Desde pequeño, Rodolfo Nogueira es un apasionado de los dinosaurios, y el hecho de haber aprendido a dibujar le otorgó algo similar a un superpoder: devolver a la vida a los animales del pasado. O casi.
En su ciudad natal de Uberaba, en la zona conocida como Triângulo Mineiro, del estado brasileño de Minas Gerais, es habitual que en las excavaciones para obras de construcción civil se descubran fósiles. Allí, con réplicas de dinosaurios concebidas a partir de un amplio conocimiento científico, y ejecutadas con precisión, el paleoartista está colaborando para transformar las plazas en geositios, o sitios de interés geológico, que constituyen el principio de un geoparque (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 308).
En el pasado mes de noviembre, Nogueira se alzó con un prestigioso premio internacional en su especialidad, el Lanzendorf National Geographic Paleoart Prize, en la categoría Ilustración 2D, que fue el tercero de su cosecha. Ya había obtenido el mismo premio en 2015, en la categoría Ilustración Científica, y en 2018, por Animación Científica. A sus 35 años ya ha ganado 17 premios, 13 de ellos internacionales. En la siguiente entrevista, le relató a Pesquisa FAPESP cómo aprendió a conciliar su amor por la paleontología con el arte, desarrollando un método que implica deducir cómo era un animal que vivió hace millones de años, a veces solo a partir de una garra.Rodolfo Nogueira
¿El premio que obtuvo recientemente le fue concedido por un dibujo específico?
Así es, la imagen representa los albores de la era de los dinosaurios, hace 230 millones de años en el sur de Brasil, y muestra a dos de los géneros de dinosaurios más antiguos de los que se tiene constancia: Saturnalia y Pampadromaeus. Fue un dibujo que hice para el libro que ganó el Premio Jabuti al mejor libro para niños y jóvenes de 2018 –O Brasil dos dinossauros– publicado por la editorial Marte en colaboración con el paleontólogo Luiz Eduardo Anelli, de la USP [Universidad de São Paulo]. El premio es organizado por la mayor asociación paleontológica del mundo, la Sociedad de Paleontología de Vertebrados de Estados Unidos, y cuenta con el apoyo de la National Geographic Society. Representa un hito en mi carrera, pero me atrevo a decir que ayuda a consolidar nuestra ciencia en la escena mundial, porque la totalidad de la comunidad paleontológica internacional está viendo una ilustración que representa el surgimiento de los dinosaurios en un ambiente brasileño, con animales brasileños, dibujados por un brasileño, como resultado de la investigación científica brasileña (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 279).
Lo que hace es el sueño de muchos niños y también era el suyo. ¿Cómo se hizo realidad?
El paleontólogo Llewellyn Ivor Price (1905-1980), nacido en el estado de Rio Grande do Sul, de padres estadounidenses, regresó a Brasil en la década de 1930 y, en Uberaba, se topó con niños jugando a las bochas con huevos de dinosaurios. Así que empezó a explorar la región y enviaba los fósiles a Río de Janeiro, hasta que en 1993 se fundó un museo en el distrito rural de Peirópolis, a 20 kilómetros de mi ciudad. En ese entonces tenía 6 años y fui como agregado en una excursión escolar porque el chofer era un familiar de mi abuela y me llevó. Mis ojos de niño vieron dragones con huesos de cristal que me embelesaron y quería quedarme a vivir ahí. Me sumé a esa ola como todo niño que se enamora de los dinosaurios, y de ahí no salí más. A los 11 años, mi madre me inscribió en un curso de dibujo. Yo era un chico ansioso, tenía rasgos de autismo, muchos dolores de cabeza y ella creyó que eso podía ayudarme. Sin quererlo, me dio el poder de sacar las cosas de mi mente y llevarlas a la realidad y, al cabo, eso se convirtió en mi profesión.
¿Ya tenía la idea fija de dibujar dinosaurios?
Sentía que todo lo que dibujara podría ser mío. Para entender algo, lo dibujaba. Así descubrí que no quería ser paleontólogo, lo que anhelaba era dibujar dinosaurios. Ingresé a la facultad de diseño industrial en el campus de Bauru de la Universidade Estadual Paulista [Unesp] y cursé la iniciación a la investigación científica en paleoarte. Este era un campo casi inexistente: había pocos paleoartistas en Brasil e incluso en el exterior no había publicada ninguna descripción del modo de reconstruir dinosaurios utilizando la computación gráfica. Elaboré una metodología rigurosa, similar a una receta para orientar al artista a conseguir reconstrucciones mejores. Llamamos paleodiseño a la aplicación del diseño a la paleontología.
Cuando tenía 11 años, mi madre me inscribió en un curso de dibujo y, sin quererlo, me dio el poder de sacar las cosas de mi mente y llevarlas a la realidad
¿En qué consiste ese método?
Combiné el proceso de planificación del diseño –un paso a paso para diseñar algo con un propósito– con los mejores soportes artísticos y los hallazgos más recientes de la ciencia. Básicamente, esto consistía en analizar el fósil, recabar el máximo de información posible sobre el ejemplar. Si no se preservaban todas sus partes, buscaba animales similares para completar los faltantes y reconstruir el esqueleto. A partir de ello, he logrado estudiar las marcas de inserción de los músculos en los huesos y, comparando con otros, reconstruir la musculatura. Luego, tras haber definido el volumen, reconstituyo la piel basándome en animales actuales que estén emparentados, que comen lo mismo o que habitan en lugares parecidos. Con base en esto puedo inferir patrones de camuflaje y texturas. Después definimos el ambiente a partir de las plantas que se hallaron en el sedimento, entre otros parámetros. Así podemos llegar a un punto en el cual puede decirse: con los datos que disponemos ahora, este animal es lo más realista y fidedigno posible.
Estas reconstrucciones tan minuciosas pueden realizarse partiendo tan solo de un hueso de la cola, de un dedo o un diente. ¿Cuánto poseen de ciencia y cuánto de imaginación?
Para obtener una fotografía del pasado, se necesita una cámara hecha de imaginación. El sensor de esta cámara está hecho de lápices, pinturas, arcilla o gráficos por computadora, pero la lente es la ciencia. Teóricamente podría imaginar cualquier coloración en la reconstrucción de un dinosaurio, porque eso no se conserva en el registro fósil, pero los animales actuales poseen patrones para la producción de pigmentos que también pueden aplicarse a sus antepasados extintos. Por ejemplo, el único pigmento que producen los mamíferos es la melanina. Por lo tanto, es mucho más razonable imaginarse que un perezoso gigante haya tenido pelos negros o blancos que imaginarlo amarillo con lunares rosados. Esta es la forma en que la ciencia orienta la imaginación, para cubrir las lagunas.
¿De dónde provienen sus conocimientos en paleontología?
Trabé amistad con expertos y estudié las materias pertinentes: paleontología, geología, zoología de los vertebrados. Estudié anatomía, disequé muchos animales e incluso me atacó un yacaré, pero, más allá del susto, no pasó nada. Fue un proceso maravilloso, y también he leído bastante.
¿Trabaja con paleontólogos?
En un principio, lo hacía por cuenta propia. Investigaba y, en ocasiones, consultaba a paleontólogos. Pero ahora trabajo para ellos y a menudo elaboro la primera imagen que tendrán de una especie nueva. El grupo de investigadores me proporciona toda la información, entonces aprendo con el ejemplar que estoy produciendo y cada día hay nuevos descubrimientos que lo cambian todo. Mis dinosaurios siempre serán versiones erróneas, porque estas nuevas informaciones podrían dar origen a una reconstrucción diferente.
Usted produce modelos con detalles de las escamas y la textura de la piel, ¿cómo lo logra?
Se trata de una quimera basada en la ciencia. Disponemos de piel conservada de varios tipos de dinosaurios, pelos de perezosos gigantes. Hay dinosaurios que pareciera que se toparon con la Medusa y quedaron petrificados, como en la leyenda griega: están intactos, tridimensionales, y conservan detalles de la piel. También podemos fijarnos en los animales actuales. Existe una lógica para todas las estructuras. Por ejemplo, las escamas son menores en las articulaciones, donde la piel presenta mayor movilidad. Donde se necesita protección, son mayores. Así, puedo elegir el tamaño, la disposición y el formato.
¿Tiene la posibilidad de ir al campo para observar los hallazgos?
Aquí en Uberaba se los encuentra en medio de la ciudad. Cuando se estaba construyendo un condominio, se hallaron dos dinosaurios de 15 metros a 2 minutos a pie desde la plaza central. Me avisaron, salí corriendo y pude ver el lugar lleno de animales. Pude filmarlo, observar su extracción de cerca y dibujarlos. En otro punto del centro de la ciudad se halló un fósil cerca de la acera, pude seguir las excavaciones y proyectar una plaza en el lugar.
Usted participa en la construcción de una plaza de los dinosaurios en Uberaba, ¿no es así?
Ya hemos terminado, la plaza es el geositio Santa Rita. Hemos instalado las réplicas de dos crías y un esqueleto. En la plaza contigua hay otro dinosaurio, y hace un mes terminé uno de 6 metros de largo que se expondrá por un tiempo en un centro comercial de la ciudad. Luego será trasladado a otra plaza. Ya hay cuatro geositios terminados, y otros varios serán remodelados.
¿Cómo surgió esta oportunidad?
Sueño con ello desde que era un niño. Hace unos seis años, el geólogo Luiz Carlos Borges Ribeiro, quien fuera director del Museo de los Dinosaurios de Uberaba durante más de 20 años y actualmente es el titular de la cátedra de geología en la Universidad Federal de Triângulo Mineiro, vislumbró que Uberaba tenía potencial para convertirse en un geoparque y elaboró su tesis doctoral sobre este tema. Al mismo tiempo, un profesor de otro instituto, descubrió una roca extraña en un barranco del centro de la ciudad, notó que parecía un fósil: presentaba un formato ovalado de alrededor de 15 centímetros. Borges Ribeiro confirmó que se trataba de un fósil y me pidió que diseñara una plaza en ese lugar. El año pasado conseguimos los fondos para construirla. Cuando lo desenterramos, descubrimos que era un húmero –el hueso del brazo– de uno de esos dinosaurios enormes de cuello largo. Llevaba muerto ahí 80 millones de años. Era un lugar con arbustos y árboles, y ahora se transformó en una plaza.
¿La idea es contar con estas referencias en varios puntos de la ciudad, para atraer el turismo paleontológico?
Exactamente, por eso es un geoparque, que puede tener un gran valor geológico didáctico, educativo y de entretenimiento. La gente también visitaba Uberaba por motivos religiosos, porque aquí vivió [el médium espiritista] Chico Xavier, y hay muchas iglesias históricas. Tenemos producción de cereales, las vacas más caras del mundo, del género del cebú, y la mayor exposición de este tipo de ganado se realiza aquí. Es un polo económico por su producción agropecuaria, la religión y la paleontología.
¿Qué implica la creación de este geoparque?
Se trata de un macroproyecto de gestión territorial que abarcará a toda la región, que contará con varios lugares de referencia para visitar. Hoy tenemos 4 sitios y, en breve, tendremos 16. Pero es necesario presentar una solicitud a la Unesco [la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura], y todavía nos queda por delante mucho trabajo antes de llegar a ese punto.
Con sus libros, videos y otros materiales, para adultos y niños, usted llama la atención sobre el tema. ¿Eso ayuda a impulsar más descubrimientos?
Por supuesto, es un ciclo. Si estimulamos más a los niños a convertirse en investigadores, esto puede generar más fondos para la investigación y se necesitarán más paleoartistas. Cuando yo empecé, todos los paleontólogos disponían de un dibujo de un dinosaurio vivo en las diapositivas de sus clases, pero nadie quería pagar por ello. Ni siquiera recordaban haberse dedicado a la paleontología porque tuvieron la oportunidad de ver paleoarte en algún libro, en una película o en un museo. Ahora ellos saben que es importante. Si pretenden aparecer en la portada de una revista como Nature (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 299), por ejemplo, tienen más posibilidades de competir recurriendo al paleoarte para ilustrar sus estudios. Si algunos de los niños a los que he dado clases acaban convirtiéndose en paleoartistas, sería excelente.