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COVID-19

“Durante la pandemia empecé a valorar más las relaciones con las personas”

Acostumbrado a la labor de campo en las playas de la costa norte del estado de São Paulo, en Brasil, el biólogo Alexander Turra trabaja en casa desde el mes de marzo

Léo Ramos Chaves

La investigación oceanográfica depende mucho del trabajo de campo y, en gran medida, también del trabajo de laboratorio y a bordo de una embarcación. En marzo, ante la perspectiva de un confinamiento, las actividades en la Universidad de São Paulo (USP) se suspendieron, al igual que nuestras expediciones de campo. Este fue el principal impacto de la pandemia en mi caso, y también para los estudiantes de maestría y doctorado bajo mi dirección en el Instituto Oceanográfico (IO). Las investigaciones de la mayoría de ellos implicaban la recolección de muestras biológicas y de sedimentos para el análisis, por ejemplo, de los impactos de la ocupación humana en las zonas costeras del litoral norte del estado de São Paulo.

La situación es más delicada en los casos de los colegas que realizan un monitoreo permanente en alta mar y que, para ello, deben permanecer varios días embarcados. Nuestros estudios dependen de la posibilidad de ir a la playa, algo que se hizo muy complicado entre finales de marzo y principios de mayo, más aún porque los residentes del municipio de São Sebastião estaban bloqueando las vías de acceso a la ciudad para evitar que la gente que tiene viviendas allí se instalara a pasar la cuarentena en esa región.

El IO posee dos bases: una en Cananeia y otra en Ubatuba. Ambas cuentan con personal local, de manera tal que dejar de investigar allí también fue importante para evitar el contagio de esas personas y que ellas esparcieran el virus entre sus familiares, vecinos y el resto de la comunidad, lo que hubiera sido algo trágico, dado que ambas localidades no disponen de infraestructura para lidiar con un rápido aumento del número de casos de covid-19.

Entonces comenzamos a trabajar a distancia, básicamente con el procesamiento de muestras y la redacción de artículos científicos. Tengo alumnos que ya llevan seis meses sin pisar el IO. Les presté equipos del laboratorio y computadoras para que algunos de ellos puedan seguir adelante con sus investigaciones. Están utilizando parte de la infraestructura del instituto en sus hogares. Otros están abocados a la lectura y la redacción de informes y artículos científicos. Al cabo de un tiempo, comenzamos a discutir la manera en que algunos de ellos podrían reanudar el trabajo de campo. Las tesis y tesinas de muchos de ellos dependen de ello y los plazos se acortan. Todo está marchando con mucha cautela y responsabilidad, a partir de los protocolos que estableció la USP. Recientemente, una alumna fue a realizar observaciones de aves en las playas de la costa norte del estado; otro alumno bajó de la sierra para llevar a cabo experimentos tendientes a evaluar los efectos del cambio climático sobre la biodiversidad costera.

Muchos piensan que el riesgo de contagio en las playas es bajo, pero para llegar allá es necesario pasar horas dentro de un auto, generalmente en compañía de otras personas. Normalmente solemos quedarnos entre una semana y diez días realizando trabajos de campo, un período que puede llegar a extenderse en caso de que tengamos que preparar el experimento en el lugar. En ese lapso, tenemos contacto con los empleados de nuestras bases, con los residentes locales y con pescadores, entre otros. Todo esto eleva el riesgo de contagio y por esa razón decidimos evitarlo. Recién ahora estamos reanudando esas actividades, poco a poco, utilizando alojamientos independientes y permaneciendo en campo menos tiempo.

Estos cambios tuvieron un impacto importante en nuestro cronograma de actividades para este año. No hemos abierto nuevas líneas de investigación enfocadas en la coyuntura actual, dado que ello también depende de las observaciones, recolección y análisis de muestras obtenidas en campo. Se pensó en la posibilidad de que una alumna de doctorado enfocara parte de su investigación en analizar los impactos de la pandemia sobre la calidad del agua en un río de Ubatuba, pero no se concretó. Resulta difícil captar indicios del cambio ambiental cuando no se puede hacer un trabajo de campo cabal.

De mi parte, además de trabajar en la coordinación de trabajos y en la supervisión de los alumnos, estoy participando en encuentros internacionales, todo vía videoconferencia. Este año tenía programado participar en la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Océano, que se realizaría en Lisboa, Portugal, pero la misma fue postergada para el año que viene. Sin embargo, todo el trabajo de preparación para ese evento se está llevando a cabo por medio de reuniones online, al igual que la preparación para la Asamblea Ambiental de las Naciones Unidas, a la cual también asistiré en marzo de 2021.

Me he adaptado sin problemas a este formato de reuniones científicas. Hemos ganado tiempo y ahorramos recursos. Antes participaba en varias reuniones, cada una en un país diferente. Viajaba bastante, era agotador y estaba lejos de mi familia. La posibilidad de poder trabajar desde casa es algo bueno. Es un hecho que adoptaremos con más asiduidad estas herramientas cuando todo vuelva a la normalidad, incluso porque también ayuda a reducir nuestra huella de carbono. Lo complicado es cuando se suscitan embates diplomáticos para definir acuerdos internacionales que exigen diálogos y movimientos complejos. En esos casos, sería mejor si fuera posible resolverlos en forma presencial.

De todos modos, una de las cosas que empecé a valorar más durante la pandemia fue el contacto humano, las relaciones con las personas. He estado trabajando en casa desde el 16 de marzo. Somos tres: mi esposa, mi hija de 15 años y yo. La convivencia es buena y hemos podido organizar las tareas sin roces. Al principio, uno se entusiasma con la posibilidad de no tener que perder tiempo en el tránsito ni en las salas de embarque de los aeropuertos, y así, se llena la agenda con reuniones, clases y supervisiones todos los días. Cuando uno menos se da cuenta, se encuentra sobrecargado de actividades que, poco a poco, van minando tu energía. A eso se le suman las tareas domésticas. Ahí fue cuando me di cuenta que estaba haciendo falta la relación con la gente, mantener encuentros en los pasillos de la universidad, intercambiar comentarios de cualquier índole, una broma, tomar un café o acordar para tomar una cerveza al final de la tarde. Eso ayuda a restarle presión a los plazos, uno se distrae un poco, socializa y fortalece la empatía, algo fundamental, incluso cuando se produce ciencia. Todo eso es bueno para la salud mental.

Estoy exhausto y en deuda con mucha gente, pero entiendo que hay un problema físico y mental limitante. Cada vez resulta más difícil sumergirse por dos horas en una labor intelectual sin interrupciones. Más allá de la sensación de agotamiento constante, los dolores corporales, lumbares, que te van desgastando y corroyendo poco a poco sin que te des cuenta. He estado haciendo algo de ejercicio por la noche, en la USP, cuando todo está vacío, pero no es suficiente. La pandemia me está ayudando a desarrollar un enfoque más humano al respecto de las actividades académicas y esto ciertamente tendrá un impacto en mi carrera como investigador, docente y supervisor, y también sobre mi vida personal, como ser humano.

Alexander Turra es biólogo y docente del Instituto Oceanográfico de la Universidad de São Paulo.

La rutina de la labor científica fue una de las víctimas de la pandemia. Al igual que buena parte de la población, los investigadores tuvieron que aprender a conjugar el trabajo con los quehaceres domésticos, hallar distintas maneras de producir y reunirse en forma virtual. Muchos tuvieron vedado el acceso a la universidad, a la biblioteca, al laboratorio, mientras que otros prácticamente no se despegaron de su banco de trabajo. Aquellos que se desempeñan en áreas relacionadas directamente con la lucha contra la enfermedad mantuvieron sus líneas de investigación o las adaptaron para satisfacer las necesidades acuciantes. Otros vieron recrudecer las dificultades para recabar datos y llevar a cabo su trabajo. Algunos contrajeron el virus, otros se ocuparon de la seguridad y de la salud mental de sus alumnos. Todas son experiencias que revelan la vida de los científicos y su compromiso con el avance del conocimiento. Desde el final del mes de marzo, Pesquisa FAPESP se ha dedicado a reunir testimonios representativos de todas esas variantes. Más de cincuenta de ellos han sido publicados oportunamente en el sitio web, de los cuales veintiséis figuran en formato resumido en la revista y siete han dado origen a entrevistas en el pódcast Pesquisa Brasil. Y todavía hay más por delante. Esta edición incluye otros dos relatos: el de un biólogo marino alejado de la costa y el de una cirujana que volvió a operar tan pronto como obtuvo el alta de la UTI, tras permanecer internada a causa del covid-19.
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