desde Bananal (São Paulo)
“La zona se vuelve cada vez más montañosa. El camino está rodeado de monte virgen muy espeso; en algunos lugares se hace sumamente duro y difícil vencerlo”
– Saint-Hilaire, 25 de abril de 1822
A Vilmar da Silva, un comerciante de la ciudad de Bananal (São Paulo) le extrañó al pasar con su coche y ver a un cincuentón canoso con pinta de extranjero trepándose a un barranco, agarrándose de un arbusto, en el caminos que va a su chacra, al lado de la carretera de los troperos, la antigua ruta Río-São Paulo. Pero enseguida esa tensión se evaporó. El botánico francés Marc Pignal, del Museo Nacional de Historia Natural de París, se había encaramado en el barranco sólo para recolectar una muestra de una planta que le había llamado la atención. Eran las nueve de la mañana del 9 de junio de 2015, el primer día de la expedición que rehízo el tramo paulista de un viaje del naturalista francés Auguste de Saint-Hilaire a esa misma región entre marzo y abril de 1822.
Durante cinco días, cuatro botánicos observaron lugares bastante modificados y otros preservados desde la zona de Bananal, en el límite de São Paulo con Río de Janeiro, hasta Mogi das Cruzes, en el Gran São Paulo, eso si se los compara con los registros de Saint-Hilaire, publicados en el libro Segunda viagem do Rio de Janeiro a Minas Gerais e a São Paulo. En muchos casos, los cambios eran grandes, pero ni Saint-Hilaire ni los botánicos de la expedición de junio cedieron a la nostalgia. Aunque estaba fascinado por la flora tropical, el naturalista francés preveía que las selvas podrían desaparecer para ceder lugar al progreso y la civilización. “Él pensaba en alternativas de desarrollo para Brasil con base en los ideales de la Revolución Francesa, y tenía una visión utilitarista del espacio”, dijo Sérgio Romaniuc Neto, investigador del Instituto de Botánica de São Paulo y coordinador de la expedición.
El viaje, financiado por el instituto y por el gobierno francés, forma parte de un plan de rescate del trabajo de Saint-Hilaire en Brasil, coordinado por Romaniuc y Pignal. Romaniuc conoció los cuadernos de campo y la colección de plantas brasileñas de Saint-Hilaire en el Museo de Historia Natural de París, donde hizo su doctorado entre 1996 y 1999. Para repatriar las imágenes de ese material, formalizó un acuerdo de cooperación entre el museo, el Instituto de Botánica y el Centro de Referencia en Información Ambiental (Cria), de Campinas, y fue uno de los coordinadores del montaje de un herbario virtual, con los cuadernos y alrededor de nueve mil registros de plantas recolectadas por Saint-Hilaire (lea en Pesquisa FAPESP, edición nº 229). Cuando el herbario virtual entró en actividad, en 2009, Romaniuc y Pignal, coordinador de las colecciones virtuales del museo, empezaron a planificar los viajes para rehacer los trayectos del naturalista francés. Éste fue el primero. El próximo está previsto para octubre partiendo de Franca, en el norte paulista, y yendo hasta Itapeva, en el sur.
Poco antes de llegar a la entrada de la chacra Joana D’Arc, en el comienzo del trabajo de campo, Romaniuc se detuvo al lado de la carretera para examinar el paisaje. “Es un monte bonito, mas ya no es primario”, explicó apuntando hacia uno de los bloques de árboles situados en medio de pasturas y áreas de eucaliptos y bambúes. “No hay más árboles de gran porte. Hay guapuruvúes, árboles de gran porte, pero que también forman parte de la vegetación secundaria, porque crecen y mueren rápido.”
“Parece que no existe ninguna especie nativa más”, dijo Pignal al descender del barranco. “Quizá ésta no sea introducida”, comentó Marc Jeanson, coordinador del herbario nacional francés, mantenido en el museo de París, al recoger una rama de un arbusto del género Mimosa. Dispersas por las márgenes de la carretera y de los montes había muchas flores amarillas de melón amargo o balsamina (Momordica charantia), sencillas y poco importantes para los botánicos, “una señal de la globalización de las plantas”, tal como las definió Jeanson. El monte que examinaban ocupó el área de un hoy en día extinto cafetal, informó Silva, el dueño de la chacra. Según Silva, ese monte tiene al menos 60 años, pues ya existía en la década de 1950, cuando su familia compró las tierras. “Lo que había allí sigue estando preservado”, añadió.
Diversidad
Antes de seguir rumbo a la ciudad, Silva caminó hasta una casa de campo vecina y mostró un río transformado en arroyo, que pasaba debajo de la carretera, casi todo cubierto por hierba del género Brachiaria, de una especie exótica adoptada como alimento del ganado a causa de su bajo costo. “Es el río Carioca, donde había peces, pero ahora no hay más nada”. Ese día y al día siguiente, Romaniuc vio ríos que Saint-Hilaire describía como generosos transformados en tímidos arroyos cubiertos por la tierra que desciende de los cerros, más susceptible a la erosión debido a las pasturas.
En 25 de abril de 1822, al acercarse a la entonces aldea de Bananal, proveniente de Minas Gerais y en dirección a Río, ansioso por regresar a París porque supiera que su madre estaba enferma, Saint-Hilaire anotó en su diario: “La región se vuelve cada vez más montañosa. El camino está rodeado de monte virgen muy espeso”. Casi 200 años después, los botánicos verificaron que las montañas evidentemente siguen allí, en tanto que los montes más antiguos ralearon, fundamentalmente a los costados de las carreteras.
“Perdimos biodiversidad debido al avance descontrolado de la agricultura y la ganadería, que dejó de lado las preocupaciones con el equilibrio del medio ambiente”, reconoció Romaniuc al final de la mañana del primer día. “No podemos imaginar a Saint-Hilaire en el tiempo cero”, observó Pignal, quien viaja a Brasil desde 1993 y durante la semana anterior estaba en Salvador. “Cuando anduvo por aquí, ya había desmonte, caña y pasto”. Al llegar a la villa de Areias, actualmente un pueblo de cuatro mil habitantes, Saint-Hilaire notó la diversidad del paisaje: “Esta alternativa de cafetales y montes vírgenes, cultivos de maíz, arbustos y gramíneas de capoeiras luego de talas, valles y montañas, estos ranchos, estas tiendas, estas pequeñas viviendas rodeadas por las chozas de los negros y las caravanas que van y vienen, dotan a los aspectos de la región de una gran variedad”.
Saint-Hilaire llegó a Río de Janeiro en 1816 acompañando al embajador francés, y antes del viaje a esa región, ya había viajado por Río, Minas Gerais, el norte y el sur de São Paulo, Mato Grosso, Espírito Santo y los estados del Sur, aparte de Uruguay, Argentina y Paraguay. En esa época también otros europeos recorrían Brasil con sus propias expediciones. El botánico Carl Friedrich von Martius y el zoólogo Johann von Spix, ambos alemanes, exploraron una vasta área, del estado de São Paulo al de Amazonas, entre 1817 y 1820. Poco después, entre 1822 y 1829, el barón ruso-alemán Georg Heinrich von Langsdorff, con un equipo integrado por 39 personas, que incluía a un botánico, un médico, un astrónomo y varios artistas, recorrió varios estados. Saint-Hilaire anduvo por el interior de Minas Gerais con Langsdorff y posteriormente escribió: “En la compañía de Langsdorff, el hombre más activo y más infatigable que conocí en mi vida, aprendí a viajar sin perder un sólo instante, a condenarme a todas las privaciones y a sufrir alegremente todos los géneros de molestias”.
Viajando con un equipo compuesto por tan sólo siete auxiliares, el naturalista francés se percató de la expansión del cultivo del café en la región. Sobre Bananal, en ese entonces con una única calle, registró: “Es probable que pronto adquiera importancia, pues se ubica en medio de una región donde se cultiva mucho café y cuyos habitantes, por consiguiente, poseen ingresos considerables”. Con los cafetales, que ocuparon el espacio de los bosques, Bananal y las ciudades vecinas fueron ricas durante algunas décadas, pero después se encogieron, cuando los cafetales ocuparon otras áreas fértiles, y actualmente viven una vida modesta basada en el turismo. Como dijo una habitante de Bananal, los más jóvenes se van a estudiar, los más viejos a trabajar y algunas mujeres todavía se quedan para darles clases a los niños. De los tiempos del café, quedaron algunas construcciones históricas (lea Pesquisa FAPESP, edición nº 232) y raros bosques, una parte de ellos bajo la protección del Parque Nacional de Serra da Bocaina.
Una gran Solanum
El botánico André Luiz Gaglioti, que estudia algunos grupos de plantas de la colección de Saint-Hilaire en su posdoctorado en la Universidade Estadual Paulista (Unesp), aprovechó una parada del grupo para investigar unas pasturas situadas detrás del hotel hacienda donde se hospedaban. “Por Google Earth vi que hay un bosque más adelante”, dijo. De entrada se decepcionó al creer que la mata que había visto era una compuesta esencialmente de bambúes, sin relevancia científica, pero después de media hora de caminata llegaron a una franja de bosque que se extendía desde el margen de un tanque de agua destinado al ganado hasta lo alto de un cerro. “Era éste. Es pequeño, pero debe haber cosas interesantes.”
Allí ellos encontraron un árbol de la familia botánica Anacardiaceae, la misma del mango y del anacardo, que parecía típica de la región –por lo tanto, finalmente aparecía una probable especie nativa– y de la cual recolectaron una rama para hacer una identificación más precisa en el laboratorio. Junto a unas pastos recolectaron partes de un arbusto conocido como lobeira (Solanum lycocarpum), inexplicablemente mucho más alto y con frutos mayores que los de la misma especie hallados en el Cerrado, la sabana de la región central de Brasil.
Las plantas recolectadas quedaban organizadas al final de cada día entre hojas de periódicos y se las prensaba entre cartones. Posteriormente se las identificaría en laboratorio y se las compararía con las recolectadas por Saint-Hilaire, para tener así una visión comparativa de las especies de la región hace 193 años y ahora. A finales de julio, en un análisis preliminar, los botánicos verificaron que, al igual que el naturalista francés en 1822, encontraron timbó colorado (Enterolobium contortisiliquum), candeia (Moquiniastrum polymorphum) e higuerón (Ficus guaranitica), pero no hallaron jequitibá (Cariniana estrellensis), guayabo peruano (Psidium cattleianum) y canela americana (Ocotea odorífera), especies típicas del Bosque Atlántico, de la cuales informara Saint-Hilaire, lo que refuerza la hipótesis de pérdida de biodiversidad.
Durante los seis años que estuvo en Brasil, el naturalista francés reunió unas dos mil especies de pájaros, 16 mil insectos, 120 mamíferos, 35 reptiles y 76 mil plantas, de las cuales cuatro mil aún no habían sido descritas. El naturalista francés fue el primero en describir, en 1816, luego de su llegada a Brasil, la yerba mate (Ilex paraguariensis) de una estancia cercana a la ciudad de Curitiba, y el pequi (Caryocar brasiliense), en Minas Gerais. De regreso a Francia, publicó Flora Brasiliae Meredionalis en tres tomos, donde describió las plantas que había recolectado en Brasil.
Un monte inesperado
Al final del primer día, inesperadamente, los botánicos detectaron una franja de monte preservado en un cerro situado al lado de la carretera que va de Bananal a la ciudad vecina de São José do Barreiro. “Es similar a los que cubrían los cerros y valles de esta región hace 200 años”, afirmó Romaniuc. “Allí en el medio hay un ambay Cecropia hololeuca, un árbol que sólo crece en bosques ombrófilos maduros, y acá abajo, cerca de la carretera, hay un ambay Cecropia pachystachya, típico de áreas más alteradas”. La primera especie es llamada –debido al color de sus hojas– en Brasil embaúba-prateada –en aquel momento tenía flores rojas–, y a la otra, embaúba branca; ambas sobresalen en el monte debido a sus troncos delgados y a las hojas en forma de mano abierta.
Desde Bananal, Saint-Hilaire partió rumbo a Río, cuyo paisaje lo deslumbraba. “Quizá nada en el mundo sea tan hermoso como los alrededores de Río de Janeiro”, escribió. “Selvas vírgenes tan antiguas como el mundo ostentan su majestad en las puertas de la capital brasileña”. Por una cuestión de practicidad, los botánicos de la expedición de junio fueron en el sentido opuesto. El miércoles 10, salieron de Bananal, pasaron por São José do Barreiro, Areias y Silveiras, cruzaron la autopista Dutra, llegaron a Cruzeiro y siguieron hasta un valle de Serra da Mantiqueira llamado Garganta do Embaú, en el límite con Minas (véase el mapa). Más adelante, ya en Minas Gerais, llegaron a los montes bastante preservados del municipio de Pouso Alto, donde Gaglioti encontró una especie rara de árbol de la familia Urticacea, Myriocarpa stipitata, con flores más simples que las de las especies próximas.
Saint-Hilaire llegó a Pouso Alto el 12 de marzo de 1822, pero había enviado a un asistente al frente para presentarse ante la autoridad máxima de la villa, el comandante, y conseguir un lugar donde dormir aquella noche. Como el comandante no estaba, el vicario examinó sus documentos y se apartó sin ofrecerle el hospedaje deseado. “Entonces nos vimos obligados a buscar un rincón en una pequeña tienda: nos dieron una pieza inmunda y llena de pulgas. Por la noche, fuimos testigos de una gran riña entre mulatos”, relató. Los niños tampoco escaparon a su mirada etnológica, y al pasar por la villa de Taubaté, el 26 de marzo, anotó: “En casi todas las casas pueden verse niños hermosos, pero los que llegan a los 12 ó 15 años ya han perdido su belleza; son esmirriados, de talante enfermizo y un color cadavérico y terroso, cosa que sin dudas es producto de un mal régimen y de la alimentación insalubre o insuficiente que tuvieron”.
La botánica Renata Scabbia, docente de la Universidad de Mogi das Cruzes, se unió al grupo en Mogi el día 11. Juntos exploraron Serra de Itapeti, un área serrana de monte y de 5.300 hectáreas (53 kilómetros cuadrados), parcialmente ocupada por agricultores y habitantes de barrios periféricos. A la mañana del día siguiente, el último de la viaje, bajo una lluvia fina, recorrieron la periferia de Mogi das Cruzes. “Aún existen acá muchos elementos de la biodiversidad original que van perdiéndose con la expansión de los barrios periféricos”, sostuvo Romaniuc.
La parada siguiente fue en la iglesia Nossa Senhora da Escada, en una plaza de Guararema, que había sido una aldea de indios antes de que Saint-Hilaire la visitara. “Existen tan pocos ahora que no vi ninguno, ni en la ciudad ni en los alrededores”, anotó, impresionado también con la pobreza del lugar: “La mayoría de las viviendas se ubica alrededor de una gran plaza, y se puede percibir cuán pobre es que inútilmente pedí aguardiente de caña en varias tiendas”. La gran plaza aún está allá, con su amplia higuera cercada de casas que ya no parecen pobres.
Al llegar, Romaniuc les preguntó a varias personas si conocían el río que pasa detrás de la iglesia. Nadie había escuchado hablar de ese río, que había sido cubierto y ocupado por algunas casas. “Saint-Hilaire dijo que sentía una inmensa dificultad para recabar información de los moradores de los lugares que encontraba”, dijo. “Y eso no ha cambiado mucho”. Luego los botánicos regresaron a São Paulo por un camino bucólico y arborizado en los tiempos de Saint-Hilaire, y hoy en día totalmente urbanizado: una larga avenida que atraviesa la periferia de Mogi, Suzano, Poá e Itacuaquecetuba, y se abre en una amplia favela situada a la derecha al llegar a Guaianazes, el primer barrio de São Paulo que encuentran quienes llega desde aquella dirección.
Proyecto
Herbario Virtual Saint-Hilaire (nº 2006/57363-4); Modalidad Ayuda a la Investigación; Investigador responsable Sérgio Romaniuc Neto (Instituto de Botánica-SP); Inversión R$ 160.123,56 (FAPESP).
Libro
SAINT-HILAIRE, A. Segunda viagem de Río de Janeiro a Minas Gerais e a São Paulo. Belo Horizonte: Itatiaia, 1976, o en Brasiliana Eletrônica