El tatuaje europeo, durante muchos años considerado propio de individuos marginales y hoy en día presente en todas las clases sociales, comenzó a difundirse por el mundo a partir del siglo XV, por intermedio de los marineros y aventureros que durante sus travesías marítimas marcaban sus cuerpos con técnicas improvisadas en los buques y puertos donde atracaban. En Brasil, pese al registro de diversos pueblos indígenas que se tatuaban antes del arribo de los colonizadores, la práctica de grabar imágenes en la piel tardó más tiempo en difundirse entre algunos pocos grupos. Eso fue en el siglo XIX, no solo a través de los navegantes europeos, sino también estadounidenses y de Medio Oriente. Por lo general, esa práctica se adoptaba como una forma de expresar emociones, identidad religiosa o una pertenencia nacional.
Inicialmente objeto de estudio del campo de la criminalística, en las últimas décadas el tatuaje comenzó a investigarse en Brasil en otros campos del saber. La investigación de la historiadora Silvana Jeha con una beca concedida por la Biblioteca Nacional, por ejemplo, reconstruye la trayectoria del tatuaje en el medio urbano brasileño entre el siglo XIX y 1970, la década en que esta práctica comenzó a disociarse de su imagen de marginalidad. A partir de la recopilación de diversas fuentes documentales, su estudio identificó el perfil de los grupos sociales tatuados, tratando de comprender el carácter de esta práctica para cada uno de ellos, una labor que le insumió cinco años de trabajo y que luego publicó en el libro intitulado Uma história da tatuagem no Brasil: Do século XIX à década de 1970, que incluye una vasta iconografía.
“Hasta la década de 1960 no hubo un establecimiento dedicado al tatuaje. La práctica se improvisaba en cualquier lugar: en los barcos y en los muelles, en las calles, en bares, en centros religiosos de la tradición africana, cuarteles y cárceles, con agujas, pero también con objetos improvisados tales como espinas, trozos de vidrio y cuchillos”, relata Jeha, quien realiza una investigación posdoctoral en el Programa de Teoría Psicoanalítica del Instituto de Psicología de la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ). El material empleado para dar color a las imágenes también variaba bastante. “Los pigmentos incluían el uso de betún, añil, hollín de cigarrillos y de la combustión del kerosén, anilina negra y carbón vegetal, entre otros”, reseña la historiadora. La investigación de Jeha incluyó la búsqueda de noticias periodísticas en la hemeroteca de la Biblioteca Nacional, avisos de fugas de esclavos, referencias literarias y tesis médicas sobre el tema, además de documentos de la colección patrimonial del Museo Penitenciario Paulista, que funciona en el predio del extinto Complejo Penitenciario de Carandiru. Ese archivo cuenta con 2.600 fotografías de tatuajes de convictos que pasaron por el sistema carcelario paulista entre las décadas de 1920 y 1930. Las imágenes se encuentran ordenadas en fichas en el Sector de Medicina y Criminalística de la Penitenciaría del Estado de São Paulo para realizar estudios del perfil de delincuentes y llevan adosadas las entrevistas realizadas en la época a los detenidos que exhibían los tatuajes. “Como en aquella época São Paulo era el destino de muchos extranjeros y de individuos de otras partes de Brasil, la colección es una vasta muestra del tatuaje que se practicaba en diversos lugares”, informa la historiadora.
Entre 2018 y 2019, investigadores británicos también llevaron a cabo un estudio del perfil de 58 mil condenados tatuados por medio de técnicas de rastreo de datos para entender el significado histórico del tatuaje. Robert Shoemaker, experto en historia británica del siglo XVIII en la Universidad de Sheffield, y Zoe Alker, del Departamento de Sociología, Política Social y Criminología de la Universidad de Liverpool, analizaron las informaciones disponibles en la plataforma Digital Panopticon, que conserva los datos de 90 mil condenados por el tribunal penal central de Old Bailey que estuvieron presos en Gran Bretaña y Australia, entre 1780 y 1925. Según el texto que publicaron los autores en el sitio web de la plataforma, los tatuajes eran descritos por las autoridades penales como un recurso para identificar y rastrear a fugitivos o reincidentes. Una de las conclusiones a las que se arribó en la investigación es que no representaban símbolos de una personalidad criminal, tal como se los encuadraba desde la perspectiva de investigadores sociales y criminólogos tales como el británico Henry Mayhew (1812-1887) y el italiano Cesare Lombroso (1835-1909), sino que buscaban expresar identidades y sentimientos comunes entre las clases populares. El estudio procura revelar aspectos de la vida de gente común que no dejó registros escritos y clasifica a las marcas en la piel según cuatro categorías: dibujos, palabras o letras, partes del cuerpo tatuadas y la temática abordada, que puede abarcar desde información sobre una identidad nacional hasta aspectos religiosos. Entre 1821 y 1920, los temas navales, símbolos religiosos y gestos de amor, aparte de nombres e iniciales, eran comunes entre los tatuajes analizados, plasmados principalmente en los brazos y codos. Pese a ser una práctica frecuente entre las clases proletarias, los autores constataron que el tatuaje era un fenómeno en crecimiento en los distintos sectores sociales de la Inglaterra victoriana, que involucraba incluso a miembros de la realeza.
Jeha afirma que los marineros probablemente fueron los responsables principales de la difusión de la cultura del tatuaje en las ciudades portuarias, por medio de iconografía que aludía a objetos del ambiente naval, tales como anclas y peces, símbolos románticos como corazones e iniciales de los amantes, además de figuras religiosas. La historiadora identificó que, a principios del siglo XX, militares de distintos lugares del mundo eran tatuados dentro de los cuarteles, donde permanecían confinados durante extensos períodos. Tanto los marinos como los soldados se tatuaban para evitar que murieran sin ser identificados. Ella describe que entre los militares, eran usuales los dibujos que se consideraban patrióticos, tales como banderas y escudos.
La palabra tatuaje comenzó a aludir a las marcas en la piel a partir de la publicación de los relatos de viaje del capitán británico James Cook (1728-1779). Cook lideró expediciones científicas de la Royal Society de Londres por el océano Pacífico. “Las expediciones del capitán Cook constituyen un hito pues son los primeros registros documentales sobre esta práctica”, comenta la socióloga Beatriz Patriota, doctoranda en el Centro de Educación y Ciencias Humanas de la Universidad Federal de São Carlos (Cech-UFSCar), quien investiga los procesos de transformación del tatuaje en un objeto artístico. Según Patriota, en 1769, cuando publicó las memorias de sus viajes a las islas de los mares del sur, en la actual Polinesia Francesa, Cook utilizó por primera vez la palabra “tatau”, una onomatopeya alusiva al ruido provocado por el golpeteo de los tatuadores sobre la piel de los que eran tatuados. “Más tarde, esa expresión originó el término tattoo, en inglés”, relata. “Los marineros eran sujetos marginales y estaban vistos como extranjeros en cualquier lugar donde estuvieran. La práctica del tatuaje podría tomarse como una forma de desarrollar un sentimiento de pertenencia entre ellos”, considera Patriota.
A partir del siglo XIX, el aspecto de marginalidad se profundizó por la aparición de individuos tatuados como atracciones en espectáculos de teatros de variedades y parques de diversión en países de Europa, en Estados Unidos e incluso en Brasil. “Esos eventos contribuyeron para popularizar la cultura del tatuaje, pero también propiciaron la difusión de los prejuicios asociados a esa práctica”, dice Patriota. La situación comenzaría a cambiar en 1891, cuando el estadounidense Samuel O’Reilly (1854-1909) patentó la primera máquina de tatuar eléctrica. Esa iniciativa, analiza la socióloga, constituye un hito en el proceso de transformación del tatuaje en objeto artístico, en simultáneo con la profesionalización de la práctica, que comenzó a perder su carácter improvisado.
En su investigación, Jeha detectó que al menos desde el final del siglo XIX las páginas policiales de los periódicos brasileños asociaban el uso del tatuaje con el mundo del hampa, reproduciendo informes de comisarios y médicos forenses. Según la historiadora, la relación entre el tatuaje y la delincuencia emana de su asociación con los grupos marginales que fueron quienes iniciaron la difusión de la práctica en el país, entre ellos, los marineros. Esa asociación perduró durante más de un siglo. El psicólogo social Richard de Oliveira, investigador del Laboratorio de Estudios en Psicología del Arte del Instituto de Psicología de la Universidad de São Paulo (IP-USP), dice que los estudios en ese campo del saber, incluso hoy en día, tienden a asociar el tatuaje a la psicopatología. “Los estudios que abordan el tatuaje como un fenómeno estético y social, tal como yo concibo a esa práctica, aún son una franca minoría en el área”, afirma.
Otro grupo social relacionado con el contexto del tatuaje en Brasil hacia el final del siglo XIX son los africanos esclavizados, que arribaron aquí con marcas en la piel. “Mi estudio incluyó el análisis de los tatuajes de transeúntes de las ciudades brasileñas, que también fue el caso de los esclavizados en esa época”, argumenta Jeha. La historiadora analizó 4 mil reportes de fuga de esclavos en la colección de periódicos de la Biblioteca Nacional y verificó que las descripciones de sus tatuajes o escarificaciones (marcas en la piel que se producen como resultado de cicatrices que no incorporan pigmento) se utilizaban para facilitar la identificación de los fugitivos.
En las últimas décadas del siglo XIX, llegaron a Brasil otras culturas de tatuaje, en este caso traídas por oleadas de inmigrantes provenientes de Europa, Oriente Medio y Japón. En la investigación que llevó a cabo en la colección del Museo Penitenciario, Jeha comprobó que gran parte de los inmigrantes que pasaron por el sistema carcelario paulista ingresaron tatuados al presidio, refutando la perspectiva de que todas las marcas se habrían hecho durante el encierro. “En Medio Oriente estaba difundida toda una tradición del tatuaje. Muchos árabes provenientes de esa región que hoy en día ocupan Siria y Líbano, por ejemplo, tenían motivos gráficos y figurativos dibujados en sus cuerpos, de naturaleza étnica o religiosa”, relata. Según la investigadora, algunos de esos árabes se tatuaban motivos religiosos para reafirmar su condición de cristianos, en regiones donde la mayoría de la población era musulmana. “Varios escritores brasileños retrataron la figura del extranjero árabe que porta tatuajes, como en el caso del cuento A volta do marido pródigo [El regreso del marido pródigo], de Guimarães Rosa [1908-1967], o en el poema Os turcos [Los turcos], de Carlos Drummond de Andrade [1902-1987]”, resalta.
Así como en 1891 Samuel O’Reilly dio inicio al proceso de profesionalización del tatuaje que, dos décadas más tarde, acabaría desembocando en una búsqueda de un estatus como objeto artístico, en Brasil, el marinero danés Knud Gregersen (1928-1983), que se hizo conocido por el pseudónimo Tatoo Lucky, se convertiría en el primer tatuador profesional en abrir un local y utilizar una máquina eléctrica para grabar imágenes en los cuerpos de marineros y otros visitantes asiduos del puerto. “Él llegó al país en 1959 y trabajó principalmente en la región portuaria de Santos (São Paulo). Y representa el eslabón entre los tiempos de la marginalidad y la irrupción explosiva del uso del tatuaje entre todos los segmentos de la población, a partir de la década de 1970”, analiza Jeha.
De acuerdo con la historiadora, hasta la década de 1960 el tatuaje solía permanecer oculto o disimulado bajo la ropa. A partir de los años 1970 eso empezó a cambiar, cuando varias culturas urbanas, como fue el caso de los roqueros, punks, hippies y surfistas, que adoptaron figuras y dibujos como emblemas de rebeldía. “Los estadounidenses denominaron a ese fenómeno como el ‘renacimiento del tatuaje’”, dice. Hoy en día los estudios de tatuaje están regulados, cumplen reglas de higiene e investigan nuevas técnicas y tecnologías que permiten perfeccionar el trabajo. Este proceso de popularización y profesionalización provocó un impacto en la iconografía, dice João Batista Freitas Cardoso, docente de la maestría profesional en Innovación en la Comunicación de Interés Público de la Universidad Municipal de São Caetano do Sul (USCS) y estudioso de la cultura pop. Así como antes la iconografía estaba centrada en elementos clásicos, tales como anclas y corazones, a partir de su popularización pasó a incluir elementos de la cultura geek, tales como los personajes de historietas. Los tatuajes de los marinos del pasado también siguen marcando la iconografía actual, pero ahora en relecturas caracterizadas por el estilo de los tatuadores contemporáneos.
Proyecto
Personajes en el tatuaje: La trasposición de las páginas de las historietas al cuerpo humano (nº 14/21537-5); Modalidad Ayuda a la Investigación – Regular; Investigador responsable João Batista Freitas Cardoso (USCS); Inversión R$ 52.793,82
Artículo científico
ALKER, Z. y SHOEMAKER, R. Convict tattoos. The digital panopticon: Tracing London convicts in Britain and Australia, 1780-1925. Online.
Libro
JEHA, S. Uma história da tatuagem no Brasil: Do século XIX à década de 1970. São Paulo: Veneta, 2019.