Fotografías antiguas, identificadas en el marco de un estudio multidisciplinario efectuado durante dos años y financiado por el Instituto Moreira Salles (IMS), comienzan a darle visibilidad a ciertos aspectos poco conocidos de la historia brasileña. En una de ellas, producida en una época en que los retratos se hacían utilizando cámaras pesadas y películas en chapa, un grupo de hombres interrumpe un combate para posar para la lente del fotógrafo. El registro sería banal, si no fuera visible en la escena la inminente decapitación de un prisionero. La imagen forma parte del libro intitulado Conflitos: Fotografia e violência política no Brasil 1889-1964, que recopila los resultados del proyecto y pone en evidencia prácticas usuales de violencia ejercidas por el Estado brasileño, sus elites y su población, para la solución de disputas. Son alrededor de 400 imágenes, que fueron localizadas por un equipo de historiadores, sociólogos y estudiosos de la fotografía, muchas de ellas inéditas o poco conocidas, que ofrecen una nueva perspectiva para una nueva lectura de la historia nacional, basada en eventos brutales.
El cuadro histórico de la fotografía brasileña se instauró apelando a representaciones icónicas de la nación, tales como los retratos de Río de Janeiro, de Marc Ferrez (1843-1923), de Bahía, de Pierre Verger (1902-1996) y los de São Paulo, elaborados por Alice Brill (1920-2013), dice Heloísa Espada, coordinadora de artes del IMS y una de las coordinadoras del proyecto, junto con Angela Alonso, docente del Departamento de Sociología de la Universidad de São Paulo (USP) y presidenta del Centro Brasileño de Análisis y Planificación (Cebrap). A diferencia de lo que el nuevo libro intenta mostrar, Heloísa Espada resalta que el repertorio fotográfico de los autores mencionados se caracterizó por sus enfoques optimistas del país, afines al concepto de Brasil como una nación pacífica, donde los conflictos se resuelven sin el uso de la violencia.
De acuerdo con Ana Maria Mauad, docente de historia en la Universidad Federal Fluminense (UFF), mientras que Ferrez colaboró para construir la historia de la fotografía paisajista, Verger se propuso desarrollar una imagen de Brasil alejada del registro de lo exótico y lo pintoresco, lo usual en el siglo XIX. “Ellos respondieron visualmente a las demandas específicas de sus experiencias fotográficas. Sus producciones son amplias y diversas, como así también lo es en el caso de Alice Brill, que en sus trabajos pone de manifiesto un enfoque de São Paulo signado por los contrastes sociales”, analiza Mauad. Según ella, los autores modernistas, tales como Hans Gunthr Flieg, uno de los pioneros de la fotografía publicitaria, y Jean Manzon (1915-1990), valiéndose de un fotoperiodismo sensacionalista, imprimieron en sus trabajos la imagen de una nación en progreso constante y sin conflictos sociales. En el devenir de los años 1930, la propaganda del Estado Novo (1937-1945) difundió el mito de la nación que se modernizaba y donde no había conflictos raciales. “Esa idea fue diseminada por intermedio de los libros escolares y por los medios de comunicación, y terminó incorporándose al imaginario colectivo de la población”, sostiene Ângela Castro Gomes, docente de historia de la UFF.
Las fotografías de Conflitos captan escenas que involucran a las elites políticas, el aparato represivo del Estado y la población, en donde “la violencia operó como formato de actuación para todos los actores en disputa”, según Angela Alonso.
Al recopilar fotografías que se contraponen a los relatos visuales heroicos y místicos, el objetivo fue, según Heloísa Espada, otorgarles visibilidad a otras que evidencian aspectos menos conocidos de la historia nacional. Un ejemplo de ello es la foto que se cita en el primer párrafo, que muestra cómo posa un grupo de combatientes militares antes del degüello de un prisionero durante la Revolución Federalista, en Ponta Grossa, Paraná, en 1894. “Una inscripción en el reverso de la imagen indica que aquello no fue una actuación y que el sujeto fue decapitado a continuación”, dice Heloísa Espada. La Revolución Federalista fue una disputa entre dos grupos políticos gaúchos durante el gobierno de Júlio de Castilho (1860-1903), que acabó extendiéndose por todo el sur del país. A pesar de que fue un conflicto conocido, algunos aspectos, como por ejemplo el gran número de decapitaciones, fueron encubiertos. “De las 10 mil personas que murieron en ese conflicto, al menos mil fueron degolladas. En la década de 1890, esa práctica se extendió por todo el país”, dice Angela Alonso. Eso se produjo no sólo por la necesidad de los combatientes de ahorrar municiones, explica la socióloga, sino también por su carácter simbólico.
Fotografías como ésa del prisionero en la antesala de que le corten el cuello pretenden llamar la atención sobre el hecho de que la violencia haya sido una de las formas adoptadas para la solución de conflictos, cuando eso resultara conveniente para la elite brasileña. “Gran parte de las fotos muestra el enfrentamiento entre facciones de la elite gubernamental, o bien sus disidencias regionales, civiles y militares, que en muchas oportunidades se disputaron la conducción del país”, describe. Pero el uso de la violencia no quedó circunscrito a esos grupos, dice. Los estratos sociales más bajos también se revelaban. Las imágenes de la Revuelta de la Vacuna, que ocurrió en 1904 en Río de Janeiro, contraria a la obligatoriedad de la inmunización, constituyen una señal acerca de ese aspecto de la historia, que contradice el estereotipo de la supuesta pasividad del pueblo brasileño. “La violencia es una característica constante en la vida política brasileña”, constata Angela Alonso, quien se dedicó a investigar los conflictos que surgieron en Brasil entre 1889 y 1916.
En forma análoga, Ângela Castro Gomes realizó una constatación idéntica al identificar el uso difundido e ininterrumpido de la fuerza, entre 1922 y 1938, que afectó tanto al medio rural como al urbano. Sendos ejemplos de esos episodios son la Revolución de 1924, cuando los militares se alzaron en São Paulo contra el gobierno del presidente Artur Bernardes (1875-1955), que otorgaba privilegios a la aristocracia agraria, y la ciudad se transformó en un campo de batalla, que incluyó la construcción de barricadas y se produjeron bombardeos; y las andanzas de la banda de cangaceiros al mando de Lampião (1898-1938), quien desafió al gobierno central saqueando propiedades y poblados en el nordeste del país, y terminó degollado junto con toda su pandilla.
El libro rescata otro episodio poco conocido de la historia nacional, una rebelión de sin tierras que se produjo en 1957 en Porecatu, en el sudoeste del estado de Paraná. Al analizar las imágenes del período comprendido entre el suicidio de Getúlio Vargas (1882-1954) y el golpe militar de 1964, la historiadora Heloísa Starling, docente de la Universidad Federal de Minas Gerais (UFMG), reconoció en periódicos del Archivo Nacional fotografías reveladoras como las de los ocupantes de tierras que se rebelaron contra las compañías de colonización privadas, que afirmaban ser dueñas de las tierras donde estaban asentadas 15 mil familias de trabajadores rurales desde 1943. “Identificamos fotos de esa rebelión que muestran, por ejemplo, la presencia del entrenador de fútbol y periodista João Saldanha [1917-1990]. Como integrante del Partido Comunista, se hallaba en la ciudad para entrenar a los rebeldes”, informa. En opinión de Heloísa Starling, la rebelión marca el momento en el cual los campesinos se asomaron a la vida pública nacional, al efectuar el primer bloqueo de carreteras del cual se tenga noticia en el país.
Los motines que se produjeron en Río de Janeiro y en Porto Alegre luego del suicidio de Vargas también quedaron registrados en el libro. El grado de violencia del período puede dimensionarse a partir de las imágenes de la gente prendiéndole fuego a automóviles y sucursales de bancos estadounidenses, o bien, protestando contra la prensa por la campaña en contra del gobernante. La historiadora explica que parte de esos hallazgos sólo fueron posibles porque la investigación no se circunscribió al análisis del material iconográfico divulgado en revistas y periódicos de la época: “Para los historiadores, las fotos no publicadas, tales como las que se hallaron en el Archivo Nacional, pueden contener información valiosa. El enfoque del editor es diferente al del historiador”.
Las imágenes de los conflictos circularon en Brasil por medio de revistas ilustradas y tarjetas postales
Tecnología visual
Más allá de la información visual acerca de ese aspecto poco debatido de la historia brasileña, las imágenes del libro permiten vislumbrar el desarrollo de la técnica fotográfica y el modus operandi de quienes las capturaron. En la última década del siglo XIX, por ejemplo, los conflictos del comienzo de la República se tradujeron en escenas estáticas, realizadas por profesionales contratados previamente para registrar escenarios de destrucción. “Las cámaras pesadas y las películas de chapa exigían que la gente se quedase inmóvil, posando para las fotos”, describe Heloísa Espada. Los mismos profesionales y estudios que les vendían esas imágenes a publicaciones ilustradas tales como Careta y Revista da Semana también las negociaban a privados por su cuenta. Así fue que las mismas pasaron a manos de coleccionistas de todo el país, que las guardaban en álbumes de fotografías.
Para esa misma época, la industria de tarjetas postales, que había surgido en el siglo XIX, atravesaba un momento de expansión, lo que contribuyó no sólo para incrementar la circulación de los registros de la violencia, sino también para su difusión. Entre otros motivos, el uso de la postal se hizo común a causa de su aspecto económico. Era más barato enviar una postal que una fotografía, en sobre cerrado. “Hoy en día, estamos habituados a las imágenes circulando a través de las redes sociales, pero en aquel tiempo se difundían por medio de revistas ilustradas y tarjetas postales”, resalta Espada. En Brasil, las postales se imprimían en tirajes que fluctuaban entre 5 mil y 20 mil unidades. De esa manera y hasta la década de 1930, las imágenes de todos los conflictos y guerras civiles nacionales recorrieron el país.
En la década 1930, Angela Gomes relata que hubo un crecimiento de las revistas ilustradas, expandiéndose todavía más el contacto con las fotografías. “Esas publicaciones contenían más imágenes que los periódicos, de modo tal que la población pudo ampliar su experiencia visual y también emocional al respecto de los conflictos”, explica. El fotoperiodismo comenzó a delinearse como una profesión en las primeras tres décadas del siglo pasado, consolidándose en los años 1940, con la expansión de la industria gráfica. Antes de eso, el trabajo de los fotógrafos era escasamente reconocido. Muchas imágenes se publicaban sin dar crédito a su autor. “A medida que se fue desarrollando, el fotoperiodismo ayudó a componer el acontecer moderno, al reproducir imágenes en diversos sitios y en forma casi inmediata”, dice Ana Maria Mauad.
En el libro, que fue concebido para mostrar las fotografías en su formato original, se optó por no ampliar buena parte de ellas. “La exposición de todas las imágenes en tamaños más grandes no se ajustaría a nuestro propósito. Por eso decidimos, por ejemplo, exhibir la famosa foto de las cabezas decapitadas de la banda de Lampião solamente en su formato original de tarjeta postal. Aparte de que ya es, de por sí, suficientemente impactante, así también se pudo dejar en evidencia su modo de circulación”, completa. El proyecto requirió el trabajo de 13 investigadores y la consulta en 50 archivos, entre patrimonio público y colecciones privadas, en museos históricos, periódicos, agencias de noticias y bancos de imágenes. Para el 29 de julio está programada en cartelera, en el IMS de São Paulo, una exposición con parte de las fotografías publicadas en el libro.
Libro
ALONSO, A. y ESPADA, H. (orgs.). Conflitos: Fotografia e violência política no Brasil 1889-1964. São Paulo: Instituto Moreira Salles, 2018.