Las aves siempre ejercieron fascinación en Herculano Alvarenga. Ya de joven, coleccionaba ejemplares que él mismo se encargaba de embalsamar. No obstante, su interés por la zoología no se extendió a la universidad. Alvarenga se graduó como médico en la Facultad de Medicina de Taubaté en 1973, especializándose en traumatología. Dos años más tarde, ingresó a trabajar como docente en la misma institución.
En 1977 la facultad se declaró en huelga. Al disponer de tiempo libre, pudo retomar su antiguo pasatiempo. Por casualidad, ese mismo año, unos obreros se toparon con una osamenta voluminosa en una mina de arcilla de la zona Vale do Paraíba, una región del estado de São Paulo conocida por albergar gran variedad de fósiles de animales prehistóricos.
Se trataba de un esqueleto casi completo de lo que parecía ser un animal gigante. Lo convocaron a Alvarenga para examinar los huesos. “En principio, pensé que sería el fósil de un mamífero”, recuerda. “Me llevé el esqueleto a mi casa para analizarlos mejor”. El conocimiento que había adquirido en libros y artículos sobre zoología no era suficiente para poder describir al animal por sí mismo. Buscó en Río de Janeiro al geólogo Diógenes de Almeida Campos, del Departamento Nacional de Producción Mineral (DNPM), quien se ofreció para ayudarlo. Alvarenga comenzó a intercambiar correspondencia con el geólogo, compartiendo informaciones que lo ayudaran a describir al animal.
El trabajo dio como resultado un artículo científico, que fue publicado en 1982 en la revista Anais da Academia Brasileira de Ciências, describiendo la nueva especie: un ave carnívora, del grupo de las aves del terror, así apodadas por los paleontólogos porque mataban a sus presas a patadas, asiéndolas con su pico y golpeándolas contra el suelo. Con 2 metros de altura, una cabeza del tamaño de un caballo y alrededor de 200 kilogramos, ese animal habría habitado en esa región hace 23 millones de años.
La descripción de la nueva especie, bautizada con el nombre científico de Paraphysornis brasiliensis, cobró repercusión internacional. Otros museos solicitaron réplicas del animal para sumar a sus patrimonios. A modo de intercambio, le enviaron a Alvarenga copias de ejemplares de sus colecciones. “El Museo de Historia Natural de Londres me envió una réplica del fósil del Archaeopterix, una de las aves más primitivas de las que se tiene registro; el de Los Ángeles, un cráneo de Tyrannosaurus rex”, comenta. A raíz de ese intercambio, Alvarenga adquirió réplicas de diversos animales extintos, que almacenaba en su casa. Con el tiempo, el médico traumatólogo se transformó en un experto en paleontología de aves, redactando y colaborando con científicos e instituciones de Brasil y del exterior.
Desde entonces, ha identificado y descripto a más de 15 nuevas especies de aves fósiles. En 1995, a los 48 años, ingresó en el doctorado en zoología en el Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (IB-USP), sin dejar por eso su cargo de docente en la Facultad de Medicina de Taubaté ni de atender a sus pacientes en su consultorio de traumatología. “Estudié fósiles de aves del terror de museos de toda América y de Europa para caracterizar a la familia de los Phorusrhacidae y reorganizar el estado caótico en el que hasta entonces estaba la nomenclatura y la clasificación de esas aves”, explica.
En 1998, quien era por ese entonces el alcalde de Taubaté exhortó a Alvarenga para que fundara un museo donde pudiera exponer su colección. El proyecto avanzó y, en 2000, la municipalidad donó el terreno y financió la construcción del edificio. El Museo de Historia Natural de Taubaté fue inaugurado cuatro años después. Hoy cuenta con alrededor de 14 mil piezas. El material abarca todos los períodos geológicos. La institución padece actualmente constantes atrasos en el cobro de subvenciones de la municipalidad, que se había comprometido a aportar 100 mil reales por año. Con gastos que ascendieron a 250 mil reales en 2016, ese espacio corre riesgos de cerrar.
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