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TAPA

El cráneo subvertido

Un estudio de investigadores iberoamericanos refuta trabajos que asocian el ancho del rostro del hombre con comportamientos antiéticos y agresivos

MATEUS ACIOLLuego de analizar datos provenientes de aproximadamente 5 mil individuos pertenecientes a 94 grupos poblacionales modernos distintos, un grupo de genetistas y antropólogos físicos iberoamericanos recabó evidencias suficientes como para refutar una de las teorías más extrañas y controvertidas que ocuparon las páginas de importantes revistas científicas durante los últimos cinco años: aquélla que sostenía que al medir un rasgo físico permanente del cráneo de los individuos de sexo masculino, era posible obtener un indicador confiable de su grado de honestidad y agresividad. Según esa polémica tesis, que coquetea con las ideas lombrosianas en boga en el siglo XIX y desde hace bastante totalmente desacreditadas, la relación entre el ancho y la altura del rostro de un hombre se asocia con el tipo de comportamiento exhibido por el individuo (el mismo razonamiento no tendría validez para las mujeres). Los varones con rostros proporcionalmente más anchos serían menos éticos y más violentos.

Y la culpa de ello sería la selección natural. En términos evolutivos, siempre según los defensores de esta teoría, las hembras del Homo sapiens habrían preferido reproducirse con los machos de rostro menos estrecho, que, al saberse líderes poderosos y temidos, tendrían mayor predisposición para idear artimañas y valerse de su fuerza para lograr sus objetivos. Por ende, siguiendo ese razonamiento, con el paso del tiempo, los cráneos más amplios se habrían convertido en una marca registrada de los hombres más deseados, potentes y con mayor éxito reproductivo, los cuales serían también los más deshonestos y violentos. ¿Puede sostenerse esa idea de que el tamaño de la maldad está impreso en los huesos de la cara de los hombres, exclusivamente en los varones? Por supuesto que no. Es lo que dice, en tono educado, pero firme, el estudio realizado por científicos de Brasil, Argentina, México y España que se publicará en la primera quincena de este mes en la revista científica PLoS One.

“No hallamos ningún dato relevante de que poblaciones o individuos con mayor grado de belicosidad, comportamiento agresivo o mediado por la sensación de poder presenten un rostro más ancho”, dice la genetista Maria Cátira Bortolini, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS), una de las coordinadoras del trabajo. “Tampoco encontramos conexión alguna entre ese rasgo físico y una supuesta ventaja reproductiva en el proceso evolutivo”. Si los machos con rostro más ancho hubiesen sido, a lo largo del proceso evolutivo, los predilectos de las hembras, cabría esperar que esos individuos hubiesen producido mayor cantidad de descendientes que sus rivales más débiles (o con imagen débil), de rostro más alargado. Sin embargo, en la muestra analizada, el tamaño de la prole de los varones con rasgos faciales más anchos no difirió significativamente de los demás.

018-023_FacesdoMal_203-1La afirmación que sostiene que rostros más anchos en los varones representan un rasgo adaptativo seleccionado por el proceso de evolución natural, un argumento utilizado como base en la tesis de los neolombrosianos, tampoco se confirmó en el nuevo estudio. El asunto todavía no está totalmente cerrado, aunque la mayor parte de los trabajos afirme que el dimorfismo sexual en nuestra especie es menos pronunciado que en otros primates. En otras palabras, machos y hembras no presentan diferencias físicas marcadas que hayan sido configuradas por el proceso evolutivo. En algunos animales y plantas el dimorfismo sexual es evidente. El león, por ejemplo, posee una vistosa y amedrentadora melena, un ornamento del que no dispone la leona.

Independientemente de que el ancho del rostro masculino haya sido tallado por el proceso evolutivo o no, el concluir que ese parámetro anatómico es, por sí sólo, una especie de graduación biológica del carácter y de la agresividad de los hombres carece de fundamentos sólidos, de acuerdo con el equipo internacional de investigadores. “La correlación entre un único atributo físico y un comportamiento humano complejo, tal como lo es el tema de la ética y la agresividad, carece de validez científica y constituye una idea peligrosa”, sostiene el antropólogo físico argentino Rolando González-José, del Centro Nacional Patagónico, de Puerto Madryn, otro de los autores del trabajo en la PLoS One. “Más allá de no sostenerse desde un punto de vista científico, tal como evidenciamos en nuestro trabajo, este tipo de razonamiento, que no tiene en cuenta el contexto social y cultural del individuo, constituye una apertura hacia políticas arbitrarias y eugenésicas”.

018-023_FacesdoMal_203-2Los científicos utilizaron bases de datos propias y otras disponibles de otros trabajos científicos para obtener información sobre el ancho de la cabeza de una muestra tan enorme y diversificada de cráneos humanos. Entre las poblaciones analizadas, se encontraban grupos provenientes de contextos sociales y culturales muy heterogéneos, de sociedades con fama de ser más o menos violentas, tales como los residentes en países desarrollados y en desarrollo, además de habitantes en tribus indígenas. En el estudio también se utilizaron datos antropométricos de prisioneros encarcelados a comienzos del siglo pasado en la Penitenciaría Federal de la Ciudad de México, un establecimiento donde, por definición, la concentración de hombres deshonestos y belicosos habría sido alta. “No estamos diciendo que la genética o la biología no influyan en el comportamiento de la gente”, explica Claiton Bau, experto en genética psiquiátrica de la UFRGS, quien también suscribe el trabajo junto a González-José y Bortolini. “Obvio que influyen, pero no presentan un efecto determinante sobre comportamientos complejos, tales como la ética individual. Su efecto es probabilístico. El ambiente también influye en los individuos a lo largo de toda su vida. En el caso del cerebro, lo relevante no es su formato, sino la función (cognitiva) desempeñada en una región”.

Una prominencia en la región de la benevolencia sería un signo de que esa característica era abundante en el dueño del cráneo. La frenología fue bien acogida por la sociedad victoriana inglesa

Reproducción del cuadro de 1886 de Frank DaddUna prominencia en la región de la benevolencia sería un signo de que esa característica era abundante en el dueño del cráneo. La frenología fue bien acogida por la sociedad victoriana inglesaReproducción del cuadro de 1886 de Frank Dadd

El polémico rasgo físico que estaría asociado con la maldad masculina se calcula a partir de un índice denominado técnicamente relación del ancho y la altura del rostro, en inglés, facial width-to-height ratio (fWHR). El ancho del rostro se obtiene por medio del registro de la distancia entre dos puntos del cráneo conocidos como puntos zigión, izquierdo y derecho. Éstos se ubican en las extremidades laterales de la cabeza, cerca de las orejas. La altura del rostro está dada por la distancia entre otros dos puntos, nasión y prostión. El nasión se encuentra en el centro del rostro, entre las cejas, algo más arriba de la depresión nasal. También en el eje central, el prostión se sitúa inmediatamente por encima del labio superior. En los hombres, cuanto mayor sea el ancho del rostro en relación con su altura, mayor será el índice fWHR y, según los neolombrosianos, mayor la falta de ética y tendencia a la agresividad del sujeto en cuestión.

El trabajo reciente que exploró en forma más explícita esa veta casi racista de relacionar la deshonestidad con un rasgo físico del cráneo fue un artículo publicado el 6 de julio del año pasado en la revista científica Proceedings of the Royal Society B, editada por la famosa y respetada Royal Society de Inglaterra. El título del estudio es un buen indicador de su contenido: “Bad to the bone: facial structure predicts unethical behavior” (“Malo hasta los huesos: la estructura facial predice el comportamiento antiético”, en traducción libre). En el artículo, Michael P. Haselhuhn y Elaine M. Wong, de la Universidad de Wisconsin en Milwaukee, reportaron los resultados de dos experimentos comportamentales, típicos de las escuelas de administración, que sirven como soporte para su tesis.

En el primer test, 192 alumnos de MBA (115 varones y 77 mujeres), con edades promedio de 28 años, participaron en una versión del conocido ejercicio de negociación Bullard Houses. En esa prueba, los estudiantes desempeñaron aleatoriamente el rol de vendedor o comprador de una propiedad. Se trata de una simulación destinada a medir la ética de los negociantes. En la variación del ejercicio propuesta por Haselhuhn y Wong, toda la transacción entre las partes se realizó vía e-mail, sin que ninguno tuviera noción de la apariencia de su interlocutor.

Reproducciones del libro L’uomo delinquenteHabía un conflicto potencial que debía sortearse para que el negocio se efectuase. El vendedor solamente estaba dispuesto a desprenderse del inmueble si se garantizaba que la construcción no sería utilizada para fines comerciales, una exigencia que el comprador no estaba dispuesto a asumir (no podía reconocer que instalaría un hotel en el lugar). Al final del experimento, 13 compradores de sexo masculino y 5 del femenino engañaron al vendedor del inmueble. En el caso de los hombres, los que trampearon tenían rostros más achos que los que no incurrieron en un comportamiento antiético. En el caso de las mujeres, no se halló esa correlación. Las medidas faciales se obtuvieron a partir de fotografías digitales de los participantes en la simulación.

El segundo experimento tenía como objetivo indagar la frecuencia de otro tipo de embuste: mentir acerca de los resultados en un juego virtual de dados para aumentar las probabilidades de obtener una eventual recompensa económica en una lotería. En ese caso se reclutaron 103 universitarios con edad promedio de 22 años, de los cuales el 49% eran varones. También se implementaron cuestionarios entre los participantes en el estudio para evaluar cuán poderosos se sentían. Otra vez apareció, según los autores del trabajo, una conexión entre los varones con rostros anchos y los comportamientos antiéticos. Los individuos que reportaron los mayores resultados en el juego fueron los que se definieron como más poderosos, justamente los hombres con rostro ancho. Tampoco esta vez apareció esa correlación entre las mujeres.

El párrafo final del artículo del dúo de Wisconsin resume sus tesis formuladas a partir de los dos experimentos: “Como conclusión, nuestra investigación aporta una nueva perspectiva al estudio de las bases evolucionistas de la moralidad por identificar un rasgo físico determinado genéticamente que predice el comportamiento antiético. Demostramos que los varones con rostro más ancho (en relación con la altura facial) se sienten más poderosos y esa percepción de poder los conduce directamente a un comportamiento menos ético, lo que incluye mentir y engañar. Quizá algunos hombres sean verdaderamente malos hasta la médula”.

Contactado por Pesquisa FAPESP a mediados del mes de diciembre, Haselhuhn alegó no sentirse en buena posición para comentar el trabajo de sus colegas iberoamericanos antes de tener acceso a la versión final publicada del artículo. “Por ahora, lo que puedo decir es que ese futuro paper tiene poco que ver con nuestro artículo ‘Bad to the bone’, exceptuando que éste hace la obvia distinción de que comportamiento antiético y comportamiento criminal no son lo mismo”, dijo, por e-mail, Haselhuhn. “Ese paper refuta más bien estudios anteriores que sostienen que la relación fWHR proviene del dimorfismo sexual. Pese a que citamos esos estudios, analizar el dimorfismo sexual no es el objetivo de nuestro artículo”.

Algunos experimentos y procedimientos de los médicos nazis tenían antecedentes que remitían a la frenología, tales como realizar mediciones del cráneo

UNITED STATES HOLOCAUST MEMORIAL MUSEUMAlgunos experimentos y procedimientos de los médicos nazis tenían antecedentes que remitían a la frenología, tales como realizar mediciones del cráneoUNITED STATES HOLOCAUST MEMORIAL MUSEUM

El artículo de Haselhuhn y Wong constituye el trabajo reciente con afirmaciones más contundentes relacionando la ética con el ancho de los huesos del cráneo en los varones. Pero no es el único. En un artículo publicado el 19 de agosto de 2008 en la misma Proceeding of the Royal Society B, Justin M. Carré y Chery McCormick, del Departamento de Psicología de la Universidad Brock, de Canadá, afirman que ese rasgo del rostro puede funcionar como un indicador de agresividad. Su evidencia científica: los jugadores de equipos profesionales y universitarios de hockey con caras más anchas sufrieron más penalizaciones por haber cometido faltas o acciones violentas en el juego. “Estos hallazgos sugieren que la relación entre el ancho y el alto de la cara, determinada por el dimorfismo sexual, podría ser una ‘honesta señal’ de la propensión a la agresividad”, escribió el dúo. En 2009, los mismos investigadores suscribieron un artículo en la revista Psychological Science con carácter bastante similar. Relatan experimentos en los cuales la gente asocia comportamientos agresivos con imágenes de hombres con rostros de rasgos amplios. “No logro concebir qué puede salir de bueno de ese tipo de estudio”, comenta Bortolini.

El deseo de intentar asociar ciertos rasgos de la anatomía del cráneo humano con la personalidad de los individuos de nuestra especie, estableciendo supuestas relaciones entre algunos parámetros físicos y la propensión a la deshonestidad o a la práctica de actos criminales es antiguo. Entre el final del siglo XVIII y el comienzo del siglo XIX, los controvertidos trabajos del médico alemán Franz Josef Gall (1758-1828) y de su discípulo Johann Gaspar Spurzheim (1776-1832) constituyen una referencia obligatoria al respecto del tema. Para Gall, la superficie del cráneo funcionaba como un índice de las características psicológicas del individuo. Gall dividió el cerebro en 27 regiones (otros, más tarde, rebanaron el órgano en más o menos sectores). Había un área ligada a la compasión, otra, al deseo de reproducirse y así sucesivamente. El tamaño de una región era proporcional a la facultad psicológica representada. Una prominencia en la parte superior de la frente era un signo de benevolencia exagerada. Una protuberancia alrededor de las orejas era un indicio de agresividad exacerbada. Así nacía la craneoscopía, popularizada por Spurzheim con el nombre de frenología. Medir el cráneo era como medir la psiquis humana.

Polémicos estudios recientes publicados en revistas científicas, tales como Proceedings of the Royal Society B, sostienen que una medida del cráneo de los varones (pero no de las mujeres) puede interpretarse como un indicador de comportamientos antiéticos y agresivos

Reproducciones de artículos publicados en la revista Proceedings of the Royal Society BPolémicos estudios recientes publicados en revistas científicas, tales como Proceedings of the Royal Society B, sostienen que una medida del cráneo de los varones (pero no de las mujeres) puede interpretarse como un indicador de comportamientos antiéticos y agresivosReproducciones de artículos publicados en la revista Proceedings of the Royal Society B

Aunque para mediados del siglo XIX la frenología había caído en descrédito científico e incluso se había tornado blanco de caricaturas y dibujos humorísticos, donde los médicos escudriñaban el cerebro deformado de los pacientes, este tipo de abordaje nunca cesó de hallar adeptos de tanto en tanto, sobre todo en ciertas sociedades. Esta índole de estudios se difundió bastante en Estados Unidos e Inglaterra. Al publicar su obra El hombre delincuente en 1876, el médico italiano Cesare Lombroso (1835-1909) produjo una versión propia de ese abordaje, enfocada en las supuestas características típicas del cráneo de hipotéticos malhechores natos. Según Lombroso, el criminal presentaba facciones salvajes, similares a las de los monos. Tenía prognatismo, la frente inclinada, orejas grandes y brazos alargados, entre otros atributos. También en el siglo XX, ideas racistas como las de Gall y Lombroso encontraron adeptos y difusores, tales como el psiquiatra inglés Bernard Hollander (1864-1934) y el pedagogo belga Paul Bouts (1900-1999). “Los médicos nazis practicaban la eutanasia para mantener la supuesta pureza de la raza aria”, afirma Bau, haciendo referencia a un régimen que utilizó ideas eugenésicas, en parte influenciadas por la frenología.

En opinión de González-José, los estudios recientes que establecen una supuesta correlación del susodicho índice fWHR con los comportamientos antiéticos y/o agresivos incurren en una simplificación extrema y peligrosa. “Cuando la ciencia intenta explicar mecanismos ocultos tras fenómenos complejos, siempre es necesario un cuidadoso análisis”, dice el argentino. “No puede aceptarse una simple asociación estadística como prueba de una relación de causa y efecto entre el ancho de la cara del hombre y los comportamientos antiéticos”.

Artículo científico
GÓMES-VALDÉS, J. et al. Lack of support for the association between facial shape and aggression: a reappraisal based on a worldwide population genetics perspective. PLoS One. En prensa.

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