En cierto modo, la confusión es comprensible, ya que los formatos son similares: lo que parecían ser hojas de 120 millones de años, en realidad eran crías recién nacidas y poco comunes de tortugas fosilizadas. En 2003, el cura Gustavo Huertas González recogió dos fósiles con forma de hojas cerca de la localidad colombiana de Villa de Leyva y los identificó como hojas de una especie vegetal extinta ‒ Sphenophyllum colombianum ‒ con una antigüedad de entre 419 y 251 millones de años. Los fósiles, de 5 y 6 centímetros de largo, estaban en la colección paleontológica de la Universidad Nacional de Colombia (UNC). Su datación y ubicación despertaron dudas en el paleobotánico Héctor Palma-Castro, de la UNC, y su supervisora, Fabiany Herrera, quienes constataron que los bordes de las supuestas hojas no se asemejaban a los de una planta y las líneas parecían ser huesos, y no las nervaduras de una hoja. El paleontólogo Edwin-Alberto Cadena, de la Universidad del Rosario, en Bogotá, lo confirmó: los fósiles eran minúsculos caparazones de tortugas marinas, probablemente de menos de 1 año de edad al momento de su muerte. Una rareza, porque los huesos de los caparazones de las tortugas jóvenes, al ser frágiles, se destruyen fácilmente. Los caparazones podrían pertenecer a la especie extinta Desmatochelys padillai, la tortuga marina más antigua conocida (Palaeontologia Electronica y LiveScience, 7 de diciembre de 2023).
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