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BIODIVERSIDAD

Rompecabezas incompleto

Un análisis del IBGE indica que los registros de la presencia de especies de la fauna y de la flora en territorio brasileño están distribuidos de manera desigual

Guacamayos bandera o guacamayos rojos o escarlatas (Ara macao), en Mato Grosso: con una población en declive, estas aves pueden encontrarse desde Argentina hasta México

João Quental

El Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) analizó más de 22,5 millones de registros de la presencia de especies de la biodiversidad brasileña recabados a lo largo de siglos y arribó a la conclusión de que el conocimiento en referente a nueve grandes grupos taxonómicos en el territorio nacional es bastante desigual, lo que puede generar sesgos en las investigaciones que se basan en esta información que van en detrimento de las acciones destinadas a la conservación. La evaluación fue publicada por la institución en el mes de noviembre y muestra que estados tales como São Paulo y Río de Janeiro, y el Distrito Federal, probablemente debido a que concentran muchas universidades, colecciones científicas y museos, son las unidades de la federación con la mayor cantidad de registros de anfibios, artrópodos, aves, hongos, mamíferos, moluscos, peces, plantas y reptiles, los grupos seleccionados en el estudio. En cambio, los datos disponibles para los estados del nordeste brasileño son más dispersos, mientras que los del norte exhiben faltantes de conocimiento en varias partes de su territorio.

También existe un contraste llamativo entre los registros de las especies que habitan en el mar y en los ambientes terrestres. Para tierra firme, alrededor del 6 % de las celdas (porciones en las que se divide el territorio del país en cuadrados de 50 por 50 kilómetros) no registran ninguna presencia de especies, mientras que en el territorio marino nacional se registra un faltante de información en el 81 % de las celdas. El análisis del IBGE atribuye esta diferencia a la dificultad de acceso a los costos operativos de las investigaciones marinas. Las aves acumulan la mayor cantidad de registros (unos 11 millones), seguidas por las plantas (7,7 millones), mientras que los moluscos (255.000), los hongos (252.000) y los mamíferos (alrededor de 190.000) son los grupos menos conocidos. Otra característica tiene que ver con la solidez de los datos. A excepción de las aves, menos del 30 % de los registros ofrece información completa, como la identificación precisa de la especie y las coordenadas de localización.

Para el análisis, se utilizaron datos del Sistema de Información sobre la Biodiversidad Brasileña (SiBBr), una plataforma creada en 2014 por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI). Los registros se obtienen de varias maneras. La principal es a través de las colecciones biológicas organizadas por instituciones científicas y museos, responsables de al menos un 80 % de los registros de anfibios, artrópodos, hongos, plantas y reptiles. Como tan solo una parte de las colecciones ha sido digitalizada, la información del SiBBr no representa la totalidad de los registros. Otra fuente es la ciencia ciudadana, que comprende la participación de aficionados o personas sin formación científica en la recolección de los datos de campo (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 323). El grupo de las aves ha sido el más beneficiado por la información recabada por aficionados. De los casi 10,8 millones de registros, el 94 % se obtuvo gracias a las observaciones realizadas por amantes de la naturaleza. También hay registros procedentes de estudios científicos y otros que no se encuadran en ninguna de las tres categorías.

Alexandre Affonso / Revista Pesquisa FAPESP

El estudio proporciona un indicador de síntesis, que es el índice de conocimiento de la biodiversidad, basado en el número de registros acumulados para los nueve grupos taxonómicos y en cuán recientes son esos datos. En una escala que va de 0 (menor conocimiento) a 18,77 (mayor conocimiento), la mayor parte del territorio brasileño no pasa de 0,93. En vastos sectores del mar territorial brasileño y algunos puntos de la selva amazónica en los estados de Pará y Amazonas, la situación es crítica: son regiones invisibles para la ciencia y la conservación porque no existen registros publicados de su fauna y su flora en el SiBBr. En tanto, algunos sectores costeros de los estados de São Paulo, Río de Janeiro y Espírito Santo registran un alto índice de conocimiento, superior a 8,65. Los grupos con las mayores lagunas en la información son los hongos y los moluscos.

El instituto es conocido por la realización del censo demográfico cada 10 años y por generar indicadores de referencia sobre las actividades sociales y económicas, y también realiza estudios sobre la biodiversidad, además de administrar un área protegida, la Reserva Ecológica del IBGE, centrada en la investigación del bioma del Cerrado ‒ la sabana tropical brasileña ‒ en el sur de Brasilia. El organismo mantiene sus propias colecciones biológicas. En la década de 1980 incorporó el herbario del proyecto Radam Brasil, creado en los años 1970 para monitorear el uso del suelo en el país, especialmente en la Amazonia, mediante imágenes de radar captadas por aviones. También posee otro herbario y colecciones zoológicas en su reserva ecológica.

El biólogo Leonardo Bergamini, analista de biodiversidad del IBGE, uno de los responsables a cargo de la evaluación, explica que el organismo está interesado en la información que provee el SiBBr porque se trata de un importante material para los estudios de su programa de contabilidad económica ambiental, que apunta a entender las interacciones entre el medio ambiente y los agentes económicos y esclarecer las contribuciones de la naturaleza a la sociedad humana. “Nuestro estudio se orientó en forma experimental a evaluar la calidad de los datos disponibles y contribuir a su perfeccionamiento”.

Al menos 7 millones de registros no tienen una coordenada geográfica precisa, pero parte de ellos contiene alguna información sobre el municipio o la localidad en la que fueron recogidos. “Si se invirtiera en curaduría, sería posible asignarles una coordenada aproximada, lo que permitiría utilizar esos datos para elaborar modelos o cotejar la presencia de una especie con otra información georreferenciada, como la cobertura del uso del suelo o la temperatura”, afirma. En las colecciones biológicas hay información incompleta que podría añadirse con la ayuda de becarios contratados para esa tarea. En cambio, para los grupos taxonómicos poco representados, como es el caso de los artrópodos y los hongos, no hay más remedio que invertir en más investigaciones para la caracterización de especies.

El SiBBr fue creado hace nueve años con recursos aportados por el gobierno federal y el Fondo Mundial para el Medio Ambiente como el brazo brasileño de una gran base de datos internacional sobre biodiversidad, la Global Biodiversity Information Facility (GBIF), mantenida por un consorcio integrado por unos 60 países e inaugurada a finales de la década de 1990. En 2023, accedieron a la plataforma brasileña más de 160.000 usuarios, un 80 % más que en el año anterior, y fue citada en 160 publicaciones científicas. Para mediados de enero, la Financiadora de Estudios y Proyectos (Finep) publicará un llamado a la presentación de propuestas por valor de 125 millones de reales para financiar la digitalización de las colecciones biológicas, que tendrá su efecto en el suministro de datos para la plataforma.

Desde su creación, el SiBBr se ha enfrentado a varios obstáculos para consolidarse. “El sistema aún es inestable en lo que respecta a su funcionamiento debido a la falta de regularidad de los recursos humanos al frente, ya que depende de la disponibilidad de fondos del MCTI”, dice Carlos Alfredo Joly, profesor emérito de la Unicamp, fundador y coordinador del Programa Biota FAPESP, una iniciativa plasmada en 1999 que hizo posible la descripción de más de 500 especies de la biodiversidad paulista, información que también se utilizó para mejorar las leyes del estado de São Paulo en materia de conservación.

En opinión de la física Marcia Barbosa, secretaria de Políticas y Programas Estratégicos del MCTI y responsable del SiBBr, el análisis realizado por el IBGE es importante porque revela deficiencias y sugiere formas de remediarlas. “Otro aspecto positivo del estudio es que hace un llamado de atención público al respecto de los recursos de la herramienta y amplía la cantidad de usuarios. Es importante que haya más gente utilizando el sistema para que esta experiencia pueda orientar la labor de la Red Nacional de Investigación, que mantiene al sistema en funcionamiento”, dice Barbosa, investigadora de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS).

Alexandre Affonso / Revista Pesquisa FAPESP

No obstante, según la secretaria, los retos son mucho mayores de lo que parecen. “Ahora la tarea es obtener datos sobre las especies que aún no conocemos. Necesitaremos una mayor inversión y mejores estrategias que las disponibles hoy en día”, señala. “Los avances en la llamada biología sintética exigen que aprendamos a reproducir procesos de la naturaleza capaces de sustituir las vías de producción adoptadas actualmente que liberan carbono en la atmósfera. Para alcanzar este objetivo es esencial conocer mejor la biodiversidad brasileña”. Barbosa menciona una iniciativa que puede ayudar en esta tarea: el proyecto Providence – Sonidos de la Selva, en desarrollo desde 2019 por el Instituto de Desarrollo Sostenible Mamirauá, una organización social vinculada al MCTI y con sede en el municipio de Tefé, estado de Amazonas. El proyecto se basa en un dispositivo similar a un teléfono móvil, alimentado por energía solar, que puede colgarse de los árboles en medio de la selva para registrar imágenes y, principalmente, sonidos del ambiente. “La tecnología ya se encuentra disponible. El paso siguiente es conseguir financiación internacional para poder analizar el enorme volumen de datos que estos dispositivos pueden captar en la selva”, explica. En un trabajo conjunto con el Ministerio de los Pueblos Indígenas, el MCTI se propone instalar dispositivos en una reserva indígena y permitir que los sonidos y las imágenes registrados puedan ser seguidos en tiempo real por cualquier interesado vía internet. “Así, científicos de cualquier parte del mundo podrán ayudarnos a identificar la presencia de especies y geolocalizarlas, en el marco de un esquema de ciencia abierta”, afirma la física, quien vaticina una gran producción de registros originales sobre especies vegetales y animales para abastecer al SiBBr.

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