A finales del año 1909, el gobierno brasileño lanzó una iniciativa tendiente a asegurarles a los jóvenes huérfanos o provenientes de familias pobres la oportunidad de adquirir habilidades técnicas y capacitarse laboralmente. De acuerdo con el discurso oficial de la época, la creación de 19 Escuelas de Aprendices Artesanos apuntaba a inculcarles a los adolescentes la cultura del trabajo y a formar ciudadanos útiles para la nación. Al cabo de 110 años, a esas históricas escuelas se las considera como el punto de partida de una política nacional de educación técnica y profesional que redundó en la creación de la Red Federal de Educación Profesional y Tecnológica, ligada al Ministerio de Educación (MEC), y que en la actualidad cuenta con 644 campus distribuidos todo el país.
Esas escuelas fueron una respuesta a la preocupación del gobierno brasileño con relación al crecimiento de la población urbana y al aumento de las desigualdades socioeconómicas en las ciudades del país. Tales fenómenos, en palabras de Nilo Peçanha (1867-1924), por ese entonces presidente de la República, exigían la adopción de mecanismos que les permitieran a los jóvenes de las clases más pobres “obtener los medios como para sobreponerse a las dificultades de la lucha por la existencia”. Era menester habilitarles una capacitación técnica.
“Puede decirse que, al principio, esas instituciones tenían un carácter asistencialista”, explica Francineuma Guedes Candido, docente y asistente técnica-administrativa del Instituto Federal de Ceará, en con sede en la ciudad de Fortaleza. La meta, según Guedes Candido, era proveerles a los jóvenes un oficio que los apartara del mundo de los vicios y de la delincuencia. “Al mismo tiempo”, explica la profesora, “esas escuelas fueron concebidas como parte de un proyecto de construcción del país, al capacitar mano de obra especializada en una amplia gama de actividades, ofrecidas tanto para cubrir las necesidades locales como para la industria que se afianzaba en algunas regiones del país”. En la escuela de la ciudad de Natal, en el estado de Rio Grande do Norte, por ejemplo, se abrieron talleres de zapatería, carpintería, sastrería, hojalatería y herrería, mientras que, en São Paulo, dado el potencial de la industria local, se ofrecían cursos de mecánica y tornería.
La economía brasileña al comienzo del siglo XX todavía era agroexportadora, mientras que el capital industrial, desde hacía algún tiempo, funcionaba como impulsor principal de la economía europea y de la estadounidense. “A mediados de la década de 1850 había pocas empresas en Brasil”, subraya Jesué Graciliano da Silva, docente del Instituto Federal de Santa Catarina, con sede en Florianópolis. “La cifra era de 200 en 1881 y de 600 en 1889”, dice el investigador, quien estudió la historia de los institutos durante su doctorado realizado en la Universidad Federal de Santa Catarina (UFSC).
Las escuelas, subordinadas al Ministerio de Agricultura, Industria y Comercio, empezaron a instalarse en enero de 1910. “Era la primera vez que el Estado brasileño asumía la misión de promover la enseñanza laboral en todos los rincones del país”, dice el historiador Renato Marinho Brandão Santos, docente del Instituto Federal de Rio Grande do Norte, en Natal. “Las iniciativas que se habían surgido hasta entonces en ese sentido habían sido puntuales”.
Los estados de Acre y Rio Grande do Sul fueron los únicos que no estuvieron incluidos. El primero se había incorporado al estado nacional pocos años antes, mientras que el segundo ya contaba desde 1906 con el Instituto Profesional de la Escuela de Ingeniería de Porto Alegre, posteriormente renombrado como Instituto Parobé. “El estado de Río de Janeiro fue incluido, pero no en la capital: la escuela de aprendices se erigió en Campos dos Goytacazes, la ciudad natal de Peçanha, y hoy en día todavía existe”, comenta Marinho.
Las actividades que se desarrollaban en esas escuelas solamente estaban dirigidas a adolescentes de entre 10 y 14 años de edad. Las primeras décadas de funcionamiento fueron difíciles. Los altos índices de deserción y la bajísima cantidad de egresados hicieron que el modelo fuera modificado constantemente.
Uno de esos cambios llegó en la década de 1930, al comienzo del primer gobierno de Getúlio Vargas (1882-1954). El proceso de industrialización del país exigía una readecuación en la capacitación de obreros “a las exigencias de la técnica moderna”. “En las fábricas e industrias era notoria la falta de operarios y capataces especializados”, explica Francineuma Candido, quien estudia la historia de las Escuelas de Aprendices Artesanos desde su maestría.
Según ella, un decreto de julio de 1934 abrió el camino hacia la expansión de la enseñanza industrial en otras regiones del país. Esta estrategia se profundizó en 1937, cuando las Escuelas de Aprendices Artesanos se transformaron en Liceos Industriales. “Esas instituciones dejaron de lado su carácter asistencial y pasaron a ocuparse de la difusión de la educación industrial”, dice Candido.
Ese proceso se propagó durante las décadas posteriores en consonancia con leyes que reorganizaron los objetivos y las estructuras administrativas de las escuelas. El mayor cambio sobrevino en 1942, cuando los liceos se convirtieron en Escuelas Industriales y Técnicas. “La capacitación laboral ganó el grado de secundaria, alejándose de los preceptos de las Escuelas de Aprendices Artesanos”, dice Marinho. Con el tiempo, el gobierno se interesó en otros tipos de formación. Un ejemplo de esa política lo constituyen las Escuelas Técnicas y Agrotécnicas Federales, fundadas en febrero de 1959.
En 1971 el gobierno del general Emílio Médici (1905-1985) introdujo una reforma educativa y el secundario, actualmente enseñanza media, brindaba capacitación laboral en todo el país. La idea era que todos egresaran de la escuela habilitados para desempeñar funciones técnicas en el comercio, en la industria, en el campo y en la construcción civil. “Esa iniciativa se desarrolló durante cierto tiempo, pero no prosperó”, explica Candido. “Más allá de la falta de docentes especializados, muchas de las escuelas no disponían de los equipamientos necesarios para la capacitación de los jóvenes”. Hay relatos de alumnos que, por falta de máquinas de escribir, practicaban en cartones con las teclas dibujadas. En 1982, el gobierno abolió la exigencia de la habilitación laboral en la secundaria.
Los cambios continuaron, con la transformación gradual de las Escuelas Técnicas y Agrotécnicas Federales en Centros Federales de Educación Tecnológica, que también pasaron a ofrecer carreras educativas de nivel superior y posgrado. “Simultáneamente, los gobiernos se esforzaron para intentar expandir esos centros a otras regiones del país”, comenta Da Silva. “Este proceso se intensificó en las décadas de 1990 y 2000”.
En la década de 2000, el gobierno reformuló las políticas educativas profesionales y tecnológicas, en el marco de la elaboración del Plan de Desarrollo de la Educación. “La Red Federal de Educación Profesional y Tecnológica pasó a enfocarse en el factor social, sin dejar de lado lo económico, pero partiendo de la premisa de que la educación tiene un carácter emancipador”, explica Marinho. Para los festejos del centenario, en 2009, las escuelas fueron renombradas con la denominación actual: Institutos Federales de Educación, Ciencia y Tecnología. En la misma época, el gobierno inició la expansión de estas instituciones para llevarlas a áreas más apartadas de los grandes centros urbanos.
En 2005, el país contaba con 140 centros de educación tecnológica. “En los 10 años siguientes, se instalaron más de 500 institutos nuevos en todo Brasil, lo que ayudó a democratizar el acceso a la educación para millones de jóvenes de municipios pobres en el interior del país”, dice Da Silva. Los 644 campus que integran actualmente la red ofrecen alrededor de 480 mil vacantes en más de 11 mil especialidades, desde la capacitación profesional para el trabajo hasta el doctorado. “En algunos municipios somos la única oportunidad de capacitación, de acceso a la cultura y a una educación de alta calidad”, enfatiza.
“Los alumnos de los Institutos Federales tienen una buena capacitación y son aptos tanto para el mercado laboral como para la carrera académica”, comenta Eder Sacconi, Prorrector de Investigación y Posgrado del Instituto Federal de São Paulo. “En una prospección que se llevó a cabo entre egresados de nuestro instituto, identificamos a muchos exalumnos en cargos gerenciales en grandes y medianas empresas, así como un buen número de egresados que, luego de graduarse, crearon emprendimientos”, destaca.
La expansión hizo que, con el correr del tiempo, la educación técnica adquiriera valor y atrajera a un público de la clase media. “En épocas de alto índice de desocupación, la formación que ofrecen los institutos abre muchas posibilidades en el mercado laboral y puede llegar a marcar la diferencia”, dice Candido, para quien el aumento de la demanda de esas carreras también está relacionado con el hecho de que las mismas se erigieron, en diversos casos, en una puerta de ingreso a la educación pública superior.
Para ella, una de las características principales de los institutos federales reside en su inserción en la realidad local. “Nuestro trabajo se encuentra siempre abocado a afrontar problemas regionales, o bien se encuentra alineado con las potencialidades del orden productivo local”, dice. La carrera técnica con orientación textil disponible en el campus Caicó del Instituto Federal de Rio Grande do Norte, en la región de Seridó, tal como ejemplifica el historiador Marinho, ha asegurado la formación de mano de obra para la industria textil local.
Republicar