El aumento de casos de cáncer y otras enfermedades asociadas a la ingesta de bajas dosis alcohólicas se erige como un desafío a la noción de beber prudentemente
Aline van Langendonck
Tome con moderación. El eslogan de las propagandas de bebidas alcohólicas apela al buen criterio de la gente, pero deja en suspenso un punto esencial: ¿cuántos vasos de cerveza, copas de vino o medidas de licor hacen de alguien un consumidor con límite? Puede afirmarse que no existe un número mágico universal que se adapte a todos los públicos. Este límite dependería de una serie de factores, tales como la edad, el sexo, la constitución física, las características genéticas, el estilo de vida y el estado general de salud de la persona, además de la graduación alcohólica del líquido ingerido.
La mayoría de las cervezas tienen alrededor de un 5 % de alcohol, aproximadamente unas dos quintas partes del contenido de etanol predominante en los vinos y espumantes. La cachaza o cachaça, el whisky, el vodka, el gin o ginebra –en resumen, las bebidas destiladas– tienen alrededor de ocho veces más alcohol que la cerveza. Entonces, además de la cantidad, el tipo de bebida consumida también entra en la ecuación de la moderación. Por no hablar de que, a menudo, la ocasión induce a veces al tomador al trago. ¿Quién rechaza una cerveza en la mesa de un bar con amigos o un brindis en una boda o un festejo de cumpleaños?
No hay consenso en la literatura acerca de cuánto sería tomar con moderación, algo así como un patrón de consumo sin repercusiones negativas o con un impacto casi inapreciable en la salud física o mental. En las últimas décadas, algunos estudios sugirieron que el consumo de pequeñas cantidades de bebidas alcohólicas, generalmente vino tinto, podría ser beneficioso para el corazón, pero esta sigue siendo una afirmación controvertida y actualmente ha sido rebatida en diversos estudios. Lo poco que se ganaría en términos de protección cardiovascular se anularía por el aumento de la probabilidad de aparición de otras enfermedades (véase el recuadro).
La conclusión predominante de un conjunto de investigaciones y recomendaciones más recientes indica que no existe ninguna cantidad de bebida, por pequeña que sea, inocua para la salud. Cuanto menor sea la ingesta de alcohol, menor será el riesgo de desarrollar enfermedades asociadas con este hábito, tales como problemas cardíacos, algunos tipos de cáncer, cirrosis hepática, trastornos mentales y alcoholismo, sufrir o provocar accidentes y verse involucrado en actos de violencia física. Esta es la recomendación principal de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de gran parte de los trabajos científicos más recientes.
“El alcohol es una sustancia psicoactiva, no un medicamento”, dice el psiquiatra Arthur Guerra Andrade, supervisor en jefe del Grupo Interdisciplinario de Estudios de Alcohol y Drogas (Grea) del Hospital de Clínicas de la Universidad de São Paulo (HC-USP). “Hace miles de años que la gente bebe y es poco probable que este hábito vaya a desaparecer entre las sociedades humanas. Pero no se sabe con qué frecuencia o en qué medida sería segura la ingesta de alcohol”.
Según la OMS, los efectos negativos del consumo de alcohol están asociados a la aparición de más de 200 tipos de enfermedades y accidentes perjudiciales para la salud. Los efectos del alcohol, a nivel mundial, dejan un saldo de unas 3 millones de muertes al año, el 5,3 % del total de los fallecimientos. Las víctimas fatales entre los varones, los mayores consumidores de bebidas alcohólicas, representan el 7,7 % del total de las muertes masculinas. Entre las mujeres, son un 2,6 %. El impacto negativo de la bebida entre los adultos jóvenes es aún mayor: el 13,5 % de las muertes de individuos de entre 20 y 39 años se atribuye a problemas causados por el alcohol.
A escala mundial, datos divulgados por un informe de la OMS de 2018 apuntaron que casi un 29 % de las muertes asociadas al alcohol fue causadas por accidentes (de tránsito, caídas, violencia interpersonal), un 21 % por enfermedades del aparato digestivo, un 19 % por problemas cardiovasculares, un 13 % por enfermedades infecciosas, un 12 % por distintos tipos de cáncer y el resto debido a otras enfermedades. En Brasil, el porcentaje de muertes atribuidas al alcohol también ronda el 5 %, con predominancia de los decesos relacionados con accidentes de tránsito y cirrosis hepática. Aquí, casi un 70 % de las muertes masculinas por cirrosis se asocia al consumo de alcohol. En Arabia Saudita, donde la venta de este tipo de bebidas está prohibida, ese porcentaje es de un 4 %.
Aline van Langendonck
Merced a los avances en el conocimiento científico, las autoridades sanitarias de algunos países revisan periódicamente las recomendaciones relacionadas con la ingesta moderada de bebidas alcohólicas. Así lo hizo a principios de este año el gobierno de Canadá, y sus nuevas directrices son muy restrictivas. Recomiendan un consumo de hasta dos tragos de alcohol por semana para mantener en niveles bajos la probabilidad de desarrollar a largo plazo enfermedades asociadas con este hábito. La ingesta de tres a seis tragos semanales, nunca más de dos por día, eleva moderadamente los riesgos. Del séptimo trago en adelante, el riesgo de sufrir consecuencias en la salud es alto y se incrementa con cada trago extra. La directriz es la misma para varones y mujeres y vale para cualquier tipo de bebida.
“En los últimos 10 años ha habido realmente un avance sustancial en nuestro entendimiento de la relación entre la mortalidad y la morbilidad y el consumo de alcohol. Hemos adquirido una mejor comprensión del vínculo entre el alcohol y el cáncer”, dijo en un comunicado a la prensa Catherine Paradis, directora adjunta de investigación del Canadian Centre on Substance Use and Addiction (CCSA), una de las coordinadoras del grupo de expertos que revisó las directrices. Desde principios de la década pasada, el alcohol está clasificado como una sustancia carcinógena, cuyo rol es conocido en el desarrollo de al menos siete tipos de cáncer: bucal, de faringe, de laringe, de esófago, hepático, de mama y colorrectal (véase el recuadro).
“En el caso del tabaco, que también es carcinógeno, sabemos que el tiempo de adopción del hábito de fumar tiene una gran incidencia en la aparición del cáncer. Quien fuma desde hace más tiempo, está sujeto a un riesgo mayor”, dice el médico sanitarista Victor Wünsch Filho, de la Facultad de Salud Pública de la USP y director presidente de la Fundación Oncocentro de São Paulo (Fosp). “En el caso del alcohol, la cantidad ingerida parece ser más importante que el tiempo de consumo de la sustancia en lo que tiene que ver con la aparición de distintos tipos de cáncer”. Esto explicaría por qué las mujeres, que metabolizan el alcohol más lentamente, presentan un riesgo mayor de desarrollar cáncer de mama debido al consumo regular de bebidas alcohólicas.
Wünsch participó en un gran trabajo realizado por el proyecto International Head and Neck Cancer Epidemiology que analizó la correlación estadística entre la incidencia del cáncer de la cavidad oral, de laringe y orofaríngeo (la parte de la garganta situada justo detrás de la boca) e hipofaríngeo (justo antes del esófago), la dosis de alcohol consumida y el tiempo que los pacientes llevaban bebiendo. En dicho estudio, que se basó en los resultados de 26 trabajos anteriores, se analizaron datos de más de 62.000 personas, de las cuales aproximadamente un 40 % habían recibido un diagnóstico de cáncer y un 60 % eran parte de un grupo de control. “El riesgo de cáncer aumentó en todas las localizaciones de la cabeza y el cuello en función de la cantidad de tragos diarios tomados, pero no en función del tiempo que el individuo llevaba bebiendo”, dice Wünsch, quien desarrolla investigaciones que contaron con el apoyo de la FAPESP. La única excepción se registró en el caso del cáncer de hipofaringe, cuya probabilidad de incidencia aumentaba en función de la cantidad de alcohol ingerida y del tiempo que hacía que la persona consumía bebidas alcohólicas. El estudio salió publicado en la revista British Journal of Cancer en octubre de 2020.
Los nuevos límites recomendados en Canadá son mucho más estrictos que los aconsejados en la revisión anterior, de 2011, que sugería un máximo de quince tragos semanales para los varones y diez para las mujeres. También difiere bastante de las recomendaciones difundidas por los servicios sanitarios de otros países para un consumo moderado de bebidas alcohólicas entre adultos sanos. En Estados Unidos, el límite apuntado es de hasta dos tragos diarios para los varones y uno para las mujeres. En el Reino Unido, es de catorce tragos semanales para ambos sexos. En Australia, que actualizó sus directrices a finales de 2020, las recomendaciones estipulan hasta diez tragos por semana, y nunca más de cuatro en cada ocasión. En Francia, la cantidad de tragos considerada de riesgo bajo o moderado es la misma que en Australia, pero también se aconseja no superar las dos dosis en un mismo día y dejar pasar al menos un día a la semana sin beber.
Hay que ser cuidadosos al comparar las cantidades de tragos de bebida alcohólica de diferentes países. No existe un estándar universal adoptado para establecer lo que es una dosis de alcohol, un trago. Para la OMS, el trago estándar contiene 10 gramos (g) –el equivalente a 12,7 mililitros (ml)– de etanol puro. Esta dosis equivale a 285 ml de una cerveza común, 100 ml de vino o 30 ml de licores destilados. Pero en Canadá, el trago estándar contiene 13,45 g de alcohol. En el Reino Unido, 8 g; en Estados Unidos, 14 g (véase el gráfico). “En Brasil solemos adoptar la definición de trago recomendada por la OMS”, comenta la psicóloga Clarice Madruga, de la Unidad de Investigación sobre Alcohol y Drogas de la Universidad Federal de São Paulo (Uniad-Unifesp). “Hoy en día sabemos que no existe una dosis segura para el consumo de alcohol. En las investigaciones, a menudo utilizamos el indicador al que llamamos binge drinking [episodio de exceso de alcohol], caracterizado por la ingesta, en una única ocasión, de cuatro o más tragos para las mujeres y cinco o más para los varones”. Más allá de los eventuales daños para la salud, a largo plazo, este nivel de consumo de alcohol causa embriaguez y aumenta el riesgo inmediato de sufrir accidentes y de violencia interpersonal.
Alexandre Affonso / Revista Pesquisa FAPESP
Para formular directrices sobre lo que sería un consumo bajo o moderado de alcohol es preciso disponer de estudios epidemiológicos de amplio alcance, que tengan en cuenta los más diversos tipos de impacto, a corto y largo plazo, sobre la salud de la gente. En Canadá, por ejemplo, se organizó un grupo con 23 expertos que examinan estudios sobre el alcohol y la salud disponibles en 10 bases de datos científicos. Se tuvieron en cuenta los artículos de revisión y metaanálisis publicados entre el 6 de enero de 2017 y el 17 de febrero de 2021 que abordaban una cuestión central: los riesgos y beneficios del alcohol para la salud, a corto y largo plazo y durante el embarazo y el desarrollo infantil.
Los metaanálisis constituyen un tipo de estudio epidemiológico que utiliza técnicas estadísticas para sintetizar o reunir datos de trabajos independientes y elaborar una evaluación más amplia sobre un determinado tema. Al concluir la investigación, el grupo encontró 16 estudios que superaron el escrutinio de los expertos. Los datos de estos trabajos se utilizaron para el diseño de un modelo matemático que tuvo en cuenta datos sobre la incidencia de enfermedades y la longevidad entre la población canadiense.
“Actualmente, los paneles de expertos estudian los vínculos existentes entre el nivel de consumo de alcohol y las probabilidades de muerte por causas [enfermedades] sabidamente relacionadas con el consumo de esta sustancia, tales como la cirrosis, el cáncer de mama, los accidentes cerebrovasculares y los problemas cardíacos”, explica, en una entrevista concedida vía correo electrónico a Pesquisa FAPESP, el psicólogo Tim Stockwell, de la Universidad de Victoria, uno de los miembros del panel canadiense. “Así fue como nuestro grupo determinó recientemente que tan solo seis tragos por semana elevaban el riesgo de muerte por enfermedades en 1 %”.
Esta cifra puede parecer pequeña, pero el debate tiene que ver con los niveles de consumo de alcohol que son socialmente tolerables y que muchas personas perciben como plenamente aceptables. Entonces, ¿estaban equivocados los estudios que indicaban que un consumo moderado de alcohol, generalmente de vino tinto, podía ser beneficioso para el corazón? “Es probable que la noción de que el vino está asociado a un beneficio para la salud se deba a una falsa asociación. Las personas que los consumen son más adineradas y tienen hábitos más saludables que otros bebedores”, podera Stockwell. “Puede ser que los polifenoles sean beneficiosos, pero el etanol en la bebida no lo es. Sería mejor consumir uvas a diario”. Los polifenoles son sustancias que están presentes en el hollejo de las uvas tintas y en otras frutas y alimentos. Pese a las críticas, las investigaciones sobre los posibles beneficios de la ingesta moderada de vino tinto siguen activas en varios lugares del mundo.
Un artículo publicado por investigadores de la Universidad de Brasilia (UnB) en octubre de 2022, en la revista científica PLOS ONE, calculó los costos directos e indirectos (ausentismo laboral) por problemas de salud vinculados al consumo de bebidas alcohólicas en Brasil entre 2010 y 2018: fueron alrededor de 1.500 millones de dólares. Se gastaron 740 millones de dólares en internaciones, 420 millones en la atención de pacientes que no llegaron a ser hospitalizados y 330 millones debido al ausentismo laboral. En 2018, por ejemplo, los costos directos relativos al consumo de alcohol representaron el 0,56 % de los 22.800 millones de dólares gastados durante ese año por el Sistema Único de Salud (SUS, la red de salud pública de Brasil) en internaciones y atención de pacientes. Las cifras surgen de los datos que informan el SUS y el sistema nacional de seguridad. En el estudio se tuvieron en cuenta 21 tipos de complicaciones de la salud y accidentes que pueden tener relación con el consumo de alcohol, de acuerdo con el patrón adoptado en el estudio internacional The global burden of disease (El peso global de las enfermedades, en traducción libre).
El alcoholismo, los accidentes involuntarios y los choques de tránsito fueron, en este orden, los problemas generaron más gastos por hospitalizaciones. Solo el tratamiento del cáncer de mama, uno de los siete tipos de tumores cuya aparición puede deberse al consumo de bebidas alcohólicas, representó más de un 45 % de los gastos en enfermedades asociadas a este hábito que no requieren internación. El estudio tuvo en cuenta datos del consumo de alcohol en Brasil recabados en 2019 entre la población adulta, de 18 años o más, en el marco de la Encuesta Nacional de Salud (PNS, por sus siglas en portugués), una iniciativa del Instituto Brasileño de Geografía y Estadística (IBGE) en colaboración con el Ministerio de Salud.
Aline van Langendonck
Según esta PNS, el 73,4 % de la población brasileña declaró que no toma alcohol semanalmente (el 62,9 % de los varones y el 83 % de las mujeres). Más de un 60 % de los que beben regularmente declararon que consumen menos de 12 gramos de etanol por día, el índice más bajo entre quienes no se declararon abstemios. Así y todo, dado que estos representan un grupo mayor de consumidores, este segmento de personas consideradas tomadores moderados es el que más impacta en el SUS en términos de costos sanitarios relacionados con los problemas causados por la ingesta de alcohol. “Aunque el grupo de quienes consumen 12 gramos por día es el menor en cuanto a la cantidad de alcohol consumida, es uno de los principales en términos de riesgo atribuido a la población, debido a su mayor prevalencia”, escribieron en el artículo Mariana Gonçalves de Freitas y Everton Nunes da Silva, del Programa de Posgrado en Salud Pública de la UnB.
Un dato preocupante indica que, en Brasil, el consumo femenino, si bien por ahora en menor escala y menos abusivo que el de los varones, registra una tendencia creciente. En la PNS de 2019, el 17 % de las mujeres dijeron que beben una vez a la semana, frente al 13 % de la PNS anterior, de 2013. Entre los varones hubo un leve descenso de la cantidad de bebedores, de menos de un 1 % entre las dos encuestas. Desde 2006, cuando el Ministerio de Salud implementó la investigación de vigilancia de los factores de riesgo y protección de las enfermedades crónicas por encuesta telefónica (Vigitel), esta ha revelado que en los últimos 15 años las mujeres también han empezado a tomar en exceso (más de cuatro tragos de 12 g de alcohol por vez). En la encuesta de 2006, menos de un 8 % habían exhibido ese comportamiento en los últimos 30 días, la mitad del porcentaje verificado en 2020.
En el caso de las mujeres, uno de los problemas principales asociados al consumo de alcohol es el aumento del riesgo de desarrollar cáncer de mama, el más frecuente entre la población femenina. Según un estudio publicado en 2019 en la revista Asian Pacific Journal of Cancer Prevention, las mujeres menores de 50 años que consumían habitualmente alcohol desde hacía al menos una década, presentaban un riesgo tres veces mayor de desarrollar ese tipo de tumor. El estudio se llevó a cabo con 1.506 mujeres atendidas en el Instituto Fernandes Figueira de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), de Río de Janeiro, de las cuales 1.100 integraron un grupo de control (no padecían la enfermedad) y 406 habían recibido ese diagnóstico. La investigación, sin embargo, no detallaba cuál era el nivel de consumo promedio de las participantes, tan solo si eran abstemias o bebedoras.
Pese a que cada vez es mayor la cantidad de estudios e investigaciones que hacen hincapié en que no existe una cantidad de alcohol cuya ingesta pueda considerarse segura, algunos trabajos de grupos importantes han apuntado eventuales beneficios asociados al consumo de pequeñas cantidades de bebida para algunos segmentos de la población. Un artículo publicado en la revista médica The Lancet en julio de 2022, indica que entre los adultos jóvenes, de 20 a 39 años, el consumo de bebidas alcohólicas no hace más que elevar los riesgos y no supone ningún beneficio para la salud. Para las personas mayores de 40 años, el riesgo varía según la edad y la región geográfica en que viven. Sin embargo, el trabajo señala que las personas de más edad, sin problemas de salud, podrían beneficiarse con el consumo diario de uno a dos tragos, cada uno de ellos con 10 g de etanol. Estos eventuales efectos positivos se circunscribirían al área cardiovascular.
Alexandre Affonso / Revista Pesquisa FAPESP
“El consumo moderado de alcohol reduce el riesgo de padecer enfermedades arteriales coronarias, accidentes cerebrovasculares y diabetes. Pero también aumenta la probabilidad de desarrollar varios tipos de cáncer, de sufrir accidentes y padecer cirrosis y enfermedades infecciosas como la tuberculosis”, comenta en una entrevista concedida a Pesquisa FAPESP, la investigadora Dana Bryazka, del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington, en Estados Unidos, coordinadora del estudio. Con el respaldo de la OMS y de otros organismos, este grupo del IHME coordina el proyecto The global burden of disease. Se trata de un gran esfuerzo internacional que desde hace más de 30 años estudia el impacto de las patologías en la mortalidad y morbilidad de la población de todo el planeta. El artículo publicado en The Lancet se basó en los datos del consumo de bebidas alcohólicas en 204 países y su impacto en 22 enfermedades o tipos de accidentes.
Es muy difícil alcanzar un consenso sobre lo que sería un consumo moderado o tolerable de alcohol. No obstante, algunos principios, hoy en día son innegociables. Ciertos segmentos de la población no deben beber en absoluto. Este es el caso de los menores de edad, cuyo desarrollo cerebral puede verse afectado por el alcohol, y el de las mujeres embarazadas y lactantes. “El alcohol atraviesa la placenta, llega al feto y también se transmite al bebé durante el período de amamantamiento”, dice Arthur Guerra. Ciertas situaciones hacen necesaria una política de tolerancia cero con el alcohol, como antes de conducir un vehículo o de realizar tareas que puedan causar accidentes o poner en peligro la vida. También es prudente no beber en exceso antes de tomar decisiones importantes. Existen innumerables casos –algunos incluso anecdóticos– sobre situaciones que se producen bajo el efecto del alcohol, como bodas entre desconocidos en una capilla de Las Vegas (EE. UU) que, poco después, se arrepienten del acto.
La tónica de los estudios más recientes consiste en informar a la población y a los responsables de las políticas públicas sobre los riesgos asociados al consumo de alcohol, un hábito arraigado en la mayoría de las sociedades. Ni siquiera los críticos más acérrimos del papel del alcohol en las sociedades propugnan actualmente su prohibición, como ocurrió entre 1920 y 1933 en Estados Unidos. La llamada Ley Seca estadounidense fue una medida radical, inefectiva y socialmente insostenible. Hoy en día, poco más de 10 países, la mayoría por motivos religiosos, prohíben total o parcialmente la comercialización de bebidas alcohólicas. En Brasil, se beben, en promedio, de 7 a 8 litros de etanol por año por habitante. Gran parte de los países de Europa, donde el consumo es más elevado, supera los 12 litros al año.
Durante la pandemia, la bebida se convirtió en la compañera de muchas personas que permanecían aisladas en sus casas. El consumo aumentó en todo el mundo y la incidencia de enfermedades vinculadas con el alcohol también. “El mercado brasileño está sujeto a escasos controles. Ni siquiera existe una licencia específica que regule quién puede y quién no puede vender bebidas alcohólicas”, dice Clarice Madruga, de la Unifesp. “Necesitamos políticas públicas más claras y específicas para el sector”. La OMS y las autoridades sanitarias presionan para que haya más controles sobre la venta de alcohol. El gobierno de Irlanda estudia poner en las etiquetas de las bebidas advertencias sobre los posibles perjuicios derivados del consumo de alcohol, tal como ocurre con el tabaco. De implementarse esta medida, podría marcar una nueva era en la milenaria relación del hombre con las bebidas alcohólicas.
¿El final de la paradoja francesa? El 17 de noviembre de 1991, uno de los más exitosos programas de televisión estadounidenses –60 Minutos–, de la cadena de noticias CBS, puso al aire un segmento intitulado La paradoja francesa. A grandes rasgos, en el programa se afirmaba que la incidencia de los problemas cardíacos en Francia era un 40 % menor que en Estados Unidos, pese a que los europeos siguen una dieta rica en grasas. Uno de los secretos, acaso el principal, de esta aparente contradicción sería el consumo moderado de vino tinto en las mesas entre los franceses. La bebida contiene polifenoles, sustancias que se hallan presentes en el hollejo de las uvas rojas, que evitarían la obstrucción del sistema circulatorio.
Incluso antes de que se popularizara esta idea en el programa, había estudios que sugerían algún grado de protección cardiovascular en función de la ingesta de pequeñas cantidades de bebidas alcohólicas (el exceso siempre se consideró perjudicial, aun para el corazón). Pero su impacto no pudo equipararse ni de cerca con el efecto que la mentada paradoja francesa, atribuida en gran medida al vino tinto, ejerció sobre la opinión pública, los médicos y científicos en las últimas décadas. Hoy en día, cuando ya han pasado más de 30 años de la amplia difusión de ese concepto, hay dos aspectos que sobresalen con repercusión dispar acerca del consumo de bebidas alcohólicas, particularmente el vino tinto.
El primero es que, en una serie de estudios observacionales, comparativos y no controlados, los beneficios que se le atribuyen a la bebida podrían estar más relacionados con otros hábitos saludables de los consumidores moderados de vino tinto (como practicar ejercicios físicos y tener un mejor nivel de vida) y con problemas de salud preexistentes de los abstemios que fueron parte de esos estudios. Estos factores, si no se toman en cuenta, pueden hacer que la salud de los que beben con moderación parezca mejor que la de los que no consumen ni una gota de alcohol. “Aunque se encuentra muy bien afianzado que el alcohol aumenta el riesgo de desarrollar distintos tipos de cáncer, de sufrir accidentes y de padecer cirrosis hepática, los hallazgos de los estudios sobre el vínculo del alcohol y varias otras patologías, especialmente la cardiopatía isquémica, son sumamente variables”, comenta Dana Bryazka, del Instituto de Métricas y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington (EE. UU.).
El segundo punto es que, en efecto, hay trabajos científicos que han apuntado mecanismos asociados a eventuales beneficios cardiovasculares a través de la ingesta de los polifenoles presentes en el vino tinto, en el jugo de uva y en otros alimentos. “Esta asociación no vale para todas las bebidas alcohólicas, solamente para el vino tinto”, dice el cardiólogo Protásio Lemos da Luz, del Instituto del Corazón (InCor), vinculado a la Universidad de São Paulo (USP), estudioso del tema desde hace décadas. “Los polifenoles favorecen la vasodilatación, poseen efecto antiagregante plaquetario [evita la formación de coágulos en la sangre] y son antiinflamatorios. De no existir ningún problema de salud que estipule la prohibición de beber alcohol, no desaconsejo el consumo de una copa y media de vino por día, que son unos 25 gramos de alcohol”.
Un estudio reciente coordinado por Lemos da Luz y publicado en diciembre de 2022 en la revista American Journal of Clinical Nutrition, sugiere que un consumo diario de 250 ml de vino tinto remodela la flora intestinal, promoviendo un perfil que generalmente se considera más favorable. El efecto se midió en 42 varones, con una edad promedio de 60 años, que pasaron por períodos de tres semanas sin probar la bebida y otras tres consumiendo vino tinto en forma alternada.
Hace más de una década que se considera que el alcohol es carcinógeno Desde el año 2012, el etanol presente en las bebidas alcohólicas forma parte del grupo 1 de agentes y sustancias clasificados como carcinógenos por la Agencia Internacional de Investigación sobre el Cáncer (Iarc) de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Actualmente esta categoría comprende 126 elementos, sobre los cuales existe suficiente evidencia científica de su capacidad de causar cáncer en los seres humanos. Es la clasificación más severa que puede recibir un agente. Las sustancias probable y posiblemente cancerígenas son catalogadas, respectivamente, en los grupos 2A y 2B. Las que no provocan cáncer están incluidas en el grupo 3.
La clasificación de la Iarc no indica la probabilidad de que un agente produzca cáncer en función del grado de exposición de los seres humanos al mismo. “No mide si un agente causa más o menos cáncer que otro”, comenta el médico sanitarista Victor Wünsch Filho, de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de São Paulo (FSP-USP) y director presidente de la Fundación Oncocentro de São Paulo (Fosp). Solamente indica el grado de confiabilidad de la información científica sobre su capacidad para generar tumores.
Una gran variedad de compuestos químicos, mezclas complejas, moléculas farmacéuticas, agentes físicos y biológicos figuran en el listado de la entidad. El tabaco, la contaminación atmosférica, la luz solar, los rayos gamma y los rayos X y los virus VPH y de Epstein-Barr constituyen ejemplos de carcinógenos que están incluidos dentro del grupo 1, junto con el etanol. El acetaldehído, un compuesto químico que se produce durante el proceso de metabolización del alcohol en el organismo y que está asociado a la sensación de resaca, también está incluido en esta categoría.
No se conocen con exactitud los mecanismos que llevan al alcohol a causar cáncer, una enfermedad provocada, em muchos casos, por la acción conjunta de múltiples factores de riesgo. Pero algunas alteraciones biológicas asociadas con la aparición de tumores ya son conocidas. “El acetaldehído, por ejemplo, es capaz de promover daños en el ADN celular”, dice Thainá Alves Malhão, del Instituto Nacional del Cáncer (Inca). “Un consumo alto de etanol también puede inducir estrés oxidativo a través del aumento de la producción de especies reactivas de oxígeno, que son tóxicas para el material genético y carcinógenas”. En las mujeres, el alcohol puede elevar los niveles circulantes de la hormona estradiol, una alteración que aumenta el riesgo de desarrollar cáncer de mama.
Por último, también existe un efecto indirecto de la presencia de alcohol en el organismo: actúa como un solvente y propicia la penetración en las células de otras sustancias carcinógenas como las presentes en el tabaco.
This article may be republished online under the CC-BY-NC-ND Creative Commons license. The Pesquisa FAPESP Digital Content Republishing Policy, specified here, must be followed. In summary, the text must not be edited and the author(s) and source (Pesquisa FAPESP) must be credited. Using the HTML button will ensure that these standards are followed. If reproducing only the text, please consult the Digital Republishing Policy.