Con la certeza de que aquellos trozos de cerámica esparcidos por la mesa del laboratorio no correspondían a las principales tradiciones cerámicas de la región, la marajoara −o marayó− y la tapajónica, y sin siquiera una pista sobre el origen de los fragmentos, un día cualquiera de 2016, la arqueóloga Cristiana Barreto decidió, resignada, guardarlos en un armario. “Pensé: ‘¡Basta! Ya resolveré este misterio algún día’”, recuerda la investigadora del Museo Paraense Emílio Goeldi, en Belém (estado de Pará). Sin embargo, al abrir el compartimiento donde pensaba ubicarlos, se topó con un conjunto de vasijas restauradas recientemente. “Mis colegas tampoco habían logrado identificar el estilo de aquellos objetos”. El misterio comenzó a resolverse cuando Barreto notó similitudes entre ambos hallazgos. La forma de sus fragmentos era idéntica a la de los bordes redondeados de las vasijas enteras. Otros trozos tenían pequeños apliques de apariencia humana o de animales, que coincidían con el decorado de algunos potes recién restaurados. “No lo sabíamos, pero estábamos delante de un conjunto de vestigios del estilo cerámico koriabo, una de las culturas cerámicas más enigmáticas del trópico”, relata la arqueóloga. “Nos tomó de sorpresa”.
El asombro fue porque hasta entonces, la probabilidad de hallar cerámicas koriabo en sitios arqueológicos de la región del Bajo Amazonas se consideraba remota. Desde la década de 1960, se pensaba que este tipo de cerámica había sido producido exclusivamente por los pueblos indígenas que habitaban en lo que actualmente son las Guayanas y parte del estado brasileño de Amapá, incluso durante el período precolombino. En cambio, los objetos “misteriosos” que Barreto tenía en su poder eran procedentes de excavaciones practicadas a cientos de kilómetros de esos lugares, en los municipios paraenses de Monte Alegre y Almeirim. A partir de un intercambio de información con arqueólogos que trabajaban desde hacía años en las Guayanas, los investigadores del Goeldi pudieron confirmar la presencia de la cerámica koriabo en la región del Bajo Amazonas. Los resultados de esta interacción, que comenzó hace cinco años, se publican en el libro intitulado Koriabo – From the Caribbean sea to the Amazon river, publicado en el mes de abril.
“El intercambio de datos entre programas de investigación en Brasil, en las Guayanas y en el Caribe, dejó en evidencia que, en realidad, este estilo cerámico se extendió por una distribución geográfica extraordinariamente amplia”, dice Barreto, una de las compiladoras de la obra, en la que confluyen 32 autores y es el resultado de una colaboración entre el museo Goeldi, el Centro Nacional de Investigación Científica (CNRS) de Francia y la Universidad de Leiden, en los Países Bajos. Todos los datos apuntan que, antes de la colonización europea, hubo una forma de expresión cultural bastante peculiar desde la región caribeña hasta la ribera meridional del río Amazonas; un área enorme, de aproximadamente 1,5 millones de kilómetros cuadrados (km2), una superficie más grande que el territorio de Perú.
El punto de partida para la realización del libro fueron dos encuentros internacionales celebrados en el museo Goeldi entre 2014 y 2017, cuya temática eran las piezas arqueológicas de cerámica halladas en la vasta región amazónica. En el marco de esos eventos, decenas de arqueólogos, antropólogos y lingüistas de países tales como Brasil, Francia, Alemania, Países Bajos y la Guayana Francesa compartieron sus conocimientos sobre diversas culturas cerámicas, entre ellas la koriabo. “En aquel entonces, había hallado fragmentos desconocidos en el municipio de Gurupá, ubicado en la confluencia del río Xingú con el delta del Amazonas”, relata la arqueóloga Helena Pinto Lima, también del museo Goeldi. “Les mostré algunas piezas a mis colegas y uno de ellos comentó: ‘Eso parece koriabo’. A partir de ahí, empezamos un trabajo conjunto”.
El que arriesgó el pálpito –y acertó– fue el arqueólogo francés Stéphen Rostain, del CNRS, quien desde hace décadas trabaja en sitios arqueológicos en las Guayanas. “La mayoría de ellos se encuentran a lo largo de grandes ríos. La conexión entre las aldeas a través de las vías fluviales probablemente explique la aparición de cerámicas koriabo en el Bajo Amazonas”, le dijo a Pesquisa FAPESP. Merced al diálogo entablado por los investigadores, fue posible mapear y analizar la distribución geográfica de este estilo cerámico, que se extiende desde el Caribe, pasando por las Guayanas y, bordeando el litoral Atlántico, baja hasta llegar a los ríos Xingú y Trombetas (véase el mapa). El investigador explica que en las Antillas, en América Central, se han descubierto sitios cuya datación es posterior a la llegada de los europeos a América. “Esto sugiere una redistribución del estilo koriabo, como resultado de los efectos sociales y territoriales que indujo la colonización”.
Los cursos fluviales que nacen en el Escudo Guayanés y desembocan en el Amazonas habrían servido, por lo tanto, como vías de comunicación e intercambio entre las distintas comunidades aborígenes. “Este es uno de los consensos alcanzados entre los autores del libro”, destaca Lima. “Tal como en el caso de otros estilos cerámicos, la circulación del koriabo se produjo a través de las densas redes mediante las cuales se articulaban los distintos pueblos originarios”. Es evidente que estas interconexiones no dependían exclusivamente de las rutas fluviales. Estudios recientes han hecho hincapié en la importancia de los caminos que conectaban a las poblaciones en el período precolombino (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 299).
Eduardo Góes Neves, experto en arqueología amazónica del Museo de Arqueología y Etnología de la Universidad de São Paulo (MAE-USP), explica que las articulaciones entre las aldeas del Caribe, las Guayanas y el Bajo Amazonas –separadas entre sí por decenas o centenas de kilómetros– ya se conocían. “Con todo, las investigaciones recientes sobre la cultura koriabo aportan evidencias más firmes al respecto de ese intercambio”, dice Góes Neves, quien no participó en los estudios publicados en el libro. Gracias al trabajo conjunto entre lingüistas y arqueólogos, ya se sabía que hubo una expansión concomitante de las lenguas arawakas o arahuacas –originarias del oeste del Amazonas– con la producción de diversos estilos cerámicos. “La expansión geográfica de la lengua arahuaca aconteció hace más de 2.500 años”, relata. En el caso de la cerámica koriabo, los investigadores creen que su dispersión estaría relacionada con expansiones más recientes relacionadas con los hablantes del grupo lingüístico caribe.
Otro ejemplo es la circulación de los muiraquitãs, pequeños objetos tallados piedra verde, hallados en yacimientos en el Caribe, en Venezuela y en la Amazonia brasileña. “En muchos de estos sitios no existía ese tipo de rocas. Una de las hipótesis que explicaría cómo fueron los muiraquitãs a parar a estos lugares sería la existencia de redes comerciales afianzadas, que existían en la región desde mucho antes del período colonial”, dice el investigador del MAE. Para Góes Neves, uno de los méritos del libro radica en que no muestra solamente que esas conexiones entre los pueblos siempre existieron, sino que incluso después de la colonización perduraron durante cierto tiempo.
Las muestras de radiocarbono más antiguas indican que la cultura koriabo floreció después del año 1000 d. C. y se expandió hasta hace alrededor de 500 años, cuando los primeros europeos llegaron a la Amazonia. Por entonces, holandeses, ingleses, franceses y misioneros portugueses aprovecharon las redes de intercambio indígenas para establecerse en la región. “Tenemos conocimiento de la construcción de fuertes holandeses en la zona a partir de 1560, en el Bajo Xingú. En esta misma zona se hallaron fragmentos de cerámica koriabo”, dice Lima.
La competencia entre los imperios europeos por sus posesiones en América contribuyó para que la interacción entre los invasores y los pueblos nativos estuviera signada simultáneamente por conflictos y cooperaciones (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 302). “Para los europeos, la participación en redes de trueque era una manera de dar salida a sus productos, además de trabar contacto con los saberes tradicionales sobre las plantas y la geografía local”, comenta Barreto. “El objetivo era concretar una ocupación territorial”.