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Medio ambiente

El verde clandestino

La vegetación autóctona del estado de São Paulo crece por segunda década consecutiva y vuelve a ocupar un área similar a la que cubría en la década de 1970

FABIO COLOMBINIEn tiempos en que las cuestiones ambientales se han convertido en el centro de las atenciones del mundo y las selvas siguen siendo derribadas por todo el planeta, cediendo su lugar a la agricultura y a las ciudades, surge al menos una buena noticia en el escenario regional. El área ocupada por la vegetación autóctona del estado de São Paulo ha crecido por segunda década consecutiva, y aun cuando esto ha sucedido como que en retazos, en centenas de miles de fragmentos menores que una cancha de fútbol, la suma da un espacio similar a aquél por el cual se esparcía a comienzos de las década de 1970.

En la actualidad, 4,34 millones de hectáreas de campos y bosques en diferentes estadios de conservación –especialmente de Bosque Atlántico– cubren una superficie correspondiente a un 17,5% del territorio paulista, de acuerdo con el más reciente estudio de la vegetación originaria del estado realizado por el Instituto Forestal de São Paulo y dado a conocer el 17 de marzo, que está sintetizado en el mapa que acompaña como encarte a esta edición de Pesquisa FAPESP en su versión impresa. Hasta donde se sabe, el área verde es prácticamente la misma que los 4,39 millones de hectáreas que las selvas autóctonas ocupaban hace 40 años, antes de que las pasturas y las plantaciones de caña de azúcar transformasen definitivamente el exuberante y variado paisaje de montes paulistas en una monótona alfombra verde.

Los 4,34 millones de hectáreas de verde documentados en el Inventário Florestal da cobertura vegetal nativa do estado de São Paulo (período 2008 e 2009) representan un área un 25% mayor que la contabilizada a comienzos de esta década. En 2001, la versión anterior de este trabajo, que también salió en Pesquisa FAPESP, había registrado 3,46 millones de hectáreas de Bosque Atlántico, Cerrado [la sabana brasileña] y manglares. Si bien no toda esa área es indicativa de bosques en recuperación, el aumento de la superficie de montes y campos autóctonos parece consolidar una tendencia detectada en el estado durante los últimos 20 años, cuando posiblemente por primera vez desde el comienzo de la colonización del país por parte de los europeos la vegetación autóctona paulista dejó de achicarse y empezó a crecer.

El nuevo verde relevado en el trabajo actual hizo que muchos ecólogos y conservacionistas respirasen más aliviados y dejó a algunos de ellos incluso optimistas, como en el caso del secretario de Medio Ambiente del Estado de São Paulo, Xico Graziano. La tarde en que se dieron a conocer los datos en la sede del Instituto Forestal, ubicado en un terreno de Bosque Atlántico en el norte de la capital paulista, Graziano afirmó: “Se puede decir que el desmonte está cediendo y la recuperación de la vegetación aumenta. Estamos dando vuelta la página”.

Pese a que el incremento de la cobertura forestal del estado es una buena noticia, debe interpretársela con cautela. El nuevo relevamiento contabilizó 886,4 mil hectáreas de vegetación nativa más que el anterior. Pero no toda esa área comprende campos y bosques que se recuperaron durante el período. Buena parte del aparente crecimiento –específicamente 345,7 mil hectáreas– se debe al uso de imágenes de satélite de mayor resolución que las del trabajo anterior. Sucede que al revelar más detalles, esas imágenes permitieron redefinir el tamaño de los fragmentos conocidos, en muchos casos mayores que los calculados anteriormente.

La versión de este año del inventario, el quinto producido por el Instituto Forestal desde 1962, toma como base casi 100 imágenes del territorio paulista tomadas entre 2008 y 2009 por el satélite japonés Alos en la escala de 1:25.000, donde cada centímetro del mapa representa 250 metros en el suelo. Esta resolución es cuatro veces mayor que la del estudio anterior, realizado con imágenes en la escala de 1:50.000 obtenidas por los satélites Landsat y Cbers. São Paulo no es el único estado que realiza un seguimiento de lo que queda de sus montes a fin de establecer políticas más adecuadas de conservación. Río de Janeiro, Minas Gerais, Espírito Santo, Santa Catarina y Río Grande do Sul han producido mapeos similares, pero ninguno cubre todo el territorio con el mismo nivel de detalle que el documento paulista, que insumió un millón y medio de reales en costos y 15 meses de trabajo de 16 expertos en interpretación de imágenes.

Con el cuádruple de resolución, las imágenes del Alos mostraron áreas mucho menores que las vistas antes. En el estudio anterior, los menores tramos de bosque detectados tenían en promedio tres hectáreas, ó 30 mil metros cuadrados, el área de tres campos de fútbol. En tanto, en la versión actual, el equipo del investigador Marco Aurélio Nalon, experto en geoprocesamiento del Instituto Forestal, logró detectar bloques de vegetación natural de tan sólo 0,25 hectárea, ó 2.500 metros cuadrados, el equivalente a un cuarto de cancha de fútbol.

050-053_Inventario_170Según Nalon, durante mucho tiempo, la escala de 1:50.000 fue suficiente para que los órganos de permiso y fiscalización hiciera en seguimiento de la degradación ambiental en el estado y para que los investigadores de programas como el Biota-FAPESP realizasen el mapeo de la flora y la fauna paulista. Pero era hora de mejorar. “Como la presión de uso del suelo ha venido aumentando, debemos ver cada vez con mayo detalle”, afirma Nalon, quien desde hace casi 20 años trabaja con el ingeniero agrónomo Francisco Kronka, coordinador de las tres versiones más recientes del inventario y autor de otro estudio publicado en esta edición de Pesquisa FAPESP.

En las imágenes del Alos, que dejan ver hasta la copa de los árboles, el equipo de Nalon identificó 445,7 mil hectáreas de selvas antes desconocidas, que se encuentran cortadas en 184,5 mil fragmentos dispersos por el estado. Aún no se sabe cuántos son efectivamente nuevas, es decir, que corresponden a bosque renaciendo. Es probable que muchas ya existieran, pero que no hubieran sido relevadas por ser demasiado pequeñas para las cámaras de los satélites empleados antes. “Estos 184,5 mil fragmentos eran clandestinos”, dice Nalon. “Ahora tienen dirección e identidad”. Antes podían ser eliminados sin que las autoridades lo descubrieran. Ahora eso no es más posible.

Por las cuentas de Nalon, aproximadamente 95 mil hectáreas corresponden a áreas nuevas donde diferentes formaciones de Cerrado y Bosque Atlántico han sido replantadas o volvieron a crecer después de que la tierra fue abandonada al agotarse. En resumen, representan el crecimiento real de la vegetación autóctona de São Paulo durante esta década. “De comienzos de los años 1990 hasta 2001, hubo un aumento de 120 mil hectáreas de área verde en el estado”, comenta Nalon. “Por lo tanto, un incremento de 95 mil hectáreas durante los últimos años es bastante plausible”. Y no es poco. Es como si 600 parques como el Ibirapuera, el más conocido de la capital paulista, o 23 montes como los que forman el Parque Nacional de Tijuca en la ciudad de Río de Janeiro, la mayor selva urbana del mundo, hubieran brotado en el interior de São Paulo en menos de 10 años.

Sin embargo, esta buena noticia no es como para dormirse en los laureles. Si bien hay más verde renaciendo en el estado, la recuperación se concentra en las regiones en que la vegetación ya venía creciendo desde antes. “Durante la década pasada detectamos deforestación en el oeste paulista y la cosa quizá siga igual por allá”, comenta Nalon, quien espera contar pronto con la respuesta a esta cuestión. Durante los próximos meses, con su equipo, deberá concluir la contabilización del área verde de cada municipio del estado y enviar dichos datos a los 645 alcaldes paulistas, una información que permanecerá disponible en el sitio del Sistema de Informaciones Forestales del Estado de São Paulo (www.iflorestal.sp.gov.br/sifesp/). Con estos datos, los administradores públicos podrán exigir con mayor rigor el cumplimiento de las leyes ambientales, y los investigadores podrán detectar con mayor exactitud dónde viven ciertas especies de plantas y de animales.

FABIO COLOMBINIDónde están los montes
Como se puede ver en el mapa, buena parte de la vegetación autóctona del estado se encuentra en la zona costera, en una franja de menos de 100 kilómetros de ancho, delimitada por la región serrana de Serra do Mar y por las playas. Los municipios de Caraguatatuba, Ubatuba, São Sebastião e Ilhabela, ubicados en el litoral norte, mantienen todavía la mayor parte de sus tierras cubierta por vegetación nativa. En promedio, el 88,6% de esta región tiene bosques húmedos y manglares que están siendo corroídos lentamente debido a la especulación inmobiliaria. Aunque es proporcionalmente elevada, dicha área es pequeña: tan sólo 168,9 mil hectáreas. En términos absolutos, la mayor extensión continua de vegetación autóctona se esparce por los municipios del litoral sur y del valle del río Ribeira de Iguape, cerca del límite con el estado de Paraná. En esa región, la más pobre del estado, quedan 1.220.000 de hectáreas de Bosque Atlántico bien conservado, el que alguna vez cubrió el 65% del territorio paulista.

Pero casi nada ha sobrado del Cerrado, la sabana que revestía las tierras levemente onduladas del interior. Lo poco que queda –que sigue desapareciendo– está en la región de Ribeirão Preto, Franca, São José do Rio Preto, Baurú, Sorocaba y Campinas, donde en las últimas décadas las plantaciones de caña de azúcar han reemplazado a las pasturas, los cafetales y los montes nativos, al tiempo que dan impulso a la economía paulista.

Aunque el nuevo inventario indique una ganancia considerable de verde –descontado ya el incremento que es producto de las imágenes de mayor resolución, serían 95 mil hectáreas de selvas nuevas–, están los que dicen que esta noticia no es tan buena. Sucede que al menos el 12% del verde paulista (531 mil hectáreas) está pulverizado en pequeños bloques, muchas veces con una superficie inferior a 10 hectáreas. Y para algunas corrientes de la ecología, áreas tan modestas no permitirían la supervivencia de una gran diversidad de plantas y animales; por ende, no serían tan interesantes para la preservación ambiental.

Sin embargo, la relación no parece no ser tan simple. Cobra fuerza en el país una línea de la ecología según la cual cada tramo de un ecosistema autóctono, por menor que sea, es importante. Cada fragmento puede contener un banco de informaciones genéticas único, capaz de contribuir de manera relevante a la conservación de la biodiversidad y a la restauración de ecosistemas similares. “Incluso en ambientes muy degradados, donde han sobrado menos de 10 hectáreas, estos fragmentos desempeñan un papel importante en la conservación de la biodiversidad remanente”, afirma Ricardo Ribeiro Rodrigues, coordinador del Laboratorio de Ecología y Restauración Forestal de la Escuela Superior de Agricultura Luiz de Queiroz, con sede en la localidad de Piracicaba. “En zonas dominadas por la agricultura, sin unidades de conservación relevantes cercanas, los fragmentos de selva constituyen la única fuente de información acerca de cómo era y cómo funcionaba la vegetación autóctona, y pueden volverse más ricos mediante un manejo adecuado”, explica.

Estos bloques de vegetación, bancos de semillas y de embriones de plantas, en especial los menores, siguen siendo desconocidos por los investigadores. “Solamente el 35% de los remanentes forestales se encuentra en unidades de conservación, la mayoría con una superficie superior a las 100 hectáreas, y es en ellos donde generalmente se llevan adelante los estudios científicos”, dice Rodrigues.

Ante este potencial, la identificación de 184,5 mil nuevos fragmentos, que se suman a otros 120 mil ya conocidos, suena halagüeña. “Esto significa que los fragmentos existentes están más cerca entre ellos de lo que se creía”, comenta Giselda Durigan, investigadora del Instituto Forestal de la ciudad de Assis y estudiosa de la conservación y restauración de ecosistemas. “Esta cercanía a todas luces facilita la recuperación de los bosques.”

Giselda coordina un gran estudio de la Secretaría de Medio Ambiente que tiene como meta descubrir qué hace que una floresta plantada prenda y se consolide. Son cuatro áreas de montes autóctonos y 26 plantados que crecen desde hace al menos cuatro años (la más antigua tiene 55 años) sin ser perturbadas. En los últimos tiempos la estudiosa ha verificado que un factor esencial para el éxito de los bosques en recuperación es la presencia de un buen fragmento de bosque autóctono cerca.

En medio de un inmenso cañaveral en el municipio de Tarumã, cerca de Assis, en el oeste del estado, por ejemplo, se plantaron 29 especies de árboles para restaurar un tramo de bosque de ribera. Diez años más tarde, otras 23 habían surgido espontáneamente, la mayoría llevada por aves y otros animales desde fragmentos de vegetación autóctona vecinos, el menor de ellos de tan sólo un hectárea. Algo similar sucedió en una propiedad rural ubicada en el sudoeste de São Paulo, donde en 1972 se plantaron 165 especies de árboles en un predio de 20 hectáreas. En el estudio más reciente, de 2009, otras 64 especies habían brotado en el lugar. “Aún no sabemos decir cuál debe ser la distancia mínima para que se produzca la migración de especies desde el fragmento al área plantada”, dice Giselda, “pero cuanto más cerca esté el fragmento de la selva en restauración, más rápido otras especies llegarán. Y cuanto más antigua sea la floresta plantada, más especies entrarán allí”.

De ser consistente esta influencia de los fragmentos, la recuperación de bosques en el estado puede tornarse más sencilla y más barata. “Es posible crear corredores ecológicos con la restauración de los bosques de ribera o ciliares [ubicados a orillas de los ríos]”, imagina Rodrigues. “Al recuperar estos bosques, se podría interconectar la mayor parte de los fragmentos de São Paulo.”

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