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Historia

Una “Redentora” en busca de redención

La polémica "política del corazón" de la princesa Isabel

Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara Isabel observa el experimento de Santos-Dumont con globos aerostáticos…Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara

En A mão e a luva [La mano y el guante] (1874), de Machado de Assis, la heroína, Guiomar, en contramano del comportamiento esperable en una buena muchachita de novelas románticas, “prueba” al novio antes de pensar aceptarlo. Mientras tanto, Luís Estevão, el muchachito, sufría horrores, retorciéndose en el lecho y suspirando el nombre de su amada entre lágrimas y rechinar de dientes. Guiomar, no obstante, pensaba pragmáticamente, o, en palabras de Machado, hacía un “cálculo, un buen cálculo, en ese caso, de todo corazón”. En eso, ella se aproxima mucho a otra figura del siglo XIX, que igualmente representó, durante toda su vida, el papel de “heroína” (o, en su caso, de “redentora”), que vivía según los dictados de su corazón; empero sin abstraerse del cálculo. Isabel Cristina Augusta Miguela Gabriela Rafaela Gonzaga de Bragança y Bourbon, la princesa Isabel (1846-1921), heredera del trono de Don Pedro II, pasó a la historia como la “libertadora” de los esclavos, fascinación de los monarquistas del pasado y de siempre y terror de los republicanos de primera hora, quienes penaron para disociar su imagen dinástica de la abolición de la esclavitud en 1888.

“Ella fue una mujer del siglo XIX, marcada por una visión católica aristocrática-reaccionaria que, en alguna forma, contribuyó para la modificación del escenario imperial brasileño. No fue tan abnegadamente altruista en su política, ni tan responsable de la farsa de una abolición incompleta de la miseria, ni tan aprisionada por las estructuras patriarcales machistas, ni tan rebelde ni revolucionaria. Ella siempre procuró allanarse el camino hacia el trono mediante lo que denominé como ‘la política del corazón'”, explica Robert Daibert Júnior, autor de la tesis doctoral “La princesa Isabel: la ‘política del corazón’ entre el trono y el altar”, defendida recientemente en la Universidad Federal de Río de Janeiro bajo la dirección de José Murilo de Carvalho. “Su lucha antiesclavista es la punta de un iceberg cuyas bases giraban en torno de un abolicionismo católico, afín con la visión del papa y de los obispos. O sea, se basaban en un abolicionismo redentor, donante de la libertad, previdente, previsible, pacífico. Y, por encima de todo, ese abolicionismo debería garantizar la formación de libertos respetuosos del orden, católicamente civilizados y fieles a la Iglesia y a su concepción de sociedad y de política”, analiza. Según el investigador, mantuvo siempre la mirada fija en Brasil, que, durante décadas, en el exilio, planificó gobernar. “Pero siempre observó el país asomada desde la ventana del Vaticano”. Su fama de “princesa beata”, que enfurecía a los liberales y republicanos, sin embargo, no debe ser entendida sino como un sentimiento sincero de religiosidad y de obediencia conservadora a la Iglesia, sino como “un cálculo”, aunque “emanado del corazón”. Incluso así, un “cálculo” que sería la base de un futuro tercer reinado, que sabría aprovechar las ventajas de la modernidad en nombre de un pasado reaccionario y católico al que ella gustaría de hacer presente.

Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara …la familia imperial en el exilio, en 1920Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara

Una metáfora notable de ello se encuentra en su pasión por la fotografía, heredada del padre, dueño de más de 2.500 imágenes. Durante el exilio, cuenta Daibert, echaba mano de un “recurso iconográfico”, siempre pidiendo que le enviasen fotos en las que aparecía con sus hijos y el emperador. “Probablemente, quería demarcar la legitimidad de la línea sucesoria que provenía del padre, pasaba por ella y alcanzaba al hijo. Así marcaba su territorio, enviaba su mensaje y tejía alianzas en favor de sí misma y de su hijo y contra los sobrinos que querían usurpar la sucesión”. La modernidad al servicio del más antiguo de los deseos de poder. Su amor por la imagen, por cierto, acaba de ser homenajeado con un bellísimo libro, “Coleção princesa Isabel” (Editora Capivara, 423 páginas, R$ 190), con más de 1.200 fotografías de nombres tales como Ferrez, Stahl, Henschel, Leuzinger, Malta, entre otros (algunos de ellos ilustran este artículo). Además de la belleza estética, existen fotos de valor histórico y periodístico, tal como la serie de 13 imágenes, hasta entonces desconocidas, que revelan el 13 de Mayo “en vivo”, desde la votación en el Senado hasta la celebración en las calles. O también, el Tedeum en la Catedral de Río de Janeiro, de Ferrez, cuando la princesa fue proclamada regente, en 1887, por tercera y última vez.

Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara Aprobación de la Ley Áurea, 1888 (Luiz Ferreira)Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara

Revelación
Las fotos estaban guardadas en un baúl en poder de Thereza Maria de Orleans y Bragança, la última nieta viva de doña Isabel, y fueron rescatadas por Pedro y Bia Corrêa do Lago. “El descubrimiento y la revelación de la colección operan una revolución en el campo de la fotografía decimonónica. La princesa y el conde d’Eu prepararon un festín iconográfico y póstumo para historiadores de Brasil y de la fotografía”, asevera el historiador José Murilo de Carvalho. Se trata de paisajes, retratos íntimos de la nobleza, aunque sintomáticamente, hay poquísimas imágenes de negros. “A pesar de que la imagen de la princesa ha permanecido ligada con la Abolición, son pocas las fotos de negros, salvo una foto de Ruy Santos, ‘Congada [danza que representa la coronación de un rey del Congo] en Minas Gerais’, y el retrato inédito de Don Obá II de África, a decir verdad, el bahiano Cândido da Fonseca Galvão, nieto de un soberano africano que era reverenciado como príncipe real por los esclavos y que participaba de las audiencias con Pedro II vistiendo frac, sombrero de copa y lentillas”, cuenta Corrêa do Lago.

Ese amor por la imagen es una de las pocas características del padre que Isabel parece haber heredado, pese a los cuidados del emperador en criarla en condiciones de ser la futura heredera del reinado. “El carácter de las princesas debe formarse tal cual conviene a señoras que podrán tener que dirigir el gobierno constitucional de un imperio como el de Brasil”, escribió Pedro II, para reglamentar el estudio de sus hijas. No todo funcionó tal lo esperado. “A diferencia del padre, Isabel consideraba a los inventos y las tecnologías como bendiciones divinas ofrecidas a los hombres. Mientras que el emperador recomendaba a su hija que honrara a quienes se dedicaban a las ciencias naturales, la princesa atribuía responsabilidad, honor y valor a Dios por haber permitido a los hombres tal conocimiento”, acota Daibert. Su perspectiva acerca del modelo de “príncipe virtuoso”, difería bastante de la que le era ofrecida por el padre y por sus maestros, casi todos, antiguos profesores de don Pedro. “Los gobernantes ejemplares para Doña Isabel eran aquéllos que practicaban la caridad y trabajaban en favor de la expansión del cristianismo, y mostraban respeto por la Iglesia y sus ministros, esforzándose por favorecer la esfera de acción del clero católico en la sociedad. Sus santos de devoción eran aquéllos que ocupaban una posición política, tal como los reyes y reinas. Era de esa manera que entendía el rol de los gobernantes y concebía su propia posición”.

Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara Te Deum, 1887 (Marc Ferrez)Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara

Frente a una sociedad cada vez más secular, signada por los problemas sociales modernos y las disputas políticas, Isabel imaginaba que una sociedad mejor sería alcanzada mediante la re-adopción de valores cristianos católicos. Por eso se reflejaba en gobernantes devotos para encontrar aportes que, a su modo de ver, eran lo bastante estables como para mantenerla, en un futuro, al frente del gobierno monárquico. “Debido a su propia condición de heredera del trono, ella probablemente ambicionaba convertirse en instrumento de la propagación de las prerrogativas católicas dentro de los cuadros del Estado imperial brasilero”, explica. Ese “cálculo del corazón”, se reforzó con su casamiento, en 1864, con Gaston de Orleans, el conde d’Eu, un príncipe católico y francés de 22 años, exiliado en Inglaterra desde la revolución de 1848. “El catolicismo de Isabel evocaba recuerdos de su madre, fallecida cuando ella era adolescente. Su preparación y educación, a partir del casamiento, pasaron a ser asumidas por Gaston, quien procuró ubicarla dentro del escenario decimonónico en el cual ella necesitaba actuar. Leía libros recomendados por su marido y se interiorizaba sobre los conflictos entre el capital y el trabajo que asolaban a Europa, en especial respecto a las ‘peligrosas ambiciones’ de las clases trabajadoras”. El conde, por su parte, comenzó a atraer la simpatía de los liberales que, en ocasión de la Guerra del Paraguay, lo contaban como aliado, visionando en él, un posible representante de sus intereses, capaz de sacarlos del ostracismo en que vivían en las disputas dentro del gabinete. “Doña Isabel no encontraba seguridad en la postura liberal del marido y esas supuestas posturas habían ocasionado serios problemas. Ella no podía transformarse en fantoche de los partidos si quería mantener la cuestionada neutralidad del poder moderador, la base del régimen”.

Además, la politización la apartaba más del trono, pues no era ésa la política que aprendiera y que anhelaba, no encontrando en la realidad expresiones de sus santos héroes y heroínas medievales. “No se identificaba con aquel mundo y, para peor, cuanto más invertía en la adquisición de una cierta notoriedad, más era intimada a revelar su juego, a posicionarse, a mostrar su política”, analiza el investigador. Los diarios liberales, que defendían una mayor secularización de la sociedad, informaban, con desconfianza, de su estrecha relación con el Vaticano, y el conde aparecía, cada día más, como una apuesta frustrada. Para peor, durante la Cuestión Religiosa, un conflicto entre la masonería y la Iglesia, que culminó con la prisión de dos obispos por mandato de Pedro II, la princesa trasladó los reclamos eclesiásticos al padre. “Debemos defender los derechos de los ciudadanos brasileños, los de la Constitución, pero ¿cuál es la seguridad de todo eso si no obedecemos en primer lugar a la Iglesia?”, cuestionó al padre, en una carta, solicitando al emperador que el Estado favoreciese a la Iglesia. “El pensamiento de Isabel parecía preocupar al propio emperador, quien, antes de ausentarse, dejaba registradas las directrices que debían seguirse, aunque posteriormente intentara negar interferencias en el gobierno regente de la hija”. Isabel llega al extremo de condenar la visita del padre, en Europa, a una sinagoga, como así también su visita al rey italiano Vittorio Emanuelle, a quien no perdona haber unificado el país con la sumisión del Vaticano y del papa al nuevo Estado. “Ella comienza a ser descalificada en su capacidad para gobernar el país en el futuro. Preocupada, comenzó a ir a misa solamente los domingos y dejó de contar con un confesor efectivo. Infructuosamente. Las críticas arreciaron”, comenta Daibert. La carta guardada en la manga en ese momento era su abolicionismo “caritativo” y con fuerte cuño católico.

Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara Congada en Minas Gerais, 1876 (Ruy Santos)Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara

Vestidos
Al encontrarse con un sacerdote negro, en Recife, el conde d’Eu proporcionó a su esposa mayores argumentos. “Él vio en aquello una solución a la brasileña: los blancos podrían contribuir para que los miembros de las razas ‘inferiores’ superasen su condición. El cura representaba eso, un negro con nuevas vestiduras concedidas por los blancos, típicas de la civilización europea representada por el catolicismo”. Viviendo en el mundo de las elites deslumbradas con Europa, un modelo para copiar en los trópicos, Isabel percibió que el combate contra la esclavitud en el “mundo civilizado” cobraba fuerza, informando de ello al emperador, un monarca preocupado por su imagen en el exterior. Con motivo de un baile de disfraces organizado por la reina Victoria, Isabel se vistió de negra bahiana y su marido, de moro. “En la fiesta, Isabel naturaliza para sí misma y para los otros la posición de su país criollo [crioulo], ante las luces de lo viejo, una declaración de un principio no racista”, evalúa el autor. “Cuánto me gustaría  que nuestro buen Brasil estuviese tan adelantado como Inglaterra. Él aún es un país muy joven, y el mundo no se hizo en un día. Aunque ya ha hecho bastante y espero que aún haga más”, le escribió a su padre, revelando su confianza en la superación del atraso nacional. En cuanto a eso, las creencias de Isabel la ayudaban para ir más allá de muchos de sus contemporáneos. “El pesimismo científico del conde Gobineau, amigo de Pedro II y adepto a las teorías sobre la degeneración de las razas en los trópicos, refiriéndose a los negros brasileños, no convencía a Doña Isabel. Su catolicismo, en ese caso, le servía como argumento en la creencia de que podría favorecer la integración del negro libre en la sociedad”.

Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara Ouro Preto, 1880 (Marc Ferrez)Reproducciones del libro “Coleção princesa Isabel”, Editora Capivara

Eficienci
En el año 1887, con su padre gravemente enfermo, asumió por tercera vez la regencia del Imperio y ya se mencionaba un Tercer Reinado próximo. La acción abolicionista, consideraba, había sido una “política del corazón” eficiente. “Esa actitud la ponía en sintonía con las expectativas generales de la población, desvinculada de una minoría de propietarios agrarios. Ese pequeño pero poderoso segmento, se sentía cada vez más insatisfecho con la corona, que hería sus intereses. Al apartarse de ellos, la Monarquía tuvo la necesidad de construir una nueva base de legitimidad aliada con los nuevos grupos económicos emergentes”, evalúa el investigador. Aproximarse a los abolicionistas fue un buen camino. “Se trataba de emprender la modernización del país sin adherirse a los radicales. El abolicionismo de Isabel y el tenor liberal, ambos moderados y pragmáticos, tenían elementos en común que permitieron, a partir de una cierta afinidad pragmática, un mayor fortalecimiento de sus propuestas y una relativa unidad de acción”. Lo que la princesa quería evitar era la solución violenta de la cuestión servil, el temor de una “oleada negra” de venganza generalizada contra los blancos. Por ello la buena aceptación de su abolicionismo paternalista, pacífico, moderado y enfocado en garantizar los intereses materiales de los grandes propietarios. “La solución soñada por ella era fruto de un acto de caridad, una dádiva ofrecida por un gobernante benefactor, con las motivaciones religiosas destacadas como fundamento de su actitud. Esa fue al menos la forma con que Isabel intentó registrar para la posteridad su acción”. El papa León XIII, más astuto, comprendió de mejor modo la actitud de la princesa, vista por él como una expresión de dedicación a las orientaciones de la Sana Sede: lo que hizo con la Ley Áurea proclamaba la obediencia del Tercer Reinado a las incumbencias católicas. Eso no la ayudó en nada con relación a los republicanos.

En el exilio, luego de la muerte de Pedro II, y ya convertida en emperatriz, vivió la fantasía de que sería llamada de regreso a Brasil en cualquier momento para asumir el poder, dividiéndose en articulaciones con monarquistas y enemigos de la República. Hubo un curioso doble intercambio de correspondencia que brinda una visión acerca de cómo actuaba Isabel. En una carta enviada a la cúpula monarquista carioca, Isabel afirmaba: “Me repugna la idea de la guerra civil” como medio para regresar a Brasil, un modelo de virtud del poder moderador imparcial. En otra carta, fechada el mismo día, pero destinada a un amigo, el tono es otro, más sutil y revelador: “Lamento siempre las circunstancias que enfrentan hermanos contra hermanos. En forma alguna deseo animar tal guerra, máxime, que no veo en ella una base segura ni un éxito probable. Con todo, usted conoce mis sentimientos de católica y brasileña. No dudaré, pues, que una vez que la nación se pronuncie por convicción general a favor de la monarquía, volveremos allá”. De ahí la necesidad, sostiene Daibert, de entender la religiosidad y el sentimiento humano y piadoso de Isabel dentro del contexto de su época y clase social, tanto como de sus planes futuros en el poder. “Las prácticas de piedad, aparentemente restringidas a la esfera privada, cobraban significación política en la medida en que se constituían espacios de gestación de identidades, acciones y reacciones en el mundo que la rodeaba”. Su práctica estaba acompañada por una visión intransigente, que rechazaba al mundo moderno en cuanto a sus expresiones de secularización. “De manera reaccionaria, consideraba que el retorno a los antiguos valores sería la garantía de soportes estables para su gobierno”, afirma el investigador.

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