La idea de que Brasil vive un momento extraordinario, una especie de punto de viraje que, de aprovechárselo convenientemente, puede llevar al país a dejar definitivamente atrás su historia de subdesarrollo, para ingresar finalmente en la ruta de una economía y una sociedad verdaderamente desarrolladas, con un peso inequívoco en el juego internacional que dibujará la cara del mundo de las próximas décadas, fue insistentemente planteada, reiterada y debatida en el marco del XX Foro Nacional, llevado a cabo en la sede del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (BNDES) en Río de Janeiro, entre los días 26 y 30 de mayo. Desde el presidente de la República, Luiz Inácio Lula da Silva, pasando por cuatro ministros, presidentes de las mayores empresas brasileñas públicas y privadas, economistas, entre ellos un ganador del Premio Nobel, historiadores, sociólogos, políticos y otros respetados profesionales, más de 50 disertantes compusieron una especie de coro, afinado como raramente se escucha, que repetía que, más allá de sus innumerables problemas económicos y sociales, Brasil puede efectivamente seguir a desarrollándose en forma sólida durante los próximos años, a punto tal de crear una especie de “nuevo mundo en el Trópico”. Y eso con una economía mundial que se mueve “bajo el signo de la incertidumbre”, tal como dijeron varios.
Las razones de tal optimismo, incluso cauteloso en ciertos casos, se relacionan simultáneamente con los datos de crecimiento de la industria y del agronegocio en los últimos años, con los animadores hallazgos de nuevas reservas de petróleo y, por otra parte, a las proyecciones positivas para la economía brasileña ante una crisis internacional de oferta de alimentos, y una nueva crisis que se perfila en el sector del petróleo. En el transcurso de toda la semana del foro, se insistió en las características de la economía brasileña, que le suministran algunas valiosas ventajas competitivas en este momento, como es el caso de la solidez de la estructura del agronegocio para la producción de granos y otros alimentos que el mundo demanda, incluyendo allí la disponibilidad de tierras cultivables. Una ventaja también mencionada fue el liderazgo brasileño en la producción de etanol, lo que se percibe como un triunfo especial ante la cuestión contemporánea de la producción de energía. La Selva Amazónica y la rica biodiversidad del país fueron otros elementos que entraron en la cuenta. En contraposición, el nivel de la educación general, la violencia y el caos urbano en las mayores ciudades brasileñas fueron, entre varios otros, algunos de los puntos debatidos para refrenar el riesgo del entusiasmo ingenuo.
“Por supuesto que sería una locura sugerir que los problemas sociales y organizativos que han venido asolado a Brasil han sido superados. No lo fueron”, dijo Roger Cohen en su aguardada conferencia de apertura del foro, inmediatamente después del discurso lleno de datos e ideas del presidente Lula y la alocución de Edmund Phelps, Premio Nobel de Economía de 2006. Con el título de “Brasil: el futuro es agora”, Cohen, un respetado columnista del New York Times que en los años ‘80 era corresponsal del Wall Street Journal en Brasil, aseveró con todo que “existen momentos para las naciones, como así también para los seres humanos, en lo cuales parece haberse alcanzado una masa crítica que los lleva adelante. Estas irrupciones reflejan fenómenos detectables, pero pueden igualmente contener en cierta medida aquello que Paulo Coelho llamaría ‘alquimia’. Existe alquimia, creo yo, en este momento brasileño”.
Adrenalina en escena – En su metáfora de la alquimia, Cohen observó que el país tiene una riqueza impresionante de los cuatro elementos, es decir, tierra, agua, aire y fuego. Tierra en un total de 394 millones de hectáreas arables, de las cuales está plantado tan sólo el 16%. “Decir que un país es ‘rico en tierras’ otrora hubiera parecido ridículo. Pero el planeta está encogiéndose y la humanidad está creciendo”, dijo. La demanda de alimentos, añadió, tiende a ir al encuentro de los puntos fuertes naturales de Brasil. Sobre el agua, recordó que Brasil es el país más rico del mundo en recursos hídricos renovables, algo fundamental para el futuro de la agricultura y de la energía hidroeléctrica, “y de real significado estratégico”. Al elemento aire, Cohen lo relacionó con el clima brasileño, tan favorable a la producción de caña de azúcar, “un producto que ubicó Brasil en el liderazgo de la revolución de los biocombustibles”. En su visión, “el avance de Brasil sobre sus competidores en el desarrollo de automóviles flex fuel –el 80% de los coches nuevos funciona alternativamente con etanol o con gasolina– contribuyó más que cualquier otra cosa a ‘rebrand’ el país a los ojos de los norteamericanos”.
Sobre el fuego, el último elemento de la alquimia, Roger Cohen dijo que, lejos de asociarlo a las quemas de la selva tropical y a la agricultura de subsistencia tipo “corte y queme”, tenía esperanza de relacionarlo solamente con las llamas en la cima de las instalaciones en aguas profundas de Petrobras, y con el uso innovador del bagazo de caña para energizar redes de electricidad”.
Después de algunas observaciones preventivas, tal como las clasificó, el periodista estadounidense concluyó diciendo que, con todo, éste sería el momento que elegiría para formar parte de la aventura brasileña y de la experiencia brasileña. “La adrenalina está aquí. La pelota está en la cancha. La alquimia es adecuada. El futuro, el futuro legítimo de Brasil, es agora.”
Posteriormente, en el transcurso de todo el foro, un evento que el ex ministro de Planeamiento Reis Velloso inventó en 1988 para debatir ideas para el desarrollo de Brasil (lea la entrevista con él a partir de la página 12), esas palabras funcionaron como una especie de salvoconducto para el ejercicio del optimismo. Las previsiones sombrías fueron siempre seguidas de un “pero” acompañado por sentencias de carga positiva.
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