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Ciencia política

Cuando parar es ir adelante

El ciclo de huelgas que se extendió entre 1978 y 1992 fue fundamental para la democratización brasileña

Asamblea del personal de la Empresa Brasileña de Correos y Telégrafos, en Praça da Sé, en 1975

Antônio Gaudério/FolhapressAsamblea del personal de la Empresa Brasileña de Correos y Telégrafos, en Praça da Sé, en 1975Antônio Gaudério/Folhapress

“Pues quien lleva el tren adelante/ también súbitamente/ puede el tren parar”, escribió Chico Buarque en Linha de montagem (1980), un homenaje del compositor al ciclo de huelgas que se inició en 1978 en la principal área industrial del país, el llamado ABC paulista, luego de un intervalo de una década sin paralizaciones. Una vez que comenzó el movimiento, le sucedió una ola de 20 años de huelgas, un ciclo cuyo pico, registrado entre 1985 y 1992, hizo que Brasil exhibiese uno de los mayores niveles de paralización de la historia de los países occidentales. El tren paró efectivamente, de repente: en 1977 no se registraron huelgas, pero al año siguiente serían 118 y, durante los siguientes 10 años, más de 2 mil. Para los economistas, la locomotora frenó en función de los cambios tecnológicos, el PIB, los índices salariales y la desocupación. En tanto, los sociólogos veían en el maquinista a un proletario que quería “hacer descarrilar” al país y, más que mejores salarios, deseaba cambios estructurales e ideológicos.

“El análisis de las estadísticas de las huelgas muestra que ninguno de los dos lados da cuenta del fenómeno. El ciclo brasileño de paralizaciones estuvo claramente vinculado a las características y al proceso de transición política hacia la democracia en Brasil”, explica el politólogo Eduardo Noronha, docente de la Universidad Federal de São Carlos (UFSCar) y coordinador del proyecto intitulado Los archivos de las huelgas en Brasil: análisis cualitativos y cuantitativos desde la década de 1970 hasta la de 2000, elaborado en colaboración con el Departamento Intersindical de Estadística y Estudios Socioeconómicos (Dieese), y apoyado por la FAPESP, que generó un banco de datos completo de las paralizaciones, desde las reivindicaciones exigidas hasta el resultado final de los conflictos laborales. Asimismo, se realizaron en ese marco 50 entrevistas con líderes sindicales desde los años 1960 que generarán tres libros, que se publicarán en 2013. “Se le dio poca atención a la relación entre las huelgas y los procesos políticos, sobrevalorando las variables económicas o tratando a las políticas de manera genérica, ya sea mostrando a las huelgas como expresión de conflictos de clases o como conflictos político-partidarios”, sostiene. Según él, la variación de la cantidad de huelgas no se debe a los cambios menores en los índices de empleos, ingresos o inflación, o, en el campo de la política, a las oportunidades de ampliación de las demandas en los años electorales. “Todo eso influye en la explosión de las paralizaciones, pero no basta para explicar los momentos de ruptura de un ciclo de huelgas”, dice.

074-079_Greves_193-1Para Noronha, las huelgas forman parte de la trayectoria de la democratización en Brasil, la de la maduración de la sociedad brasileña. “Acá las huelgas no eran solamente en el espíritu del ‘abajo la dictadura’, sino que reivindicaban democracia en los lugares de trabajo. Por supuesto que la lucha por mejores salarios era la gran motivación, pero había también una lucha contra la falta de ciudadanía dentro de las fábricas, en donde los obreros no eran respetados. La dictadura también estaba presente en los lugares de trabajo”. Existen registros de reivindicaciones huelguistas que exigían la libertad de ir al baño sin consultar al capataz, entre otros derechos básicos. “Las huelgas, por supuesto, tenían una dimensión política, pero no partidaria. Los trabajadores querían un nuevo estatus en la sociedad brasileña”. La democratización nacional, luego de un largo período de autoritarismo, inestabilidad económica y superación del modelo desarrollista es, tal como asevera el investigador, la clave para entender la ola excepcional de huelgas. Al fin y al cabo, desde el comienzo del siglo XX y hasta el final de la democracia populista, los sindicatos brasileños no habían sido capaces de impulsar un ciclo de huelgas que tuviese impacto económico.

En sus investigaciones, Noronha observó la presencia de “hitos políticos y económicos de los gobiernos federales”, desde Geisel hasta Lula, que cambiaban la tendencia de la opinión pública independientemente de las variables económicas tradicionalmente valoradas en el análisis de los ciclos de huelgas, tales como el empleo y la inflación. Los datos más relevantes para la comprensión del ciclo brasileño de huelgas son en cierto sentido inéditos, pues son el resultado de expectativas colectivas asociadas a los hitos de las gestiones gubernamentales y, secundariamente, a las coyunturas políticas y económicas de cada año. “El final de la década de 1970 constituye una ruptura de la historia de las relaciones laborales en Brasil. Nada menos probable que la huelga de Scania de 1978 y, no obstante, fue la más importante de todas, pues demostró que las huelgas eran posibles y significó el despertar de la opinión pública”, dice.

Lula habla en la reunión del Sindicato de los Metalúrgicos en 1980

CLOVIS CRANCHI/AELula habla en la reunión del Sindicato de los Metalúrgicos en 1980CLOVIS CRANCHI/AE

El investigador recuerda que las transiciones políticas son momentos ideales para las acciones colectivas, debido al crecimiento del interés de la sociedad en general en participar en las manifestaciones públicas. Había en ese entonces una insatisfacción generalizada contra el gobierno militar y los medios de comunicación hicieron suyo el discurso de la democracia, incluyendo en él a las huelgas como instrumentos legítimos de la sociedad en procura de una democratización. “Esto llevó a que los hitos de la alteración del comportamiento huelguista en el país fuesen simultáneos a las alteraciones políticas e institucionales de la transición, siendo los principales momentos de ruptura los de 1978, cuando los metalúrgicos del ABC forzaron su incorporación al proyecto de ‘apertura’ de los gobiernos de Geisel y Figueiredo, y los de 1985, año de la toma de posesión del primer gobierno civil posterior a 1964”. Así las cosas, los sucesos políticos estremecieron o incentivaron al movimiento sindical.

“Esto puede observarse en la disminución de las huelgas entre 1980 y 1982, lo que se explica no solamente debido al aumento del desempleo, sino también por el atentado al centro de convenciones Riocentro, que mostró las disensiones entre los militares con el programa de liberalización política. Por eso los sindicatos retrocedieron, pues entendieron que el momento no era favorable para huelgas y cambiaron el activismo por la organización interna, que desembocó en la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT), en 1983”, comenta Noronha. Otro ejemplo, de acuerdo con el autor, fue la caída de los índices de huelgas a partir de mayo de 1992, cuando surgen las denuncias de corrupción en el gobierno de Collor de Mello, hasta el final de ese año, con la caída del presidente. “Esto parece confirmar la sensibilidad de los sindicatos de cara a una nueva inestabilidad política, y refuerza la hipótesis de que las variables políticas son esenciales para entender una huelga.”

Otro hito importante fueron las elecciones estaduales de 1982. Al cabo de un largo período sin diálogo con el Estado, los sindicatos no se la hicieron fácil a los nuevos gobernadores opositores electos, exigiéndoles mediante huelgas. “En ese contexto en que los riesgos de la huelga habían disminuido y las oportunidades de mejoras salariales habían aumentado, las paralizaciones no se concentraron más en el sector privado, sino que se incrementaron especialmente entre los empleados públicos”. Las huelgas dominan entonces el escenario nacional, ya que la tendencia de los gobiernos estaduales tendiente a consolidar su legitimidad como liderazgos democráticos repercutió a nivel nacional: la disposición a negociar de los gobernadores era un contrapunto a la práctica represiva del gobierno federal. Algunos segmentos del gobierno, ante las derrotas electorales, pasaron a acercarse a los sindicalistas con propuestas de reforma de cuerpo normativo conocido como Consolidación de Leyes del Trabajo (CLT).

074-079_Greves_193-2El gobierno de Sarney, en 1985, legitimó a los líderes sindicales como interlocutores válidos ante el Estado y las huelgas ayudaron a consolidar un nuevo estándar de relaciones entre empleados y empleadores, con la proliferación de las negociaciones. Pero las huelgas brasileñas eran impulsadas por componentes que escapaban al sentido común. “Los salarios, en todo el mundo, constituyen la pauta principal de las huelgas, y no fue diferente acá. Sin embargo, en el caso brasileño, los paros reivindicativos aumentan no cuando los sueldos disminuyen, sino cuando pueden subir. Es decir, las huelgas se disparan cuando los trabajadores creen que es posible obtener mejoras salariales, y no importa la percepción de los salarios, si se los ve como bajos o adecuados”, explica. Así, entre 1988 y 1991, pese a que el rendimiento real no cayó, las huelgas proliferaron en los dos sectores que, sumados, superaron la marca de 2 mil huelgas y alrededor de 185 millones de jornadas no trabajadas.

Pese a ello, según Noronha, fueron raras las paralizaciones que plantearon demandas políticas, aunque la evolución del nivel y el patrón de conflictos estuvieron claramente signados por los principales momentos políticos de la década de 1980, lo que les da otra dimensión, al margen de la corporativa. “La fluctuación de los conflictos laborales en Brasil siguió de cerca los pasos de la transición brasileña. Primeramente porque el movimiento sindical avanzó (y supo retroceder) en cada etapa del proceso de liberalización del régimen autoritario. Después, porque la incorporación de la clase trabajadora y de los líderes sindicales al proceso de transición se dio a través de las posibilidades abiertas para la expresión de sus demandas, y no debido a su participación en los pactos políticos que definieron la transición. Si bien las huelgas no fueron el único canal de manifestación de esos sectores, constituyeron la forma más eficaz de expresión de descontentamiento social y político”, evalúa. A medida que la clase trabajadora se tornó capaz de ganar fuerza por sobre os empresarios, tomados de sorpresa durante las primeras huelgas, el conflicto de intereses entre el capital y el trabajo fue aumentando cada vez más en el escenario político, y cada vez menos en el ámbito industrial.

Metalúrgicos de Volkswagen de Brasil durante la huelga del ABC paulista de 1978

Arquivo/AEMetalúrgicos de Volkswagen de Brasil durante la huelga del ABC paulista de 1978Arquivo/AE

“La eclosión de las huelgas es determinada por la percepción de la injusticia asociada a la comprensión de que el momento es oportuno para la obtención de mejoras. Hubo momentos en que los líderes intentaron presionar a los trabajadores para entrar en huelga sin tener resonancia, y otros en que sucedió lo contrario, por ejemplo”. En Brasil, la dispersión sindical y la escasa capacidad de las centrales obreras para coordinar las negociaciones llevan a que la lógica de los sindicatos aislados consista en aprovechar los momentos favorables de mejoras y retraerse cuando las reducciones salariales parezcan difícilmente reversibles. “El fin del gran ciclo se vincula con los indicadores económicos más recientes, desfavorables a las huelgas (inflación bajo control y desempleo en alza), con la adhesión parcial a la ortodoxia liberal y con la superación del modelo desarrollista, durante el gobierno de Cardoso. Y también con la alteración de la percepción pública en lo atinente a la pertinencia y la eficacia de las acciones colectivas luego de que la democracia brasileña llegó a su madurez”, dice Noronha. Hoy en día, según el investigador, es probable que se desaten nuevos ciclos, pero las huelgas en Brasil han entrado en la “normalidad”.

“Las nuevas condiciones de los años 1990 y el avance de las instituciones democráticas sacarán a las huelgas del centro de las estrategias de los sindicatos. En la actualidad, las mismas solamente se concretan cuando los mecanismos de negociación no funcionan, como en el caso del sector público, en donde se producen paralizaciones violentas y largas”, analiza el economista Claudio Dedecca, docente de la Universidad Estadual de Campinas y coordinador del proyecto Brasil siglo XXI: población, trabajo y sociedad. “No existe más la cultura del conflicto en el mundo del trabajo. La huelga de los policías de Bahía mostró eso, al no nacionalizarse, como era el objetivo de los huelguistas”, dice. Para el investigador, las huelgas en Brasil siempre fueron complejas. “Es posible que vivamos en una situación con alto nivel de empleo y que no haya huelgas, pues las instituciones están funcionando en pro de los trabajadores”. El economista recuerda también que los grandes sectores siempre marcaron el ritmo de las huelgas en el pasado; pero, como la paralización ha dejado de ser una estrategia, los sectores menos organizados tienen menos estímulos aún para parar.

“Lo que lleva a que Brasil aún pare es un crecimiento nacional que no se redistribuye correctamente. Por ende, las huelgas solamente se concretan cuando los canales de comunicación son limitados y no hay diálogo entre las partes”, sostiene. Por cierto, el aprendizaje del diálogo fue fundamental para la creación de la cultura democrática nacional. “Las huelgas terminaron transformándose en un elemento de democratización. Las paralizaciones fueron el alimento de la transición política y viceversa. El Brasil que se movilizó en las calles, en la campaña por las Elecciones Directas y más tarde por el juicio político a Collor nació con las huelgas de la zona del ABC paulista. Las huelgas fueron una escuela de movilización de masas, e introdujeron a los trabajadores y a sus líderes en el escenario político nacional”, sostiene Noronha.

Con todo, esta novedad política no se vio acompañada directamente por la renovación de los mecanismos de negociación. “A partir de la redemocratización, las relaciones laborales pasaron a caracterizarse por el descompás entre las instituciones laborales y legislativas, aún arcaicas, y la modernización económica y social del país. Hay sectores que escapan de dicha regla, tales como el metalúrgico y el siderúrgico, con sus sindicatos fuertes, que obligaron a las empresas a modernizar su gestión de recursos humanos, anticipándose a las necesidades de los trabajadores. Pero son excepciones”, dice el economista Hélio Zylberstajn, docente de la USP y presidente del Instituto Brasileño de Relaciones de Empleo y Trabajo. “El sector público se encuentra muy lejos de esa realidad, y allí impera un modelo de huelgas largas, merced a un sistema de negociación favorable al impasse. Como ese sector no afecta al capital y no les impone costos directos a ambas partes, pese a que se vuelca a lo público, existe escaso interés en establecer mecanismos más modernos de negociación o arbitraje”. Según Hélio, el país hizo caso omiso a la importancia estratégica de la gestión de las relaciones laborales al preferir litigar en la Justicia.

“Hay poco espacio para la negociación previa y el resultado de ello son las crisis, como las recientes huelgas en servicios esenciales, cuya legislación es siempre postergada en el Congreso. Pero no hay interés en esa reglamentación en el sector público en ninguna instancia. Al fin y al cabo, la Justicia Laboral no puede obligar a los alcaldes y a los gobernadores a sentarse a una mesa de negociación con huelguistas y arbitrar, tal como sucede en el sector privado”, dice el politólogo Armando Boito, de la Unicamp, coordinador de la investigación intitulada El neoliberalismo y los trabajadores en Brasil: política, ideología y movimientos sociales. Para el investigador, este movimiento es esencial, pues, asegura, el sindicalismo no está en crisis, como se pregonó en los años 1990, sino que cumple un rol activo y huelguista. “En 2003, de todos los acuerdos sellados, sólo el 18% redundó en aumentos superiores a la inflación. En 2009 ese porcentaje trepó casi al 90% en función del aumento de la cantidad de huelgas que obtuvieron resultados. “Son paros amplios, con presencia masiva de huelguistas, a veces entre 170 mil y 200 mil, con manifestaciones en São Paulo. Hubo ocupaciones efectiva de fábricas, lo que constituye un recurso extremo”, advierte. Para Boito, esto sucede más allá de la estructura sindical deficiente del país, ligada al Estado, que viene provocando la pulverización de los sindicatos en sus bases. “Existe un pluralismo en las cúpulas y unicidad en las bases. Los líderes sindicales tienen una enorme dependencia del Estado y una relación endeble con los trabajadores, con un carácter que sigue siendo populista. Hay muchas huelgas forzadas”. A contramano de quienes creen que el tren no para más, Boito advierte que el maquinista aún tiene el freno a mano. Pero urge, y rápidamente, modernizar la locomotora.

El Proyecto
Archivos de las huelgas en Brasil (nº 2008/03561-5); Modalidad Ayuda Regular a Proyecto de Investigación; Coordinador Eduardo Noronha – UFSCar; Inversión R$ 163.145,89 (FAPESP)

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