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Memoria

El legado de un monje invisible

Ignorados en el siglo XIX, los experimentos de Gregor Mendel con arvejas dieron origen a la genética

En el monasterio, a comienzos de los años 1860: Mendel contemplando una flor y Napp, en frente, con un crucifijo

Wellcome Images/ Wikimedia Commons En el monasterio, a comienzos de los años 1860: Mendel contemplando una flor y Napp, en frente, con un crucifijoWellcome Images/ Wikimedia Commons

Hace 150 años, en 1866, fue publicado un trabajo que se tornó conocido como la base de la genética: “Experimentos en hibridación de plantas”, de Gregor Johann Mendel. El año anterior, en febrero y marzo de 1865, ese monje de Moravia (en esa época parte de Austria, y actualmente territorio de la República Checa) había presentado su trabajo durante dos sesiones de la Sociedad de Investigación Natural de Brünn, ciudad actualmente conocida como Brno. Sus conclusiones fueron recibidas con una indiferencia que en nada sugería el reconocimiento que le llegaría posteriormente. Mendel había pasado siete años cultivando casi 30 mil plantas de arvejas, cuyas partes reproductivas diseccionaba minuciosamente para obtener los cruzamientos controlados que le permitirían entender de qué manera ciertas características sencillas, tales como el color de las flores y el formato de las semillas, se transmitían de una generación a otra. Los experimentos le permitieron inferir la existencia de caracteres recesivos y dominantes, que funcionan de acuerdo con dos leyes de la herencia. La Ley de la Segregación afirma que cada individuo recibe dos caracteres de sus padres, pero le transmite sólo uno a cada descendiente. La Ley de la Independencia de los Caracteres Hereditarios, a su vez, dice que cada característica es heredada independientemente de las otras. Esa teoría explica por qué ciertas características parentales que desaparecen en los descendientes pueden reaparecer en la generación subsiguiente. Ese trabajo se realizó en un invernadero del monasterio agustiniano de Santo Tomás, en Brünn, donde Mendel era monje, menos por vocación religiosa y más por ímpetu científico.

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Hijo de labradores, el joven Johann no tenía inclinación hacia la labor agrícola. Pero al no contar con recursos económicos, las oportunidades de estudiar eran escasas y se restringían a la esfera religiosa. El director del monasterio que lo acogió, el abad Cyril Napp, pretendía crear un centro de excelencia en conocimiento y estimulaba la investigación científica entre sus monjes. Y allí Johann fue rebautizado como Gregor y encontró el tiempo y el espacio para dedicarse al trabajo aparentemente sencillo que, para él, no tenía nada de modesto.

De acuerdo con el libro El monje en el huerto, de Robin Marantz Henig (editorial Debate, 2001), Mendel anhelaba la gloria, tal como lo sugiere un poema que escribió cuando era adolescente en homenaje a Gutenberg, el inventor de imprenta: “Ojalá el poder del destino me conceda/ El supremo éxtasis de la alegría terrenal/ El máximo objetivo del éxtasis terrenal/ El de ver, cuando me alce de la tumba,/ mi arte prosperando apaciblemente/ Entre los que vendrán detrás de mí”.

...celebran la efeméride de los descubrimientos de Mendel

Atelier Design & Etc / Elizabete Fonseca / CTT - Correios de Portugal …celebran la efeméride de los descubrimientos de MendelAtelier Design & Etc / Elizabete Fonseca / CTT - Correios de Portugal

La fama le llegó en forma tardía, cuando ya estaba efectivamente ya en la tumba. Una pregunta recurrente es por qué los descubrimientos de Mendel fueron ignorados. El físico e historiador de la ciencia João José Caluzi, del campus de la localidad de Bauru de la Universidade Estadual Paulista (Unesp), abordó el concepto de prematuridad científica junto a su alumna de maestría Caroline Batisteti en un artículo publicado en 2010 en la revista Filosofia e Historia da Biologia. Y explica que Mendel constituye un ejemplo de prematuridad científica porque sus conclusiones no se conectaban con el pensamiento de esa época. Pero el investigador no está convencido de que sea posible echar esa mirada hacia el pasado de manera imparcial. “La cuestión de la prematuridad se basa demasiado en lo que nos interesa hoy en día”, afirma.

Para Caluzi, otros factores contribuyeron para que Mendel no haya sido reconocido: era un monje concentrado en cultivar guisantes, que presentó sus resultados en conferencias de una sociedad científica pequeña y los publicó en los anales de la misma sociedad, con una distribución limitada. También es probable que estuviera al frente de su tiempo. “Aún no se utilizaba la estadística en biología”, explica el docente de la Unesp. La matemática que empleaba para analizar los resultados de los cruzamientos de las arvejas era de difícil comprensión para la comunidad interesada en la hibridación de plantas de aquella época. Asimismo, había otro tema que dominaba la escena en aquel entonces: Charles Darwin había publicado El origen de las especies pocos años antes, en 1859.

Darwin formaba parte de aquéllos a quienes Mendel envió su publicación, que aparentemente no fue leída. Luego de su muerte, fue hallada en la biblioteca del británico con las páginas todavía unidas tal como salían de la imprenta. Mendel murió en 1884, a los 63 años, sin haber encontrado a alguien que le diese importancia a su trabajo. Recién en el viraje hacia el siglo XX, los botánicos europeos Hugo de Vries, Carl Correns y Erich Tschermak-Seysenegg se acercaron a los mismos resultados y descubrieron el estudio publicado más de tres décadas antes. El zoólogo Willian Bateson se encargó de difundir el trabajo, de darle el crédito debido a su autor y de la publicación del texto traducido en inglés, en 1901, en la revista Journal of the Royal Horticultural Society. Fue entonces cuando efectivamente nació la genética.

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