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BIOCOMBUSTIBLES

Por un futuro más equilibrado

Un comité analiza 2 mil estudios y sugiere que sería posible expandir la bioenergía sin generar daños ambientales

Mediante el uso de técnicas sostenibles de producción de bioenergía que ya se encuentran disponibles, sería posible suministrar hasta un 30% de la energía mundial hasta 2050, alrededor de 10 veces más que la cuota actual, sin afectar la biodiversidad ni poner en riesgo la seguridad alimentaria de la población. Ese escenario se presentó en el informe internacional Bioenergy & sustainability: Bridging the gaps, que es el resultado de un trabajo conjunto entre la FAPESP y el Comité Científico para Problemas Ambientales (Scope, por sus siglas en inglés), un organismo independiente que colabora con la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco). El documento de 700 páginas, que se presentó el mes pasado en la sede de la FAPESP en São Paulo, se basó en alrededor de 2 mil estudios científicos y análisis efectuados por 137 expertos de 24 países, que representan a 80 instituciones de investigación. El trabajo fue coordinado por científicos de los programas FAPESP de Investigaciones en Bioenergía (Bioen), de Investigaciones en Caracterización, Conservación, Restauración y Uso Sostenible de la Biodiversidad (Biota) y de Investigación en Cambios Climáticos Globales (PFPMCG), invitados por el Scope para la confección del informe. El comité se creó en 1969 con el objetivo de evaluar la producción de conocimientos sobre medio ambiente y suministrar información a investigadores y diagramadores de políticas públicas mediante la realización de seminarios y la elaboración de publicaciones anuales. El documento completo se encuentra disponible en la dirección electrónica.

El informe provee datos y resultados de investigaciones combinados con un análisis del panorama actual de la bioenergía y una revisión crítica de sus impactos. “La bioenergía puede contribuir para el surgimiento de modificaciones geopolíticas, por el hecho de ser flexible y sostenible, y también por el rol que cumple en la atenuación de los cambios climáticos. Las ventajas de una producción adecuada de bioenergía tienen respaldo científico”, dice Glaucia Mendes Souza, miembro de la coordinación del Bioen y coeditora del documento, al referirse, por ejemplo, al carácter renovable de los biocombustibles y a los avances recientes en materia de bioenergía mediante el desarrollo de variedades de plantas cada vez más productivas. El documento sostiene que el aumento del cultivo de biomasa para la generación de energía no necesitaría avanzar sobre selvas ni sobre áreas agrícolas que hoy se destinan a la producción de alimentos. Hay tierra suficiente para la producción de bioenergía, ocupando áreas de ganadería extensiva y suelos degradados. El investigador Jon Samseth, del Oslo and Akershus University College of Applied Sciences, en Noruega, y presidente del Scope, puso de relieve la participación de Brasil en la elaboración del informe, por ser uno de los países más destacados en cuanto al desarrollo de la bioenergía dentro de la comunidad científica global. “Las energías renovables proveen el 41% de las necesidades energéticas de Brasil. En los países nórdicos, por ejemplo, ese porcentaje es del 30% al 35%”, comentó Samseth.

A pesar de los avances tecnológicos y científicos, los autores del estudio reconocen que la expansión de los biocombustibles depende del respaldo de políticas públicas para sostenerse a nivel global. Actualmente, el 87% de la demanda de energía en el mundo es cubierta mediante el consumo de combustibles fósiles y energía nuclear. “Para revertir ese panorama se debe triplicar la producción de bioenergía moderna para 2030”, estima Souza, en referencia a las formas más eficientes de transformación de biomasa en combustibles, tales como el etanol de maíz y de caña de azúcar, y el biodiésel de soja y de palma.

042-045_Bioenergia_231-02Para llegar a eso, a juicio de la investigadora, se necesita que el conocimiento científico se traduzca en políticas públicas, así como la confluencia de estrategias enfocadas en la agricultura, la preservación ambiental y la producción de bioenergía, que generalmente trabajan por separado. El informe sugiere que la combinación de silvicultura, es decir, la implantación de áreas de reforestación, con la producción de bioenergía, integrando áreas de pasturas y de selvas, podría atenuar los efectos de los cambios climáticos además de no comprometer la seguridad alimentaria.

“Los cultivos agrícolas administrados en forma adecuada podrían ayudar al mantenimiento de la calidad del suelo e incluso derivar en acumulación de carbono, reduciendo las emisiones de CO2”, explica Paulo Artaxo, docente del Instituto de Física de la Universidad de São Paulo (USP) y coautor del informe. Una de las recomendaciones del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés), por ejemplo, es la adopción de la siembra directa en los cultivos. Esta técnica consiste en la apertura de pequeños surcos para la implantación de plántulas, sin necesidad de arar la tierra. Así, el suelo estaría protegido de la erosión y los residuos de las cosechas anteriores colaboran para su fertilización.

Expansión y cautela
Una de las propuestas que se presentaron en el informe se basa en la expansión de la producción de bioenergía en conjunto con la de los alimentos. Según el documento, la disponibilidad de tierra para la agricultura en el planeta está concentrada en América Latina y en África Subsahariana, y gran parte de ella se utiliza como pastura de baja intensidad. En opinión de Luiz Augusto Horta Nogueira, de la Universidad Federal de Itajubá, coautor de algunos capítulos del informe, América Latina y el Caribe disponen de aproximadamente 360 millones de hectáreas de tierras adecuadas para la agricultura de secano (plantío en lugares secos), correspondientes a un 37% del total mundial y más de tres veces el área necesaria para suplir las necesidades alimentarias del globo. “Con tan sólo un 20% de esa superficie se podrían producir biocombustibles equivalentes a 11 millones de barriles de petróleo por día, una cifra mayor a la producción actual de Estados Unidos y Arabia Saudita”, dice.

042-045_Bioenergia_231-03El chileno Luiz Felipe Duhart, asesor y ex jefe de la oficina regional de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) en América Latina, invitado para comentar el informe en el marco del evento de su presentación, afirmó que la expansión de la bioenergía en la región necesita tener en cuenta impactos sociales, tales como las distorsiones en el precio de los alimentos y el avance de los monocultivos. “No podemos descartar el peligro de que el precio de los alimentos se vea afectado por el avance en la producción de biocombustibles”, dice. “En Estados Unidos se comenzó a producir etanol a partir del maíz y eso contribuyó para un incremento en el valor de la commodity en América Central, donde ese cultivo es la base alimentaria de la población. Eso es algo que debe evitarse”, agregó. El informe del Scope sugiere la realización de un monitoreo del precio de los alimentos que sirven de materia prima para la producción de bioenergía y reconoce que las tierras para su expansión se encuentran, principalmente, en América Latina y en África. También sostiene que no se detectaron evidencias científicas de que la producción de bioenergía ocasione un aumento en el precio de los alimentos.

Durante el evento, se le consultó a Duhart sobre la posibilidad de que la bioenergía genere condiciones para el avance del monocultivo, al que los ambientalistas consideran una amenaza para la biodiversidad. “En el caso de Brasil, no consideramos a la caña de azúcar como un monocultivo. Existe una gran cantidad de hectáreas plantadas, pero nada parecido con lo que ocurre en Indonesia, donde en toda la isla predomina el cultivo de palma para la producción de aceite”, dijo. En Brasil, según sostuvo Duhart, se ha invertido en técnicas para elevar el rendimiento de la cañamiel. Un ejemplo de ello es el etanol celulósico, también denominado etanol de segunda generación, elaborado a partir de residuos agroindustriales, como es el bagazo de caña. Con todo, el informe del Scope es enfático en relación con esa técnica: el etanol de segunda generación aún se produce a escala inicial, en vías de implantación comercial en pocos sitios del mundo, y uno de ellos es Brasil. Según el documento, se necesita reducir el costo de las tecnologías involucradas en ese proceso.

Pellets y astillas
El informe emitido en la FAPESP presenta otras iniciativas adoptadas en el exterior. Una de ellas es el Akershus, un centro de distribución de calefacción que se implementó en Noruega en 2011. Las principales materias primas que se emplean en el centro son astillas y pellets de madera ‒partículas deshidratadas y prensadas con alto poder calórico‒, que pueden utilizarse como combustible en calderas residenciales, industriales y usinas termoeléctricas. Al pellet se lo considera un combustible limpio, renovable y que otros países de Europa utilizan para proveer calefacción. El calor se distribuye en forma de agua caliente por medio de tuberías que conectan casas y edificios a la planta proveedora.

Otro caso que evalúa el Scope es la plantación del denominado piñón mexicano ‒en Brasil pinhão-manso (Jatropha curcas) en África, que se utiliza para la producción de biodiesel. Puesto que no sirve como alimento para el ganado, la planta se cultiva predominantemente en hileras alrededor de otros cultivos, sirviendo incluso como barrera contra el viento y la erosión. Según el informe, las organizaciones no gubernamentales están promoviendo el plantío del piñón como estrategia de desarrollo rural. El algunos lugares, se crearon cooperativas de pequeños agricultores, en colaboración con empresas que aportan equipamientos, infraestructura y compran las semillas. El subproducto resultante de la producción del biodiesel se utiliza como fertilizante, que también comercializan los pequeños productores.

Pero aún existen dudas al respecto del futuro de esa estrategia. “La Jatropha es una planta con baja productividad, que sufre varias enfermedades. Por eso, solamente tuvo éxito en escasas regiones”, dice Glaucia Souza. “Ese ejemplo demuestra que la producción de bioenergía debe encararse atendiendo diferentes perspectivas. Desde el punto de vista científico, la Jatropha aún debe estudiarse mejor en cuanto a su productividad y adaptación al ambiente. Desde el punto de vista de las políticas públicas, depende de la articulación entre pequeños productores, empresas y gobierno local. La factibilidad económica y social de una biomasa depende del contexto local”, explica.

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