A unos 80 kilómetros (km) hacia el noroeste de Cuiabá, la localidad de Jangada, en el estado brasileño de Mato Grosso, está emplazada en el centro geográfico de América del Sur. Caminando en cualquier dirección, el avistamiento de cualquiera de los dos océanos, tanto el Pacífico como el Atlántico, recién aparece luego de recorrer al menos 1.500 km. En ese sector de la ecorregión del Cerrado, la sabana brasileña, la vegetación es más densa y los cerros que componen la Serra das Araras, cuyas altitudes oscilan entre 500 y 800 metros (m), sirven de marco al paisaje. En un refugio sobre peñascos de difícil acceso, situada en un valle del sector sudeste de la cadena montañosa, dos paredones calcáreos preservan una parte poco conocida de la prehistoria de Brasil y de América. Entre 1984 y 2004, el matrimonio de arqueólogos formado por Denis Vialou y Águeda Vilhena Vialou, del Museo Nacional de Historia Natural de Francia, coordinó excavaciones en dos áreas contiguas de 80 metros cuadrados de ese refugio rupestre y descubrió indicios de que el hombre moderno habría habitado en esa región en dos períodos: hace unos 27 mil años y entre 12 mil y 2 mil años atrás. No se encontraron esqueletos de Homo Sapiens en el lugar, sino una serie de vestigios indirectos de su presencia. Cómo es que la especie humana se habría establecido en un punto tan alejado del litoral en tiempos tan remotos constituye, sin embargo, un misterio para el cual aún no existe respuesta.
Una síntesis de los hallazgos realizados durante dos décadas y con base en estudios posteriores llevados a cabo con el material hallado en el refugio Santa Elina, tal el nombre del sitio paleoarqueológico, figura en las páginas de la edición del mes de agosto de la revista científica Antiquity. La información contenida en el artículo ya había sido presentada en textos e incluso en libros redactados en portugués o en francés, pero no en inglés, ni en una revista internacional de fuste del ámbito de la arqueología. En ese trabajo, la brasileña Águeda Vilhena y el francés Denis Vialou, con ayuda de otros colaboradores, detallan los tres tipos de vestigios de la presencia humana hallados en la región y las dataciones asociadas a ellos.
El primero de ellos está constituido por fragmentos de piedra que exhiben marcas, tales como aserrados, tallado y rayas, que sólo podrían haber sido realizadas en forma artificial por una mano humana y con ayuda de alguna herramienta lítica. El segundo, está constituido por huesos de dos ejemplares de perezosos gigantes del género Glossotherium descubiertos en capas geológicas junto a gran cantidad de artefactos de piedra tallados por los habitantes del refugio. “Hallamos dos adornos, con orificios en sus extremos, elaborados con osteodermos de perezoso”, relata Vilhena. Los osteodermos son placas óseas similares a escamas que el animal poseía sobre el lomo. El tercer tipo de vestigios comprende restos de hogueras de origen antrópico, presentes a lo largo de los estratos asociados a la ocupación humana.
El material recabado en Santa Elina se encuentra guardado en el Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP), donde la pareja de arqueólogos da clases durante dos meses al año en calidad de profesores invitados. Algunos de sus colaboradores brasileños también son investigadores de la institución paulista, como es el caso de los arqueólogos Levy Figuti y Veronica Wesolowski de Aguiar e Santos. La colección del refugio rupestre cuenta con 4 mil piezas de la industria lítica, aparte de más de 200 huesos de perezosos gigantes. El sitio arqueológico contiene, incluso, unas mil pinturas rupestres”, resalta Vialou. Sobre los paredones que protegen el refugio, los dibujos, generalmente de figuras humanas, animales o seres informes, presentan tonalidades rojizas, derivadas del uso de hematita, la forma principal del mineral de hierro. La hematita era trasladada al interior del sitio y se la restregaba sobre los bloques de piedra que formaban una especie de sostén interno. De esa forma el hombre prehistórico obtenía el pigmento para sus dibujos. Esos bloques, algunos de ellos guardados en el MAE-USP, todavía conservan en la actualidad manchas del color del mineral de hierro.
Diferentes muestras extraídas de Santa Elina, cuyas excavaciones llegaron en algunos puntos hasta 4 m de profundidad, fueron sometidas a tres técnicas distintas de datación y los resultados fueron coincidentes. Más de 50 muestras de carbón, restos de hogueras encendidas por humanos halladas en las capas más superficiales del sitio fueron datadas por carbono 14. La edad de la mayoría de las muestras osciló entre 2 mil y 12 mil años y seis de ellas entre 10 mil y 20 mil años. Astillas de madera y microcarbones, provenientes de excavaciones más profundas también fueron datados por medio de ese método clásico y arrojaron alrededor de 27 mil años. Dos huesos provenientes de la megafauna, uno extraído de una capa superficial y otro oriundo de sedimentos más profundos, fueron sometidos al método denominado uranio/ torio. El primero registró una edad de 13 mil años y el segundo, de 27 mil años. Tres muestras de sedimentos que contenían cuarzo de distintos estratos (2,30 m, 3 m y 3,85 m de profundidad) fueron datadas mediante termoluminiscencia óptica. Las edades respectivas fueron 18 mil, 25 mil y 27 mil años.
Escritos aborígenes
El matrimonio francobrasileño tomó conocimiento de la existencia del refugio Santa Elina al comienzo de la década de 1980. Durante los meses que suelen pasar en Brasil, Águeda y Denis fueron invitados por un conocido de Cuiabá para visitarlo en su finca de Mato Grosso, donde había “escrituras aborígenes” en puntos aislados de Serra das Araras. Ese viaje fue provechoso y redituó el hallazgo del refugio rupestre atiborrado de pinturas y con riqueza de material paleoarqueológico. En simultáneo a las excavaciones en Santa Elina, la pareja, siempre con ayuda de colegas y alumnos de universidades brasileñas y francesas, también inició trabajos de campo en otro sitio del estado de Mato Grosso. Cerca de Rondonópolis, a unos 300 km al sur de la localidad de Jangada, hay un conjunto de más de 170 mojones líticos denominado Ciudad de Piedra. Aparte de pinturas, la región contiene cerámicas, adornos fabricados con trozos de hematita y abundantes vestigios de hogueras antrópicas de la prehistoria. “Datamos carbones de esas hogueras y los resultados indican una presencia humana en la mencionada Ciudad de Piedra entre 6 mil y 2 mil años atrás”, aclara Vilhena.
La cronología propuesta por el matrimonio para los sitios arqueológicos matogrossenses, en particular para el refugio Santa Elina, apuntan que el Homo sapiens se habría establecido mucho antes de lo que se pensaba en el centro de Sudamérica. En Brasil, solamente la región del Parque Nacional de Serra da Capivara, en São Raimundo Nonato, en el estado de Piauí, aporta indicios de la presencia humana tanto o más antiguos que los de Santa Elina. Desde la década de 1980, la arqueóloga brasileña Niède Guidon sostiene que esa región del nordeste brasileño, donde existen 1.350 sitios arqueológicos conocidos, habría sido poblada por el hombre hace algunas decenas de miles de años o incluso 100 mil años atrás.
Durante mucho tiempo, las dataciones más antiguas avaladas por Guidon, que se basaban en análisis de carbones de hogueras y posteriormente en material lítico trabajado por el hombre, fueron objeto de grandes polémicas. En los últimos años, nuevos estudios señalan que la presencia humana en la región de Piauí parece realmente sobrepasar, al menos, los 20 mil años. “No hay ningún inconveniente en que haya dataciones muy antiguas en varios sitios de América, como es el caso de Santa Elina”, comenta Guidon, directora presidenta de la Fundación Museo del Hombre Americano (FUMDHAM), una entidad civil que administra el parque en colaboración con el Instituto Chico Mendes de Conservación de la Biodiversidad (ICMBio) y el Instituto del Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (IPHAN).
Un cambio de paradigma
La cronología del arribo del Homo sapiens a América, el último continente conquistado por el hombre moderno, ha sufrido grandes revisiones durante los últimos 15 años. “Se produjo un cambio de paradigma”, explica la arqueóloga Adriana Schmidt Dias, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). “La idea difundida por los colegas estadounidenses, que sostiene que la denominada cultura Clovis fue la primera de América, actualmente se ve superada por el descubrimiento de sitios más antiguos en varias partes del continente. Hoy en día, las revistas científicas se muestran abiertas a estudios que avalan esta última línea”. La cultura Clovis, básicamente conocida a partir de las puntas de piedra halladas en localidades del estado de Nuevo México, presenta sitios cuya datación, como máximo, registró unos 13 mil años. Su supuesta primacía en térm
inos de antigüedad coincidía con la hipótesis de la llegada del Homo sapiens, más o menos por esa misma época, a través de Beringia, la antigua porción de tierra firme que conectaba Siberia con Alaska, y su posterior difusión por América por rutas internas.
Mientras ese abordaje fue el predominante, aquellos sitios arqueológicos que ofrecían indicios de seres más antiguos que la cultura Clovis, o bien que no avalaban el ingreso del hombre moderno en América a través de Alaska, eran tomados con extrema desconfianza. El sitio chileno de Monte Verde, por ejemplo, ha sido blanco de acalorados debates entre los arqueólogos desde la década de 1970, cuando surgieron los primeros datos que insinuaban la presencia del hombre en el sur del continente hace 14.500 años. La revisión más reciente del estatus de Monte Verde se llevó a cabo en noviembre de 2015, cuando un estudio de la revista PLOS ONE dató artefactos de piedra modificados por humanos en 18.500 años.
El matrimonio Vialou evita el debate sobre cómo habría llegado el hombre a Santa Elina, en el corazón de América del Sur, hace más de 25 mil años. Dada su ubicación, el albergue funciona como un refugio natural en medio de las elevaciones de la cadena montañosa. Es probable que esa región haya sido accesible por navegación fluvial desde tiempos remotos, puesto que la Serra das Araras se encuentra a 30 km del río Cuiabá, un afluente importante de la cuenca del Paraná-Paraguay. “No disponemos en América de un número suficiente de sitios arqueológicos con una antigüedad de 25 mil años como para esbozar una ruta probable”, dice Denis Vialou. “Lo que sí sabemos es que hace 10 mil años el hombre ya estaba presente en todo el continente”.
Un estudio publicado en 2013 en la revista científica Qaternary International apunta que, entre 13 mil y 8 mil años atrás el hombre se habría establecido en todas las regiones y biomas de Brasil. El trabajo hace un recuento de datos de 90 sitios arqueológicos y 277 dataciones. “Probablemente, el hombre habría entrado en América hace al menos 18 mil años”, sugiere Adriana Dias, autora del estudio junto a los arqueólogos Lucas Bueno, de la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC), y James Steele, del University College London, en el Reino Unido. “Pero la ocupación efectiva de todo el continente se produjo hace alrededor de 12 mil años. El sitio de Santa Elina es una vela parpadeando en el panel de la colonización que atestigua la posibilidad de que haya existido una población antigua en el centro de América del Sur”.
Artículo científico
VIALOU, D. et al. Peopling South America’s centre: The late Pleistocene site of Santa Elina. Antiquity. vol. 91, n. 358, p. 865-84.