Cuando el taxonomista sueco Carlos Linneo (1707-1778) se propuso, en soledad, clasificar jerárquicamente a todas las especies de organismos vivos del mundo, ciertamente no percibía la real dimensión de la variedad biológica con la que estaba lidiando. Su obra principal, Systema Naturae, alcanzó la décima edición en 1758, con un total de 7.700 especies de plantas y 4.400 especies animales catalogadas. Hoy en día se sabe que la mitad de los organismos clasificados por el científico como animales eran insectos, y menos de 100 años después ya se habían clasificado 400 mil nuevas especies de éstos. “Ésa fue la última vez que una persona, en solitario, intentó catalogar a todas las especies del mundo”. Así, en tono de broma, el biólogo Thomas Lewinsohn, del Instituto de Biología de la Universidad de Campinas (Unicamp), inauguró el primer encuentro del Ciclo de Conferencias Biota-FAPESP Educación, llevado a cabo en São Paulo, el día 21 de febrero, y que contó también con la participación del biólogo Jean Paul Metzger, del Instituto de Biociencias de la Universidad de São Paulo (USP), y del botánico Carlos Alfredo Joly, del Instituto de Biología de la Unicamp y coordinador del Programa Biota-FAPESP.
El ciclo de conferencias, que lleva como título El compromiso con el perfeccionamiento de la enseñanza de la ciencia de la biodiversidad en Brasil, es una iniciativa de la coordinación del Biota-FAPESP en colaboración con la revista Pesquisa FAPESP, como un aporte destinado a mejorar la calidad de la educación científica y ambiental en Brasil. Habrá otras ocho conferencias hasta el mes de noviembre (lea la programación en la página 55) y cada una versará sobre uno de los principales biomas de Brasil: pampa, pantanal, sabana [cerrado], matorral xerófilo [caatinga], bosque atlántico, Amazonia, ambientes marinos y costeros y la biodiversidad en ambientes antrópicos urbanos y rurales.
Según Lewinsohn, pese al aumento exponencial de especies catalogadas en los últimos 280 años, todavía persiste un desierto de información en relación con las variedades de organismos. “En São Paulo, donde probablemente se concentra la mayor cantidad de botánicos de Brasil, el volumen de estudios sobre la flora es muy desigual, puesto que la mayoría se ha concentrado en determinadas regiones del estado, tales como São Paulo, Campinas, Campos do Jordão y Ubatuba”, resaltó.
Asimismo, muchas categorías de seres vivos aún son poco conocidas. Tal es el caso de los curculiónidos, la mayor familia de coleópteros del planeta, con 62 mil especies descritas y nominadas. Con todo, se calcula que el número de especies aún no descritas de esa familia puede sobrepasar las 800 mil, según el biólogo. “Eso significa que, en cuanto a los organismos menores, tales como insectos y ácaros, nuestro principal desafío no es conocer dónde se encuentran, sino, cuáles son. La recolección e identificación de esas nuevas especies son dos de los principales retos de la humanidad”, explicó ante un auditorio entusiasta compuesto por profesores de secundaria y estudiantes universitarios, además de investigadores interesados en el tema.
La magnitud de ese universo todavía poco conocido adquiere proporciones incalculables cuando se corre el foco hacia el estudio de la diversidad de los organismos microbianos, tales como bacterias, hongos, virus y algas unicelulares. En proyectos anteriores, llevados a cabo en el marco del Programa Biota-FAPESP, los investigadores llegaron a identificar unos 20 mil nuevos tipos de bacterias en la superficie de las hojas de tan sólo nueve especies arbóreas del bosque atlántico. Por eso, explica Lewinsohn, “resulta sumamente complejo intentar calcular cuántas especies comparten el mundo con nosotros. Sucede que la información aún se encuentra desperdigada en muchos sitios, tales como reservorios, bancos de datos, publicaciones, etc., lo cual dificulta la organización de este inmenso catálogo de seres vivos”. El biólogo estima que habría al menos 1,75 millones de especies conocidas y 12 millones todavía por descubrirse, a pesar de las divergencias en cuanto a ese número. En su opinión, si el trabajo prosigue al ritmo y con los recursos humanos, financieros y técnicos actuales, el mapeo de toda la diversidad biológica ‒resultado de casi 4 mil millones de años de evolución e interacción entre especies‒ podría demandar entre 200 y 2 mil años, aproximadamente. Eso, teniendo en cuenta solamente a las especies que los investigadores creen que existen en Brasil. De este modo, concluye Lewinsohn, resulta clara la necesidad de priorizar el estudio de determinados grupos de organismos, debido a su importancia funcional, dado que el saber sobre los grupos más conocidos, tales como plantas y animales vertebrados, podría utilizarse para formular políticas urgentes de conservación y manejo.
Justamente fue ese desafío por generar un sistema integrado de información, asociando el conocimiento taxonómico, biogeográfico y ecológico con herramientas bioinformáticas, lo que sentó las bases del Programa Biota-FAPESP, iniciado en 1999. Actualmente, bromeó el biólogo Carlos Alfredo Joly, coordinador del programa, “pese a los permanentes esfuerzos, el conocimiento al respecto de la biodiversidad brasileña podría sintetizarse como un océano de datos, ríos de informaciones, canales de conocimiento, gotas de comprensión y un rociado de uso sostenible”. En ese sentido, el objetivo común para todos los proyectos de investigación desarrollados en el ámbito del Biota, radica en comprender los procesos de generación, mantenimiento y pérdida de la biodiversidad en el estado de São Paulo.
Conocimiento sostenible
En su disertación, Joly resaltó que todo el conocimiento generado a partir de esos estudios se encuentra disponible en internet, en forma transparente y gratuita, con el objetivo de perfeccionar el modelo de enseñanza y mostrarle a la sociedad la importancia de los temas relacionados con la conservación y el uso sostenible de la biodiversidad. “Todo ciudadano necesita conocimiento científico y capacidad intelectual para integrarse al mundo natural, como así también una utilización consciente de los dispositivos tecnológicos con los cuales nos topamos diariamente”, sostuvo el biólogo. Por eso la idea de realizar un ciclo de conferencias para presentar el estado del arte del conocimiento sobre los biomas brasileños en un lenguaje accesible para diferentes públicos. “Ésta es una oportunidad para tratar un tema que en Brasil todavía presenta deficiencias: la educación. Seremos una gran nación solamente cuando en nuestro país contemos con un sistema educativo que se ubique a la altura de los desafíos que impone un mundo complejo como el de hoy. Ése fue el espíritu con el que llevamos a cabo el ciclo de conferencias”, dijo Vanderlan Bolzani, docente del Instituto de Química de la Universidade Estadual Paulista (Unesp) de Araraquara y miembro de la coordinación del Biota-FAPESP.
En un lapso de 13 años, el Programa Biota-FAPESP ha financiado más de 120 proyectos de investigación, que han generado más de 1.100 artículos publicados en diversas revistas científicas, entre las que se encuentran Nature y Science. En ese período, se catalogaron más de 2 mil nuevas especies, y se produjeron informaciones sobre otras 12 mil, que fueron almacenadas en sistemas de información ambiental tales como el Sinbiota, cuyo nuevo prototipo, el Sinbiota 2.0 se está testeando. Los mapas producidos por el programa también han contribuido para que los encargados de la toma de decisiones puedan identificar mejor las áreas prioritarias para la conservación y restauración de la biodiversidad en el estado. “Actualmente se cuenta con al menos 20 instrumentos legales, entre leyes, decretos y resoluciones, que consideran los resultados obtenidos en el marco del Programa Biota-FAPESP como base para formular políticas públicas ambientales”, subrayó Carlos Joly. El programa tiene su continuidad garantizada hasta 2020. Según el biólogo, una de las propuestas para esta segunda fase, que comenzó en 2009, consiste en ampliar su alcance geográfico, para considerar los límites de presencia de bosque atlántico y de sabana, invertir más en investigaciones sobre la biodiversidad costera y marina y otorgar alta prioridad a su vertiente educativa. “Con ello esperamos mejorar la calidad de la enseñanza de ciencias en Brasil”. Al final del mes de enero, Joly fue electo como uno de los cinco representantes de América Latina y el Caribe para el Panel Multidisciplinario de Expertos del IPBES, la sigla inglesa de Plataforma Intergubernamental sobre Biodiversidad y Servicios de los Ecosistemas (www.ipbes.net). La IPBES, creada en 2012 luego de casi 10 años de negociaciones internacionales, tiene como función sistematizar el conocimiento científico sobre la biodiversidad para otorgar sostén a las decisiones políticas en el ámbito internacional, un trabajo similar al que realizó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Actualmente, más del 50% de la superficie terrestre se encuentra degradada debido a la actividad humana, destacó el biólogo Jean Paul Metzger. En su opinión, eso significa que estamos invadiendo velozmente áreas naturales, ya sea mediante la extensión de nuestras fronteras agrícolas o por ocupaciones urbanas. “Eso no sólo conduce a la desaparición de hábitats, sino también a la fragmentación de los ecosistemas, esto es, la subdivisión territorial y funcional de tales áreas”. Metzger resaltó incluso que ese proceso constituye una de las causas principales de pérdida de la biodiversidad biológica, en Brasil y en el mundo. “Cuanto más fragmentado sea un ambiente, mayor será la tasa de extinción de las especies que lo habitan. Por otra parte, cuanto menor fuera esa fragmentación, menor será el aislamiento entre esos fragmentos, lo que permitirá el aumento o la conservación de los índices de colonización y recolonización de especies en esa región”, explicó el biólogo del Instituto de Biociencias de la USP.
Según los investigadores, éste es un fenómeno preocupante. Hacia 1500, el estado de São Paulo contaba con un 85% de su territorio cubierto por selvas nativas. En 2000, ese porcentaje había descendido hasta el 12%. En cuanto a las áreas de sabana, que en 1500 cubrían un 14% del territorio paulista, en 1960 ocupaban un 10% del estado. “Las mayores tasas de conversión en áreas de cultivo ocurrieron con la expansión del café en el siglo XIX y con la caña de azúcar, como resultado del Programa Pro Alcohol”, recordó Joly. “La buena noticia es que en los últimos 10 años se ha invertido esa tendencia, y desde entonces el estado viene ganando nuevas áreas”, dijo. A su vez, el bosque atlántico posee tan sólo entre un 12% y un 16% de selvas remanentes, afirmó Metzger. “Lo más llamativo, es que, más allá de las escasas selvas remanentes, un 95% de lo que quedó del bosque atlántico se concentra en fragmentos con áreas de menos de 100 hectáreas”. No obstante, explica, la región presenta escasos registros comprobados de extinción de especies. Tal hecho se debe, probablemente, al período de latencia entre el inicio del proceso de fragmentación y la extinción de las especies.
Corredores verdes
Parte de la solución para el problema de la degradación del bosque atlántico puede asociarse con la identificación de áreas claves, en las cuales la restauración del paisaje facilitaría el flujo biológico entre fragmentos del hábitat, como corredores biológicos. “La noción de conectividad puede contribuir para la integración mediante la comprensión de los aspectos estructurales y funcionales de las áreas fragmentadas”, dijo Metzger. También podría contribuir el intervalo entre el comienzo del proceso de fragmentación y la extinción de especies, para una acción más rápida y precisa del poder público en la restauración de áreas de conexión biológica entre los ambientes fragmentados. “Resulta fundamental que la identificación de tales áreas se realice no tan sólo en términos estructurales, sino también en términos funcionales”, añadió.
Para los investigadores, la relación entre biodiversidad y funciones del ecosistema ‒el aporte que recibimos de la naturaleza para nuestra calidad de vida y actividades productivas‒, más allá de ser compleja, es, en parte, desconocida. “Se estima, por ejemplo, que existirían en el planeta unas 25 mil especies de plantas comestibles aún no identificadas”, resaltó Lewinsohn. “Tampoco comprendemos completamente las funciones que cada especie desempeña en variados ecosistemas”, añadió. Por ello, la producción de conocimiento sobre tales temas debe ser permanente, para utilizarla como base para las políticas de conservación y restauración de la biodiversidad brasileña. “Para eso, es necesaria una ciencia bien elaborada, basada en programas bien estructurados, tales como el Biota-FAPESP”, resaltó Metzger.
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