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Políticas públicas

El trabajo infantil afectaría a casi seis millones de menores en Brasil

Los datos referentes a esta práctica prohibida en el país y activa incluso en el mundo virtual están subdimensionados

Mariana Zanetti

“Muchos de mis alumnos ya no tienen huellas digitales porque comenzaron a trabajar desde pequeños fabricando semijoyas. Y esto se descubre en el momento de expedir el documento de identidad”. El relato de una docente de la red de educación pública de Limeira (São Paulo) fue suficiente para que Sandra Gemma, de la Facultad de Ciencias Aplicadas de la Universidad de Campinas (Unicamp), comenzara a investigar el proceso de producción de semijoyas y bisutería en Limeira, un municipio paulista conocido como la “capital brasileña de la joyería enchapada”. “Al tiempo que el sector genera beneficios económicos y empleos en la ciudad, está signado por graves problemas como el trabajo infantil, además de otras externalidades negativas como las de carácter ambiental”, comenta Gemma.

La legislación brasileña les prohíbe el trabajo a los niños menores de 14 años. A partir de esta edad pueden desempeñarse como aprendices, siempre que esa función se lleve a cabo bajo supervisión, sin exposición a riesgos ni en condiciones de insalubridad y no impida su desarrollo físico, psíquico o intelectual. La Encuesta Nacional por Muestreo de Domicilios (Pnad, en portugués) de 2019 apuntó que había 1.800.000 niños y adolescentes trabajando en Brasil, y el 21 % de ellos tenían entre 5 y 13 años. “El subregistro es notorio y estas cifras serían ostensiblemente mayores, sobre todo a partir de la pandemia de covid-19, que acentuó las desigualdades sociales en el país”, dice Zéu Palmeira Sobrinho, juez laboral y docente de la carrera de Derecho de la Universidad Federal de Rio Grande do Norte (UFRN).

En el caso de Limeira, existe un elemento adicional: el trabajo en casa. “Con la tercerización de algunos procesos productivos, las etapas de montaje, soldadura y engaste de las piezas, por ejemplo, se transfirieron a los domicilios de los trabajadores, en condiciones improvisadas”, dice Gemma. “Los niños acaban siendo incluidos en la producción para incrementar los ingresos familiares y, entre otras consecuencias, pierden las huellas digitales a causa del uso de productos químicos y de la fricción de los dedos con las piezas”.

Los estudios de la experta de la Unicamp abarcaron una década, partiendo de 2009, y el resultado fue un libro publicado el año pasado. En 2016, Gemma y las investigadoras Marcia Cristina da Silva Vendramini y Andreia Silva da Mata distribuyeron cuestionarios en nueve escuelas públicas de Limeira. De un total de 8.000 alumnos de 6 a 18 años inscritos en esas instituciones educativas, 741 fueron autorizados por sus tutores para responder la encuesta. La misma reveló que 213 de los 569 participantes con edades entre 7 y 13 años, es decir, el 37 %, debían trabajar para ayudar a sus familiares, y de ellos, 51 (el 28 %) trabajaban produciendo semijoyas y bisutería. Otros realizaban trabajos de manicura, recolección de materiales reciclables o actividades en la construcción civil. “Los niños informaron que cumplían entre dos y más de ocho horas diarias de trabajo”, prosigue Gemma. Hubo un detalle que les llamó la atención a las investigadoras: del total de 741 entrevistados, 235 estudiantes respondieron que sus hermanos menores de 14 años trabajaban dentro del hogar. “Esto indica que el número de niños que trabajan a una edad no prevista por la ley podría ser bastante mayor en Limeira”, considera Gemma.

Brasil es uno de los pocos países en donde existen datos realistas del trabajo infantil

¿A quién preguntarle?
“La incertidumbre en cuanto a las cifras del trabajo infantil dificulta la formulación y la orientación de las políticas públicas”, dice el economista paulista Guilherme Lichand, de la Universidad de Zúrich, en Suiza. Junto a la psicóloga estadounidense Sharon Wolf, de la Universidad de Pensilvania, en Estados Unidos, Lichand realizó un estudio en Costa de Marfil que, sumado a Ghana, concentran el 50 % de la producción mundial de cacao. Se calcula que en estos dos países africanos trabajan 1.600.000 niños en las plantaciones de este fruto. A partir de los datos recabados en 2018 y 2019, el dúo de investigadores comparó el relato de los niños y de sus tutores con las conclusiones de una entidad certificador que utiliza imágenes captadas vía satélite para constatar la existencia de trabajo infantil en las plantaciones de Costa de Marfil.

En un artículo publicado este año en el repositorio de preprints SSRN, los investigadores demostraron que más de un 60 % de los padres omitieron referir que sus hijos trabajaban. Según Lichand, entre las causas posibles estaría el miedo a las sanciones, como la pérdida de la custodia de los niños o el temor a una reducción de sus ingresos, si la empresa fuera multada por los organismos de inspección del país. “Los datos oficiales divulgados por instituciones tales como la Organización Internacional del Trabajo [OIT], el Banco Mundial y Unicef [Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia] se obtienen exclusivamente a través de entrevistas con sus responsables. Empero, tal como lo revela nuestro estudio, los relatos de los niños son más precisos”, dice Lichand. “En otras palabras, las cifras globales de trabajo infantil probablemente están subestimadas”.

A partir de las entrevistas en Costa de Marfil, los estudiosos elaboraron un modelo estadístico. Para averiguar cuál era la situación en el mundo, lo probaron con los datos de 97 países. Luego compararon los resultados con los Indicadores de Desarrollo Mundial (IDM), divulgados por el Banco Mundial en 2015. La simulación reveló que, aquel año, el trabajo infantil pudo haber involucrado a 373 millones de niños de entre 7 y 14 años en todo el planeta. Esta cifra es casi tres veces superior a la estimación de los IDM, de unos 136 millones de niños de la misma franja de edad en esa situación.

Uno de los países con una mayor discrepancia entre los datos oficiales y la incidencia determinada por el modelo fue la India. Allí, la presencia del trabajo infantil saltaba del 1,7 %, según los IDM, a un 36,3 %, conforme a los cálculos de los investigadores. En Brasil, el total estimado es siete veces superior al estipulado por los IDM. En lugar de un 2,5 % de trabajadores de entre 7 y 14 años, tal como lo sugieren las estadísticas del Banco Mundial, ese porcentaje llegaría al 19,15 %. Esto significa que había unos 5.600.000 niños trabajando en el país en 2015.

Mariana Zanetti

Las cifras que refieren la situación en Brasil, obtenidas vía simulación, fueron comparadas con las que registra el Sistema de Evaluación de la Educación Básica (Saeb) entre los alumnos de 2º, 5º y 9º año de la enseñanza fundamental y del 3º año de la enseñanza media. “Gracias al Saeb, Brasil es uno de los pocos lugares del mundo en los que existen datos sobre el trabajo infantil, con información sobre el empleo y el uso del tiempo, informados directamente por los niños. En 2019, el 15 % de los alumnos de 5º grado declararon que trabajaban fuera de casa. Si a esto le sumamos el 2 % de los niños de 6 a 17 años que no estaban escolarizados, la cifra llegaría a un 17 %, bastante cerca de lo que indican nuestros cálculos”, explica Lichand.

Una faceta perversa
El trabajo doméstico que realizan los niños dentro de su propio hogar constituye uno de los principales ítems de subregistro, dice la pedagoga Laura Souza Fonseca, de la Universidad Federal de Rio Grande do Sul (UFRGS). “No me refiero al trabajo como un principio educativo, en el que el niño desarrolla algunas tareas acordes con su edad, tales como lavar los platos o tender la cama, labores que deben incentivarse. Me refiero a las jornadas completas de trabajo, que en general tienen que cumplir las niñas, para que sus padres puedan trabajar fuera de casa. Se trata de actividades que incluyen, por ejemplo, el cuidado de los hermanos menores, y no aparecen en las estadísticas porque se las suele definir como ‘ayuda’”, dice Souza Fonseca, quien estudia el tema desde hace tres décadas.

Según la experta, esta situación refleja la precariedad de las condiciones de vida de las familias brasileñas en las zonas periféricas, particularmente en las grandes ciudades. “No hay suficientes jardines maternales, por ejemplo. El resultado es que el hermano mayor acaba asumiendo la función de un adulto. Por lo general, esto supone una serie de implicaciones para la escolaridad y repercute en la inserción posterior de esos jóvenes en el mercado laboral, acentuando el ciclo de la pobreza”. Rosana Baeninger, docente jubilada del Instituto de Filosofía y Ciencias Humanas (IFCH) de la Unicamp e investigadora del Núcleo de Estudios de la Población “Elza Berquó” (Nepo), de la misma institución, coincide con ella: “El trabajo infantil deja en evidencia la cara más perversa y cruel de las desigualdades sociales en nuestro país”, afirma.

Ella es una de las coordinadoras del atlas del trabajo infantil divulgado el año pasado por el Nepo y el Ministerio Público del Trabajo (MPT). A partir de esta publicación, explica la investigadora, ambas instituciones pretenden trazar una línea del tiempo del trabajo infantil en este siglo utilizando datos nacionales, del estado de São Paulo y de los municipios de Sorocaba y Campinas, además del Área Metropolitana de la capital paulista. Las cifras de esta primera iniciativa abarcan la primera década. “Entre 2000 y 2010, la cantidad de niños y adolescentes brasileños en situación de trabajo infantil se ha reducido en un 13 % merced a dos factores: el aumento de los controles, especialmente en el medio rural, y la caída de la tasa de fecundidad”, informa Baeninger. “Por otra parte, se ha incrementado la cantidad de niños negros, pardos e indígenas que trabajan en las regiones norte, sudeste, sur y centro-oeste del país”. Según la encuesta Pnad 2019, los trabajadores infantiles del país negros o pardos corresponden al 66 %.

A principios del siglo XX, niños y adolescentes sumaban casi el 40% de la mano de obra fabril en São Paulo

El atlas también revela que el trabajo infantil para el autoconsumo ha llegado a duplicarse en ese período, pasando de 238.000 niños, en 2000, a 458.000, en 2010. “El autoconsumo significa que los niños trabajaban en plantaciones, en la cría de animales o en la pesca, cuya producción no se comercializaría, sino que sería usada para alimentar a la propia familia. Esto demuestra que, si no se elimina la pobreza, resulta prácticamente imposible erradicar el trabajo infantil, en sus múltiples formas”, verifica Baeninger.

En Brasil existen evidencias de trabajo infantil desde la época colonial. A principios del siglo XX, por ejemplo, niños y adolescentes conformaban casi el 40 % de la mano de obra de las fábricas de São Paulo. “El trabajo infantil está naturalizado en nuestra cultura y aún hoy en día se considera que conlleva beneficios para los niños y adolescentes, pero esta lógica solamente parece valer solamente para los más pobres”, dice Palmeira Sobrinho, uno de los creadores del Núcleo de Estudios sobre el Trabajo Infantil (Netin) de la UFRN. Él nació en el estado de Paraíba y durante su infancia trabajó en comercios y como cadete administrativo. “Muchos de mis amigos de aquella época, que también tuvieron que trabajar, se enfermaron porque fueron sometidos a trabajos pesados”, recuerda.

“El trabajo infantil daña la salud física y mental de niños y adolescentes. A menudo, las consecuencias de esa actividad laboral precoz solo se evidencian más tarde, cuando son adultos”, analiza el psicólogo Valdinei Santos de Aguiar Junior, autor de un libro sobre el tema en colaboración con el pediatra Luiz Carlos Fadel de Vasconcellos, del Departamento de Derechos Humanos, Salud y Diversidad Cultural de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz). Según el investigador, la salud pública puede contribuir significativamente en la lucha contra la explotación del trabajo infantil. “El SUS [el Sistema Único de Salud] tiene una gran capilaridad por lo que, potencialmente, puede llegar incluso a los niños que no están escolarizados. En algunos casos, cuando los niños se lastiman en el trabajo, las familias ocultan la situación para evitar sanciones. Los profesionales de la salud deben mantenerse atentos para atender a los niños y a sus familias, asegurándoles la protección necesaria”.

Uno de los supuestos en materia de trabajo precoz radica en el hecho de que alejaría a los niños y adolescentes del mundo del delito. Pero no es eso lo que muestran los datos de las investigaciones en curso en la Fundación Desarrollo del Niño y el Adolescente “Alice de Almeida” (Fundac), con sede en João Pessoa (Paraíba). Además de los estudiantes de grado y posgrado de la carrera de psicología, en los últimos cinco años han participado del proyecto coordinado por la psicóloga Maria de Fatima Pereira Alberto, de la Universidad Federal de Paraíba (UFPB), 20 adolescentes internos que cumplían medidas socioeducativas en la Fundac. Con la ayuda de becas del Consejo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico (CNPq), ellos trabajaron como entrevistadores. “De los 250 cuestionarios aplicados y entrevistas realizadas hasta ahora, más del 80 % de los niños y niñas que están cumpliendo medidas socioeducativas eran trabajadores precoces”, informa Pereira Alberto, coordinadora del Núcleo de Investigaciones y Estudios sobre el Desarrollo de la Infancia y la Adolescencia (Nupedia) de la UFPB.

Mariana Zanetti

La investigación redundó en un libro compilado por Pereira Alberto y Rafaela Rocha da Costa, docente de la carrera de psicología de la Universidad del Estado de Minas Gerais (Uemg). Según Pereira Alberto, el 70 % de los internos habían comenzado a trabajar entre los 10 y 14 años en las más diversas actividades, como mecánicos y repartidores. “Muchos de ellos se inician en actividades lícitas y luego migran hacia el narcotráfico, que paga mejor, aunque sea una actividad de alto riesgo”, relata la experta.

Desde mediados de la década pasada el trabajo infantil ha venido intensificándose en los medios digitales, en una modalidad muy específica, la figura del influencer o influente digital infantil: niños y adolescentes que producen contenidos, principalmente para las redes sociales. “El perfil social es diverso. Va desde niños de clase media baja a alta, y predominan las niñas”, consigna la periodista Renata Tomaz, de la Escuela de Comunicación, Medios e Información de la Fundación Getulio Vargas (ECMI-FGV) y autora del libro intitulado O que você vai ser antes de crescer? Youtubers, infância e celebridade [¿Qué vas a ser antes de ser grande? Youtubers, infancia y celebridad], (Edufba, 2019), resultado de su tesis doctoral defendida en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ).

“Las personas menores de 13 años tienen vedado crear un perfil y cuenta en algunas plataformas, pero aun así, ahí están”, dice la abogada Thais Roberta Rugolo, del programa Infancia y Consumo del Instituto Alana, una organización centrada en los derechos infantiles que ha elaborado un manual sobre el tema. “Cuando adquieren notoriedad y ganan audiencia pueden llegar a ser remunerados por las propias plataformas, o bien contratados por empresas para realizar publicidades orientadas al público infantil en internet”. Naturalmente, son pocos los que alcanzan esa visibilidad. “Una minoría logra ganar dinero y, en esos casos, hay familias que viven a costa de estos niños”, informa Tomaz. “Se trata de un trabajo que requiere responsabilidad, energía y tiempo de los niños influencers, quienes tienen que crear y actuar en sus contenidos e interactuar con sus seguidores para mantener el radio de influjo”.

En opinión de Rugolo, se trata de una forma de trabajo artístico, una categoría que incluye oficios tales como los de modelo y actor. “Las leyes brasileñas permiten que niños y adolescentes menores de 16 años cumplan esas tareas siempre y cuando cuenten con autorización judicial, conocida como licencia o permiso, generalmente provista por el contratante. Es una medida que asegura que el Poder Judicial podrá evaluar su impacto en el niño, pero esta no es la realidad, hoy en día, en los trabajos artísticos del mundo digital”, dice la abogada. En 2020, Francia aprobó una ley que regula la actividad de los youtubers menores de 16 años. La legislación establece, entre otras disposiciones, la exigencia del permiso judicial y un límite a las horas de trabajo. También estipula que los ingresos superiores a una determinada cantidad se depositen en una cuenta bancaria en la que solo pueden hacerse movimientos una vez cumplida la mayoría de edad del niño. “Es una legislación que Brasil podría tomar como inspiración”, concluye Rugolo.

Proyecto
El trabajo en la fabricación de joyas en Limeira [São Paulo] (nº 14/25829-0); Modalidad Ayuda de Investigación – Regular; Investigadora responsable Sandra Francisca Bezerra Gemma (Unicamp); Inversión R$ 26.141,50.

Artículo científico
LICHAND, G. y WOLF, S. Measuring child labor: Whom should be asked, and why it matters. 14 sept. 2022.

Libros
AGUIAR JUNIOR, V. S. y VASCONCELLOS, L. C. F. Trabalho infantil: Desafios e abordagens em saúde pública. Río de Janeiro: Editora Fiocruz, 2021.
ALBERTO, M. F. P. y COSTA, R. R. (org.). Trabalho infantil e trajetórias de vida punidas e encarceradas com medidas socioeducativas. Curitiba: CRV, 2021.
FONSECA, L. S. et al. (org). Trabalho, formação de trabalhadores e lutas sociais no campo da garantia de direitos à criança e ao adolescente. Porto Alegre: Editora UFRGS, 2017.
GEMMA, S. F. B. et alProdução de semijoias em Limeira-SP: Conexões entre vida, trabalho e família. Campinas: BCCL/Unicamp, 2021.
MOTA, F. D. S. et alTrabalho infantil e pandemia: Diagnóstico e estratégias de combateNatal: Ejud/Netin/TRT da 21ª região, 2020.
TOMAZ, Renata. O que você vai ser antes de crescer?: Youtubers, infância e celebridade. Salvador: Edufba, 2019.

Atlas
BAENINGER, R. et al. (org.). Atlas temático – Populações vulneráveis: Trabalho infantil. Observatório das migrações em São Paulo e Observatório da infância e adolescência. Campinas, SP: Núcleo de Estudos de População “Elza Berquó” – Nepo/Núcleo de Estudos de Políticas Públicas/Unicamp, 2021.

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