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Tapa

El público al servicio de la ciencia

Diversas iniciativas brasileñas hacen posible que personas sin experiencia académica colaboren con científicos en el desarrollo de investigaciones y en la producción de conocimiento

Ing Lee

El biólogo Ronaldo Christofoletti no estaba acostumbrado a conceder entrevistas ante las cámaras de televisión, pero eso fue antes de invitar a los habitantes del Área Metropolitana de Baixada Santista, en la costa del estado de São Paulo, a colaborar en sus investigaciones. “La prensa local quería entender qué estábamos haciendo y cómo era posible que gente sin experiencia en trabajos de campo produjera conocimiento científico”, relata el docente del Instituto del Mar de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp). En 2019, él y su equipo reclutaron a 51 personas para colaborar en un rastreo de la distribución de las especies marinas a lo largo del litoral rocoso. El grupo era bastante heterogéneo: estudiantes universitarios de carreras de grado, profesionales con formación en geografía y biología, docentes de la enseñanza fundamental, jubilados, técnicos ambientales, ingenieros y periodistas, que se habían inscrito como voluntarios vía internet. Equipados con cuadrantes –pequeños cuadrados de metal que se utilizan para aislar y medir la distribución de plantas y animales en el suelo–, formularios y cámaras fotográficas, recorrieron distintos puntos de la isla de Urubuqueçaba, cercana al paseo marítimo de Santos, registrando los organismos que hallaban a su paso. Posteriormente, entregaban los datos a los responsables de la investigación, quienes los comparaban con los registros recogidos por científicos profesionales para evaluar la precisión de los resultados de los participantes.

El proyecto coordinado por Christofoletti apunta a estudiar y fomentar un movimiento conocido como ciencia ciudadana, que tiene por objeto hacer participar a personas sin experiencia científica en la producción de conocimiento y crear metodologías que hagan posible esta interacción. Esta práctica todavía tendrá que superar retos para poder consolidarse, pero viene ganando cada vez más espacio en Brasil. En los últimos años han surgido varias iniciativas de este tipo, que les han permitido a los aficionados tomar parte en estudios al respecto de los patrones ecológicos de especies, la propagación de vectores de enfermedades, el monitoreo de la calidad del aire en grandes ciudades y los registros de meteoros, entre otras actividades de investigación.

El modelo también ha despertado el interés de agencias científicas de fomento y de algunas de las principales instituciones de enseñanza e investigación del país. A finales de 2019, la Universidad de São Paulo (USP) emitió un pliego de concurso conjunto con el Banco Santander por 180.000 reales para apoyar proyectos basados en este abordaje y se seleccionaron ocho proyectos. Uno de ellos, coordinado por la bióloga Sheina Koffler, quien cumple una pasantía posdoctoral en el Instituto de Estudios Avanzados de la USP, cuenta con la ayuda de criadores de abejas sin aguijón para determinar las áreas de existencia de un ácaro (Leptus sp.) que las parasita, y así poder evaluar su impacto en la conservación de estos insectos polinizadores. Recientemente, en agosto de 2022, el Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq) anunció un llamado a concurso por 3 millones de reales destinado a apoyar iniciativas de ciencia ciudadana en el marco de programas de oceanografía y estudios sobre la Antártida del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MCTI).

Este esfuerzo se lleva a cabo en diversos países. Los organismos de protección del medio ambiente de Estados Unidos y Escocia, por ejemplo, ya han incorporado la ciencia ciudadana en algunos de sus proyectos, mientras que el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma) estudia las maneras de utilizar este modelo para el seguimiento de los indicadores de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) vinculados al medio ambiente. “Resulta imposible seguir el progreso global de esas metas solamente con base en las fuentes de datos tradicionales”, escribió Jillian Campbell, experta en estadística del Pnuma, en un estudio publicado en 2019 en la revista Nature Sustainability. Los datos generados por gente sin experiencia en investigación pueden ser de ayuda en este sentido, según un artículo publicado en 2020 en la revista Sustainability Science que registró las contribuciones realizadas por la ciencia ciudadana en el seguimiento de los indicadores de los ODS.

Eduardo Cesar / Revista Pesquisa FAPESPObservadores de aves aficionados en una actividad de investigación en el Instituto Butantan, en São PauloEduardo Cesar / Revista Pesquisa FAPESP

La Comisión Europea también ha invertido en proyectos de esta índole a través de su programa de investigación e innovación Horizonte 2020. En los últimos años, el programa Science with and for Society ha invertido 65 millones de euros en la financiación de al menos 25 iniciativas.

El término “ciencia ciudadana” comenzó a utilizarse a principios de la década de 1990, pero su significado tiene que ver con una práctica mucho más antigua. La historia acumula diversos registros referentes a la contribución de los aficionados a la producción de conocimientos en materia de astronomía, botánica y geología, entre otras áreas. “No siempre hubo una distinción formal entre quién podía hacer ciencia o no”, explica la socióloga Sarita Albagli, del Instituto Brasileño de Información en Ciencia y Tecnología (Ibict). Esto solo cambió en el siglo XIX, con la profesionalización de la investigación científica, que se consolidó como una actividad que era ejercida por un grupo selecto de personas específicamente capacitadas para generar conocimiento objetivo. Este enfoque empezó a replantearse en la década de 1960, a partir del cuestionamiento de la imagen de la ciencia como una actividad neutral que busca la verdad sin importar las consecuencias. “Poco a poco, ha pasado a entenderse como una actividad que se construye socialmente”, dice Albagli. Simultáneamente, en la década de 1980, cobró fuerza el debate sobre la llamada expertise de los legos, que parte de la idea de que las personas sin una formación científica formal también poseen conocimientos válidos, adquiridos a partir de sus experiencias, que pueden llegar a ser útiles.

Uno de los beneficios principales de la colaboración de la sociedad en las investigaciones es la producción de información que a lo mejor no podría generarse de otra manera, en parte porque las iniciativas de la ciencia ciudadana tienen el potencial de movilizar voluntarios para la recolección de grandes volúmenes de datos durante períodos extensos y en amplias áreas. La implicación de personas no especializadas también puede inspirar nuevos abordajes para permitir que los científicos indaguen sobre cuestiones o problemas específicos de la realidad de los participantes, produciendo resultados que tienen un impacto directo e inmediato en la vida de estos. Este enfoque ayudaría incluso a mejorar el proceso de evaluación de los artículos científicos en algunas áreas. Algunas revistas han invitado a pacientes y a sus cuidadores a cooperar en el análisis de artículos referidos a los problemas de salud que están afrontando, como una forma de complementar la revisión que realizan los expertos (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 270).

Esta forma de interacción también tiene otras ambiciones. En muchos casos, las iniciativas pretenden promover la alfabetización científica, a los efectos de formar a futuros investigadores. “En tiempos de negacionismo científico, los proyectos de ciencia ciudadana ayudan a combatir la desinformación, fomentando el pensamiento crítico y elevando la confianza de la sociedad en la ciencia”, comenta la ecóloga Blandina Felipe Viana, del Instituto de Biología de la Universidad Federal de Bahía (UFBA), cofundadora de Guardianes de la Chapada [en alusión a la región de la meseta bahiana conocida como Chapada Diamantina]. Este proyecto fue creado por el Instituto Nacional de Ciencia y Tecnología en Estudios Interdisciplinarios y Transdisciplinarios en Ecología y Evolución (INCT IN-Tree) y reúne a voluntarios que realizan un seguimiento de las interacciones entre las plantas y sus polinizadores en ambientes naturales, urbanos y agrícolas mediante registros fotográficos que son compartidos en una aplicación móvil y en la plataforma digital Guardiões da Biodiversidade.

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Algunas experiencias indican que las actividades de ciencia ciudadana pueden generar datos para la toma de decisiones y la formulación de políticas públicas. En el Centro Nacional de Monitoreo y Alertas de Desastres Naturales (Cemaden), el trabajo conjunto de científicos de la información, geólogos, meteorólogos y estudiantes de la enseñanza media de diversas regiones de Brasil dio como resultado una aplicación que informa con antelación el riesgo de inundaciones, anegamientos y deslaves en zonas vulnerables.

La idea de la herramienta surgió de un proyecto más antiguo, Cemaden Educación, puesto en marcha en 2014 en escuelas de los municipios paulistas de São Luiz do Piratinga y Cunha, en Vale do Paraíba, y de Ubatuba, en el litoral del estado, con el propósito de difundir la cultura de la investigación científica y la educación ambiental entre los alumnos y, a partir de ello, involucrarlos en la tarea de vigilancia del riesgo de catástrofes, especialmente las provocadas por el exceso de precipitaciones. “Queríamos transformarlos en jóvenes investigadores, capaces de recabar datos y utilizarlos para monitorear las tragedias en las regiones donde vivían”, dice el sociólogo Victor Marchezini, uno de los coordinadores de la iniciativa.

El proyecto se dividió en tres etapas. En primera instancia los alumnos participaron en un entrenamiento en el que aprendían a recolectar datos históricos y a realizar entrevistas con los antiguos residentes de sus ciudades sobre casos previos de catástrofes y cambios socioambientales. Luego utilizaron esa información para elaborar mapas de las zonas de mayor riesgo e identificar rutas de evacuación para casos de emergencia. A continuación, los meteorólogos del Cemaden les enseñaron a transformar botellas PET en pluviómetros caseros y a utilizarlos para medir la cantidad de lluvia caída. Con base en estos datos, los estudiantes elaboraron una tabla de seguimiento, con series históricas sobre el volumen de las precipitaciones en diferentes períodos del año.

La iniciativa atrajo la atención de otras instituciones, interesadas en el desarrollo de nuevos proyectos. Uno de ellos fue Datos a Prueba de Agua, desarrollado en colaboración con la Fundación Getulio Vargas (FGV) de São Paulo y las universidades de Glasgow y Warwick, del Reino Unido y Heidelberg, de Alemania. La idea era elaborar una aplicación mediante la cual los estudiantes pudieran compartir datos sobre zonas inundadas, intensidad de las lluvias y la altura de la columna de agua en el cauce de los ríos, además de información sobre las áreas de riesgo. “Utilizamos los guiones de las actividades desarrolladas previamente para entrenar a nuevos alumnos y enseñarles a construir pluviómetros artesanales”, relata Marchezini. “Luego ellos se hacían cargo de comprobar cada día la cantidad de lluvia medida y de cargar los datos en la aplicación”.

Léo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESPDesde su hogar em Sorocaba, el meliponicultor Vilmar Ferreira da Silva aporta a un estudio de la USP sobre una especie de ácaro que parasita a las abejas sin aguijónLéo Ramos Chaves / Revista Pesquisa FAPESP

La estrategia se puso a prueba en las ciudades de São Paulo y Rio Branco, en el estado de Acre, y posteriormente en municipios de los estados de Pernambuco, Santa Catarina y Mato Grosso, obteniendo buenos resultados. En Jaboatão dos Guararapes, en el Área Metropolitana de Recife, capital pernambucana, los vecinos de algunos barrios que participaron en la prueba piloto de la aplicación siguieron usando la herramienta tras la finalización de los test. En mayo, uno de ellos la utilizó para advertir del registro de un volumen de precipitaciones superior al previsto para esa época en la zona en que vivía, desencadenando una movilización que condujo a la evacuación del área de riesgo.

Al del Cemaden se han sumado otros proyectos de ciencia ciudadana. Uno de ellos es Exoss Citizen Science, creado en 2015 por astrónomos profesionales y aficionados interesados en el estudio de los meteoros. “La observación amateur de objetos celestes es antigua, pero se popularizó con el abaratamiento de las cámaras de vigilancia, que pueden adaptarse fácilmente para esta finalidad”, explica el astrónomo Marcelo De Cicco, del Instituto Nacional de Metrología, Calidad y Tecnología (Inmetro) y coordinador del proyecto. “Entonces decidimos junto a algunos colegas utilizar las redes sociales para enseñarles a otros interesados a monitorear estos fenómenos, compartiendo tutoriales sobre cómo adaptar los dispositivos e instalarlos”.

Así fue que Adriano Fonseca, de 44 años, se enteró de la iniciativa y, a mediados de 2020, se puso en contacto con De Cicco, a quien le confió su interés por montar una estación de vigilancia en su casa en el municipio de Sorocaba, luego de haber visto una publicación del grupo en Facebook. Ingeniero en automatización y astrónomo aficionado, Fonseca ha invertido en telescopios y cámaras fotográficas para hacer registros de la Vía Láctea. “Ansiaba contactarme con físicos y astrónomos para aprender más sobre el seguimiento que ellos hacen de estos objetos celestes y cómo calculan sus órbitas”, relata.

El proyecto se transformó en una gran red de observadores, con más de 50 cámaras activas distribuidas por todo Brasil, cinco de ellas en el tejado de la casa de Fonseca. Los voluntarios se comprometen a mantenerlas apuntando al cielo y a encenderlas todos los días al atardecer para poder registrar desplazamientos rápidos nocturnos. Los datos se almacenan, se analizan previamente mediante un software y se envían a un servidor. “Las cámaras se instalan de manera tal que sus campos de visión se complementen, lo que permite triangular las imágenes y calcular el origen de los meteoros, su velocidad y sus órbitas”, explica De Cicco. Gracias a la participación de los voluntarios, la red ha conseguido registrar varias explosiones de bólidos y lluvias de estrellas fugaces en los cielos del país. Muchos de estos registros han sido presentados en congresos nacionales e internacionales, colaborando también con la tarea de los científicos de las instituciones tradicionales, como el Observatorio Nacional de Río de Janeiro.

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Sin embargo, la mayoría de los proyectos están vinculados al medio ambiente, el área en la más ha prosperado la ciencia ciudadana en Brasil, sobre todo a partir de 2017, tras la creación de la Red SiBBr, puesta en marcha por el Sistema de Información sobre la Biodiversidad Brasileña, un organismo del gobierno federal cuyo objetivo es reunir y difundir iniciativas colaborativas sobre la biodiversidad. Desde su creación se han registrado en la plataforma más de 40 proyectos. En estos casos, la dinámica más común es el registro de especies por los “observadores ciudadanos”. Esta estrategia despierta el interés de los investigadores pues permite la movilización de individuos para recolectar datos en áreas amplias y el desarrollo de estudios vastos al respecto del área de distribución o el tamaño de las poblaciones de ciertas especies.

El caso del proyecto “He visto un mono en el monte” es ilustrativo de esta tendencia. Su objetivo era realizar un seguimiento de los primates en la región de Santa Teresa, en el estado de Espírito santo, una de las más afectadas por la epidemia de fiebre amarilla entre 2016 y 2018. “Varias especies fueron acometidas por la enfermedad e incluso algunas llegaron a extinguirse localmente”, comenta la médica veterinaria Andresa Guimarães, del Instituto Nacional del Bosque Atlántico (Inma, por sus siglas en portugués), una organización vinculada al MCTI que coordina la iniciativa. La llegada de la pandemia, en 2020, impuso algunas trabas al proyecto, pero a ella y su equipo se les ocurrió invitar a los residentes locales a prestar ayuda para el rastreo de los ejemplares. “Les pedimos que nos envíen fotos, videos y audios de los primates cada vez que los avistaran, dando cuenta del tamaño de la manada, la cantidad de crías, si alguno estaba herido y el sitio en donde los habían visto”, dice la investigadora.

Y eso funcionó: “Logramos sumar voluntarios de todo el estado, de manera tal que conseguimos obtener registros de todas las especies de primates conocidas que habitan en Espírito Santo”, destaca Guimarães. “Sin la participación de la población no habríamos podido cubrir un área tan amplia”. Este cúmulo de informaciones ha apuntado la reaparición de especies que habían desaparecido a causa de la epidemia de fiebre amarilla. “Están volviendo a repoblar esas regiones”.

Casos como este demuestran que la ciencia ciudadana tiene un gran potencial para producir datos útiles para la evaluación del estatus de la biodiversidad, ayudando a cubrir lagunas de información importantes. Un artículo publicado en julio en la revista BioScience estima que en hasta un 50 % de los estudios sobre las aves migratorias y los cambios climáticos que han tenido lugar en las últimas cinco décadas se han utilizado datos recabados por voluntarios.

Projeto Dados à Prova D'águaUna aplicación desarrollada por investigadores del Cemaden y estudiantes de la enseñanza media de Brasil informa con antelación el riesgo de inundaciones, anegamientos y deslaves en áreas vulnerablesProjeto Dados à Prova D'água

En Brasil también han surgido iniciativas relevantes en el área de la vigilancia sanitaria. Dos de ellas, desarrolladas por la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), incluyen el uso de aplicaciones móviles, en las cuales el público puede insertar datos que ayuden a identificar focos de proliferación de leishmaniasis y del mosquito Aedes aegypti, transmisor de los virus que causan el zika, el dengue, el chikunguña y la fiebre amarilla.

La estrategia, empero, a menudo tropieza con dificultades para mantener a los voluntarios motivados. “Muchos de ellos, al principio nos envían varios registros, pero pasado un tiempo estos se van espaciando hasta que finalmente dejan de llegar”, dice Guimarães. La bióloga Natália Pirani Ghilardi-Lopes, coordinadora del Grupo de Investigación en Ciencia Ciudadana de la Universidad Federal del ABC (UFABC), en São Paulo, explica que el compromiso de los participantes suele variar de acuerdo con sus expectativas e intereses. “Los proyectos desarrollados desde un principio por los científicos y el público, basados en problemas locales o asuntos de amplio interés social, suelen dar lugar a un mayor compromiso en comparación con aquellas iniciativas que solamente parten del interés de los científicos por acelerar o ampliar la recolección de datos”, dice Ghilardi-Lopes, una de las fundadoras de la Red Brasileña de Ciencia Ciudadana, lanzada en 2021. Ella reconoce que no siempre resulta fácil que el público se involucre en todas las etapas de las investigaciones, sobre todo porque algunos temas exigen contar con conocimientos o un entrenamiento muy específico.

Asegurarse de que los participantes le dediquen parte de su tiempo a las investigaciones para las cuales se ofrecieron como voluntarios no es el único reto. En Estados Unidos, una de las dificultades consiste en ampliar el alcance de las iniciativas. El mismo estudio publicado en julio en BioScience comprobó que el 77 % de los 3.894 voluntarios entrevistados participaba en diversos proyectos de ciencia ciudadana simultáneos, lo que indica una concentración en un grupo pequeño de personas interesadas. Sus perfiles tampoco eran muy diversos. Muchos tenían formación a nivel de posgrado y trabajaban en el área de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática (CTIM) y menos de un 5 % se identificaron como negros, asiáticos, nativos o latinoamericanos. “La ciencia ciudadana no está llegando a los segmentos del público a los que esperábamos llegar”, declaró a la revista Cosmos la ecologista Caren Cooper, de la Universidad del Estado de Carolina del Norte, en Estados Unidos, una de las autoras del artículo.

En Brasil hay cierta resistencia a aceptar la legitimidad del modelo. “En general, nuestros investigadores reconocen su potencial para la producción de datos útiles”, resalta Blandina Viana, de la UFBA, quien analizó la percepción de los científicos de diferentes países de América Latina al respecto de este abordaje en un estudio publicado en 2020 en la revista Neotropical Entomology. “Aun así, son pocos los que participan o coordinan proyectos de esta naturaleza, tal vez porque se dedican a áreas muy específicas, en las que la contribución de los voluntarios no se considera necesaria o es poco factible”, dice la ecóloga. Otra explicación posible, según Viana, es que muchos académicos todavía se resisten a trabajar con gente sin formación científica formal porque desconfían de la calidad de la información que puedan recabar.

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Los trabajos publicados en los últimos años han puesto de relieve los problemas concernientes a los datos producidos por los científicos ciudadanos, tales como errores en la aplicación de los protocolos y sesgos en el registro o en la selección de los lugares de muestreo. También ha habido casos de mala conducta de los participantes. “A grandes rasgos, los voluntarios hacen un buen trabajo. Las variables principales son la complejidad de la tarea y el nivel de capacitación que reciben antes de ponerse manos a la obra”, dice Ghilardi-Lopes. Sin embargo, aún hay investigadores que se lanzan a llevar a cabo proyectos sin ofrecerles a los aficionados un entrenamiento adecuado en la gestión de los datos o en integridad, lo que puede menoscabar la capacidad de los individuos para recoger, registrar y gestionar correctamente esa información, afectando la calidad del estudio en su totalidad. Este problema quedó en evidencia en un artículo publicado en 2022 por la bióloga brasileña Larissa Kawabe sobre el uso de estrategias de ciencia ciudadana en estudios sobre la dispersión de la basura marina en todo el mundo. Pocos trabajos informaron sobre cuestiones relacionadas con las técnicas de reclutamiento, capacitación y evaluación de los participantes.

La bioantropóloga Mercedes Okumura, del Instituto de Biociencias de la USP, recuerda que incluso los propios estudiantes universitarios no saben hacer ciencia al comienzo de sus carreras. “Aprenden con nosotros, en los laboratorios, a través de pasantías y proyectos de investigación. Esto quiere decir que, en principio, no habría una gran diferencia entre ellos y las personas que participan en una propuesta de ciencia ciudadana. Ambos necesitan un entrenamiento cabal”, dice.

Algunos grupos se han dedicado al desarrollo, la aplicación y la evaluación de protocolos que orienten el trabajo antes y durante la recolección de datos. En el estudio realizado en la isla de Urubuqueçaba, en Santos (São Paulo), Ronaldo Christofoletti y su equipo impulsaron la puesta en práctica de talleres de capacitación, diseñados para orientar a los voluntarios acerca de los aspectos técnicos del monitoreo de especies en las costas rocosas y estimular la conciencia sobre el cuidado del medio ambiente. “Al principio, les pedimos que compartan sus expectativas en relación con nuestra propuesta y que pongan de relieve sus habilidades y conocimientos que podrían ser útiles”, explica el biólogo. A continuación, ellos aprendían cómo se hace ciencia y cuál es su relación con la ciudadanía y la toma de decisiones. “Solo entonces se les daba a conocer el protocolo de monitoreo y salían a realizar trabajo de campo”, dice Christofoletti. La capacitación, sostiene, tuvo un impacto positivo en el rendimiento de los colaboradores, quienes produjeron datos de una calidad equivalente a la de los expertos. “Nuestro estudio indica que, siempre que hayan sido bien entrenados, pueden llegar a aportar datos científicos sólidos”.

Pero aún existen otras cuestiones pendientes. La participación del público en proyectos de ciencia ciudadana muchas veces se limita solamente a la recolección de datos, y estos terminan convirtiéndose en un conocimiento útil tan solo para los investigadores, cuando lo ideal sería que también pudieran ser aprovechados por los voluntarios. Otra discusión importante es la que se refiere a la propiedad intelectual de la información generada. “Hay casos de investigadores que se acercan a las comunidades y explotan sus datos y conocimientos sin dejarles luego ninguna contrapartida en términos de formación, resultados o crédito por sus contribuciones”, comenta Christofoletti. “En general”, explica, “la participación de los voluntarios suele constar solamente en los agradecimientos de los papers, dado que en la mayoría de los proyectos ellos colaboran exclusivamente con la recolección de los datos, pero es importante que esto se pueda debatir abiertamente con la totalidad de las personas que participaron en la investigación”, dice el investigador.

Proyectos
1.
Métodos multidisciplinarios de investigación en escenarios de riesgo y catástrofes. Aportes para la formulación de sistemas de alerta centrados en las personas y en múltiples amenazas (nº 18/06093-4); Modalidad Beca de Investigación en el Exterior; Investigador responsable Victor Marchezini (Cemaden); InversiónR$ 231.701,10.
2. Para visibilizar los flujos de datos y hacer posible su transformación en datos a prueba de agua (nº 19/06595-2); Modalidad Beca de posdoctorado; Investigadora responsable Maria Alexandra Viegas Cortez da Cunha (FGV); Beneficiario Mário Henrique da Mata Martins; Inversión R$ 309.585,25.
3. Datos a prueba de agua – Para comprometer a las stakeholders en la gobernanza sostenible de los riesgos de inundación con la resiliencia urbana (nº 19/06616-0); Modalidad Beca de posdoctorado; Investigadora responsable Maria Alexandra Viegas Cortez da Cunha (FGV); Beneficiaria Fernanda Lima e Silva; Inversión R$ 308.996,03.
4. Coastal biodiversity and public policies: Methodologies and actions to integrate stakeholders (nº 17/50220-8); Modalidad Ayuda de Investigación – Investigación en Políticas Públicas; Investigadorresponsable Ronaldo Adriano Christofoletti (Unifesp); Inversión R$ 165.242,24 (FAPESP).

Artículos científicos
MARCHEZINI, V. et al. Flood risk governance in Brazil and the UK: Facilitating knowledge exchange through research gaps and the potential of citizen-generated data. Disaster Prevention and Management: An International Journal. v. 31, n. 6, p. 30-44. 2022.
VIANA, B. F. et al. Why the views of Latin American scientists on citizen science as a tool for pollinator monitoring and conservation matter? Neotropical Entomology. v. 49, p. 604–13. 2020.
KASTEN, P. et al. Participatory monitoring – A citizen science approach for coastal environments. Frontiers in Marine Science. v. 8, p. 1-9. 2021.
KAWABE, L. A. et al. Citizen science in marine litter research: A reviewMarine Pollution Bulletin. v. 182, p. 114011. 2022.
FRITZ, S. et al. Citizen science and the United Nations Sustainable Development Goals. Nature Sustainability. v. 2, p. 922–930. 2019.
FRAISL, D. et al. Mapping citizen science contributions to the UN sustainable development goals. Sustainability Science. v. 15, p. 1735–1751. 2020.

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