Imprimir Republish

ITINERARIOS DE INVESTIGACIÓN

Un hombre en el camino

Desde hace más de 30 años, el psicólogo José Sterza Justo investiga la realidad de los viandantes y trashumantes que circulan por el interior paulista

José Justo en una carretera cercana a Marília: extender la mano para saludar a los caminantes es fundamental para poder entablar una conversación

Eliete Correia Soares

El inicio de mi trayectoria como docente fue en la carrera de psicología de la Unesp [Universidade Estadual Paulista], en su campus de la ciudad de Assis, en el interior de São Paulo, en 1977. Por entonces, recién me había graduado en la misma institución y cursaba una maestría en la Pontificia Universidad Católica de São Paulo [PUC-SP] sobre los niños que viven en orfanatos. Vivía en la ciudad de Marília [São Paulo], donde mi esposa era docente universitaria. La distancia entre ambas ciudades es de 77 kilómetros y recorría ese trayecto a diario, sin contar los viajes a São Paulo, en donde hacía la maestría, que concluí a principios de la década de 1980.

En aquella época, empecé a prestarles atención a los caminantes que circulaban por la carretera Rachid Rayes, que une Assis con Marília. Son personas que viven deambulando por las banquinas de las carreteras, llevando consigo sus escasas pertenencias en bolsos o mochilas gastadas, o bien cargándolas en carritos de mano, por ejemplo. La inmensa mayoría son varones. Empecé a salir de casa más temprano para poder detenerme en el camino a conversar con ellos, antes de llegar a la universidad para dar clases. En ese entonces tenía 27 años. Me acercaba y me presentaba como profesor universitario, pero lo hacía con aprensión, porque no sabía cómo me recibirían. No siempre tenía éxito, muchos rehusaban charlar conmigo.

Sepa más:
– Andarilho (2006), un documental de Cao Guimarães

Empecé mi doctorado en psicología social en 1982, también en la PUC-SP, para investigar los dinamismos psicológicos presentes en las ideologías autoritarias. En simultáneo, me fui dando cuenta de que los caminantes constituían un campo de investigación poco explorado en Brasil. Cuando concluí el doctorado, decidí transformar mi curiosidad en un proyecto de investigación que ya lleva más de 30 años. En este período, he recabado diversos registros sobre las condiciones de vida de los caminantes del interior paulista, publiqué dos libros y 11 capítulos en distintas obras, como así también varios artículos. Dirigí más de 40 estudios sobre el tema, que incluyeron iniciaciones a la investigación científica, maestrías, doctorados y trabajos posdoctorales. Desde 1996, varias investigaciones que llevé a cabo o dirigí sobre el tema han sido financiadas por la FAPESP, incluido mi proyecto actual, que llegará a su fin en noviembre.

A lo largo de este tiempo he desarrollado un método de abordaje que me ha permitido interactuar con la mayoría de las personas con quienes he intentado conversar. Voy solo o acompañado por otros investigadores y alumnos, y estaciono el auto en la banquina, a cierta distancia. Siempre les ofrezco una botella de agua, pero lo más importante en este contacto es tenderles la mano para saludarlos. Ellos dicen que es más difícil conseguir un apretón de manos que comida o un lugar donde dormir. En su vida cotidiana se enfrentan a situaciones de prejuicio e indiferencia. Son individuos invisibles, no hay políticas públicas específicas diseñadas para ellos. A propósito, el gran desafío en este campo de estudios es la falta de referencias al respecto de esta población en las estadísticas oficiales.

Estos nómades viven exclusivamente en las carreteras, duermen en estaciones de servicio, debajo de los puentes o viaductos, en las casetas de las paradas de ómnibus o en medio del monte, cubriendo el suelo con un trozo de plástico y cobijándose con una manta. Siempre caminan en sentido contrario al tránsito vehicular. A menudo consiguen comida en los restaurantes, que les donan los propietarios de los establecimientos y los camioneros. Ocasionalmente, compran una vianda. Los que poseen un carrito de mano o bicicletas, suelen llevar provisiones, utensilios básicos de cocina e improvisan un calentador para preparar sus propias comidas. Evitan entrar en las ciudades y solo lo hacen en caso de extrema necesidad.

Eliete Correia SoaresLos datos recogidos por el investigador pueden contribuir a la creación de políticas públicas para vagabundos y errantesEliete Correia Soares

Los trashumantes [trecheiros], por su parte, vagan de ciudad en ciudad, donde permanecen por breves períodos de tiempo, unos días o, como mucho, semanas. En sus desplazamientos, pueden ir a pie por las banquinas, como los caminantes peregrinos, o bien en ómnibus, con boletos que les facilitan los servicios de asistencia social municipales. Para sobrevivir, también recurren a entidades de beneficencia y se mezclan con personas en situación de calle. Echan mano de “achaques” y del “mangueo”, según ellos, formas de pedir ayuda con dignidad y astucia, inventando una historia, utilizando una retórica más refinada, con “arte”, como me dicen algunos cuando los entrevisto.

Los caminantes siempre andan solos. Dicen que la soledad es el principal reto al que se enfrentan. Algunos realizan changas, trabajos esporádicos, más que nada de desmalezado, jardinería y otros trabajos manuales, como en ladrillería o en cultivos de caña de azúcar. Las oportunidades de trabajo son escasas y, cuando se presentan, suelen ser en condiciones análogas a la esclavitud.

Algunos me cuentan que terminaron en las carreteras debido a la dificultad de mantenerse en las ciudades, por haber quedado desempleados o a causa de los bajos sueldos. Otros, debido a alguna experiencia traumática, como la muerte de seres queridos. También hay casos que, en el campo de la psicología, se encuadran en la categoría de los llamados locos o delirantes. El motivo por el cual están en las rutas tiene que ver con algún tipo de delirio, normalmente de grandeza: se atribuyen a sí mismos una misión grandiosa que tienen que cumplir como caminantes.

Una vez me encontré con un tipo en la autopista Washington Luís que empujaba un carrito de mano con muchas cosas adentro, incluso un perro. En español, me contó que había salido a pie desde Argentina. Luego de atravesar innumerables municipios, llegó a Marília y se apostó en el acceso vial de la ciudad durante dos semanas. Montó una tienda en un sector apartado de la banquina, improvisó una mesa y, junto a ella, una pequeña hoguera donde preparaba la comida. Dijo que su misión era llevar la paz al mundo. Estaba sereno y se sentía realizado. Caminaba, viajaba y conocía gente por el camino.

En 2005 defendí mi tesis de libre docencia sobre caminantes y errantes, analizándolos como una forma de nomadismo contemporáneo. En mi estudio, me concentré en los aspectos de la vida cotidiana de estas personas, como el consumo de bebidas alcohólicas y las redes de sociabilidad.

Ahora ya no siento desconfianza al acercarme a ellos. En estas tres décadas, nunca he tenido problemas ni he sido amenazado y hoy en día son pocos los que rechazan mi contacto. En noviembre estaré concluyendo una investigación sobre los retos y las mejoras de las condiciones de vida para esta población. Como parte de los resultados del proyecto, tengo previsto presentarle a la gobernación paulista una propuesta de política pública dirigida a los caminantes y trashumantes. La primera acción prevista es realizar un censo de esta población. A través de este estudio, podría saberse cuál es la cifra de personas en esta situación, para tener una perspectiva más detallada de sus perfiles, como así también de sus principales necesidades y problemas.

Republicar