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BUENAS PRÁCTICAS

Una revista difunde una lista de autores de artículos retractados por mala conducta

Cureus, una publicación de ciencias médicas, expone a los investigadores en su “muro de la vergüenza”

Cobs Stock Photography Ltd. / Getty Images

La revista Cureus, una publicación de ciencias médicas con sede en San Francisco (EE. UU.), adoptó una estrategia inusual para castigar a los investigadores cuyos artículos han sido retractados por mala conducta científica. Su página web ahora incluye un “Muro de la Vergüenza”, con los nombres, la filiación y las fotografías de los autores de artículos de la revista que han sido invalidados por plagio, fraude en la revisión por pares, robo de datos y manipulación de imágenes.

La lista tiene actualmente once nombres. Siete de ellos son de Pakistán; los otros casos son de Sudáfrica, Nepal, la India y Estados Unidos. También incluye una referencia al Hospital Lady Willingdon, de la Universidad Médica King Edward de Lahore, en Pakistán, que concentra a varios de los autores plagiadores. El caso más grave es el del epidemiólogo pakistaní Rahil Barkat, del Hospital Indus, en Karachi, que acumula quince artículos retractados en Cureus, tres de ellos sobre el covid-19, por robo de datos, declaración falsificada de aprobación de experimentos por un comité de ética y por cobrar 300 dólares para incluir los nombres de coautores que no habían hecho aportes a los estudios. Otro ejemplo es el de Ahmed Elkhouly, un médico residente del Centro Médico Saint Francis, en Trenton (Nueva Jersey, EE. UU.), a quien se le cancelaron cinco artículos por eludir el proceso de revisión por pares designando a su propia esposa para evaluar sus papers sin declarar el parentesco.

La creación del “Muro de la Vergüenza” ha generado controversias en el seno de la comunidad científica. En una encuesta online promovida por el servicio de noticias Retraction Watch, el 59 % de los 429 consultados calificó a la iniciativa como una mala idea. Parte de las críticas estaban relacionadas con los criterios adoptados por Cureus para seleccionar a los investigadores. Tan solo fueron expuestos los autores corresponsales de los artículos, evitando así al resto de los coautores el escarnio público. “Este hábito de levantar el dedo acusador no aporta nada al proceso científico y puede llegar a ser muy pernicioso para los individuos apuntados. Los editores disponen de herramientas mejores que esta para combatir el fraude”, escribió Sylvain Bernés Flouriot, del Instituto de Física de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, en México, uno de los que opinaron en la encuesta.

David Sanders, experto en integridad académica de la Universidad Purdue, en Indiana (EE. UU.), declaró a la revista Times Higher Education (THE) que el acento puesto por Cureus en la conducta individual es desacertado. “En mi opinión, lo más apropiado hubiese sido divulgar una lista de los artículos con evidencias de mala conducta, con los nombres y la filiación de todos sus autores”, dijo. “Si la revista realmente desea promover la integridad, debería mejorar sus protocolos de revisión por pares”.

También hubo quienes aplaudieron la iniciativa. “Es algo que todas las revistas deberían hacer para que disminuya el plagio y otras prácticas antiéticas, estimulando el envío de artículos genuinos”, tuiteó el médico Pentapati Siva Santosh Kumar, del Centro de Medicina Comunitaria de Nueva Delhi, en la India. El neurocirujano John Adler, editor en jefe de Cureus y docente de la Universidad Stanford, admitió que la estrategia podría tener repercusiones en la carrera de los autores. “En algunos casos, incluso podría ser algo beneficioso. En muchas circunstancias sería injusto, pero no en todas”, dijo a THE.

La vulnerabilidad de Cureus a los autores malintencionados se explica por el modelo de revisión por pares que adopta. Los manuscritos son evaluados por especialistas en un período de tiempo breve, acelerando el proceso, y el análisis crítico del contenido continúa después de su publicación. Cualquiera puede opinar sobre los trabajos divulgados, pero los comentarios realizados por expertos en el tema del artículo son reconocidamente más relevantes. Según Adler, la creación de la lista fue el resultado de un lustro de debates en el seno del consejo editorial de la revista. “Su propósito nunca fue el escarnio o un castigo gratuito, sino reducir la cantidad de comportamientos deshonestos con los que nuestro equipo se las ve a diario”. Y hace hincapié en que las mentiras relacionadas con las informaciones científicas que tienen que ver con la salud pueden tener consecuencias en la vida de la gente y esto, a su juicio, justificaría sanciones severas.

La detección de errores en los artículos científicos, ya sean por mala conducta o de buena fe, llegando a la retractación de ser necesario, es uno de los pilares del sistema de autocorrección de la ciencia. En un mundo ideal, los investigadores que publican papers con datos o conclusiones erróneas deberían ser los primeros en admitir los errores y corregirlos. Pero no siempre es esto lo que sucede, ya que un artículo invalidado puede convertirse en una mancha en el currículum de los estudiantes y los científicos. Ha habido casos extremos en que el bochorno generado por una retractación derivó en tragedia. Sylvain Bernés Flouriot recordó el “triste caso” del biólogo japonés Yoshiki Sasai, del Centro Riken de Biología del Desarrollo, en Kobe (Japón), quien se suicidó en 2014, a los 52 años, tras haber sido acusado de negligencia en la supervisión de su alumna de doctorado Haruko Obokata. La estudiante fue protagonista de un escándalo en Japón cuando falsificó los datos de dos artículos científicos sobre una técnica de producción de células madre, también firmados por Sasai, posteriormente retractados por la revista Nature.

Uno de los problemas de la exposición de los investigadores promovida por Cureus, incluso en el caso de embaucadores notorios, reside en que puede reforzar el estigma vinculado con la autoría de los trabajos cancelados. La psicóloga Marianne Evola, directora de la Oficina de Responsabilidad en la Investigación Científica de la Universidad Texas Tech, de Estados Unidos, resaltó este efecto colateral pernicioso en un texto publicado en el sitio web de la institución en 2016. Según ella, como la retractación es vista como una herramienta de castigo, los investigadores se muestran más reacios a admitir sus errores, lo que va en detrimento de la integridad de los registros científicos. Y mencionó cómo deben lidiar con este problema los supervisores y sus tutelados. “Los alumnos deben estar dispuestos a admitir sus yerros ante sus mentores teniendo la certeza de que trabajarán en forma conjunta para corregir los problemas. Pero si los estudiantes consideran que sus fracasos les acarrearán vergüenza, humillación y sanciones, es más probable que quieran ocultar sus fracasos. Tras años de dirigir a estudiantes, he aprendido que raramente hay necesidad de avergonzar o humillar a un alumno por sus fallos, aun cuando se trate de errores evitables”, sentenció. En un texto editorial publicado en diciembre de 2021, la revista Nature Human Behavior propuso crear recompensas para los científicos que están iniciando sus carreras y revelan los propios errores en que han incurrido de buena fe. “Las retractaciones constituyen una herramienta para corregir la literatura, no un veredicto sobre el carácter moral”, resume el editorial.

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