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Thomas Lewinsohn

Thomas Lewinsohn: Amplitud de pensamiento

Un ecólogo que integra evolución con modelos físicos y matemáticos, y cruza barreras académicas para influir en las políticas de conservación

Léo ramosThomas Lewinsohn desafía la estrechez de un perfil. Dentro del área científica, fluctúa entre el trabajo de campo, los modelos físicos y matemáticos, la difusión del conocimiento y las políticas de conservación. Para él, no basta con elaborar teorías si no se comprende cómo se comporta el organismo en su hábitat. La colaboración con expertos de varias áreas, de nacionalidades diversas, contribuye a ampliar los temas de investigación y las maneras de tratarlos.

Cuando él estaba estudiando biología, casi abandona la carrera y pensó en dedicarse a la fotografía, pero descubrió un enfoque abarcador para la ecología evolutiva que lo condujo a formar parte del primer grupo de maestría del Programa de Ecología de la Universidad de Campinas (Unicamp), en 1976. Luego se convirtió en docente en la misma universidad y, este mes, 40 años después, se jubila antes de llegar a la edad límite.

La decisión, que incluso a él le resulta sorprendente, no surge por hallarse cansado de la ciencia. No lo está. Se propone replantear su relación con el trabajo y proseguir investigando, supervisando alumnos, y ampliar su panorama, liberado de los engranajes administrativos de la vida académica.

En 2014, un mes de residencia académica en el Centro Bellagio, que posee la Fundación Rockefeller en Italia, lo puso en contacto con pensadores y artistas de diversos países y áreas en medio de un paisaje deslumbrante, con ruinas medievales y edificios renacentistas. Un escenario ideal para ampliar horizontes y plantear alguna forma de clasificar la biodiversidad, creando unidades que puedan tratarse para orientar estudios y políticas, huyendo de la tendencia a utilizar especies popularmente atractivas. Se trata de una experiencia que se propone repetir en otros lugares.

Mientras prosigue con su labor, también se dedica a la fotografía y a la música. Lewinsohn nació en Niterói, y es hijo de judíos alemanes que huyeron del nazismo. Está casado con la periodista Graça Caldas y tiene dos hijas y dos nietos.

Edad
64 años
Especialidad
Ecología
Estudios
Título de grado en biología obtenido en la Universidad Federal de Río de Janeiro (1975); maestría y doctorado en ecología otorgados por la Universidad de Campinas – Unicamp (1980 y 1988 respectivamente)
Institución
IB-Unicamp
Producción científica
80 artículos, 6 libros como autor o recopilador, 16 capítulos de libros, supervisó 16 maestrías (una en curso) y 12 doctorados
(uno en curso)

Como você foi parar na Unicamp?
¿Cómo fue que usted fue a parar a la Unicamp?
Cuando hacía la carrera de grado, en la Universidad Federal de Río de Janeiro, tuve problemas y cerré la matrícula en tercer año con la intención de no regresar. Viajé como mochilero por América del Sur, y en Venezuela asistí a un congreso de ecología tropical e hice un curso con Otto Solbrig, de la Universidad Harvard. Quería mudarme para allá, pero retorné a Río porque estaba haciendo fotografías para libros didácticos y conocí a quien es mi esposa, Graça. Entonces mi vida cambió. De regreso en la UFRJ, hice un curso que impartía allí Woodruff Benson. Ésa fue la primera vez que vi en Brasil a alguien que hablara de los temas de la biología evolutiva que había visto en Venezuela. Cuando lo contrataron para el Programa de Ecología de la Unicamp, yo lo seguí.

¿Qué fue lo que le atrajo de la ecología evolutiva?
La comprensión del modo en que los procesos evolutivos se reflejan en las estructuras ecológicas. Luego de venirme acá, leí un trabajo sobre la alteración de las características de los frutos del guapinol en Puerto Rico, donde no hay un predador importante de semillas y la ecología de la planta ‒la morfología de los frutos, el comienzo de la reproducción‒ era completamente diferente. Ese era un estudio de Daniel Janzen, que trabajaba en la Universidad de Michigan, Estados Unidos, y había salido publicado en la revista Science. Él atribuía tales diferencias entre Puerto Rico y el continente a la ausencia del predador de semillas. En el primer curso de campo que hicimos en Amazonas observé otra especie de guapinol con marcas de agujeros y comencé a buscar predadores de semillas. Abrí un fruto e inmediatamente cayó una avispa. En 10 años, Janzen nunca había detectado un parasitoide en Costa Rica y sostenía que eso no era posible, porque el fruto era leñoso. Realicé mi maestría en ese sistema de los guapinoles trabajando en ecosistemas diferentes: en el Cerrado, en bosques en tierra firme, a orillas del río Tarumã, en la Amazonia. Fueron tres años de trabajo de campo.

¿Por qué usted se especializó más tarde en ciertas especies de las asteráceas, la familia de las margaritas y los girasoles?
Porque buscaba una familia cosmopolita, con muchas especies y distribuciones divergentes, y en la Unicamp había dos expertos: Hermógenes Leitão Filho y João Semir. Yo quería saber cuál es la riqueza de especies asociada a las plantas endémicas en relación con las distribuidas más ampliamente. Parte de eso se basaba en la idea de una diversidad beta, que mide la diferenciación entre localidades geográficas o entre plantas que albergan larvas de insectos. Había poca gente que trabajara en ello, y nadie en ecosistemas tropicales, pero no me di cuenta de que estaba entrando en un territorio poco conocido.

Actualmente usted vuelve a visitar áreas en las cuales recolectó muestras hace 20 años.
En ese entonces realizamos un estudio amplio de todas las asteráceas que pudimos abarcar. Nos dirigimos desde Rio Grande do Sul hasta el norte de Minas Gerais, principalmente por las sierras gaúchas y por Serra do Espinhaço. Tropezamos con la realidad cruel de los trópicos: la mayoría de las especies es muy rara. Logramos recolectar más de 600 especies de plantas. De la mitad de ellas, tan sólo una única muestra. Ahora buscamos las mismas plantas en esos mismos lugares. Quiero comprobar cuán diferenciadas geográficamente son las interacciones, cuáles son los componentes espaciales y filogenéticos. Ahora disponemos de una filogenia para las plantas que en esa época no existía. De cualquier manera, dispongo de resultados de aquella época que nadie obtuvo hasta ahora del mismo modo.

¿De qué tipo?
Pude ver hasta qué punto la diversidad de dos grupos integrados por una relación ecológica bien definida varían en conjunto. En tales estudios de las interacciones, la naturaleza de la observación varía bastante. Uno de los frentes que más ha avanzado, aliado a la teoría de las redes complejas, que cobró relevancia en los últimos 20 años, fue el estudio de la polinización. Una red de polinización incluye observaciones de los visitantes florales, que pueden ser polinizadores legítimos, ladrones de néctar, astutos, sinvergüenzas…

¿A usted le interesa todo ese espectro?
Cabalmente, cuando se trata de mutualismo, es decir, de la asociación entre dos seres vivos, tiene que haber polinización efectiva. Si observamos quién visita la flor sin comprobar si efectivamente transporta polen, estamos mezclando a los que les prestan un servicio a las plantas con otros que van de paso o que son parásitos del sistema. Los investigadores usan redes, insecticidas, aspiradoras de campo, y de algún modo capturan a esos insectos sobre las plantas. Yo escogí asegurarme de la asociación y concentrarme en las inflorescencias, en las cuales existe una gran diversidad de insectos. El protocolo que desarrollé durante el doctorado consistía en criar a los insectos cuyas larvas ya se hallaban en las flores. En mi primera expedición, ponía las flores en bolsitas de pororó que colgaba en el tendedero del hospedaje, y más tarde opté por los frascos que sigo usando ahora. En la primera noche ya tenía insectos adentro de las bolsitas. Tal rapidez nos brinda una idea del tamaño de la biodiversidad en los trópicos para los organismos de ese tipo. La base de datos que recopilamos consta solamente de insectos cuyo desarrollo ocurre en la inflorescencia y se crían allí. Por cada día de colecta en el campo, se necesita un mes para criarlos a todos, un año para montar y separar, y 10 años para identificarlos. Al haber comenzado con ello hace 30 años, tengo un nivel de identificación muy grande para esos insectos.

¿ Se trata fundamentalmente de moscas?
Moscas, mariposas diminutas y escarabajos. Nos hemos abocado con ahínco a identificarlos y, en la mayoría de las familias, llegamos al estado del arte, la mejor identificación disponible. Como buena parte de las identificaciones las realicé antes de que se instauraran las leyes actuales, fui varias veces al Museo Nacional de Historia Natural de Washington con una pequeña maleta de ropa y otra más grande, llena de material vegetal y animal recolectado. Me dirigía al tercer piso para aclarar dudas sobre plantas, en el sexto piso identificaba a los insectos y trabajaba una o dos semanas con expertos de cada grupo. En la mayoría de los casos, el estado del arte es muy bueno y llegamos a las especies, describiendo incluso especies nuevas. Estamos abocados a un género de moscas para dilucidar la variación genética y morfológica de la asociación con sus plantas huéspedes, con la posibilidad de ver si hay bacterias del tracto intestinal que intervienen en esa interacción, en una labor conjunta con colegas de Alemania.

Archivo personal Serra do Espinhaço: en 1995, junto a Bruno Buys, Paulo Inácio Prado y Vinicius Motta…Archivo personal

¿Eso es lo principal que usted está haciendo ahora?
También estamos simultáneamente desarrollando una teoría, un nuevo concepto de la idea de especialización ecológica. Ya en el doctorado comencé a desarrollar una generalización del modelo de entropía para diversidad de interacciones.

¿Cómo funciona?
La entropía es un concepto de la física que tiene que ver con la organización de los niveles de energía. En la teoría matemática de la comunicación desarrollada al final de los años 1940, la entropía se utilizaba para evaluar incertidumbre y errores en la transmisión de la información. Un sistema es más diversificado si cuenta con mayor cantidad de componentes, pero también si tuviera una mayor organización de las conexiones entre sus componentes, de las interacciones ecológicas entre ellos. Si todas las especies estuvieran conectadas unas con otras, estarían conformando una red intrincada sin una estructura cabal. Sin embargo, los sistemas de seres vivos generalmente son bastante estructurados: la mayoría de las especies tiene interacciones fuertes con una cifra bastante pequeña de otras especies. Y, justamente, la organización de tales interacciones es lo que les viene interesando a un número creciente de ecólogos. Esa idea confronta a dos modos de organización diferentes que resultan en los que algunos colegas han denominado arquitectura de la biodiversidad. Se trata de organizaciones diferentes de sistemas de interacciones, una con muchas conexiones entre elementos y otra, donde las conexiones son reducidas y agrupadas. La dinámica de esos sistemas es muy divergente.

¿Qué tiene que ver eso con la vulnerabilidad del sistema?
En principio, si uno altera un extremo de un sistema altamente interconectado, esa perturbación puede propagarse a todo el conjunto de especies. Si las entidades interactúan fuertemente entre núcleos aislados entre sí, tal hecho restringe la propagación de una perturbación. Cuando hablamos de alteraciones, puede tratarse de la entrada de un patógeno en una comunidad ecológica donde no se registraba esa enfermedad. Cuanto más especializadas son las relaciones habrá menos reservorios o predadores alternativos. Si se produjera una disminución de gran impacto en una especie predadora, tal como ocurre con el yaguareté, ello posibilita un crecimiento significativo de las poblaciones de otras especies que eran sus presas, en este caso, las zarigüeyas. Los efectos dependerán de la variedad de alimentos que ingieren estas últimas: cuanto más amplia sea la interacción con otras especies, comiendo semillas u otros animales, más van a propagarse esos efectos. La comprensión de la intrincada estructura de esas interacciones es un camino para entender mejor y elevar nuestra capacidad de predicción de los efectos de diferentes alteraciones.

¿Cuál es la relación de esto con su estudio de la interacción entre insectos y plantas?
Quiero ver la configuración de las interacciones. Podría ser que se trate de una planta comida solamente por un insecto u otra de la cual se alimentan varios, y viceversa: especialización en ambos sentidos. Durante mi doctorado, ya tenía bien en claro que mi entidad de observación es la interacción en sí misma, pero recolectaba organismos porque necesitaba identificarlos. Vivo en Brasil, entonces, buena parte de ellos se desconoce, o son especies nuevas. Esto obliga a disponer de material, a crear una colección de referencia.

No se trata, en este caso, de los organismos de mayor éxito entre el público.
Los grandes esfuerzos de conservación los acaparan los organismos que se mezclan con el imaginario colectivo, son objeto de diseño de logotipos de marca y cosas así. Tal hecho finalmente acaba pautando iniciativas de conservación en torno a esas especies. Uno puede disponer de reservas biológicas con apoyo popular, enfocadas en salvar a una especie en particular, como ocurre con el caso del águila, símbolo de Estados Unidos. Por otra parte, si uno se remite al Convenio sobre Diversidad Biológica, existe un compromiso para preservar, recuperar y utilizar en forma sostenible a los sistemas ecológicos de modo tal que puedan protegerse los procesos y mantenerse los servicios. Todo eso en beneficio de la calidad de vida humana. El panda es un ícono, pero no necesariamente es importante para los servicios ecológicos. Los inventarios de zoólogos y botánicos no nos brindan las respuestas a corto plazo que precisamos, porque el planeta se está degradando velozmente. Necesitamos otra cosa. Muchos trabajan con la premisa de que si salvamos a los grandes felinos estaremos preservando buena parte de otros procesos, porque ellos funcionan como especies paraguas que resguardan a otras especies y procesos ecosistémicos. Pero las cosas no son precisamente así.

¿A qué se dedicó durante su pasantía académica en Bellagio, en Italia?
Por entonces, propuse el desarrollo de una intervención operativa para lidiar con la biodiversidad, algo que funcione para la gente de otras áreas. La idea consiste en dividir la biota en tres grandes segmentos: macro, meso y micro. Los grandes organismos son, esencialmente, las plantas con flores y los vertebrados, con algunos socios honorarios, tales como las mariposas o las hormigas. Se trata de organismos grandes donde la taxonomía está muy avanzada y esencialmente completa. En el otro extremo, lo micro, solamente se conocía la punta del iceberg, pero los métodos moleculares nos traen una revolución. Parte de ello consiste en entender la diversidad microbiana por medio de bibliotecas moleculares y métodos centrados en el ADN o el ARN, sin depender de tener que encajar dentro de una clasificación biológica convencional. Aquello que se encuentra en el bloque del medio es más complicado, porque el procedimiento es la descripción de especies, pero el volumen es gigantesco. Mi planteo es que cada uno de esos tres segmentos tiene propiedades importantes para entender y trabajar con biodiversidad. Si uno se propone catalogar especies, tiene que estudiar a los macroorganismos. Si quiere concentrarse en procesos y servicios ecosistémicos, debe priorizar la microbiota. Los hongos y bacterias del suelo y del agua son fundamentales en esos procesos, existen relaciones directas entre el perfil de diversidad del suelo y las propiedades funcionales del mismo. El grupo del medio, conformado por artrópodos y otros organismos pequeños visibles a simple vista, resulta indispensable para aprender la arquitectura de interacciones y seguirle la pista a ciertos procesos, tales como polinización, dispersión y alimentación. Cada uno de los grupos es informativo al respecto de una escala del ambiente. Las aves pueden deambular fácilmente entre fragmentos de selva que para ellas no son aislados. Para los organismos del suelo, cada fragmento es una isla con una dinámica espacial diferente.

Archivo personal …y en 2016, con Leonardo Jorge, Camila Leal y PradoArchivo personal

¿Cómo se aplica eso a las políticas de conservación?
En primer lugar debe entenderse lo que está sucediendo, para luego formular maneras de monitorear, intervenir o estudiar los efectos de las intervenciones. Todo ello conforma no sólo aquello que serían políticas públicas, sino también políticas de utilización de recursos públicos y privados. Mi propuesta básica es que cualquier programa más abarcador debe tener una parte destinada a la microbiota, otra para la mesobiota y otra para la macrobiota. Cuál será el grupo en cada caso, va a depender de las oportunidades y de cuál se encuentre disponible para trabajarlo.

¿Y desde el punto de vista internacional?
Es algo muy variable. Estados Unidos dispone de una buena porción de diversidad y de ciencia. En el norte de Europa hay una densidad altísima de conocimiento sobre biodiversidad, pero su biodiversidad es baja. Entre los países megadiversos hay una gran variabilidad de recursos científicos. Algunos países ni siquiera disponen de un sistema universitario de investigación. Podríamos intercambiar experiencias con países que poseen alta diversidad, como en el caso de Brasil, y también ciencia institucionalizada. Hace mucho tiempo, yo tenía una lista: México, Sudáfrica, Australia e India. En mi opinión, valdría la pena intentar que se organizara una reunión sur-sur diferenciada con esos países. Sudáfrica y Australia disponen de sistemas avanzados de mapeo de especies. Eso los acerca más a nosotros que a lo que hacen los finlandeses. El estudio de la biodiversidad de Finlandia es algo sencillo. En Australia no es tan así.

¿Cómo se hace para usar el conocimiento que el cuerpo científico de cada país desarrolla para las políticas públicas?
Hay dos figuras ficticias que es necesario echar por tierra. Una es la idea de que la ciencia por sí sola resuelve todos los problemas. El científico le dice al resto lo que hay que hacer. Eso no funciona. En el otro extremo, esa noción casi anticientífica que aduce que la ciencia es una narrativa como cualquier otra. No lo es. En algún punto entre esos dos extremos hay un escenario en el que podemos ingresar con el conocimiento sólido, evidencias confiables para el desarrollo de una política. Creo que nos hallamos muy lejos de eso. Fíjese en el tema del Código Forestal. Tenemos huecos brutales, pero trabajar con conocimiento y evidencias decentes ayuda, utilizando a la ciencia no como verdades reveladas, sino como modelos operativos que tiendan un puente entre la investigación teórica y la experimental. El Código Forestal fue una ley bien intencionada en los años 1960. La actualización que se hizo en la década actual era necesaria, pero la ciencia invocada fue un escenario pavoroso, de crisis económica inminente y en la producción de alimentos: o la legislación ambiental es compatible con las necesidades de producción de alimentos, con la crisis de los pequeños propietarios y las necesidades de exportación, o Brasil se hunde. Los estudios de los cuales se echó mano para sostener esos argumentos no se publicaron en periódicos serios, sino que eran funcionales a intereses muy claros.

¿La ciencia que podría sacar provecho de la ecología para mantener la productividad a largo plazo fue ignorada?
Se la dejó al margen. Dicen haberla tenido en cuenta, pero eso no es cierto. La lista de gente a la que las comisiones invitaron para hablar en el Congreso era muy grande, y estaba integrada por una cantidad de científicos. Empero, cuando busqué las declaraciones, esa lista resultó ficticia. La mayoría de los investigadores no parecen haber sido convocados. No se consultó a la ciencia más relevante. Una de las eternas luchas consiste en la reivindicación de la ecología como ciencia, como cualquier otra, y puede ser buena o mala. Si alguien habla sobre química de materiales, es discutible si es un buen científico o no, pero nadie lo acusa de no ser científico. Al ecólogo generalmente se lo descalifica bajo el mote de ecologista. Entonces elaboramos un documento que se está distribuyendo entre promotores, asesores parlamentarios y secretarías. La información debe presentarse de manera más efectiva y eso debería alcanzar a la enseñanza de la ciencia. Tiempo atrás, trabajé en libros de ciencia, realizando fotografías, y eso fue de gran importancia para mi formación.

¿Sigue haciendo fotografía?
Estoy volviendo a hacerlo, pero necesito darle más espacio para hacerlo con mayor seriedad. Me agrada tomar fotos en el escaso tiempo disponible cuando exploro en campo. También hago lo que algunos denominan fotografía de autor. En los últimos seis o siete años comencé a tomar fotos, principalmente de playas. Crecí en la playa, y andar descalzo por la arena con la cámara fotográfica es algo muy placentero. Tengo dos tías artistas, una fallecida en 2001 y otra muy activa a pesar de sus 82 años. Esta última, Anna Bella Geiger, es artista plástica, dedicada principalmente a los grabados, pero trabaja con materiales mixtos y estuvo a la vanguardia con los videos. Mi otra tía, Fayga Ostrower, fue conocida mayormente como grabadora. Sus obras tienen un lugar en el patrimonio de los mayores museos del mundo. Desde muy chico conviví con Fayga, que era la hermana mayor de mi madre. Recuerdo haber visto sus trabajos desde pequeño, porque formaba parte de las visitas familiares, y noté su evolución. Incluso llegué a trabajar junto a Anna Bella en una obra conceptual. Empecé a reflexionar acerca de lo que esa experiencia tan temprana representó para mi manera de ver las cosas y tomar fotografías. Tengo bien en claro que no estoy intentando fotografiar a la manera de ellas, aunque mi enfoque contiene esas influencias. Estoy pensando en intercalar algunos de los grabados de ellas dos con mis fotografías para comentar sobre las marcas y esa influencia en mi manera de percibir al mundo.

Además, usted también es músico.
Aficionado. Integro un grupo de música antigua, sobre todo la proveniente de los siglos XV a XVII. Hay mucha música en mi formación, en casa se escuchaba música clásica. En la adolescencia, incursioné en el folklore, empecé a escuchar MPB (Música Popular Brasileña), me enamoré del jazz y del rock, estuve bastante tiempo escuchando otras cosas. No se tocaba mucha música antigua cuando yo era niño. Pero formaba parte de un grupo amateur en Río, cuando tenía 8 ó 10 años asistí a una presentación y me enamoré de los instrumentos. Es una música fácil para el oyente, con mucha danza, piezas cortas, agradables. Me agradan mucho sus timbres.

Archivo personal Formación actual del grupo Zebu Trifásico, de música antigua (de izquierda a derecha): André Freitas, Lewinsohn, Luciana Castillo, Paulo Dalgalarrondo y Rafael OliveiraArchivo personal

¿Usted fue investigando la música de aquella época?
Fui comprando discos. Estudié en un colegio experimental en Niterói, donde las actividades especiales se tomaban muy en serio. Ahí fue que comencé a tocar la flauta. Más tarde, en los años 1960 y por medio del jazz, caí en un círculo de músicos extraordinarios. Ahí estaban Vitor Assis Brasil, un saxofonista que era una figura estelar del jazz brasileño, Luizinho Eça, que había fundado el Tamba Trío, y otros. Me regalaron un saxofón cuando rendí el examen de ingreso, hice las pruebas apurado, porque quería salir a tocar. Comencé a tomar clases con un amigo, pero perdí el incentivo, porque durante la dictadura esa gente se fue de Brasil. Retomé con la flauta dulce, tomé clases con un flautista muy bueno en Río de Janeiro, que formaba parte del grupo de Roberto de Regina. Cuando me fui a Inglaterra a hacer el posdoctorado me sumé a un grupo amateur serio, que tocaban juntos hacía mucho tiempo. Música renacentista, comienzos del barroco y algo de la Edad Media.

¿Fue entonces que comenzó a incursionar con otros instrumentos?
No, allá sólo tocaba la flauta. Cuando regresé, formamos la base de un grupo que va variando, donde André [Freitas, docente del mismo departamento] y yo, tocamos juntos desde hace 25 años. Empezamos a comprar instrumentos, a conseguirlos, a pedirlos prestados. Además de las flautas (sopranino, soprano, tenor, bajo y contrabajo) tocamos bastante un instrumento denominado crumhorn, y otras variantes del mismo, precursores del oboe. André tiene un precursor del clarinete, yo compré un instrumento reconstruido a partir de grabados del siglo XVII. Se asemeja a un oboe, pero tiene un capuchón, como los crumhorns. André toca todo, tiene gaitas similares a las medievales. El año pasado compré tres cornamusas, que son variantes de instrumentos de lengüeta. Él y yo queremos elaborar una filogenia de esos instrumentos. Incluso comenzamos a juntar material, pero nos faltó tiempo.

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