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Entrevista

Silvia Pimentel: Los derechos de la mujer

La jurista que presidió el más importante Comité Internacional para la Defensa de los Derechos de la Mujer habla sobre sus más de cuatro décadas de docencia, investigación y militancia

Léo Ramos Chaves

Silvia Pimentel nació en Belo Horizonte (Minas Gerais) y creció en una casa diseñada por el arquitecto João Batista Vilanova Artigas (1915-1985), en el barrio de Pacaembu, en São Paulo. Hija de un matrimonio que valoraba la educación y la cultura, cuando tenía 16 años pasó diez meses viajando por Europa, con sus padres. “Tuve dos hermanas, una de ellas tenía una pequeña discapacidad intelectual. Sabía sumar, pero no multiplicar y dividir. Debido a esta situación, mi impresión es que mis padres se esforzaron para que yo tuviera la mejor formación posible”, comenta.

A pesar de la vida cómoda que el padre le proporcionó a la familia, desde niña se preocupaba con los problemas sociales, especialmente con las dificultades enfrentadas por las mujeres. Atenta a lo que más tarde se llamaría “desigualdad de género”, Pimentel descubrió el feminismo a finales de la década de 1970, cuando ya estaba separada del primer marido, con quien vivió una década y tuvo cuatro hijos, que le dieron siete nietos. Le atribuye al sociólogo Octavio Ianni (1926-2004) su formación marxista –en sus clases leyó El Capital (1867)–. En la Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP), donde construyó su carrera académica, aprendió con el profesor y exgobernador André Franco Montoro (1916-1999) a pensar “la noción de lo justo como esencial al derecho” y el derecho de utilizar múltiples perspectivas. “Al final de cada capítulo de su libro Introdução à Ciência do Direito, él incluía ideas filosóficas y jurídicas que eran muy distintas a su línea de pensamiento”, recuerda. “Muchos de estos fragmentos fueron traducidos por mí, del inglés, francés, italiano y español.”

Hace 35 años que está casada con el médico Fernando Proença de Gouvêa, y en esta entrevista, la entusiasta defensora del apoyo militante de los grupos de mujeres –”siempre tuve una noción muy clara sobre la importancia del colectivo feminista”– habla de su participación en la Asamblea Nacional Constituyente, de la actuación en el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer de las Organización de las Naciones Unidas (Cedaw-ONU) y del feminicidio. “El marco teórico-conceptual de género nos muestra cómo la violencia contra las mujeres es relacional e implica relaciones de poder”, observa. “Sólo a través de una acción conjunta, nosotras, las mujeres, podremos salir de esta situación estructural de subalternidad”.

Usted estudió en un colegio de monjas e hizo su facultad y posgrado en la PUC. ¿Hasta qué punto la religión orientó sus decisiones profesionales?
Fui estudiante del Sacre Coeur de Marie y luego estudié en Des Oiseaux. La preocupación de mis padres no era la religión. Buscaban la mejor escuela para mí. Cuando tenía 12 o 13 años, aprensiva por oírme decir que no creía en Dios, una de las monjas me llevó a hablar con la Madre Superiora, que quería saber la razón de mi incredulidad. Le contesté que había aprendido que Dios era omnipotente en bondad, pero que no veía eso en el mundo. Yo percibía mucha tristeza y mucha desigualdad. En particular, me impresionaban las dificultades que pasaban las mujeres, como las que trabajaban en nuestra casa, que habían dejado a sus hijos en el noreste para ganarse la vida. No entendía qué sociedad injusta era esa, que casi la mitad de los hijos de una mujer se mueran y que ella tenga que abandonar a los sobrevivientes para irse a cuidar otra casa, en otra ciudad. La Madre María Inez de Jesús era muy inteligente. Después de escucharme, me dijo: “Eres tan jovencita, perteneces a una familia católica y estudias en una escuela católica. Esa es una cuestión que no será fácil para ti. Te opondrás a todos, en la escuela y en la familia. ¿Qué piensas de suspender por un tiempo esa pregunta? Guárdatela para ti y después la retomas”. Estuve de acuerdo. En ese colegio, Dios era amor. Lo que había de más hermoso, en términos de religión, estaba allí. Pero sigo siendo agnóstica y no sé si mi compromiso con la vulnerabilidad y el sufrimiento humano tiene que ver con esta formación.

Edad 79 años
Especialidad
Teoría y filosofía del derecho y derechos de las mujeres
Institución
Pontificia Universidad Católica de São Paulo (PUC-SP)
Estudios
Carrera de grado (1970) y doctorado (1977) en Derecho, PUC-SP
Producción
13 libros escritos o compilados, 31 capítulos de libros

Aparte de derecho, ¿también estudió psicología?
Mi padre quería que una de sus tres hijas estudiara derecho. En su mente, el derecho era una profesión masculina, era “una verdadera profesión”. Me gradué en dos etapas. Hice los primeros tres años, me casé, pasé seis años sin estudiar, tuve mis cuatro hijos e, inmediatamente después del nacimiento del más joven, volví para concluir la graduación. Hice un posgrado en psicología antes de inscribirme en las disciplinas de la maestría en derecho. Fueron tres años de estudios. Roberto Aguiar, que fue asistente del profesor Montoro en la Facultad de Derecho de la PUC, me decía: “No es posible que prácticamente rasgues tu título de abogada. ¿Por qué no haces entonces psicología de la educación y te quedas aquí con nosotros como asistente de enseñanza?” Fue quien me convenció a no descartar los cinco años de derecho. Y fue así como trabajé con ambos en la PUC.

¿Cómo concilió la maternidad con la vida académica?
Después de casarme, me fui a vivir a una casa lejos del centro, sin teléfono y sin coche. A cada 16 meses tuve un hijo. Para no interrumpir mi formación intelectual, establecí que tendría un tiempo exclusivamente para mí todos los días. Durante este período, le dedicaba una hora a la música clásica y otra hora para leer los clásicos. Leí todo Tolstoi [1828-1910], Shakespeare [1564-1616] y Dostoievski [1821-1881].

En 1977, al final de su doctorado en derecho, usted defendió la tesis titulada “La evolución de los derechos de la mujer – norma – hecho – valor”. ¿Por qué eligió este tema?
Mi directora de tesis, Haydée Maria Roveratti, era socióloga del derecho. No sabía exactamente con qué tema iba a trabajar y ella me dio este: elige un tema que se conecte mucho con tu corazón y con tu intelecto. Entonces decidí estudiar la evolución de los derechos de la mujer.

Esa elección definió su carrera profesional…
Fue una respuesta a lo que mi corazón y mi intelecto deseaban. Inclusive porque yo recibía una carga personal de violencia psicológica muy fuerte, lo que me convenció aún más sobre la importancia de comprender la situación de la mujer. En aquella época, a nadie le importaban los derechos de las mujeres. Como sujeto de ley, la mujer era invisible. Sólo no había invisibilidad en relación al “castigo” en delitos como adulterio, por ejemplo, hasta el 2005, cuando fue retirado del Código Penal.

La mujer era invisible con relación a sus derechos, pero sus supuestos deberes eran siempre recordados ¿no?
Exactamente. Para aprehender esta realidad, partí de la teoría tridimensional del derecho, desarrollada por Miguel Reale [1910-2006], que critica al positivismo jurídico y sostiene que el derecho no es sólo la norma positiva, sino la integración dialéctica de hecho, valor y norma. Según esta teoría, la norma jurídica es la resultante de la tensión existente entre el hecho y el valor. A menudo, de esta tensión se origina una nueva norma, o una norma que viene a revocar otra, que perdió su razón de ser en relación a los valores que van surgiendo y de las nuevas relaciones fácticas. Esta teoría me permitió identificar que la definición de la condición de la mujer, como ser jerárquicamente inferior, es el resultado de un conjunto de circunstancias histórico-económicas-sociales.

Archivo personal Mário Covas, Franco Montoro y Silvia Pimentel en la sala del teatro Ruth Escobar, en 1982Archivo personal

Parece que usted se siente muy cómoda al declararse feminista. ¿Es así?
Empecé mi activismo justo después de defender la tesis. Soy una de las fundadoras del Frente de Mujeres Feministas, cuya gran líder fue Ruth Escobar [1935-2017]. Nunca, en ningún momento, dejé de presentarme como feminista. Inclusive como académica feminista. Alda Facio, jurista costarricense, habla sobre esto con mucha propiedad. Ninguna de nosotras, que somos estudiosas feministas, somos puramente teóricas. Al estudiarse una ley o una norma, de este o de otro país, tenemos una mirada comprometida con la igualdad de derechos entre hombres y mujeres.

Además de la filosofía del derecho, también enseña una materia optativa, interdisciplinaria, abierta a los estudiantes de todas las carreras, llamada Derecho, género e igualdad. ¿Es importante enseñar género en la universidad?
Más que nunca. Desde hace algún tiempo ha quedado claro que el concepto de género constituye un importante instrumento analítico para comprender mejor la situación de inferioridad de la mujer. La materia utiliza la misma estructura de la entrada de Derecho y género que escribí para la Enciclopedia Jurídica de la PUC, digital. Nos ocupamos del origen del concepto de género, las tres oleadas de feminismo, la intersección del género con otros marcadores sociales de diferencia y desigualdad, como clase, raza y etnia, por ejemplo, y la praxis contemporánea. Porque el concepto de género es dinámico y se encuentra en constante reconstrucción. En el curso también trabajamos con la relación entre género y derecho, a nivel nacional e internacional. En ese sentido, mi paso por la ONU fue muy estratégico. De hecho, surgió la idea de la disciplina porque participé durante 12 años del Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer, el CEDAW.

Fueron tres mandatos de cuatro años en el Comité CEDAW. ¿Cómo se dio su elección?
En 2005, mi nombre fue propuesto por el movimiento de mujeres al Ministerio de Relaciones Exteriores. El gobierno brasileño se comprometió y me nombró candidata. Fui tres veces a Nueva York para hablar con los representantes de la parte de los Estados de la Convención de CEDAW. Tengo facilidad con idiomas, pero lo que más les agradó a mis interlocutores, lo supe después, fue mi militancia a favor de los derechos de las mujeres en Brasil.

¿Su participación en la Asamblea Constituyente sería un ejemplo?
Los grandes hitos de mi trayectoria, que valieron para que fuese elegida, fueron la participación en la modificación del Código Civil y en la Constituyente. Desde 1980 trabajé, con mi amiga la jurista feminista Florisa Verucci [1934-2000], en la redacción de una propuesta para cambiar el código de 1916. Nuestro código civil era casi una réplica del Código Civil francés, napoleónico, de 1805. Dos artículos eran particularmente problemáticos. El 233, que se ocupaba de los derechos y deberes del marido, de la dirección de la sociedad conyugal, que incluía el derecho a autorizarle la profesión a la mujer, y el artículo 380, que establecía que durante el matrimonio el marido, como jefe de la familia, ejercía el poder patrio. Es decir que, en cualquier situación de la vida de los hijos, la última palabra era la del padre. Nuestra propuesta, de un nuevo Estatuto Civil de las Mujeres, fue entregada al Congreso Nacional en 1981.

Nunca, en ningún momento, dejé de presentarme como feminista. Incluso como académica feminista

¿Ustedes se sentían optimistas con relación a la propuesta?
La propuesta no fue votada de inmediato, pero terminó convirtiéndose en, por lo menos, diez proyectos de ley, unidos al proyecto del nuevo Código Civil, que funcionaba desde 1975 y fue aprobado en 2002. En el código actualmente en vigor se encuentran nuestras formulaciones, de modo literal.

Y en la Constituyente, ¿cómo fue su actuación?
Desde 1986, muchas mujeres se reunieron bajo la coordinación de la socióloga Jacqueline Pitanguy, por entonces presidenta del Consejo Nacional de los Derechos de la Mujer. Éramos poquísimas abogadas. Viajamos por todo el país, buscando escuchar a las mujeres de todas las regiones. Mucha gente nos dijo: “Ustedes son abogadas, ustedes saben lo que hay que hacer”. Les contestábamos: “Nosotras le vamos a dar forma, pero el contenido lo dan ustedes”. Las mujeres hablaban mucho sobre educación, salud, dificultades que tenían sobre la propiedad de sus propias tierras. Para darle forma, le pedí a otra amiga, Sylma Correa, que investigara constituciones de otros países, en busca de artículos que mostraran avances para las mujeres.

¿Estaba buscando inspiración?
Sí, quería ejemplos que le dieran base a nuestra discusión. Ella consiguió, en varios consulados, casi dos docenas de constituciones. Eran de Alemania, Angola, Argentina, Bulgaria, Canadá, China, Cuba. Hice una especie de estudio comparativo con un recorte peculiar, que terminó transformándose en el librito La mujer y la Constituyente: una contribución al debate, simplemente porque fueron los textos a los que rápidamente podíamos tener acceso. En la Constituyente insistimos en la igualdad entre el hombre y la mujer. Mis compañeros de la PUC, que seguían el proceso constituyente, me criticaron por querer repetir, en el artículo 226, que trata sobre la familia, una noción ya explicada en el artículo 5. Dijeron que yo no parecía una jurista. Pues bien, la Constitución no es sólo un documento jurídico. Es un documento político y jurídico. Y mis estudios ya habían mostrado la gran discriminación existente con relación a la mujer, en el núcleo familiar. Así fue como incluimos el párrafo 5º, estableciendo que “los derechos y deberes relacionados con la sociedad conyugal se ejercen igualmente entre el hombre y la mujer”. Y también incluimos el párrafo 8º, indicando que es responsabilidad del Estado cohibir la violencia doméstica y familiar.

Usted también participó en la elaboración de la ley Maria da Penha. ¿Cómo fue ese proceso?
Es importante traducir cuánto estos avances en la legislación de nuestro país provienen de los movimientos de mujeres. Durante mis 12 años en la ONU tuve la oportunidad de conocer diferentes movimientos de mujeres. El Movimiento de América Latina y el brasileño, en particular, son ejemplares. Supieron combinar la necesidad de modificar las leyes, pero también las mentalidades, a través de grupos de atención y formadoras de opinión. La ley Maria da Penha surgió del liderazgo de Leila Linhares Barsted que, durante más de un año, reunió siete organizaciones no gubernamentales [ONG] en Río. Era un consorcio de ONG y yo representaba al Comité Latinoamericano y del Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer, el Cladem. Trabajamos inspiradas en la Convención Interamericana para Prevenir, Castigar y Erradicar la Violencia contra la Mujer, de 1994, y la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer. Esta convención es de 1979, pero en el momento de su aprobación no había condiciones para que los avances propuestos se incorporaran a la legislación. En este sentido, las normas internacionales no dejan lugar a dudas: la superación de la violencia sólo se dará cuando cuidemos la violencia en la perspectiva de género, como la violencia estructural y estructurante, en sociedades desiguales y patriarcales. Combatir la violencia contra las mujeres es luchar por su inserción en una sociedad democrática. Es empoderar a la mujer.

En un país tan desigual como Brasil, no hay necesidad de ir a la ONU para constatar la diversidad y las dificultades que atraviesan las mujeres

Dentro de esa perspectiva, ¿cómo pensar el femicidio?
A partir de relaciones afectivas, por ejemplo. Todos sabemos lo difícil que puede ser una ruptura afectiva. ¿Será que las mujeres no experimentamos un sufrimiento muy fuerte en estas ocasiones? Claro que sí. El sufrimiento es inherente a los seres humanos. Por otro lado, en términos morales, los varones no son peores que las mujeres. Pero están insertos en la sociedad que los educó y muchos se arrogan el derecho de golpearles y matarlas a las mujeres. ¿Por qué? Solo encontramos una razón: están imbuidos de lo que les es permitido. En el derecho romano, el poder del pater familias [padre de familia] es vitae necisque potestas, es decir, poder de vida y de muerte. Por supuesto, no fue el derecho romano el que inventó la violencia contra la mujer. La humanidad fue construyendo históricamente esta violencia.

¿Cómo puede el conocimiento científico ayudar a romper ciclos de violencia, como la doméstica?
El emprendimiento es multidisciplinar y va más allá de la criminología. Exige esfuerzos de diferentes áreas. La ley puede colaborar, pero para garantizar los derechos de las mujeres se hacen necesarias, más que nada, políticas públicas basadas en un conjunto normativo preventivo, protector, punitivo y reparador, como la ley Maria da Penha. Es muy importante que tengamos políticos con suficiente formación para que entiendan que la mujer no es diferente del hombre sólo porque biológicamente nació con características diferenciadas, sino porque vivimos en una sociedad donde hay roles tradicionalmente asignados a las mujeres y roles tradicionalmente asignados a los hombres. Es allí donde entra la noción de género y todo el conocimiento acumulado sobre el tema, con los aportes de Simone de Beauvoir [1908-1986], Kate Millett [1934-2017], Gayle Rubin, Joan Scott, Judith Butler, Heleieth Saffioti [1934-2010], Lourdes Bandeira, Lia Zanotta Machado, entre otras. Y es ese instrumental teórico el que nos permite sacar el tema de la violencia contra la mujer de la esfera individual, para entender realmente el lugar que la mujer ocupa en la sociedad, que está estructurado por clase, raza, género. Sin considerarlo, es imposible un tratamiento eficaz en términos de políticas públicas.

El sistema de las Naciones Unidas ha desempeñado un rol relevante en esta construcción. En 2015, durante su gestión en el CEDAW, se dio otro paso importante con la aprobación de la Recomendación General 33. ¿Cómo fue posible?
Me candidateé al tercer mandato en el Comité CEDAW porque estaba comprometida con la idea de que era importante hacer una recomendación general, por lo tanto, a todos los Estados miembros del sistema, sobre el acceso de las mujeres a la Justicia. Estoy convencida de que los derechos sustantivos, las constituciones y la legislación infraconstitucional no son suficientes. Es innegable que, en el mundo entero, realmente hubo un avance formal muy grande. Pero eso no basta. Aunque exista una legislación constitucional e infraconstitucional que garantice y refuerce la igualdad de género, no tenemos sistemas de justicia accesibles para la población. Y ese es uno de los grandes problemas del Derecho, para quienes no lo vemos sólo como un conjunto formal de leyes, sino como un sistema vivo, sirviéndole efectivamente a la propia sociedad. La Recomendación General 33, que conseguimos aprobar, trata sobre la importancia de que las autoridades y los sistemas de justicia tengan en cuenta cuán diferente es la inserción de la mujer en la sociedad, en comparación con la del hombre. Al llamar la atención sobre el cumplimiento de las normas sobre el tema, la recomendación aborda los componentes esenciales del acceso a la Justicia, además de poner en relieve la necesidad de informar a la población sobre los derechos de las mujeres y la urgencia de promover la perspectiva de género entre los operadores del Derecho.

Su trayectoria profesional evidencia una gran capacidad de diálogo con otras áreas del conocimiento.
No se puede trabajar el derecho de la mujer apenas en el plano jurídico. Los estudios de género trabajan el pensamiento de Claude Lévis-Strauss [1908-2009] y pasan mucho por Michel Foucault [1926-1984]. Porque es necesario entender eficazmente quién es el sujeto mujer y cómo se inserta en la sociedad. Los estudios interdisciplinarios han servido para ampliar, dentro del movimiento feminista, la noción de que no se trata de un concepto universal y abstracto de mujer, sino de las mujeres en concreto y en su diversidad.

Son las mujeres.
Sí, en plural. Esta es una construcción del propio movimiento. En un país tan desigual como Brasil, no hay necesidad de ir a las Naciones Unidas para constatar la diversidad y las dificultades que atraviesan las mujeres. En la reflexión académica, hoy incluimos mujeres que no nacieron biológicamente como mujeres y todas aquellas que no viven lo que llamamos de heterosexualidad. En nuestras materias, trabajamos la cuestión LGBTI, utilizamos la teoría queer, que se ocupa de la construcción y fluidez de roles y comportamientos. Al trabajar con este instrumental, también colaboro con un principio superior, que me es muy caro, el de la inclusión social. Gran parte de las mujeres brasileñas son negras y provienen de sectores económicamente desfavorecidos. Es imposible ignorar estos dos grandes vectores sociales, que llamamos marcadores sociales. No se puede estudiar la temática femenina sin buscar necesariamente esta perspectiva interdisciplinaria e interseccional.

Department of Information Services, Executive Yuan Silvia Pimentel y otros miembros del comité internacional, durante una reunión de evaluación de informes de la República de China, en Taiwán, 2018Department of Information Services, Executive Yuan

En la década de 1990, usted desarrolló una investigación titulada “La figura/personaje mujer en los procesos familiares”. ¿Cuál fue el principal hallazgo?
Junto con Beatriz Di Giorgi y Flávia Piovesan, encontramos una presencia muy fuerte de estereotipos y prejuicios en relación a nosotras, las mujeres, por parte de los operadores del Derecho. Los estereotipos y prejuicios de género existen universalmente, están presentes en todas las culturas, profundamente inculcados. Por lo tanto, son absorbidos por los operadores y reflejados en su práctica jurídica. Unos años después desarrollé, con Ana Lúcia Schritzmeyer y Valéria Pandjiarjian, una reflexión más alentadora, en el libro Violación: ¿Crimen o “cortesía”?  Enfoque sociojurídico de género.

La ambigüedad sugerida en el título de este libro es muy impactante.
El título fue extraído de los autos de un proceso de violencia sexual. Un estudiante de Derecho me trajo un recorte periodístico con la manifestación de un fiscal del Ministerio Público de Río de Janeiro, quien argumentaba que el acusado no debía ser declarado culpable porque la víctima, una niña de 13 años, lo acosó hasta el final. Decía textualmente: “¿Es justo, entonces, que el acusado Fernando Cortez, reo primario, trabajador, sufra una sanción enorme y que tenga su vida arruinada debido a un hecho sin consecuencias, que proviene de una falsa virgen? Después de todo, esta víctima, cariñosa con otros jóvenes, lo seguirá siendo. A Cortez, lo acosó hasta que se entregó (fls.) y lo que le hizo Cortez en represalia fue una cortesía…” En los casos de violencia sexual aún hoy en día prevalece la máxima in dubio pro stereotypo.

Usted ha logrado algo que muchos investigadores sólo desean: utilizar el conocimiento científico para transformar la realidad. ¿Cómo se siente?
A meses de completar mis 80, esta edad avanzada me permite, afortunadamente, sentir alegría por haber hecho algo en términos de justicia. Me siento privilegiada. Pero al mismo tiempo, sé que no fue tanto. Porque queda mucho por hacer, para que las mujeres conquisten efectivamente una situación de igualdad. He oído a jóvenes del ámbito de la ley decir que se consideran juristas feministas inspiradas por mi trabajo. Es interesante ver cómo mi producción no reverberó tanto en los años 1970 y 1980, pero hoy en día parece estimular a la nueva generación. Sigo encantada con mi tema.

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