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ENTREVISTA

Cid Bartolomeu de Araújo: Las peripecias de la luz

El físico de Pernambuco dilucida fenómenos que permiten perfeccionar la fibra óptica, los teléfonos móviles, nuevos materiales y láseres

Brenda Alcântara

En un experimento que llevó a cabo recientemente, el físico Cid Bartolomeu de Araújo utilizó haces de luz para estudiar grupos de cinco o seis átomos, que, sorprendentemente, pierden parte de sus características individuales y se comportan como si fuesen un tipo de agregado llamado metamolécula. El conocimiento producido en los laboratorios del Departamento de Física de la Universidad Federal de Pernambuco (UFPE), además de develar nuevas propiedades de la luz y de nuevos materiales, ayuda a mejorar la eficiencia de la fibra óptica y de los vidrios especiales, como los utilizados en los teléfonos móviles y en las células fotovoltaicas, por no hablar de otros resultados inesperados. De Araújo se alegró al comprobar que tres trabajos de su grupo de investigación reforzaron los argumentos que le permitieron al físico italiano Giorgio Parisi obtener el Premio Nobel de Física de 2021.

Edad 78 años
Especialidad
Óptica no lineal y fotónica
Institución
Universidad Federal de Pernambuco (UFPE)
Estudios
Título de grado en ingeniería eléctrica en la UFPE, maestría y doctorado en física por la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro (PUC-RJ)
Producción
Autor de 359 artículos científicos y coautor de 2 libros publicados por editoriales internacionales

En la década de 1970, junto a otros jóvenes físicos, De Araújo participó en la creación del Departamento de Física de la UFPE, que se convirtió en uno de los más productivos de Brasil en el campo de la óptica no lineal, un área de la física que estudia los efectos de la luz de alta intensidad en sólidos, líquidos o gases. A los 78 años, casado, con tres hijos y seis nietos y ya jubilado, igualmente recorre a diario los laboratorios y participa en las investigaciones. Un libro publicado en diciembre pasado –História da física no Recife (Cepe Editora)–, escrito por Ascendino Silva, Marcos Galindo, Osvaldo Pessoa Jr. y Wanderley Vitorino, pone de relieve la importancia del grupo de física de la UFPE y lo asocia al historial científico del estado, arraigado en la labor de los astrónomos y naturalistas que llegaron en el siglo XVII junto al conde germano-holandés Maurício de Nassau (1604-1679) cuando la región fue ocupada por los holandeses.

En 1971, cuando usted tenía 26 años, participó en la creación del Departamento de Física de la UFPE, uno de los primeros y aún hoy uno de los más productivos de Brasil en esta área. ¿Cómo lo planificaron?
Para responderle tendré que retroceder algunos años en el tiempo. Junto al que actualmente sigue siendo mi colega, José Rios Leite, estudiamos ingeniería eléctrica en la UFPE y luego hicimos una maestría en física en la PUC-Rio [Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro]. Nosotros dos y otros tres colegas de la UFPE que estaban en São Paulo teníamos pensado hacer el doctorado en el exterior y luego regresar a Recife. El físico carioca Sérgio Mascarenhas [1928-2021] nos hizo una propuesta: “Pueden regresar, armar un grupo de investigación en Recife y conseguir financiación para llevar a cabo sus investigaciones”. En aquel entonces, a principios de la década de 1970, era relativamente fácil conseguir fondos para investigar, porque aún no había tanta competencia.  No obstante, Mascarenhas nos advirtió: “Pero ustedes necesitan alguien más experimentado que dirija el trabajo”. Conversamos sobre algunos investigadores y él mismo escogió e invitó a Sérgio Rezende, a quien en 1970 se lo consideraba alguien con mucha experiencia. Hacía solamente tres años que había concluido su doctorado en el MIT [Instituto de Tecnología de Massachusetts, en Estados Unidos]. Y aceptó venir a Recife, prometiendo quedarse uno o dos años, pero le gustó y aún hoy en día sigue aquí [véase la entrevista con Sérgio Rezende en el suplemento Premio Conrado Wessel de Pesquisa FAPESP, en su edición de enero de 2012]. El objetivo común fue algo muy importante, que hizo posible la conformación del grupo. Desde el punto de vista científico, nos enfocamos en un área en particular, la de los materiales magnéticos, y con eso conseguimos generar un ambiente en el que todos hablábamos el mismo idioma. Pero fue algo arriesgado para todos nosotros.

¿Por qué?
Porque la probabilidad de que no funcionara era muy alta. En aquel entonces, había poca gente investigando en la UFPE y en otras universidades de la región. También había varios grupos de física haciendo sus primeros pasos en Campinas y en São Carlos, en el interior del estado de São Paulo. Cuando llegamos a Recife no había laboratorios ni físicos en el departamento. Solo había ingenieros que eran profesores de física a tiempo parcial y también trabajaban en despachos privados o empresas. Mi primer trabajo en la UFPE fue el diseño de la subestación eléctrica para abastecer de energía al laboratorio. El proyecto fue elaborado en forma conjunta con un ingeniero del consejo directivo de la UFPE. Como yo estaba graduado en ingeniería, quedé parcialmente a cargo de la subestación. Sérgio Mascarenhas y Gerhard Jacob [1937-2019], físico de Rio Grande do Sul, presentaron al CNPq [Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico] nuestro plan de investigación para convencerlos de otorgarnos la financiación inicial. Mascarenhas ya había creado otros grupos en São Carlos e incluso en México, y confió en la capacidad de nuestro grupo. Me contrataron en 1971, antes de concluir el doctorado. Obtuve el doctorado en la PUC-Rio en 1975 y poco después fui a hacer un posdoctorado en la Universidad Harvard (EE. UU.). Regresé, ya para quedarme en Recife, en diciembre de 1977. Conseguimos los primeros fondos del CNPq, pero nos llevó un tiempo instalar el laboratorio y empezar a obtener los primeros resultados. En el entretanto, buscamos hacer algo de investigación teórica, para no quedarnos inmóviles y perder preponderancia en las pocas áreas en las que estábamos involucrados. Por entonces, la mayoría de las revistas científicas tardaban en llegar, alguna que otra menos, porque estábamos suscritos y venían por correo aéreo. Pero en general, las recibíamos con un retraso de cinco a seis meses. Era un problema, porque arrancábamos con una investigación y, meses después, recibíamos una revista y comprobábamos que alguien ya había hecho lo mismo.

¿El equipo actual del departamento conserva ese espíritu de unión que guió en sus principios el trabajo de ustedes?
La motivación viene de la convivencia, de estar ilusionados con un trabajo y contagiar a otros compañeros. Intentamos rodearnos de personas afines que sientan el mismo entusiasmo por la investigación. Para seleccionar a los estudiantes de iniciación a la investigación científica, por ejemplo, una de las primeras preguntas que formulaba un colega era: “¿Sabes reparar tu bicicleta?”. Con ello se puede deducir si es un tipo al que le gusta el trabajo manual y arreglar cosas, una habilidad muy importante en un laboratorio de física experimental como el nuestro.

En 1980, usted y un colega suyo de la UFPE publicaron un artículo en la revista Chemical Physics Letters en el cual proponían que dos moléculas distintas interactuando entre sí dentro de un cristal orgánico pueden absorber simultáneamente dos fotones, las partículas de luz, un efecto que décadas más tarde pudo observarse experimentalmente. ¿En qué consiste precisamente este fenómeno?
Ese fue uno de los trabajos teóricos a los cuales nos dedicamos con Rios Leite mientras no teníamos un laboratorio instalado adecuadamente. En el modelo más simple del átomo, el núcleo tiene cargas positivas y los electrones, que giran alrededor, negativas. Cuando los átomos se encuentran alejados unos de otros, el efecto del campo eléctrico de las cargas de un átomo sobre las de otro es pequeño. Inversamente, cuando se encuentran cerca, la intensidad del campo eléctrico aumenta. Lo que propusimos fue que para determinadas distancias y en ciertas condiciones, los dos átomos cercanos pueden comportarse como un sistema único, como si fuesen una cuasimolécula. Cuando son excitados por un haz de luz de una cierta frecuencia, absorben y comparten la energía; parte de ella va hacia un átomo y otra parte hacia el otro. Si estuvieran aislados, cada átomo, más precisamente un electrón, tomaría toda la energía para sí y cambiaría de estado, del menor al más energético, retornando al estado anterior cuando emite la energía que recibió. Cuando se encuentran próximos, se produce una interacción electrostática entre las cargas de los dos átomos, que propicia la absorción simultánea de dos fotones. Hoy en día, este  trabajo es un problema que podría incluirse en un curso avanzado de física, no es nada muy sofisticado. En los albores del Departamento de Física de la UFPE, como no teníamos dinero para montar laboratorios, Rios Leite y yo también sopesamos la posibilidad de investigar este efecto en laboratorio, que aún no había sido tratado en otros estudios. Realizamos los cálculos y publicamos el artículo, que consta de cuatro páginas y languideció durante años en la literatura científica.

¿Intentaron demostrar ese efecto experimentalmente?
Cuando logramos montar el laboratorio, tratamos de hacer el experimento, pero todavía no disponíamos de la infraestructura como para encarar este tipo de problema. Se necesita tener dos moléculas o dos átomos muy cerca, para que puedan interactuar. Lo intentamos con vapores de sodio. Cuando conseguimos reunir las condiciones experimentales, los dos átomos se unían y formaban una molécula de sodio, que no servía para lo que nosotros queríamos. Luego lo intentamos con un sólido con iones de tierras raras, pero tampoco fue posible. Hacia 1985, un grupo francés hizo algo muy parecido, pero en realidad, no fue sino hasta 2002 que este efecto pudo observarse, merced al trabajo de un grupo suizo-alemán. Para ello, doparon [enriquecieron] un sólido orgánico y, por medio de una sonda, consiguieron localizar pares de moléculas muy cercanas pero que no se tocaban, y así observaron el efecto. Para mi sorpresa y la de Rios Leite, habían dado con nuestro artículo, 22 años después de su publicación, y lo citaron. El artículo apareció en la portada de la revista Science. En 2012, el equipo de Vanderlei Bagnato, de la USP [Universidad de São Paulo], en su campus de la ciudad de São Carlos, verificó este efecto en vapor de sodio, pero en este caso habíamos conversado previamente. Realizamos un seminario allá y él pensó que estaba en condiciones de llevar a cabo ese tipo de experimento. Lo hizo y fue un éxito, cuyo resultado fue un artículo que salió publicado en la revista Physical Review Letters. Fue una enorme satisfacción, porque él trabajó con un sistema muy similar al que habíamos imaginado 32 años antes. Este efecto pasó a denominarse absorción de dos fotones por un par de átomos [TPTA]. Es un fenómeno que puede describirse dentro del amplio andamiaje de la óptica no lineal. Posteriormente, otros grupos también han estudiado este efecto bajo diferentes aspectos.

De nuestro departamento surgieron startups que fabrican equipamientos para el área médica basadoq en la fotónica

¿Qué se entiende por óptica no lineal?
Se trata de un área actualmente llamada también fotónica no lineal, que estudia los efectos de la luz de alta intensidad sobre los distintos estados de la materia: sólido, líquido, gaseoso o plasma. Estos materiales de interés pueden hallarse en el laboratorio o en la naturaleza, por lo que es posible realizar óptica no lineal en laboratorios que simulen, por ejemplo, la atmósfera de las estrellas. Desde un punto de vista práctico, la primera contribución importante de esta área fue la creación del primer láser y la comprensión de su funcionamiento, en la década de 1960. Luego vino la fibra óptica, que transporta mensajes y ha cambiado nuestras vidas. Y de ahí en adelante han surgido aplicaciones de la óptica en la medicina, con pruebas que evalúan la luminiscencia [la capacidad de emitir luz] de moléculas específicas de la sangre, por ejemplo.

En 2013 informamos de un estudio suyo sobre los vórtices ópticos, a los que hemos llamado remolinos de luz. ¿Ese trabajo ha tenido progresos?
En efecto, se ha avanzado. Un estudiante de doctorado que trabajaba en eso en aquel momento, Anderson Amaral, ahora es docente en la UFPE. Lo que en ese entonces  [lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 211] era un trabajo de investigación básica se convirtió en una rutina. Podemos producir los haces con vórtices ópticos y utilizarlos para realizar diversos experimentos. Los haces tienen un momento angular, esto significa que, cuando inciden sobre un grupo de electrones o de moléculas, tienden a provocar que unos u otras giren. Un grupo de Estados Unidos y otro de China están utilizando esta posibilidad de manipular el perfil de la luz para generar números aleatorios, de gran relevancia en la encriptación de los mensajes por telefonía móvil e internet.

¿Qué momentos importantes destacaría de una trayectoria tan extensa como la suya?
En 2021, el informe de la comisión de la Academia Sueca de Ciencias que propone a los candidatos para el Premio Nobel hizo referencia a tres trabajos nuestros, hechos en Recife, que sirvieron para corroborar los postulados de uno de los ganadores del Premio Nobel de Física, el italiano Giorgio Parisi. Esto nos alegró mucho a mí y a mis colegas de nuestro equipo porque no habíamos tenido ningún contacto con los autores del informe, pero ellos notaron que nuestros artículos fueron importantes para comprobar las ideas de Parisi. A finales de la década de 1970, Parisi propuso una teoría que explicaba el comportamiento de algunos materiales magnéticos. Otros físicos del área coincidieron en que la teoría de Parisi era correcta, pero la forma de verificarla era muy indirecta. Entonces, entre 2015 y 2017, empleando láseres aleatorios, demostramos de manera directa que su propuesta era correcta. No fue algo que nos propusiéramos, para nada. Llegamos a esos resultados por pura casualidad en el marco de un estudio conjunto con un colega docente de la UFPE, Anderson Gomes. Como somos físicos experimentales, necesitábamos del apoyo de otros físicos teóricos. Casualmente, Ernesto Raposo, un colega mucho más joven de la rama de la física estadística de aquí de la UFPE ya había trabajado con esos procesos en física del estado sólido y nos brindó una ayuda inmensa.

¿Ustedes mantienen contacto con empresas del sector de la óptica?
Estuvimos en contacto hace muchos años con Jarbas Castro, de la firma Opto, de São Carlos, en São Paulo. La empresa afrontó grandes dificultades financieras, pero por lo que he sabido, ya se ha recuperado [lea en  Pesquisa FAPESP, ediciones nº 162 y 227]. No conozco otra empresa, aparte de Opto, que fabrique láseres en Brasil. La paulista Quantum Tech, hizo algunos intentos, pero al cabo de dos años quebró. En São Paulo hay otras empresas que utilizan láseres para fabricar stents [dispositivos utilizados en las cirugías cardiovasculares], por ejemplo, pero los láseres son importados. De nuestro departamento salieron startups que se instalaron en la incubadora de empresas del Instituto Tecnológico de Pernambuco y han desarrollado equipamientos para el área médica basados en la fotónica, pero los diodos emisores de luz también son importados. El costo de producción de un láser es alto y el mercado brasileño aún es pequeño. Una empresa que se radique en Brasil tendría que competir, a nivel internacional, con importantes compañías de Estados Unidos, Francia y Alemania, que fabrican láseres de uso industrial y médico. Nuestra contribución al mercado es indirecta, porque formamos personal calificado para trabajar en estas empresas, no solo en las de Brasil. Algunos estudiantes que han pasado por aquí hoy en día están trabajando en firmas de Canadá, Estados Unidos, India y China. Dos de ellos están en empresas de nanotecnología, basadas en partículas obtenidas mediante técnicas químicas, como las que hacemos aquí. Otros se desempeñan como investigadores en universidades. Nos hemos dedicado a temas que naturalmente capacitan a los alumnos, por ejemplo, para trabajar en la industria de los medicamentos, que está muy interesada en las nanopartículas. No obstante, la mayoría de nuestros estudiantes de posgrado se han convertido en docentes e investigadores en universidades de Brasil, de países vecinos, de América del Norte y de Europa.

Usted trabaja con otras aplicaciones de la óptica, como las nanopartículas metálicas y los vidrios especiales. Al es respecto, ¿cómo están posicionados actualmente?
Estudiamos las nanopartículas metálicas –de plata, oro u otros metales– como un medio no lineal que nos permite investigar, entre otras cosas, la propagación de pulsos lumínicos que se desplazan sin deformarse, los llamados solitones. Para entender por qué estudiamos los solitones, hay que tener en cuenta lo siguiente: cuando encendemos una linterna o una lámpara común, la luz no sale como si fuera un cilindro único, sino que diverge, se dispersa. Para estudiar el comportamiento de unas pocas moléculas necesitamos haces unidireccionales como los solitones, ya que incluso un láser sufre deformaciones mientras se propaga. Los solitones son objetos ópticos con aplicaciones amplias, por ejemplo, en fibra óptica, para evitar las deformaciones de los mensajes causados por la superposición de los pulsos de luz. Ya existen circuitos experimentales de muy alta frecuencia, que permiten enviar gran cantidad de información en un tiempo muy corto. El comportamiento de las partículas metálicas puede describirse mediante las ecuaciones que ayudan a construir los solitones. Las partículas metálicas también sirven para fabricar los llamados láseres aleatorios, que no poseen los espejos reflectores que hacen posible la amplificación de la luz, tal como sucede en los láseres comunes. Podemos poner estas partículas en un líquido o en un sólido de alta luminiscencia [con alto poder de emisión de luz] y ellas van funcionarán como los espejos de un láser.

En Harvard aprendí las estrategias de investigación, interactuando con académicos que hacían física de frontera

¿Qué han hecho con esas partículas?
En uno de nuestros experimentos más recientes, publicado hace un año, utilizamos esas partículas, que tienen un diámetro de 10 nanómetros [un nanómetro es la milmillonésima parte de un metro], para estudiar las propiedades de los clústeres, grupos formados por unos pocos átomos. Partiendo de unos 1.500, o 1700 átomos, vamos reduciendo la cantidad hasta obtener clústeres [conglomerados] de seis átomos de oro rodeados por otras moléculas. Un químico de la India nos proporcionó las muestras y las analizamos. Ahora tenemos nuevas muestras que nos preparó compuestas por entre siete y doce átomos de cobre. Hemos observado que, a medida que reducimos el tamaño del grupo de átomos, ya no quedan electrones libres como en un hilo metálico. Los electrones se encuentran más o menos unidos a cada átomo, y cada clúster se comporta como si fuera una gran molécula, rodeada por otras, que mantienen la cohesión de los átomos. Antiguamente, en la Edad Media, se utilizaban partículas metálicas de plata y oro para fabricar los vitrales de las catedrales de Europa. El vidrio rojo contiene micropartículas de oro y el verde, de cobre. El cáliz de Licurgo, fabricado por los romanos hacia 400 d. C., que se encuentra en el Museo Británico de Londres, es verde cuando se lo ilumina de afuera hacia adentro, y rojo cuando se pone una lámpara en su interior. Actualmente, estas partículas son objeto de estudio de la nanociencia y la nanotecnología. Junto a Luciana Kassab, profesora de la Fatec [Facultad de Tecnología de São Paulo], estamos fabricando vidrios especiales con el agregado de partículas metálicas, utilizados en fibra óptica y sensores ópticos, que permiten controlar el color o aumentar la luminiscencia [la emisión de luz] para desarrollar pequeñas pantallas coloridas, sensores ópticos o incluso láseres que emiten luz de diversos colores.

En 2003, usted fue el primero y hasta ahora el único brasileño que obtuvo el Premio Galileo Galilei, de la Comisión Internacional de Óptica [ICO]. Al fundamentar su distinción, la entidad mencionó sus “contribuciones científicas excepcionales producidas bajo circunstancias comparativamente desfavorables”. ¿Esas circunstancias subsisten?
Actualmente son aún mayores. Nos faltan recursos para la investigación y hemos padecido altibajos. En la época de la dictadura [1964-1985], era relativamente fácil conseguir financiación porque algunos militares eran nacionalistas y entendían que el desarrollo de la tecnología era importante. Después vivimos una etapa muy mala, durante los gobiernos de los presidentes José Sarney y Fernando Collor de Mello, cuando los fondos para la investigación científica desaparecieron. Los presupuestos federales para la investigación se redujeron abruptamente. En los dos primeros dos mandatos de [Luiz Inácio] Lula [da Silva] tuvimos una buena recuperación, pero los últimos seis años, con los gobiernos de Temer y Bolsonaro [2016-2022], fueron muy malos. Espero que esto mejore en los años próximos, porque nuestra principal fuente de financiación es el MCTI [Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación]; algunos fondos internacionales, y la Facepe [Fundación de Apoyo a la Ciencia y la Tecnología del Estado de Pernambuco], que también son de gran ayuda.

¿Por qué siguió la carrera de ingeniería eléctrica si quería dedicarse a la física?
En aquella época se decía que esa era la mejor carrera de la UFPE, la que incluía más física y matemática, que a mí me gustaban mucho desde mis épocas de la enseñanza media. Los dos primeros años constituían el llamado ciclo básico, con mucha física, matemática y química, y en el tercer año se arrancaba con las materias más específicas. Ahí me di cuenta que lo que quería hacer no era ingeniería, pero la carrera de física aún no existía en la universidad. Terminé la carrera de ingeniería eléctrica, pero orientado por algunos profesores, estudié materias que formaban parte de la licenciatura en física en otras universidades. Una vez graduado, me fui a la PUC-Rio. Un profesor de aquí me puso en contacto con dos físicos de allá: Erasmo Ferreira y Nicim Zagury, ambos actualmente en la UFRJ [Universidad Federal de Río de Janeiro], quienes me dijeron lo que tenía que estudiar para poder iniciar allí un posgrado en física. Posteriormente, en la Universidad Harvard, trabajé con Nicolaas Bloembergen [1920-2017], a quien se considera el padre de la óptica no lineal, uno de los ganadores del Nobel de Física de 1981. En Harvard no solo aprendí las nociones básicas del área, sino también las estrategias de investigación, al interactuar con académicos que estaban haciendo física de frontera, y pude aprender cómo funcionan los grupos de investigación.

¿Sus padres lo apoyaron?
Mi padre creía que yo sería comerciante, como él, que era dueño de una tienda de cueros y accesorios para zapatos y maletas ubicada en el barrio de Santo Antônio, en el casco antiguo de Recife. En algún momento consideró que yo debía estar trabajando allí con él. Llegué a pensar que también sería un comerciante, pero, al cabo, empecé a discrepar con su manera de hacer negocios, con la dinámica de la tienda, a pensar de manera más independiente, y a él no le agradó. Cuando decidí estudiar ingeniería, mi madre me apoyó, pero él se entristeció. Y se puso más triste todavía cuando mi hermano, tres años menor que yo, se convirtió en sociólogo. Finalmente, mi padre tuvo que vender la tienda porque no había nadie que se ocupara de ella. Pero creo que después disfrutó con el progreso de sus hijos, tanto en mi caso como en el de mi hermano, quien también devino profesor universitario, y ahora ya está jubilado y vive en Río de Janeiro desde hace más de 20 años. También yo me jubilé, pero sigo en la docencia, tengo el laboratorio y los alumnos de posgrado.

¿Dos de sus tres hijos también son físicos?
Así es, pero les he dicho que no es culpa mía. También trabajan con óptica. El mayor, Luís Eduardo Evangelista de Araújo, es profesor y dirige un laboratorio en el Instituto de Física de la Unicamp desde hace unos 20 años. El otro, Renato Evangelista de Araújo, trabaja en el Departamento de Electrónica de la UFPE con aplicaciones médicas y biológicas del láser. El hecho de que ellos hayan seguido la carrera académica debe ser resultado de la convivencia con mis colegas y sus hijos. En una época vivíamos cerca del campus y, a menudo, al final de la jornada de trabajo, venían a buscarme con mi esposa. Recuerdo a Luís, con 3 o 4 años, sentado en el laboratorio pidiéndome que encendiera el láser, que le parecía hermoso. Cuando estábamos en Estados Unidos, ambos asistieron a escuelas que tenían muy buenos laboratorios; fue allí donde Luís aprendió a hacer crecimiento de cristales. A Renato le gustaba la electrónica. Creo que fue allá, en la high school, que ambos decidieron seguir la carrera de física cuando regresamos a Recife.

Dos de mis hijos siguieron la carrera académica influenciados por la convivencia con mis colegas y sus hijos

Y el tercero, ¿a qué se dedica?
Paulo Henrique Evangelista de Araújo empezó a estudiar matemática, pero al finalizar el segundo año rindió otro examen de admisión e ingresó a ciencias de la computación. Hizo hasta el tercer año y fundó, con dos compañeros, una empresa de software en una incubadora de Recife. Llegaron a tener 15 empleados, pero al cabo de dos años tuvieron que disolver la sociedad. Después trabajó en la empresa Motorola en São Paulo, decidió estudiar mandarín y al año siguiente se fue a China a estudiar el idioma un año más. Allá abrió una empresa de logística, importación y exportación, pero su esposa decidió volverse, así que finalmente cerró la empresa y también se volvió. Ahora tiene una empresa de software vinculada a Porto Digital [el parque tecnológico instalado en Recife centrado en la tecnología de la información] y alguna actividad con energía solar fotovoltaica, aprovechando las conexiones que posee en China. Los tres son felices con lo que hacen. Mi esposa, Rubi, se jubiló como directora de escuela. Vivimos en el barrio de Boa Viagem, nos gusta la playa, pero ella dice que yo soy adicto al trabajo.

¿Aparte de la playa, qué más le gusta?
La música. Estudié canto y solfeo, he sido tenor, en mi juventud fui miembro del Coro do Carmo de Recife, el principal coro de la ciudad en aquella época, en las décadas de 1960 y 1970. Era un coro religioso, pero yo ya no lo era, al igual que otros compañeros. Cantábamos música sacra, pero también canciones internacionales y folclóricas con arreglos muy bien logrados. El coro grabó tres discos de canciones brasileñas y un cuarto que fue la banda sonora de una película, Terra sem Deus [Tierra sin Dios], basada en el bandolerismo regional conocido como cangaceirismo y filmada aquí en Pernambuco, en 1963. La música de la banda de sonido era de inspiración nordestina, con música polifónica, a cuatro voces, y arreglos disonantes, que para la época eran algo avanzado, y en cierto modo ya era una influencia de João Gilberto [1931-2019]. En la universidad, con cuatro compañeros, asistimos durante dos años a clases adicionales que impartía un físico matemático portugués Rui Gomes, quien se había marchado de la ciudad de Porto [Portugal] en la época de la dictadura de [António] Salazar [1889-1970], había recalado en Argentina y luego se vino a Recife. Durante los años 1960-1970 visité su casa varias veces. La esposa del profesor Rui, a sabiendas de que yo era tenor, me pedía que cantara canciones napolitanas de la época. A mi padre también le gustaba cantar.

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