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Un Brasil más vulnerable en el siglo XXI

Las proyecciones indican un aumento del riesgo de desastres naturales, tales como inundaciones, deslizamientos de tierra y sequías extremas, durante las próximas décadas

Marcello Casal Jr/ Agência Brasil Alrededores de la central de Sobradinho, en el estado de Bahía: las sequías afectarán otras regiones del país en las próximas décadasMarcello Casal Jr/ Agência Brasil

Fuera de la ruta de los grandes huracanes, sin volcanes activos, y desprovisto de zonas habitadas sujetas a fuertes terremotos, Brasil no figura entre los países más susceptibles a sufrir desastres naturales. Se encuentra sólo en el puesto 123º en un índice mundial de los países más vulnerables a cataclismos. Sin embargo, habría que relativizar esta apariencia de sitio seguro, protegido de los humores del clima y de las sacudidas geológicas. Alrededor del 85% de los desastres locales son causados por tres tipos de sucesos: inundaciones bruscas, deslizamientos de tierra y sequías prolongadas. Estos fenómenos son relativamente recurrentes en las zonas tropicales y sus efectos pueden atenuarse, en gran medida, mediante políticas públicas de reducción de daños. En las últimas cinco décadas, más de 10.225 brasileños fallecieron en desastres naturales, la mayoría durante inundaciones y a causa de derrumbes de vertientes. Las sequías prolongadas, tales como las que comúnmente ocurren en el nordeste del país, constituyen, no obstante, el tipo de sucesos que provocan más víctimas no fatales en el país (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 241).

Dos estudios basados en simulaciones climáticas efectuados por científicos brasileños indican que el riesgo de episodios de desastres de esos tres tipos, que se relacionan con el exceso o la falta de agua, se incrementará, hacia el final del siglo, en la mayoría de las áreas actualmente afectadas por esos fenómenos. También señalan nuevos puntos del territorio nacional, generalmente adyacentes a las zonas afectadas por esos sucesos, que se transformarán en áreas con riesgo significativo para esos mismos problemas. “Los impactos tienden a ser mayores en el futuro, debido a los cambios climáticos, el crecimiento de las ciudades y de su población y una mayor ocupación de las áreas de riesgo”, comenta José A. Marengo, jefe de la División de Productos Integrados de Investigación y Desarrollo del Centro Nacional de Monitoreo y Alerta de Desastres Naturales (Cemaden), un organismo ligado al Ministerio de Ciencia, Tecnología, Innovación y Comunicaciones (MCTIC), que coordinó las simulaciones climáticas. Parte de los resultados de las proyecciones ya ha sido divulgada en congresos e informes, tales como el documento federal que se envió en abril de este año a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (UNFCCC, según su sigla en inglés), y sirve como aval para elaborar las estrategias del recientemente creado Plan Nacional de Adaptación al Cambio Climático. Otros datos específicos que surgen de las simulaciones saldrán en un artículo científico que ya fue aceptado para su publicación en la revista Natural Hazards y en trabajos destinados a otros periódicos.

Expansión de las sequías
De acuerdo con los estudios, las sequías severas, actualmente un azote público casi siempre asociado con las localidades del nordeste, también se intensificarán en el oeste y parte del este de la Amazonia, en el centro-oeste del país, incluso en los alrededores de Brasilia, en ciertos puntos de los estados del sudeste y aun en el sur. “Si bien parte del nordeste es naturalmente más árido, la sequía no es consecuencia tan sólo del clima”, sostiene el ingeniero civil Pedro Ivo Camarinha, investigador del Cemaden. “La vulnerabilidad de la región se debe también a una serie de problemas de índole socioeconómica, del uso del suelo y debido a la escasa capacidad de adaptación a los impactos de los cambios climáticos”. La carencia de políticas públicas específicas para enfrentar los meses de sequía, el bajo grado de escolaridad de la población y la escasez de recursos son algunos de los factores que los autores citan como determinantes para elevar la exposición de porciones significativas del nordeste a sequías futuras.

La vulnerabilidad ante las inundaciones y aluviones tiende a elevarse hasta un 30% en los tres estados del sur, en la región meridional del estado de Mato Grosso y en buena parte de la franja del litoral del nordeste, según un escenario que las simulaciones climáticas proyectaron para 2100. En el estado de São Paulo, el más populoso del país, la intensificación de la aparición de inundaciones intempestivas, aquéllas que se originan luego de pocos minutos de lluvias torrenciales, sería más modesta, situándose en un rango de un 10%, una cifra, empero, significativa. En el centro de Brasil, la vulnerabilidad a las inundaciones descenderá, incluso porque las proyecciones indican menos lluvias (y más sequía) en buena parte de esa región. “Los modelos son divergentes en cuanto al futuro régimen de lluvias en el oeste de la Amazonia”, explica Marengo, cuyas investigaciones se desarrollaron, en parte, en el marco de un proyecto temático de la FAPESP. “Uno de ellos indica un incremento expresivo en la frecuencia de las inundaciones, en tanto que el otro marca un escenario de estabilidad o de leve aumento de las crecientes”.

El modelo de deslizamientos de tierra, asociado a la ocurrencia de lluvias intensas o prolongadas durante días, seguirá, grosso modo, las mismas tendencias verificadas con las inundaciones, aunque a un ritmo de crecimiento más moderado. El incremento en la incidencia de derrumbes de vertientes variará entre un 3% y un 15% en los sitios actualmente afectados por ese tipo de fenómeno. Las perspectivas más negativas recaen sobre el sector más meridional del país. Las áreas sujetas a aludes en los estados de Rio Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná se expandirán y abarcarán buena parte de estos estados hacia 2100. En el sudeste, la región serrana situada entre los límites de São Paulo, Río de Janeiro y Minas Gerais se tornará más vulnerable a este tipo de desastres. “Necesitamos implementar urgentemente políticas públicas en las regiones más vulnerables a las inundaciones y deslizamientos de tierra”, afirma el geógrafo Nathan Debortoli, coautor de los estudios, quien actualmente realiza una pasantía de posdoctorado en la Universidad McGill, de Canadá. “Una mayor exposición a los cambios climáticos podría tornar inviable la supervivencia en algunas regiones del país”.

Arnaldo Alves/ ANPr Inundación de 2014 en União da Vitória (Santa Catarina): El sur de Brasil será el escenario de las mayores inundacionesArnaldo Alves/ ANPr

Para generar las proyecciones del riesgo futuro de catástrofes, se emplearon dos modelos climáticos globales, el HadGEM2 ES, desarrollado por el Centro Hadley, de Inglaterra, y el Miroc5, elaborado por el centro meteorológico japonés. El modelo a escala regional Eta, creado por el Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (Inpe), funciona acoplado a ellos. Mediante el trabajo llevado a cabo de ese modo, los autores lograron evaluar los modelos predominantes del clima del futuro que están asociados a la contingencia de desastres naturales en áreas con un mínimo de 400 kilómetros cuadrados, es decir, la extensión de un cuadrado de 20 kilómetros de lado.

Más convergencias que divergencias
Los resultados emergentes de los dos modelos climáticos en cuestión son similares para alrededor del 80% del territorio nacional. Esto le otorga robustez a las proyecciones. El modelo inglés se utiliza desde hace más de 10 años en las simulaciones que elaboran los climatólogos brasileños, que cuentan con una buena experiencia acumulada con él. El modelo japonés ahora empieza a usarse con mayor frecuencia. No obstante, hay algunas discordancias en las simulaciones a largo plazo generadas por ambos modelos. La lista, por ejemplo, de los 100 municipios más vulnerables a episodios de sequía en las próximas tres décadas, provista por las simulaciones del HadGEM2 ES, resulta diferente a la que se obtiene con el Miroc5. Las ciudades con mayor riesgo se encuentran, según el modelo japonés, en cuatro estados del nordeste: Rio Grande do Norte, Paraíba, Pernambuco y Alagoas. Las que determina el modelo inglés se ubican, mayoritariamente, en otros estados del nordeste y también en el centro-oeste y en el norte de Minas Gerais. “A excepción de esos ejemplos extremos, las proyecciones de ambos modelos son coincidentes, en gran medida”, comenta Camarinha. En el caso de los fenómenos hídricos, la divergencia más significativa surge al respecto del régimen pluvial en la Amazonia, especialmente  en los estados del oeste de la región norte (Acre, Amazonas y Rondônia). El HadGEM2 ES proyecta más lluvias ‒por lo tanto, un riesgo mayor de inundaciones y deslizamientos‒ y el Miroc5, menos. “La previsión de las lluvias en la Amazonia aún constituye un desafío para los modelos”, dice Marengo.

Para calcular el riesgo futuro de que sobrevengan catástrofes naturales en un área, es necesario incluir en las simulaciones, además de las informaciones climáticas, una serie de datos locales, tales como las condiciones económicas, sociales y ambientales de los más de 5.500 municipios brasileños y de su población. Al finalizar los cálculos, cada área queda clasificada en uno de cinco niveles de vulnerabilidad: muy baja, baja, media, alta y muy alta. “El modelo elegido, la calidad de los datos de cada ciudad y la importancia que se le otorga a cada variable influyen en el índice final obtenido”, explica Camarinha.

La influencia humana
Más allá de la susceptibilidad natural a las sequías, inundaciones, deslizamientos u otras calamidades, la actividad humana tiene una incidencia considerable para transformar lo que podría ser un inconveniente de poca monta en una catástrofe. Los investigadores estiman que un tercio de los impactos de los deslizamientos del terreno y la mitad de los estragos que provocan las inundaciones podrían evitarse modificando ciertas prácticas humanas relacionadas con la ocupación del suelo y mejoras en las condiciones socioeconómicas de la población en áreas de riesgo.

Viviendas precarias en sitios inadecuados, cerca de laderas o en locaciones anegadizas; pésima infraestructura, como es el caso de carreteras o calles que no permiten un acceso fácil a zonas de gran vulnerabilidad; carencia de una organización de defensa civil activa; metrópolis superpobladas e impermeabilizadas, que no escurren el agua de lluvia: todos esos factores no naturales de la cultura humana pueden influir en el desenlace final de una situación de riesgo. “Incluso ciertos hábitos cotidianos, como no arrojar basura en la calle, y el nivel de solidaridad y cohesión social de una población, podrían al menos mitigar los impactos de una catástrofe”, analiza la geógrafa Lucí Hidalgo Nunes, del Instituto de Geociencias de la Universidad de Campinas (IG-Unicamp). “Obviamente, hay desastres naturales tan intensos, como los grandes terremotos en Japón, que incluso una población extremadamente prevenida no logra evitar. Pero la recuperación en los países más organizados es mucho más rápida”.

En sus trabajos, los científicos adoptaron un escenario global para fin de siglo relativamente pesimista, pero bastante probable: el RCP 8.5, que consta en el quinto informe de evaluación del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Dicho escenario está signado por grandes incrementos de la temperatura y el recrudecimiento tanto de lluvias como de sequías intensas. En el caso de Brasil, las proyecciones indican que el país sufrirá un incremento de la temperatura de 3 ºC hacia el final del siglo y que las lluvias podrían incrementarse hasta un 30% en el sur-sudeste y disminuir hasta un 40% en el norte-nordeste. Los cambios climáticos tornarán más frecuentes los denominados eventos extremos, que pueden manifestarse de diferentes formas: sequías prolongadas, picos de temperatura, tempestades más intensas, lluvia prolongada durante varios días, mayores resacas. Esos incidentes aumentan el riesgo de desastres. “No se trata, por ejemplo, sólo de la cantidad de lluvia que cae en un lugar”, explica Marengo. “En ocasiones, incluso la cantidad puede que no varíe, pero la distribución de las precipitaciones a lo largo del tiempo se altera y ese cambio puede generar más desastres”. En una ciudad como São Paulo, si llueven 50 milímetros en un  lapso de tres o cuatro días, difícilmente esto cause daños. Sin embargo, si esa precipitación se concentra en tan sólo una tarde, probablemente se producirán anegamientos.

Para probar el grado de confiabilidad del índice de vulnerabilidad, los investigadores brasileños compararon los resultados obtenidos por los modelos con los registros reales de catástrofes del pasado reciente (de 1960 a 1990), compilados en el Atlas brasileiro de desastres naturais. De este modo, se pudo contar con una buena idea al respecto de si los modelos eran, en efecto, útiles para prever las áreas donde se producen inundaciones, deslizamientos de tierra y sequías en Brasil, durante las últimas décadas. Los datos consignados en el atlas también sirvieron como información comparativa, como base presente para calcular el aumento o la disminución de la vulnerabilidad futura de un área de desastres. Para el caso de las sequías, las simulaciones del Miroc5 generalmente se mostraron más confiables en la mayor parte del territorio nacional. En el caso de las inundaciones y deslizamientos del terreno, el HadGEM2 ES aportó previsiones más precisas para áreas subtropicales y montañosas, en el sur y sudeste, y el Miroc5, para el resto del país. La Amazonia, como ya se mencionó, fue objeto de divergencias.

En el mes de abril, se publicó un trabajo en el periódico International Journal of Disaster Risk Reduction, el cual empleó una metodología similar a la utilizada por los estudios de Marengo y sus colaboradores, pero haciendo hincapié solamente en la situación actual, sin las proyecciones de incremento o disminución de riesgo futuro. En colaboración con investigadores alemanes, el geógrafo Lutiane Queiroz de Almeida, de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte (UFRN), calculó un conjunto de índices que indicaría el riesgo de que ocurran desastres naturales en cada municipio del país. Ese indicador, denominado Drib (Disaster risk indicators in Brazil), es una adaptación del trabajo realizado a escala mundial por la Universidad de las Naciones Unidas e instituciones europeas (observe el mapa y el texto de las páginas 22 y 23). Más allá de considerar datos sobre el riesgo de sequías, inundaciones y deslizamientos de tierra, el Drib incluye en su índice la exposición de las localidades costeras al aumento del nivel del mar. Para este tipo de problema, las ciudades que revelaron hallarse en mayor peligro fueron Vila Velha y Vitória, en el estado de Espírito Santo, Santos (São Paulo) y Salvador (Bahía).

Almeida calculó índices de vulnerabilidad para los principales tipos de catástrofes en todo el territorio nacional y una cifra final, el Drib, que indicaría el riesgo general de ocurrencia de eventos extremos en un lugar. Lo que llamó la atención fue que se clasificara a prácticamente la totalidad del territorio de Amazonas y de Acre, así como la mitad de Pará, como áreas de riesgo muy elevado, con poblaciones socialmente vulnerables y expuestas a inundaciones. Entre los 20 municipios con peor desempeño según el índice Drib, 12 pertenecen a la región norte. Los demás son del nordeste (seis) y del sudeste (dos). “Esas localidades poseen pequeñas poblaciones, de entre 3 mil y 25 mil habitantes, alta exposición ante desastres y baja capacidad adaptativa”, comenta el geógrafo de la UFRN. “El estudio señala que tan sólo el 20% de los municipios brasileños se encuentran bien preparados para mitigar los impactos y reaccionar inmediatamente ante eventos extremos”. En general, esa es una característica de las regiones sur y sudeste.

Marlene Bergamo/ Folhapress Un deslizamiento en Nova Friburgo (Río de Janeiro) en 2011: alta vulnerabilidad frente a catástrofesMarlene Bergamo/ Folhapress

Tragedias que se reiteran
Mucho antes de que surgieran las actuales discusiones sobre los cambios climáticos, los cataclismos naturales despertaron el interés del hombre. Las hecatombes constituyen un capítulo trágico de la historia de la humanidad desde tiempos inmemoriales. Con el pretexto de un castigo divino, el mítico diluvio universal que habría acabado con la vida en la Tierra, con excepción de las personas y animales que embarcaron con Noé en el arca, es una historia que se relata en el Génesis, el primer libro del Antiguo Testamento cristiano y del Tanaj, el conjunto de textos sagrados del judaísmo. Supuestas inundaciones gigantescas y catastróficas, antes y después de la publicación del Génesis, aparecen en relatos de varias culturas a lo largo de los tiempos, desde los antiguos mesopotámicos y griegos hasta los mayas centroamericanos y los vikingos. Las antiguas ciudades romanas de Pompeya y Herculano fueron enterradas por la lava del monte Vesubio durante la famosa erupción del año 79 d. C., donde se estima que murieron 2 mil personas. Diecisiete años antes, esa región de la Campania italiana ya había sido afectada por un terremoto de menor magnitud. “Solemos decir que, si ya ocurrió una catástrofe en un lugar, ésta va a repetirse, antes o después”, comenta Hidalgo Nunes.

Proyecto
Assessment of impacts and vulnerability to climate change in Brazil and strategies for adaptation option (nº 2008/58161-1); Modalidad Apoyo a la Investigación – Programa de Investigación sobre Cambios Climáticos Globales – Temático (Convenio FAPESP/ CNPq – Pronex); Investigador responsable José A. Marengo (Cemaden); Inversión R$ 812.135,64

Artículos científicos
DEBORTOLI, N. S et al. An index of Brazil’s vulnerability to expected increases in natural flash flooding and landslide disasters in the context of climate change. Natural Hazards. En prensa.
ALMEIDA, L. Q. et al. Disaster risk indicators in Brazil: A proposal based on the world risk index. International Journal of Disaster Risk Reduction. 17 abr. 2016.

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