El 13 de mayo de 1822, un grupo de 186 mujeres envió a Maria Leopoldina (1797-1826) la Carta das senhoras baianas a Sua Alteza Real dona Leopoldina, felicitando-a pela parte por ela tomada nas patrióticas resoluções do seu esposo o príncipe regente dom Pedro [Carta de las damas de Bahía a Su Alteza Real doña Leopoldina, felicitándola por su postura ante las patrióticas resoluciones tomadas por su esposo, el príncipe regente don Pedro]. El documento reconocía la contribución de la entonces princesa y futura emperatriz a la permanencia de su marido en Brasil, un factor de suma importancia en opinión de las signatarias de la misiva para que la Independencia en relación con Portugal se concretara. “Es mucho más que una carta: se trata de un manifiesto político”, dice la historiadora Maria de Lourdes Viana Lyra, de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y autora de libros como A utopia do poderoso império. Portugal e Brasil: Bastidores da política, 1798-1822 [La utopía del poderoso imperio. Portugal y Brasil: entretelones de la política] (editorial Sette Letras, 1994). “En el Brasil de la época, a la mujer se le asignaba un rol subordinado, que se circunscribía al ámbito privado y vinculado a la familia. La presencia femenina era invisibilizada, pero las mujeres nunca dejaron de movilizarse políticamente en lo que tuvo que ver con la Independencia, en la cual participaron de diversas formas”, informa.
En un artículo sobre el tema, Lyra pone de relieve el hecho de que, además de las acciones aisladas, encabezadas por figuras notorias como la propia Leopoldina, hubo otras “mucho más expresivas” y aún poco conocidas por el público en general. Fueron movilizaciones colectivas de mujeres que actuaron en la escena pública durante el período de la Independencia. La historiadora Andréa Slemian, de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp), coincide y añade consideraciones nuevas. “A lo largo de ese proceso, muchas mujeres se expresaron a través de cartas, manifiestos y otros textos. En ese sentido, la prensa naciente en Brasil cumplió un papel importante, no solo por divulgar las ideas de esas mujeres con respecto a la Independencia en la sección de cartas de los periódicos, por ejemplo, sino también actuando como portavoz y apoyo a las cuestiones relacionadas con el género femenino y sus derechos”, dice Slemian, quien lleva 20 años estudiando la historia de la América portuguesa y de Brasil entre los siglos XVIII y XIX.
Según Lyra, la movilización femenina no era nada nuevo en Brasil. “Existen registros de movimientos colectivos de mujeres en Pernambuco que datan de los siglos XVII y XVIII, por ejemplo. Durante la invasión holandesa, apresaron a la propietaria de unas tierras y un grupo de mujeres solicitó la intervención del gobernador, João Maurício de Nassau [1604-1679], para que la prisionera fuera liberada”, relata. Con todo, durante el período de la Independencia estas actitudes cobraron nuevos bríos gracias a los vientos revolucionarios que soplaban en aquel momento. “Las mujeres participaron activamente en la Revolución Francesa [1789-1799], que desembocó en la Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana [1791]. Este movimiento tuvo distintos grados de impacto en la sociedad de la época en diversos lugares del mundo”, dice Lyra.
La participación femenina en el proceso de la Independencia de Brasil no se limitó a la palabra escrita. “Había mujeres que se ocupaban de sus propiedades y negocios, y estaban al corriente de lo que ocurría en la escena pública”, recuerda Slemian. Ese fue el caso de Barbara Pereira de Alencar (1760-1832), propietaria de un ingenio azucarero, que tomó partido en la Revolución Republicana de 1817, en Ceará. “La provincia de Pernambuco estaba obligada a contribuir con abultados sumas mensuales en tributos a la Corte portuguesa radicada en Río de Janeiro desde 1808. Además, la presencia real elevó los precios en toda la colonia. Todo ello generó un descontento que cundió desde la elite hasta las capas populares y ofició como detonante de la revolución”, relata el historiador Flavio José Gomes Cabral, de la Universidad Católica de Pernambuco (Unicap), quien está preparando un libro sobre ese episodio. “La rebelión comenzó en Pernambuco y se extendió hacia Ceará, Rio Grande do Norte y Paraíba”.
Nacida en Pernambuco, tras su boda, Alencar se mudó a Ceará donde, al enviudar, se hizo cargo del ingenio Pau Seco, en la región de Crato. Por el lado materno, ella tenía ascendencia indígena y, por el paterno, portuguesa”, relata Cabral. Dos de sus hijos asistieron al Seminario Episcopal de Nossa Senhora da Graça de Olinda, vinculado a la diócesis de Pernambuco y feroz núcleo revolucionario de la provincia. Uno de ellos era José Martiniano Pereira de Alencar (1794-1860), quien más tarde sería el padre del novelista José de Alencar (1829-1877). “Él contó con el apoyo de su madre para difundir en la región de Crato las ideas a favor de la revolución, sobre todo para la organización de reuniones que atraían a parientes y amigos de la familia”, prosigue el investigador.
Con el desmantelamiento de la revolución, Barbara de Alencar fue arrestada el 13 de junio de 1817 y trasladada a la ciudad de Fortaleza. “Previamente fue expuesta al vituperio público en las calles de Crato”, comenta Cabral. Pudo recuperar su libertad unos tres años después, en noviembre de 1820, tras haber estado presa en las cárceles de Recife y Salvador. “La historia de Barbara de Alencar aún es poco conocida”, dice Lyra. Uno de los motivos, según la especialista, radica en que a lo largo de los siglos XIX y XX, al abordar la Independencia de Brasil, la historiografía brasileña se centró en los sucesos del 7 de septiembre de 1822 y en las articulaciones engendradas por los hombres de Minas Gerais, Río de Janeiro y São Paulo.
Según Slemian, este panorama ha ido modificándose en las últimas dos décadas con la aparición de estudios centrados en la diversidad en las universidades brasileñas. “Pero todavía hay mucho por investigar”, asegura. Una de las grandes dificultades para el avance de los nuevos estudios tiene que ver con las fuentes oficiales del período, según dice Sérgio Armando Diniz Guerra Filho, de la Universidad Federal de Recôncavo da Bahia (UFRB). “Esos documentos fueron escritos por hombres blancos de la elite y, por lo general, excluyen la participación de otros segmentos de la sociedad, tales como los pobres, las mujeres, los negros y los indígenas”, dice el historiador, quien en sus estudios de maestría investigó la participación popular en la guerra de la Independencia en Bahía (1822-1823).
No obstante, se pueden detectar indicios de la presencia femenina en las manifestaciones populares, sostiene el académico. “Desde el siglo XIX, los desfiles cívicos del 2 de julio que conmemoran la Independencia de Bahía, rinden homenaje a la figura del caboclo o cholo. Estos símbolos de la participación popular en la guerra contra los portugueses suelen ser femeninos, como ocurre en el municipio de Santo Amaro da purificação”, comenta Guerra Filho. Otro indicio aparece en la procesión conocida como Careta do Mingau, que tiene lugar en el mes de julio por las calles del municipio de Saubara, también en la región de Recôncavo bahiano. “Las mujeres se cubren con sábanas para recordar a sus conterráneas que en el pasado se disfrazaban de apariciones para llevarles alimentos al amanecer a los combatientes atrincherados. El cuidado de la comida y de los uniformes, además de los pacientes en las enfermerías, es otra de las dimensiones de la participación femenina en el proceso de la Independencia, dice el investigador.
No todas las mujeres permanecían en la retaguardia, y un ejemplo de ello fue Maria Quitéria de Jesus (c. 1792-1853), quien se disfrazó de varón y adoptó el apodo de soldado Medeiros para luchar contra los portugueses en Bahía. “Era reconocida entre la tropa por su buena puntería y su verdadera identidad solo quedó revelada cuando su padre fue a buscarla a Cachoeira, por entonces capital interina de Bahía. Ella se rehusó a volver al hogar y continuó luchando”, dice Guerra Filho. En 1823, la combatiente recibió de Pedro I el grado de caballero de la Orden Imperial del Cruzeiro, en Río de Janeiro.
La figura de Maria Quitéria como heroína de la guerra de la Independencia empezó a erigirse a principios del siglo XIX, afirma el historiador del arte Nathan Gomes en su tesina de maestría intitulada “Teatro de la memoria, teatro de la guerra. Maria Quitéria de Jesus en la formación del imaginario nacional (1823-1979)”. Su investigación, defendida en el mes de abril en el Instituto de Estudios Brasileños (IEB) de la Universidad de São Paulo (USP), contó con el apoyo de la FAPESP. Según Gomes, la historia de la bahiana cobró relevancia cuando fue plasmada en el libro intitulado Journal of a voyage to Brazil and residence there during parts of the years 1821, 1822 and 1823. Se trata del relato del viaje de la artista y escritora británica Maria Graham (1785-1842), quien, entre otras actividades, trabajó como institutriz de los hijos de Pedro I y Leopoldina en Río de Janeiro.
La obra, publicada en 1824 por la editorial británica Longmann & Co., también incluía un retrato de la heroína bahiana, cuya autoría los estudios atribuyen a los ingleses Augustus Earle (1793-1838) y Denis Dighton (1792-1827), además del grabador Edward Finde (1791-1857). “Maria Quitéria aparece de cuerpo entero, vistiendo una falda sobre su uniforme. Esta fue la imagen de ella que perduró”, señala Gomes. Una serie de actividades desarrolladas entre 1840 y 1930, principalmente por el Instituto Histórico y Geográfico Brasileño (IHGB), el Instituto Geográfico e Histórico de Bahía (IGHB) y el Museo Paulista (MP) contribuyó a difundir la fama de la combatiente bahiana en la memoria colectiva. “El punto culminante de su consagración en ese período se produjo en el centenario de la Independencia, en 1922”, dice el estudioso. En aquella época, el Museo Paulista, que en la actualidad pertenece a la USP, comenzó a exhibir en su sala principal un retrato de Maria Quitéria pintado en 1920 por el italiano Domenico Failutti (1872-1923) junto a otros lienzos como Independência ou morte! (1888), de Pedro Américo (1843-1905).
El proceso de apropiación de la imagen de Maria Quitéria fue avanzando con el tiempo, como muestran las investigaciones. En 1953, año del centenario de su fallecimiento, la militar bahiana tuvo su primera biografía: fue escrita en clave de novela por el historiador bahiano Manuel Pereira Reis Júnior, al frente de las conmemoraciones de la efeméride. Ese mismo año el Ejército brasileño dispuso la obligatoriedad de contar con un retrato de la combatiente en todas sus reparticiones y creó la insignia Maria Quitéria. Bastante después, en 1996, fue declarada Patrona del Cuadro Complementario de Oficiales del Ejército Brasileño. “A partir de la década de 1980, la institución comenzó a aceptar oficiales de género femenino”, subraya Gomes.
La investigación abarca hasta la década de 1970, cuando el Movimiento de Mujeres por la Amnistía (MFPA) convirtió a Maria Quitéria en un símbolo contra el autoritarismo en la dictadura militar (1964-1985). El MFPA, creado en 1975 por un grupo de mujeres de São Paulo, se expandió rápidamente por todo el país. A la cabeza de esta iniciativa estaba Therezinha Zerbini (1928-2015), ama de casa y activista, cuyo marido, un militar, había sido exonerado de la fuerza por el golpe de Estado. “La lucha de Zerbini contra la dictadura era pretérita: fue una de las organizadoras del congreso clandestino de la UNE [Unión Nacional de Estudiantes], celebrado en Ibiúna (São Paulo), en 1968, por ejemplo”, relata Gomes.
En cuanto al MFPA, la elección de Maria Quitéria como emblema fue parte de una estrategia deliberada del movimiento para asociarse a un personaje consagrado en el panteón de las Fuerzas Armadas, pero cuyo significado trascendía el campo estrictamente militar. Podía representar, por caso, la defensa de la participación de las mujeres en la política”, apunta Gomes. “Ellas consideraban que con ello podría movilizarse con mayor libertad”. Esta estrategia tuvo un éxito parcial. En 1977, la primera edición del boletín Maria Quitéria, además de pancartas y panfletos con su imagen, fue confiscada por el SNI (Servicio Nacional de Información), que también infiltró a un fotógrafo en una manifestación en la que participó el movimiento ese mismo año en Salvador (Bahía).
Una alternativa moderada
La sala principal del Museo Paulista, la misma que alberga el retrato de Maria Quitéria, contiene también un lienzo en homenaje a la emperatriz Leopoldina, también pintada por Failutti en la década de 1920. “Leopoldina había nacido en Viena, era hija del emperador Francisco II de Austria, y fue educada para reinar. Cuando contrajo matrimonio con el príncipe heredero del trono del Reino Unido lusobrasileño, el futuro emperador Pedro I, se mudó a Brasil, creyendo que el fortalecimiento de la monarquía en el trópico sería beneficioso para el mantenimiento de los regímenes absolutistas en decadencia en Europa a partir de la Revolución Francesa”, dice Lyra, de la UFRJ, autora de la biografía de la noble austríaca que forma parte del libro intitulado Rainhas de Portugal no novo mundo: Carlota Joaquina, Leopoldina de Habsburgo [Reinas de Portugal en el Nuevo Mundo: Carlota Joaquina y Leopoldina de Habsburgo], publicado por la editorial portuguesa Círculo de Leitores, en 2011.
Según Slemian, la actividad política de Leopoldina en la Corte portuguesa se desarrolló principalmente a principios de la década de 1820. “Ella cumplió un papel importante en el proceso de la Independencia, que ejerció con extremo pragmatismo y en forma más cautelosa que su marido”, dice la experta, autora de la entrada sobre Leopoldina en el Dicionário da Independência: História, memória e historiografia, cuyo lanzamiento está previsto para el segundo semestre de este año. “Sin embargo, su intervención no puede tergiversarse. Leopoldina era conservadora, la agitación social la aterraba y bregó por una alternativa de independencia moderada, que mantuviera al príncipe en el trono. Ese fue, por cierto, el proyecto que se materializó en 1822”, concluye.
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