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GÉNERO

Retratos de comportamientos abusivos

Aumenta la cantidad de trabajos académicos sobre la incidencia y los efectos del acoso moral y sexual en las universidades brasileñas

Lívia Serri Francoio

La física Marcia Barbosa, investigadora de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS) y estudiosa de la discriminación a las mujeres en la ciencia, se mostró sorprendida por el impacto de una campaña sobre el acoso moral y sexual organizada en su institución en 2016 por el grupo Chicas en la Ciencia, coordinado por las docentes Carolina Brito y Daniela Pavani. Entre ambas, recolectaron por Facebook frases abusivas o prejuiciosas que las estudiantes habían escuchado de sus profesores. Varias de esas sentencias las reprodujeron en pancartas, bajo el epígrafe: “Este es mi profesor”, con las que desfilaron por el campus para denunciar el sexismo y la misoginia en las aulas. “¿Te resulta difícil? Vete a estudiar danza”, denunciaba uno de los afiches. “Vuelve a venir vestida así y te daré una gratificación”, decía otro. “Necesito dos alumnos de maestría, un chico listo y una hermosa chica que me lleve los libros y me sirva café”, se burlaba un cartel.

“Creía que estas frases insultantes solo eran habituales en las ciencias exactas, donde suele haber muchos varones y pocas mujeres, pero comprobé que en otras áreas, incluso en las ciencias humanas y sociales también eran frecuentes. Entonces pude intuir que el acoso está mucho más extendido de lo que suponía y también y además poco documentado en la bibliografía”, dice Barbosa. Entonces a la académica se le ocurrió elaborar un registro de la incidencia y la percepción de los no docentes, docentes y alumnos de la UFRGS en relación con las actitudes que caracterizan el acoso sexual y moral, como así también el perfil de las víctimas y los agresores.

Los resultados fueron publicados en 2022 en un artículo en la revista Anais da Academia Brasileira de Ciências, también firmado por la física Carolina Brito y otros colegas de la UFRGS. El grupo adaptó para cada uno de los tres grupos –docentes, empleados y estudiantes– un cuestionario adoptado en un estudio pionero sobre el acoso realizado en la Universidad Harvard de Estados Unidos en 1983. La investigación, que se llevó a cabo en forma online, recopiló las respuestas de 739 profesores, 521 empleados y 4.791 estudiantes. Y reveló que el acoso moral, que incluye comportamientos violentos, insultos y humillaciones que degradan el ambiente académico, se encuentra muy extendido, afectando a alrededor del 40 % de los docentes y alumnos, y a más de la mitad del personal técnico-administrativo. “Estas proporciones son abrumadoras. Muchos han reparado en que han sido víctimas de este tipo de abusos recién cuando han reflexionado sobre el tema al momento de responder la pregunta”, comprobó Barbosa. “El acoso moral es un instrumento utilizado para mantener el poder. La lógica de los acosadores en la universidad consiste en someter a sus víctimas a humillaciones buscando que se rindan y salgan de su camino”. La distribución de los casos fue homogénea en los subgrupos de estudiantes, pero no entre los docentes y el personal no docente, en los que el acoso moral resultó ser más frecuente entre los bisexuales, las personas trans y no binarias, así como entre las mujeres y afrodescendientes.

En tanto, la incidencia del acoso sexual, que se caracteriza por las conductas abusivas, tanto verbales como físicas, para obtener favores sexuales o para humillar a otros individuos por sus características de género, fue informada por el 12 % de los entrevistados en todas las categorías. Pero se dio con mayor frecuencia entre las mujeres (aproximadamente un 15 % de las participantes de sexo femenino informó haber padecido acoso sexual, frente a un 5 % del grupo masculino) y fue dos veces más frecuente entre los bisexuales que en heterosexuales y homosexuales. Hay un dato peculiar relacionado con la percepción del acoso. Más mujeres que varones calificaron como acoso a los comentarios de naturaleza sexual, las invitaciones y mensajes telefónicos indeseados o las bromas sexistas. Un mayor porcentaje de varones consideró al contacto físico no deseado con otra persona como acoso moral, a pesar de que los tocamientos casi siempre tienen una connotación sexual.

Según surge de la investigación, el acoso sexual lo cometen principalmente los varones, que pueden ser profesores, no docentes o estudiantes, mientras que el acoso moral también lo practican las mujeres, aunque en menor proporción que los varones. Solo el 6,5 % de los docentes, el 7,5 % de los estudiantes y el 11,3 % del personal no docente víctimas de acoso sexual presentaron denuncias formales, lo que indica que esta práctica es poco combatida. “Fue sorprendente advertir el descrédito de los canales de denuncia y esto llevó a la UFRGS a crear estructuras más robustas para recepcionar las denuncias”. Según comenta Barbosa, los resultados de la investigación ayudaron a convencer a las organizaciones de las que forma parte, como la Academia Brasileña de Ciencias (ABC) y la Sociedad Brasileña de Física (SBF), a adoptar códigos que identifiquen y penalicen el acoso entre sus miembros.

Se debate sobre las conductas asociadas al abuso de poder, pero muchos acusados reaccionan como si se estuviera juzgando su producción intelectual, dice Lidia Possas

El mapeo realizado en la UFRGS se suma a varios otros trabajos que, en los últimos tiempos, han puesto bajo la lupa de la comunidad académica el problema del acoso sexual y moral en las universidades e institutos de investigación. Una de las conclusiones del estudio intitulado “El perfil del científico brasileño al principio y a mitad de carrera”, publicado este año por la Academia Brasileña de Ciencias, apunta un panorama similar. Alrededor de un 47 % de las mujeres y un 12 % de los varones entrevistados declararon haber sufrido acoso sexual durante su carrera. En lo que se refiere al acoso moral, el 67 % de las mujeres y el 49 % de los varones refirieron haberse visto afectados. El cuestionario fue respondido por más de 4.000 investigadores.

Algunos estudios han analizado los efectos del acoso en sectores que, recientemente, han ido ganando más espacio en el ámbito universitario, como las mujeres o los grupos beneficiados por políticas de acción afirmativa, que incluyen a negros, pardos y egresados de la educación pública. Investigadores de la Universidad de Brasilia (UnB), cotejaron los relatos de 16 alumnas de la institución que, antes de iniciar sus estudios de grado, habían sido parte de un proyecto de extensión llamado Chicas Veloces, que funcionaba en una escuela pública de la periferia del Distrito Federal que apuntaba a estimular el gusto por las ciencias exactas entre las muchachas. El acoso moral fue señalado como uno de los primeros obstáculos que afrontaron las alumnas en su proceso de adaptación a la vida universitaria. “Hubo el caso de un profesor que, en una clase de introducción a la ingeniería, dijo que no le gustaba trabajar con mujeres porque no era tan productivo como hacerlo con varones. A mí me resultó muy extraño y muy desagradable”, dijo una de las participantes de la investigación, identificada con el nombre ficticio de Catarina, una estudiante oriunda del Distrito Federal. “Estas coerciones pueden resultar destructivas para una estudiante, especialmente si se trata de una novata en una clase de introducción a la carrera. Si lo denuncia, se expone a ser objeto de humillaciones, inseguridad y la ratificación de un ambiente que reproduce el machismo institucionalizado”, escribieron los autores del artículo, coordinado por la socióloga Tania Mara Campos de Almeida.

En un reflejo de la notoriedad que ha adquirido el tema del acoso en las corporaciones y entre los profesionales del área de recursos humanos, investigadores del área de administración de empresas han elaborado diversos trabajos sobre este asunto. En un estudio publicado en la Revista de Estudos Organizacionais e Sociedade, Juliana Teixeira, de la Universidad Federal de Espírito Santo, y Adriana Rampazo, de la Universidad Estadual de Londrina, en Paraná, analizaron los relatos de investigadoras del área de la administración y llegaron a la conclusión de que el acoso sexual está extendido y se lo toma con naturalidad en el ambiente académico de la disciplina. “Si bien hay que reconocer que ha habido avances en las discusiones de género [en el entorno académico], hablar de acoso sexual todavía significa inmiscuirse en un tema que ha sido naturalizado y negado en este espacio, aunque se lo vivencia”, escribieron las autoras. El prólogo del artículo presenta el relato de una investigadora de 30 años, cuya identidad no ha sido revelada, sobre el acoso sexual al que fue sometida por un colega que acababa de conocer en una fiesta de la Reunión Anual de la Asociación Nacional de Investigación y Posgrado en Administración, celebrada en una ciudad del nordeste brasileño durante la década pasada. Luego de haberla llamado “morena hermosa” (la investigadora es negra), el acosador le preguntó cuál era su signo zodiacal y, tras oír su respuesta, le espetó: “¿Puedo decírtelo? Lo que quieres es tener sexo a diario. Estás desatada”.

En 2018, Bianca Spode Beltrame, quien actualmente cursa su doctorado en administración en la UFRGS, realizó una investigación que se ha convertido en una referencia para los estudios sobre el acoso en las universidades. En su trabajo final para una especialización en administración pública, envió cuestionarios a decenas de instituciones federales de educación superior y esbozó un panorama de la prevención y la lucha institucional contra el acoso en 71 de ellas. El trabajo puso en evidencia que el 52,3 % carecía de políticas de prevención del acoso y que el 70 % no adoptaba medidas para combatir el problema.

Aunque estos datos se utilizan a menudo para poner de relieve las dificultades para hacer frente al acoso en el ambiente académico, Spode Beltrame dice que han quedado desfasados y que varias instituciones ya no son refractarias. “La cuestión del acoso se ha debatido mucho en los últimos tiempos y sé de numerosas instituciones que han adoptado protocolos, políticas y normativas contra el acoso en el ámbito universitario desde que se realizó el estudio”, dice la investigadora, quien incluye en el listado de estas instituciones a la propia UFRGS y a la Universidad Federal de Santa Maria, en donde trabaja. Aun así, explica que “la competitividad en el ambiente universitario y la lógica de la productividad, en detrimento del proceso educativo y del desarrollo académico y profesional, alimentan y sostienen las prácticas de acoso psicológico entre colegas, con los alumnos o en las relaciones jerárquicas”.

Lívia Serri Francoio

Varias universidades brasileñas han abierto los ojos a este problema y han establecido políticas y programas para hacer frente a los casos de acoso en los últimos años. En 2019, el Consejo Universitario de la Universidad de Campinas (Unicamp) creó la Comisión de Género y Sexualidad, que gestiona el Servicio de Atención a las Víctimas de Violencia Sexual (Savs), responsable de activar sectores especializados y, según las particularidades de cada caso, ofrecer orientación y acogida a las víctimas, así como remitir las denuncias para su investigación. La Universidad de São Paulo (USP) cuenta con la Oficina USP Mujeres, que trabaja en el diseño e implementación de iniciativas para promover la igualdad de género en sus siete campus. En 2020, en colaboración con la Superintendencia de Asistencia Social, la oficina implementó un protocolo para tratar los casos de violencia y acoso sexual en la universidad, con directrices sobre la acogida, la derivación y el seguimiento de las víctimas a través de los servicios sanitarios y psicosociales (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 212).

Hace dos años, la Universidade Estadual Paulista (Unesp) divulgó una guía para prevenir el acoso en el ambiente académico y reforzó las defensorías en todos sus campus, distribuidos en 24 ciudades, para atender las denuncias. La movilización de la universidad se desencadenó tras un episodio ignominioso que tuvo lugar en 2010, en el marco de un evento deportivo de integración de los estudiantes de grado en el campus de Araraquara: el llamado “Rodeo de las Gordas”. Alumnos del campus de Assis idearon una competencia brutal, organizada a través de la red social Orkut, en la que sometían a alumnas consideradas obesas a situaciones de humillación y violencia: los varones atrapaban y montaban a sus compañeras como si fueran animales de monta y competían por premios en función del tiempo que conseguían mantenerse encima de ellas. En su momento, los estudiantes involucrados fueron suspendidos. Uno de los organizadores fue condenado a pagar 30 salarios mínimos por daños morales. El caso fue una de las denuncias evaluadas por una Comisión Parlamentaria de Investigación en la Legislatura del Estado de São Paulo, creada en 2014 para investigar violaciones de los derechos humanos en las novatadas y en las fiestas en las universidades paulistas.

“El período comprendido entre 2013 y 2019 estuvo marcado por un aumento del número de acusaciones y denuncias de violencia registradas en la Defensoría de la Unesp y, concomitantemente con el recrudecimiento de las agresiones, hubo una intensa acción de los movimientos estudiantiles de rechazo a estas prácticas en la universidad”, informa la socióloga Beatriz Jorge Barreto, en uno de los seis artículos publicados el año pasado en el dosier intitulado Violencia de Género en la Universidad, organizado por el Laboratorio Interdisciplinario de Estudios de Género (Lieg-Unesp) de la institución, en el campus de Marília.

El informe Lieg/Unesp también incluyó un artículo de contenido autobiográfico, en el que la abogada Natalia Silveira de Carvalho, actualmente doctorante en el Programa de Posgrado en Derecho de la Universidad Federal de Bahía, explica la importancia de los colectivos estudiantiles femeninos dentro de la universidad para el desarrollo de políticas de prevención y lucha contra la violencia de género. Ella relata sucesos que vivió durante su etapa como estudiante en la Unesp de Franca en la década de 2000. “Recuerdo muy bien una actividad específica durante la semana de recepción [de los estudiantes de primer año] con motivo de la serie de violaciones perpetradas contra estudiantes universitarias en la Unesp entre 2000 y 2004”, escribió. Según ella, la actividad fue un ejercicio de solidaridad con las víctimas de las violaciones, “dado que sus identidades se mantuvieron en reserva y los relatos de las violaciones no se relativizaron ni distorsionaron, algo sumamente importante teniendo en cuenta que vivíamos en un contexto de culpabilización de las víctimas”.

Por su parte, la pedagoga Carolina dos Santos Bezerra-Perez, del Colegio Universitario de la Universidad Federal de Juiz de Fora, presentó un dramático estudio de caso de una estudiante negra de una universidad brasileña que sufría acoso constante e incluso llegó a ser agredida sexualmente por un “veterano”, pero se enfrentó a una serie de coerciones humillantes cuando denunció el caso a la universidad donde estudiaba y a la policía: el acosador nunca fue sancionado.

Para la historiadora Lidia Possas, coordinadora del Lieg/Unesp y docente de la Facultad de Filosofía y Ciencias (FFC) de Marília, los estudios de este tipo son importantes para sacar a la luz el problema del acoso, pero al mismo tiempo sostiene que debatirlos y divulgarlos genera focos de tensión en el ambiente académico. “El entorno de la universidad parece democrático, pero hay disputas internas que pueden ser bastante hostiles”, señala. “Las denuncias de acoso suelen ser mal recibidas por los investigadores varones, que se formaron en un ambiente donde esto era tolerado y ocultado. Se debaten los comportamientos ligados al abuso de poder, pero muchos acusados reaccionan como si se estuviera juzgando su producción intelectual”, explica Possas, quien también se desempeña como defensora en el campus de la Unesp en Marília.

Las investigadoras del Lieg están abocadas a la realización de nuevas investigaciones sobre el acoso, como los estudios de iniciación a la investigación científica de la estudiante de antropología Bruna Silva Oliveira, de la FFC-Unesp, en Marília, que comparan las directrices para tratar el acoso adoptadas en las universidades estaduales paulistas con las de instituciones de otros países latinoamericanos como Chile, México y Perú. “En Perú, existe desde 2014 una ley que sanciona a las universidades ante la falta de implementación de protocolos o fallas en la investigación de las denuncias de acoso”, dice Silva Oliveira. Una de las referencias del trabajo es un estudio de la psicóloga mexicana Flor de María Gamboa Solís sobre los protocolos adoptados en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, en México. Una de las conclusiones de su análisis fue que los protocolos de este tipo dependen para su funcionamiento de cambios profundos en la cultura universitaria y que, si esto no ocurre, en lugar de proteger a las personas, pueden servir de parámetro para que los agresores los burlen.

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