La reconstrucción de las colecciones a partir de las nuevas relaciones que se establecieron con las poblaciones originarias estudiadas, apartándose del sesgo colonialista que signó la formación de las mismas entre los siglos XIX y XX, se convirtió en una guía común para los antropólogos, etnólogos y lingüistas del Museo Nacional. Si bien las piezas se recolectaron y se analizaron inicialmente desde una perspectiva evolutiva que privilegiaba lo “exótico’, la idea ahora es estructurar las nuevas colecciones en investigaciones de campo que se desarrollarán en colaboración con los pueblos indígenas y las asociaciones populares y etnorraciales. “El proceso de recomposición de colecciones en diálogo con estas poblaciones ya estaba en marcha antes del incendio”, explica la historiadora y antropóloga Adriana Vianna, docente del Programa de Posgrado en Antropología Social (PPGAS) del museo. “Según Edmundo Pereira, docente del programa directamente implicado en la colección etnográfica, las negociaciones para la repatriación de restos humanos maoríes estaban en marcha. Asimismo, ya habíamos tenido experiencias anteriores con los karajás tendientes a eliminar de la exposición artefactos que no deberían verse fuera de sus contextos rituales.”
El sector de Antropología Social forma parte del Departamento de Antropología del Museo Nacional, que también abarca las áreas de Antropología Biológica, Arqueología, Etnología y Etnografía y Lingüística. Asociados a este, los programas de Posgrado en Antropología Social (PPGAS) y en Lingüística, el cual incluye a la Maestría Profesional en Lingüística y Lenguas Indígenas (Profllind) y a las carreras de especialización y extensión en Lenguas Indígenas Brasileñas y en Gramática Generativa y Estudios de Cognición (Cegc).
La colección del área de Antropología Social comprendía aproximadamente 40 mil documentos y libros de la biblioteca de Francisca Keller, en tanto que el Sector de Etnología y Etnografía (SEE) albergaba una colección de objetos etnográficos que reunía un patrimonio total de aproximadamente 42 mil piezas, con artefactos de pueblos y colectivos indígenas, afrobrasileños y también de África, Oceanía, América y Asia. Los artículos del Centro de Documentación en Lenguas Indígenas (Celin) también se perdieron. En la Sección de Memoria y Archivos (Semear) estaba el archivo histórico de la propia institución. Aunque todavía no es posible identificar qué elementos podrán recuperarse, parece inevitable reconocer que las piezas de papel, paja, cerámica, madera, plumas y otros materiales fácilmente combustibles difícilmente hayan resistido al fuego. Además de los objetos de las colecciones, el incendio consumió libros, documentos y materiales de investigación almacenados en los despachos de al menos 30 docentes que trabajan en el departamento.
En el siglo XIX, la antropología se desarrolló a partir del estudio de objetos recolectados, y se caracterizó por los esfuerzos de los investigadores para tipificar a los pueblos estudiados con base en el análisis de sus artefactos. Durante el siglo XX, a través de investigaciones como las del polonés Bronisław Malinowski (1884-1942), el trabajo de campo comenzó a contemplar el análisis de los artefactos en sus contextos sociales y culturales mediante la observación participante de los antropólogos. La antropología ha atravesado transformaciones teóricas, dando cauce a aspectos interpretativos interesados en comprender el significado de los objetos. “Entre 1940 y 1960, estas corrientes se alejaron de la materialidad de los utensilios y comenzaron a priorizar los estudios de campo, las funciones y los roles sociales, apartándose así del análisis de las colecciones almacenadas en los museos. De este modo, la cultura material pasó a ser considerada menos importante que el significado que se le atribuye”, explica Renata de Castro Menezes, docente de PPGAS. Según la investigadora, esta tendencia se invirtió a partir de la década de 1990, cuando los antropólogos volvieron a interesarse en la materialidad de los objetos y pusieron su mira en los museos, a los efectos de actualizar las interpretaciones de las colecciones. Otavio Velho, profesor emérito del PPGAS, recuerda que, durante este período, los movimientos negros e indígenas comenzaron a ver en las colecciones un medio para reconstruir sus historias y aspectos de sus culturas.
Los estudios recientes de De Castro Menezes comprendieron la investigación de campo, pero también la colección del Museo Nacional. Antes del incendio, ella analizaba la colección regional, que se encontraba en la reserva técnica, formada entre los años 1930 y 1950 por la antropóloga y exdirectora del museo, Heloísa Alberto Torres (1895-1977), con sus 2.700 piezas, incluidos elementos populares brasileños, tales como accesorios y prendas para mujeres en encaje, de vaqueros, de bahianas y trabajadores del caucho, así como ropa de orishas y diversos utensilios tales como cerámica y estufas. “La investigación tuvo como objetivo identificar qué representaban estos objetos durante esas décadas”, explica.
La antropóloga también llevaba adelante una colaboración con la escola de samba carioca Estação Primeira de Mangueira, que a cambio donó 30 trajes a la colección del museo. Asimismo, la institución colaboró con la escola de samba Imperatriz Leopoldinense, que este año, en el Carnaval, celebró su bicentenario en el desfile. Posteriormente, los trajes se exhibieron en la exposición intitulada O museu ofrece samba: A Imperatriz é o relicário no bicentenário do Museo Nacional. La organización de la exposición, inaugurada en mayo y en exhibición hasta fin de año, permitió reflexionar sobre las posibles formas de exhibir los disfraces y la necesidad de trabajar para contextualizarlos, poniendo a la par el conocimiento científico y el conocimiento artístico-popular. “Estas colaboraciones dicen mucho sobre la identidad de la institución, porque el Museo Nacional siempre ha sido frecuentado por las clases populares, a quienes les gusta estar representadas en él”, dice. Las colecciones de la institución fueron constantemente expandidas y reinterpretadas. “Por este motivo, no es únicamente que se quemó nuestro pasado, sino también nuestro futuro”, lamenta De Castro Menezes, al tiempo que celebra las propuestas recibidas de grupos étnicos y comunidades populares interesadas en participar en la reconstrucción de las colecciones.
En cuanto a las pérdidas, la colección del etnólogo alemán Curt Nimuendajú (1883-1945), quien, durante 40 años, a principios del siglo XX, viajó por Brasil estudiando y mapeando las comunidades indígenas, es considerado una de las principales. Nimuendajú fue uno de los primeros en registrar idiomas hablados por diversos pueblos, y aunque gran parte de su material ya había sido publicado o digitalizado, el museo aún mantenía manuscritos, fotos y negativos inéditos almacenados en el Celin y en la Semear. En el Celin estaba uno de los originales del mapa etnohistórico-lingüístico realizado por Nimuendajú en 1944, por ejemplo, que indicaba la ubicación de los principales grupos étnicos en el territorio brasileño. El Museo Paraense Emílio Goeldi, en Belém (Pará), tiene otro original de este mapa que también fue impreso en un trabajo publicado por el Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE). “La colección etnográfica contenía cuantiosos artefactos que ya no fabrican las comunidades indígenas, incluyendo piezas de plumas de una colección que solo había sido parcialmente digitalizada por el museo”, dice Carlos Fausto, docente del PPGAS. Se pueden ver copias similares en el Museo del Indio, en Río de Janeiro y en el Museo Goeldi. “El Goeldi tiene una colección similar pero más pequeña, con un recorte temporal más acotado”, analiza.
En el marco de un proyecto iniciado en 2002 para documentar los rituales kuikuro en el Xingú, estado de Mato Grosso, especialmente su universo musical, Fausto se dio cuenta de que sería imposible registrarlos utilizando los métodos de investigación tradicionales, sin la participación de los indios en el proceso de filmación. Con base en la necesidad de involucrarlos directamente en la producción de las grabaciones, surgió la idea de formar cineastas en estas aldeas, una iniciativa que se desarrolló de manera integrada para el proyecto “Video en las aldeas”, coordinado por el antropólogo franco-brasileño y documentalista Vincent Carelli, quien desde 1986 ha venido formando a cineastas indígenas.
De la aldea a la universidad
Las colecciones etnográficas quemadas también estaban siendo estudiadas por estudiantes indígenas, que ingresaron al programa de posgrado a través de una política de cupos, destaca Bruna Franchetto, profesora del Posgrado en Lingüística en la Facultad de Letras de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ) y también del PPGAS, el primero en antropología social de Brasil. La investigadora mantiene todos los registros del idioma kuikuro realizados en sus investigaciones desde 1977, conservados en formato digital fuera del Museo Nacional.
“El programa de posgrado en Antropología Social se creó en 1968, y desde que se lleva a cabo evaluación de la Capes [Coordinación de Perfeccionamiento del Personal de Nivel Superior], mantiene ininterrumpidamente el grado más alto, que ahora corresponde a la nota 7”, enfatiza su actual coordinador, el antropólogo John Comerford. De los 160 estudiantes del programa, 35 son miembros del sistema de cupos raciales o indígenas. Se han defendido en él más de 800 tesis y tesinas, todas preservadas del incendio. “Las obras más recientes se almacenan en bases digitales y las más antiguas en papel, almacenadas en el campus de la UFRJ en Ilha do Fundão”, dice.
La investigación sobre el campesinado en Brasil le abrió nuevos campos de trabajo a la antropología brasileña
Inicialmente, las investigaciones realizadas en la institución comprendían estudios sobre sociedades indígenas en Brasil, basados en los avances de las teorías antropológicas inglesas después de 1940, que rechazaban la perspectiva evolutiva de las corrientes anteriores y ponían de relieve el trabajo de campo. Históricamente, los estudios desarrollados allí sobre la política indígena brasileña han contribuido para el debate de temas como la demarcación de tierras, como en el caso de la investigación en la cual participó el historiador y antropólogo Antonio Carlos Souza Lima, que constató la existencia de 518 áreas tradicionalmente ocupadas por poblaciones indígenas; actualmente son alrededor de 670. “Los datos recopilados en el documento fueron esenciales para la discusión de los derechos indígenas con relación a la ocupación tradicional de sus tierras en el proceso constituyente”, afirma Souza Lima.
Desde la década de 1960, los estudios desarrollados en el museo abrieron nuevos campos de investigación, incluidos los trabajos sobre el campesinado brasileño, coordinados por los antropólogos Otávio Velho y Moacir Palmeira, en los cuales participaron grandes equipos. Velho ingresó a la institución en 1966 como asistente de investigación del fundador del programa de posgrado, Roberto Cardoso de Oliveira (1928-2006), y fue el primer estudiante en defender una tesina de maestría. “Las investigaciones realizadas en un museo directamente vinculado a la academia hacen posible un enfoque multidisciplinario del objeto”, explica Palmeira. “En mi caso, el contacto con los métodos y las teorías antropológicas me permitió observar los mismos temas desde otra perspectiva”.
Asimismo, según consigna Comerford, el posgrado fue pionero en la implementación en 2012 de un sistema de cupos raciales e indígenas. En 2015, el sector de lingüística del Departamento de Antropología creó la primera carrera presencial en stricto sensu en el área de Letras y Lingüística con énfasis en Lenguas Indígenas. Según la lingüista Marília Facó Soares, también docente del PPGAS, el 70% de las vacantes en las carreras de idiomas nativos va para indígenas. Diecisiete estudiantes se han graduado hasta ahora. En el proceso de selección que acaba de culminar, participaron 85 estudiantes de aldeas de diferentes regiones del país. “Nuestros estudiantes indígenas buscan educación porque quieren ser reconocidos como intelectuales de sus pueblos”, dice Facó Soares. “Ahora pretendemos fortalecer nuestra asociación con ellos, para que puedan ayudarnos a recrear las colecciones perdidas, que también constituyen un patrimonio de sus pueblos”, dice el investigador, quien coordina el Celin. Según la investigadora, el centro ha catalogado alrededor de 190 idiomas y documentos almacenados desde la época colonial, registros textuales, sonoros y visuales de indios conversando en idiomas nativos, así como variedades del portugués que se habla en Brasil.
Según Facó Soares, a mediados de la década de 1980 hubo una inflexión significativa en la relación entre los lingüistas y sus interlocutores en las aldeas, a quienes dejó de denominarse “informantes” para ser llamados “consultores nativos” o “colaboradores”, en reconocimiento al rol que cumplían de coautoría en las investigaciones realizadas en los territorios en donde viven. Según la investigadora, a partir de ese momento, prevaleció la idea entre los lingüistas de que necesitaban devolver los conocimientos adquiridos a las poblaciones indígenas estudiadas. “En ese momento, en uno de mis primeros viajes de campo, abandoné una práctica utilizada por otros lingüistas, que consistía en hacerles obsequios a los indígenas a cambio de los datos que necesitaban recabar. “Traté de compensarlos con mi propio trabajo llevándoles y discutiendo con ellos los resultados de los estudios basados en los datos que ellos suministraban”, recuerda la investigadora.
En el incendio, Facó Soares estima que perdió todos los rollos de grabaciones en idiomas nativos recopilados durante sus primeros 20 años de trabajo. Desde la década de 2000, los registros se han venido almacenando en medios electrónicos. Para recuperar el material quemado, ella planea repetir el trabajo de campo en los próximos meses. “En este nuevo momento, una de las ventajas residirá en contar con los socios indígenas que formé en varias comunidades de la Amazonia”, dice. Además de recibir a alumnos indígenas como parte de los programas del museo, Facó Soares enseña en las escuelas de las aldeas donde realiza trabajos de campo.
Pero el proceso de reconstrucción de las colecciones no es el único desafío que moviliza a los docentes del programa en este momento. La reanudación de las actividades de enseñanza una semana después de la tragedia tampoco constituyó una tarea fácil. “El martes siguiente al incendio, organizamos comités que se encargaron distintos aspectos concernientes a esta reanudación, incluyendo cómo recuperar documentos de las secretarías de los departamentos y recibir donaciones de libros”, explica Adriana, docente del PPGAS.
Desde entonces, se han realizado cursos y seminarios en uno de los seis edificios del complejo ubicado en el huerto de la Quinta da Boa Vista. Para la docente, cuyos estudios no dependen directamente de las colecciones destruidas, la pérdida principal se refiere a la biblioteca Francisca Keller, que había operado en el palacio desde la década de 1970. “Fue una biblioteca de referencia para investigadores de toda América Latina”, dice. “Hemos recibido ofertas de intelectuales y asociaciones de antropólogos de todo el mundo, y estamos organizando un espacio para la ubicación de estos nuevos libros y documentos”, dice la investigadora, quien estima que, a fin de año, la biblioteca estará parcialmente reconstruida.
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