba por recibir una beca de estudios en Estados Unidos y rechacé esa propuesta. En 2010, asumí el cargo de secretario en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, el Conselhão. Estuve dos años ahí y luego renuncié. Desde entonces, mis intereses pasan básicamente por la historia de la ciencia.