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Etelvino Bechara

Etelvino José Henriques Bechara: Sobre luciérnagas y enfermedades mentales

El químico que dilucidó la acción de los radicales libres ‒compuestos muy reactivos‒ en las células, en trastornos psiquiátricos y en hormigueros luminosos

022-029_Entrevista 1_229LÉO RAMOSMientras esperaba la respuesta a su pedido de reingreso en el Instituto de Química de la Universidad de São Paulo (IQ-USP), Etelvino Bechara decía que no tenía ni laboratorio, ni dinero para investigar, ni alumnos que trabajasen junto a él. Pero nunca dejó de explorar los caminos que se le abrían por delante desde que dejó Caparaó, el pueblito de Minas Gerais donde nació y aprendió a leer y a escribir, en una escuela nocturna, con adultos, a la luz de lampión. Muchos años más tarde, a comienzos del mes de febrero, Bechara terminaba la revisión final de un artículo que se publicaría dos semanas después en la revista Science, donde mostraba de qué modo contribuyen compuestos químicos muy reactivos, llamados radicales libres –en este caso, formados a partir de la fragmentación del pigmento de la piel, la melanina– a la continuidad de los daños en el ADN, aun tras horas de exposición directa al sol (léase el reportaje en la página 62).

Edad:
70 años
Especialidad:
Quimio y bioluminescencia; radicales libres
Estudios:
Instituto de Química (IQ) de la Universidad de São Paulo (pregrado y doctorado), Universidades Johns Hopkins y Harvard (posdoctorado)
Institución:
Instituto de Química de la USP (1971-2008), Universidad Federal de São Paulo (2008-14)
Producción científica:
175 artículos científicos, 1 libro y 10 capítulos de libros

Bechara trabaja con radicales libres desde su doctorado, realizado bajo la dirección del químico italiano Giuseppe Cilento, uno de los referentes de la excelencia científica de la USP durante la década de 1970. Fue poco a poco como verificó que los radicales libres participaban en fenómenos biológicos fascinantes, tales como los termiteros luminosos de Parque das Emas, en el estado de Goiás, y ayudaban a causar o agravar varias enfermedades. “Me inspiro con las cosas que veo en los diarios o en las charlas con la gente”, dice. Su fascinación por lo desconocido lo motivó a hacer o a seguir de cerca trabajos de campo en Vila Parisi, en la localidad de Cubatão, uno de los lugares más contaminados del mundo en la década de 1970, luego en hospitales psiquiátricos, en fábricas de zapatos y de baterías para coches y, recientemente, en un centro de rehabilitación de adolescentes en conflicto con la ley de la ciudad de Bauru, en el interior paulista, asociando la intoxicación por plomo –una vez más a través de los radicales libres – con los problemas mentales.

Padre de cuatro hijos y abuelo de cuatro nietos, Henriques Bechara fue docente de la USP durante 37 años, coordinó la planificación y la implementación de las carreras de pregrado y posgrado en la unidad de Diadema de la Universidad Federal de São Paulo (Unifesp) y tuvo que jubilarse del servicio público al llegar a los 70 años en diciembre de 2014. Ahora pretende regresar a la USP como profesor sénior, para no dejar de hacer investigación y convivir con sus compañeros y con los estudiantes. Bechara es el primer nombre de su abuelo materno, un libanés que llegó a Brasil en 1905. Su padre llegó de Portugal.

Al revisar su trayectoria personal y profesional, en el estudio de su amplio departamento ubicado en el barrio de Lapa, en São Paulo, desde donde se pueden ver a lo lejos los edificios y los árboles de la Ciudad Universitaria, y rodeado por su colección de pinturas de artistas populares que compró o le regalaron durante sus viajes, quien le viene primero a la mente es una antigua profesora, Ilza Campos Sad.

¿Quién fue Ilza Sad?
Fue una maravillosa docente del gimnasio [n. del tr.: antiguamente, el segundo ciclo de la enseñanza básica en Brasil, antes de la secundaria] de una escuela pública de Manhuaçu, en el interior de Minas Gerais, en el límite con Espírito Santo. Doña Ilza daba clases de ciencia y de geografía, y fue quien despertó en mí el interés por la naturaleza y por el hombre, en las clases de geografía humana y económica, y todo de manera muy natural, recolectando latitas para hacer un alambique y construyendo pequeños objetos de madera para probar las leyes de la física. Era tan espectacular que organizó un periódico llamado A hora do estudante en la radio de la ciudad, y durante una hora conversábamos allí con la gente sobre literatura, ciencias, sobre todo. Fue un primer momento en que desperté al mundo. Luego viajé mucho, y siempre le mandaba a ella una tarjeta postal desde donde estaba, contándole qué estaba haciendo. Ella fundó en Manhuaçu la Casa de Cultura y me contaron que allí exponía todas las postales que le mandé. Yo cuando terminé el gimnasio, dejé de estudiar, porque no existía el científico [n. del tr.: la secundaria] en la ciudad. A la noche yo asistía a un curso de técnico en contabilidad. Un año después, en 1961, aprobé el examen de ingreso al curso técnico agrícola de la localidad de Viçosa [en Mina Gerais]. Era un curso de doble escolaridad. Tuve suerte, pues los docentes también eran de la universidad federal, en esa época, la Universidad Rural del Estado de Minas Gerais, actualmente, la Federal de Viçosa. Mi familia ya había migrado a São Paulo. Yo tenía cuatro hermanos, cada uno con su trabajo, y así aportaban al sostén de la familia. Cuando me vine también fui a trabajar como peón en un laboratorio de química, en una fábrica de la zona de Ermelino Matarazzo. Mi suerte fue que el jefe del laboratorio, Alexander Dubson, había sido profesor de universidades de Moscú, Roma y Pekín. Cuando se percató de mi interés, me agarró de alumno: dejo fluir toda su frustración por no ser más profesor y estar trabajando en una industria y me enseñó mucho de química. Al principio yo hacía control de calidad, pero dos meses después de llegar, con su ayuda, fui a investigar métodos que la fábrica podría utilizar para analizar el ácido sulfúrico y otras materias primas que se usaban en la producción de papel celofán. Cuando largué la fábrica, ingresé en la carrera de química de la USP. En 1965 todavía estaba en la alameda Glete, en el centro de la ciudad, y luego, entre 1966 y 1968, en el Instituto de Química, en la ciudad Universitaria.

En la graduación en Viçosa, en 1963 (Bechara es el tercero de izquierda a derecha)

Archivo personal En la graduación en Viçosa, en 1963 (Bechara es el tercero de izquierda a derecha)Archivo personal

¿Cómo le fue en la carrera?
Me fue excelentemente bien y me pertrechó para una serie de cosas. Yo me enamoré de la química orgánica, creo que eso fue por mi formación, pues siempre me gustó mucho la historia natural: tenía una colección de cristales, y me gustaban la botánica, la zoología y la química. En esa época yo ya había escuchado hablar mucho de Giuseppe Cilento, el profesor de mayor renombre internacional. Él había hecho un posdoctorado en Harvard, y era más conocido en el exterior que acá en Brasil. Dejé de lado orgánica e hice mi doctorado con él porque en esa época, a finales de los años 1960, se produjo una minirrevolución científica. Estaban intentando comprender los mecanismos de formación de ATP [el trifosfato de adenosina] en la cadena respiratoria. Era un gran misterio. ¿Cómo se convierte en una forma de energía en nuestro cuerpo lo que comemos, en el ATP? Si queremos contraer un músculo, pensar o hacer cualquier cosa, usamos ATP, que es nuestra moneda corriente de energía. Era un tema candente, por eso quedé muy impresionado y le pedí hacer el doctorado con él.

¿Cómo fue la charla con Cilento?
Fue un tanto complicada. Durante la carrera de química, que era en doble turno, tenía clases incluso los sábados a la mañana. Yo necesitaba ganar dinero, y di clases en el cursillo del centro de estudiantes de la Facultad de Filosofía, y luego en el cursillo Equipe Vestibulares. Era activista del movimiento estudiantil: era del partido trotskista, de la 4ª Internacional. Fui presidente del centro de estudiantes y me metieron preso en el congreso de Ibiúna, en 1967. Me hicieron juicio en el Segundo Ejército. Al empezar el posgrado, fui a hablar con Cilento. Él me dijo que tenía información a mi respecto que le impedía aceptarme como estudiante. Pero yo había sido uno de sus mejores alumnos. Y él era así, quería gente que trabajase, que produjese resultados en buenos proyectos y en excelentes artículos. El resto no le interesaba. Entonces me aceptó como alumno, pero con la condición de que no hablase de política en el laboratorio. Arreglé inmediatamente y cumplí mi promesa. Dentro del laboratorio nunca hablé de política, aunque afuera seguí actuando intensamente.

¿Qué hacía?
Mi casa era parte era un aparato [un lugar de refugio de grupos políticos clandestinos durante la dictadura], y yo ayudaba a esconder gente, a transportar documentos, lo que fuera necesario. Me detuvieron en la Oban [la Operación Bandeirantes] durante un día. No sé cómo logré convencerlo al responsable en esa época de que lo mío era la ciencia. Yo dependía de la ciencia para sobrevivir. Durante todo ese tiempo tuve que ayudar a mantener a mi padre, que era sastre, y a mi madre, que era ama de casa. En esa época, ser ciudadano brasileño, de acuerdo con mi concepción, era trabajar contra la dictadura, contra el oscurantismo, contra la violencia y contra la tortura. Incluso en la universidad, no rehuí a la pelea.

¿Y el trabajo con Cilento?
Empecé a trabajar con él, con oxígeno y luz, en 1969. Ésos son dos temas que me persiguen hasta estos días. Fue entonces cuando Alberto Carvalho da Silva, en esa época director científico de la FAPESP, en 1969, firmó la concesión de mi primer beca. En el doctorado empecé con una investigación de síntesis de ATP en la cadena respiratoria. Cilento dijo que en el mundo existía una competencia muy grande por entender de qué manera se formaba el ATP en la mitocondria, uno de los compartimentos de la célula. Trabajé en uno de los tres abordajes, en la llamada hipótesis química. En ella se postulaba que en el metabolismo se forman compuestos ricos en energía, pero no se lograban resolver todos los problemas, porque el compuesto rico en energía que se proponía era inestable en el agua y no podría aislarse, y todos los experimentos modelo de laboratorio se realizaban en medio acuoso. Por eso no cabía la posibilidad de que se formarse ATP, pues el compuesto se acabaría en el agua. ¿Y cuál fue la idea de Cilento? Pues realizar la operación en medio no acuoso, en piridina. Cuando usé piridina, logré sintetizar un 26% de ATP. Sin mitocondria, sin nada. Cilento me había avisado que el proyecto era sumamente difícil y que estaban disputándoselo en todo el mundo. Siempre decía que prefería darle un proyecto difícil a un buen alumno a darle a éste un proyecto bueno. Él seguía de cerca, pero se arriesgaba a fracasar, y no le importaba. Yo había trabajado con él un año entero en una hipótesis parecida, pero tiré todos los datos a la basura, porque no salió bien. En aquella época se hacía investigación para comprobar ideas, producir conocimiento nuevo y, si salía bien, publicábamos el artículo en una buena revista. No se trabajaba para publicar, sino para producir conocimiento nuevo: la publicación era una consecuencia del proceso de investigación. Me contrataron como profesor auxiliar de la USP en 1971 y, al año siguiente, después de defender el doctorado, como profesor doctor, y compartí el laboratorio con Cilento hasta su muerte, en 1994. Los trabajos con ATP me llevaron hasta el radical superóxido, el cual a su vez me llevó hasta los radicales libres.

¿Cómo fue esa conexión?
A la hora de describir la reacción de síntesis de ATP, yo debía hablar de un radical libre llamado superóxido. Sólo podría explicar los resultados, de existir la intermediación del superóxido. Pero no había reactivos, no podía testear esa hipótesis. En 1969, Irwin Fridovich, de la Universidad Duke [EE.UU.] describió la enzima superóxido dismutasa. La superóxido dismutasa destruye al superóxido, pero no sabíamos cómo preparar aquella enzima. ¿Cómo resolver ese problema? Cilento invitó a Vincent Massey, de la Universidad de Michigan en Ann Arbor [EE.UU.], para pasar una temporada en la USP. Era uno de los papas en el área de flavinas, participantes en la cadena respiratoria. Vino en 1971 y me enseñó a preparar la superóxido dismutasa. La preparábamos con sangre de vaca. Agarramos seis baldes de sangre de vaca en un matadero de Osasco, nos los llevamos al laboratorio y preparamos varios miligramos de la enzima pura. A la enzima se la conocía por ser almacenadora de cobre en las membranas de las células. El cobre es muy tóxico, pero esa habilidad de destruir el radical libre superóxido sólo la dilucidó Fridovich. Hasta ese entonces, hablar de radicales libres en células era tabú, porque generalmente es muy reactivo. ¿Cómo se podría imaginar que el cuerpo está preparando radicales libres? Sería un suicidio, pero se demostró que existía esa enzima en los tejidos y, como es específica para destruir a ese radical libre, se demostraba que el cuerpo fabricaba radicales libres. Hoy en día sabemos que los radicales libres forman parte del metabolismo normal del organismo, pero pueden ser tóxicos y desencadenar enfermedades cuando se los produce en exceso. En una etapa siguiente, Cilento empezó a percatarse de que muchas reacciones de radicales libres eran quimioluminescentes: emitían luz. La energía se convertía en fotones en lugar de convertirse en calor. Trabajé con él en algunas de esas reacciones. En esa época, una de las mayores autoridades en quimioluminescencia era Emil White, de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore [EE.UU.]. Cilento y White imaginaron que esas reacciones que emitían luz podrían transmitir energía a otras moléculas, y así efectuar una fotoquímica sin luz, una fotoquímica al oscuro. En 1974 propusieron varias sustancias que, bajo la acción de enzimas, podrían generar un producto excitado, de la misma manera que la luz. Así podría existir una reacción típicamente fotoquímica en la raíz de una planta o en su hígado, que no reciben luz.

En Harvard, 1974

Archivo personalEn Harvard, 1974Archivo personal

¿Esas enzimas ya eran conocidas o eran tan sólo una hipótesis?
Allí entra en juego Cilento. Él descubrió que algunas enzimas llamadas peroxidasas podrían hacer eso. Empecé a estudiar esas reacciones con él, con la peroxidasa de rábano picante. El rábano picante es como un rabanito; es un condimento japonés. Después, en la década de 1990, realicé trabajos importantes sobre fotoquímica al oscuro, con Alicia Kowaltowski y Anibal Vercesi. Demostramos que la degradación de la mitocondria, ocasionada por el fosfato, es el resultado de la formación de formas muy reactivas de oxígeno llamadas compuestos carbonílicos tripletes. Esto tiene que ver con la quimioluminescencia. Ahora, en 2014, Paolo Di Mascio y yo publicamos un trabajo con Camila Mano, una doctoranda, demostrando in vitro que esa especie excitada, además de emitir luz y hacer fotoquímica, puede transferirle energía al oxígeno y formar así oxígeno singlete, que es muy reactivo, y está asociado con la destrucción de células y tejidos. Cilento se pondría contento si viera esos trabajos.

Cuéntenos sobre su trabajo con los termiteros luminosos. ¿Cómo empezó eso?
Cuando yo estaba en Harvard, entre junio de 1975 y mayo de 1976, trabajando con quimioluminescencia, algunos científicos de allá no podían creer que yo no conociera a Cleide Costa, del Museo de Zoología de la USP, quien estudia los termiteros luminosos de Goiás. Al regresar a Brasil, en 1976, fui a verla a Cleide. Ella se mostró muy impresionada y me dijo que iba a ayudarme. Paulo Vanzolini, director del museo, autorizó el uso de las dependencias de la institución para mi investigación. Empecé a trabajar en Parque Nacional das Emas. Llegué allá, donde había cazadores furtivos y pistas de aterrizaje; el parque estaba abandonado. Ayudé a ponerlo en los medios, di entrevistas sobre los termiteros, que salieron en Folha de S.Paulo y en Estadão, y en los programas Fantástico, Globo Rural y Globo Ciência. La bioluminescencia no es otra cosa que la quimioluminescencia, pero cuando ocurre dentro de las luciérnagas, y es catalizada por una enzima, la luciferasa, que es una peroxidasa. Cuando fui allá por primera vez, me enamoré de las luciérnagas, que me recordaban mi infancia en Caparaó, donde nací. No teníamos juguetes, por eso jugábamos con luciérnagas y otros cascarudos. Caparaó era un pueblito que no llegaba a los mil habitantes. Al principio yo mantenía a las luciérnagas en el Museo de Zoología, pero después el trabajo se expandió mucho y monté el laboratorio de bioluminescencia en el Instituto de Química. De allá salió Vadim Viviani, quien todavía trabaja con luciérnagas en la Universidad Federal de São Carlos [UFSCar], en el campus de la ciudad de Sorocaba. Por cierto, siempre apunté a dirigir gente mejor que yo para formarla. Y siempre les dije que no se asustasen con las posibilidades extrañas o difíciles que se les apareciesen en el camino. Hay que abrir muchas puertas para que, a través de ellas, aparezcan las oportunidades y se puedan hacer elecciones. Hay que ser audaces.

¿Cómo funciona un termitero luminoso?
La luciérnagas se instalan en el termitero y desarrollan una red de túneles que son independientes de las cámaras y de los túneles de las termitas. Esa red es excavada a entre 1 y 10 centímetros de la superficie del termitero. Durante las lluvias, las larvas de las luciérnagas sacan la cabecita y el tórax brillante por las ventanas abiertas hacia el exterior, que atraen insectos. En la estación de las lluvias, al atardecer, se hace una nube: un enjambre de insectos rodea los termiteros que emiten luz verde. Son los puntitos verdes de cada linterna de larva. Son 200 ó 300 larvas por termitero. Quedan como árboles de Navidad, y son centenares de termiteros. Los insectos atraen a los escorpiones o alacranes y sapos, que a su vez atraen a las lechuzas y otros pájaros nocturnos. Éstos defecan cerca del termitero y dispersan semillas. De éstas nacen plantas. Con las raíces cerca, llegan tatúes y roedores. Como hay termitas y hormigas, llega también el tamanduá. El termitero es como si fuese un gran hotel, donde se les sirve a varios comensales un gran banquete por las noches.

¿Y las termitas ganan algo con eso?
Es una excelente pregunta, que todavía no ha sido contestada. No podemos olvidarnos de que las termitas forman una sociedad de castas: reina, rey, obreras y soldados. Las termitas soldados son muy agresivas, no admiten otras especies cerca, pero no atacan a las larvas de las luciérnagas, que viven en espacios independientes. Al contrario. La presa preferencial de las larvas es la termita, porque ésta, en su fase adulta, también vuela allí, en aquella nube de insectos. Cada larva llega a agarrar entre 10 y 12 termitas por noche. Cuando hicimos el moldeado de un termitero, inyectando poliestireno en los túneles, vimos que la larva construye un comedor a 1 centímetro de la superficie. Cuando muerde, regurgita el líquido digestivo que estudiamos con Walter Terra, del Instituto de Química. Al igual que la araña, la larva de la luciérnaga muerde y predigiere a su presa: es una digestión externa. Después se alimentará con aquella sopa que ya está preparada, ya se han roto las moléculas grandes en moléculas menores.

¿Usted destruyó termiteros del parque?
¡No! Dejé al margen Parque Nacional das Emas precisamente porque teníamos que abrir los termiteros para recolectar las larvitas. Trabajábamos en la hacienda Santo Antônio, en la confluencia de Mato Grosso, Mato Grosso do Sul y Goiás, cerca del parque, y nos hospedábamos en un hotelito en la ciudad de Costa Rica, en Mato Grosso do Sul. Los montes de la hacienda desaparecieron. Todos los termiteros fueron derribados para plantar soja. Un posgraduando de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la USP y yo elaboramos un proyecto de construcción de un laboratorio avanzado de estudio de bioluminescencia, con científicos de diversas áreas, pero debía haber una contrapartida, que sería el área, y el propietario de la hacienda no lo autorizó. Apelé al Congreso Nacional, a las secretarías de Turismo, a las alcaldías de las ciudades cercanas, pero nunca obtuve ningún apoyo, ninguna respuesta. Hice lo que pude, pero no lo logré.

¿Existen otros termiteros luminosos en Brasil?
Hay pocos, muy pocos. Aún existen unos termiteros luminescentes allá en la zona, en montes de aguajes. Mi ex alumno Vadim Viviani, en la actualidad docente de la UFSCar, en la ciudad de Sorocaba, está empezando a investigar los termiteros luminosos en claros de la Selva Amazónica.

En 2003, en el mismo salón de la escuela en Manhuaçu, donde había estudiado muchos años antes

Archivo personalEn 2003, en el mismo salón de la escuela en Manhuaçu, donde había estudiado muchos años antesArchivo personal

En 1978 usted fue a Vila Parisi, en Cubatão. ¿Por qué?
Fue una vertiente de investigaciones con radicales libres que se abrió después de que regresé de Harvard. Algunos colegas me criticaban porque yo iba saltando de rama en rama y hacía muchas cosas al mismo tiempo, pero es mi estilo: voy en busca de lo que me interesa, no de la moda. Vila Parisi llamó la atención de toda la población mundial, y Cubatão era tenida como la ciudad más contaminada del mundo en los años 1970. Leí en un periódico que Paulo Naum, biólogo de la Universidade Estadual Paulista [Unesp] de São José do Rio Preto, había detectado un alto grado de metahemoglobina en la sangre de la gente de Vila Parisi. La metahemoglobina es la hemoglobina en la cual el hierro no es el hierro(II), es el hierro(III), oxidado, que no es capaz de transportar oxígeno, lo que es malo. No fue fácil extraer sangre de los habitantes de aquella localidad para hacer los análisis. Fue Marisa Medeiros quien realizó las extracciones, en el marco de su trabajo de maestría. Fuimos allá, di una charla en el salón parroquial. Expliqué lo que queríamos hacer y les pedí la colaboración a todos. A todas las personas con las cuales trabajamos, la gente de Cubatão, los empleados de la fábrica de baterías Saturno, los chicos de la Febem, actualmente Fundación Casa [n. del tr.: institución de rehabilitación de menores infractores], les explicábamos y les pedíamos su consentimiento. Es también una cuestión de respeto y de ética. La persona tiene que saber por qué está donando sangre y para qué se la usará. Comparando Cubatão con dos lugares cercanos no contaminados, Mogi das Cruzes y São José do Rio Preto, vimos que existía una relación entre la contaminación del aire y la metahemoglobina. Lo llamé a Paulo porque él había descubierto la metahemoglobina y yo quizá supiera la razón de ello. Pensé que si había metahemoglobina, debía haber superóxido.

¿Por qué?
En presencia de algunos contaminantes, el hierro(II) de la hemoglobina transfiere electrones al oxígeno, ésta queda con hierro(III+) y libera superóxido. Para proteger a la persona, el superóxido induce la formación de superóxido dismutasa, que ayuda al organismo a evitar eventuales daños generados por el exceso de superóxido. Es una respuesta adaptativa del organismo. Publicamos juntos los resultados en 1976, en Archives of Environment Health. Ya no se le dice más especie tóxica al superóxido, porque se ha visto que puede tener otras funciones, como en la fecundación del óvulo por el espermatozoide y en la defensa contra bacterias.

¿Después usted empezó a estudiar enfermedades causadas por radicales libres, cierto?
Empecé a interesarme en la patología de los radicales libres en los años 1980. Yo ya tenía ese sentimiento genuino acerca de la importancia de los radicales libres, porque el oxígeno tiene dos formas principales de reaccionar. O reacciona vía radicales libres, o lo hace por excitación electrónica, el llamado oxígeno singlete, energizado. Los colorantes, por ejemplo, energizan al oxígeno. Usted toma un herpes labial o una micosis y pone allí violeta de genciana o azul de metileno. El colorante absorbe la luz solar, se excita y transfiere esa energía al oxígeno, formando ese oxígeno siglete, excitado electrónicamente. Es muy reactivo, provoca lesiones en el ADN, y mata a la célula inmediatamente. Empecé entonces a ver qué daños a la salud podrían provocar los radicales libres. Mi inspiración provino de Adolf Michelson, del Instituto de Biología Fisicoquímica de París, quien ya había realizado varios trabajos en los cuales demostraba el papel tóxico del oxígeno en muchas enfermedades, fundamentalmente enfermedades psiquiátricas, tales como la esquizofrenia, las paranoias y el trastorno bipolar. Michelson pasó un tiempo con nosotros en Brasil y quedé sumamente entusiasmado con su trabajo, fundamentalmente en lo que respecta a las enfermedades mentales. Pensé si no podríamos desarrollar algunos trabajos con otras enfermedades mentales que aún no hubiesen sido estudiadas. Me imaginé la porfiria intermitente aguda, una enfermedad genética que se manifiesta en general después de la adolescencia, especialmente en las mujeres, y causa dolores abdominales muy fuertes, alteraciones psiquiátricas e incluso alucinaciones. Fue la maestría de Marisa Medeiros y el primer trabajo de un grupo de brasileños que asociaba radicales libres y porfiria, y salió publicado en Clinical Chemistry en 1982.

¿Por qué la porfiria?
Por un colega médico del Hospital de Clínicas de la USP, Paulo Marchiori, queien pasó por mi laboratorio y trabajaba con porfirias innatas, que son enfermedades vinculadas al metabolismo de la hemoglobina de la sangre. Michelson nunca había trabajado con eso. Como los datos de Michelson sobre esquizofrenia y trastorno bipolar eran muy genéricos, y reflejaban una muestra muy heterogénea, le sugerí a Dulcineia Abdalla, mi alumna de doctorado en esa época, que estudiásemos eso de manera rigurosa. Le extrajimos sangre a personas con esquizofrenia tratadas en el Hospital de Clínicas y con trastorno bipolar en el Hospital Psiquiátrico de Juquery, y realizamos un estudio sistemático. Elaboramos la hipótesis de que un compuesto específico, la hidroxidopamina, estaría implicado en las alteraciones neurológicas de la esquizofrenia y del trastorno bipolar. Para someter a prueba esa hipótesis, inyectamos intratecal, una sustancia que, a partir de la dopamina, forma la hidroxidopamina, que es neurotóxica en ratones. Vimos que la sangre se parecía bioquímicamente a lo que ya habíamos visto en gente con esquizofrenia y trastorno bipolar. Se detectaba la formación de superóxido dimutasa, de catalasa y de glutationa peroxidasa, que son las tres enzimas que controlan la toxicidad del oxígeno. Ese trabajo paró allí: a Dulcineia la contrataron en la Facultad de Farmacia y cambió de línea de investigación, pero después esa hipótesis que postulamos se constató en muchos artículos científicos de grupos de otros países. Más tarde nos advirtieron que individuos expuestos al plomo también sufren trastornos de comportamiento, incluso alucinaciones. La intoxicación con plomo es un tipo de porfiria adquirida. Empecé a leer en Folha y en Estadão sobre la intoxicación de zapateros en fábricas de calzados de Franca [São Paulo]. Los zapateros sujetan las tachitas de plomo con los dientes, en la boca, y se contaminan. Leí también sobre la contaminación por plomo en Saturna, una fábrica de baterías de coches de la ciudad de Sorocaba, y tuve el apoyo de la federación industrial, Fiesp-Sesi, y de la fundación Fundacentro para testear la participación de radicales libres en la salud de los trabajadores. El trabajo sobre contaminación por plomo me demandó 20 años, porque fui desde el trabajo bioquímico, dilucidando los mecanismos de reacción, y rastreé trabajadores en fábricas de porcelana, de cables eléctricos y de baterías de autos. Todo tiene que ver con los radicales libres.

En 2002 usted dijo que estaba interesado en la terapia antioxidante, que podría mitigar los efectos de los radicales libres en el organismo. ¿Qué sucedió?
Fue sumamente difícil. Enseguida después del descubrimiento de la superóxido dismutasa y de la comprobación de la producción del radical superóxido en las células, hubo un boom de trabajos que exploraban la llamada actividad tóxica del oxígeno. Muchos investigadores empezaran a testear la producción de superóxido en distintas situaciones, y me incluyo entre ellos: en Vila Parisi, intoxicación por plomo, esquizofrenia, porfirias. Propusieron el uso de superóxido dismutasa en la enfermedad de Peyronie, en el cáncer, en la enfermedad de Crohn, en enfermedades mentales y en muchas otras. Después se vio in vitro que las vitaminas y otros compuestos también tenían potencial para controlar el nivel de esos radicales libres. La vitamina E, la vitamina C, el caroteno, la N-acetilcisteína y un cantidad enorme de sustancias naturales y sintéticas actuarían como las enzimas, aunque con menos eficacia, dando fin a los radicales libres.

¿Los médicos en parte aprovecharon eso, cierto?
La comunidad médica se mostró ávida y dijo: “Aplicaremos megadosis de esas sustancias para curar o prevenir enfermedades”. El problema es que los médicos brasileños tienen una formación muy endeble en bioquímica, a diferencia de lo que sucede en Estados Unidos y en Europa. De repente, teníamos muchos médicos haciendo cursillos de dos días sobre cómo usar antioxidantes. Surgió la llamada medicina ortomolecular, y médicos especialistas empezaron a adoptarla, incluso con inyecciones de dimetilsufóxido en las articulaciones, un absurdo. Fue un campo fácil para la proliferación de profesionales deshonestos. Uno de esos, en Río de Janeiro, recetaba pastillas de superóxido dismutasa por vía oral. Sucede que si la enzima es una proteína, al llegar al estómago es hidrolizada, no queda otra. Con otros colegas de la USP nos entusiasmamos y nos asociamos a un grupo de médicos de una asociación de medicina ortomolecular, pero después vimos que la mayoría no quería otra cosa que dinero. ¿Cuánto recetar de vitaminas? No estaban para nada preocupados en aprender las bases moleculares de las enfermedades. Nos alejamos, fundamentalmente después de ver que el superóxido no era necesariamente tóxico, y era vital para muchas funciones del organismo. La sobredosificación es un problema, y no sólo en las enfermedades de estrés oxidativo. Recientemente, le ayudé a Álvaro Pereira, uno de los editores del programa Fantástico, a desenmascarar a varios de esos médicos.

Uno de sus trabajos recientes abordó la contaminación por plomo en niños y adolescentes.
Fue un trabajo que empezó en la Febem, actual Fundación Casa, y terminó en un barrio de la ciudad de Bauru, cerca de la fábrica Ajax, que contaminó toda la región con plomo. La alumna que me propuso ese trabajo, Kelly Kaneshiro Olympio, es odontóloga graduada en Bauru y actualmente es docente de la Facultad de Salud Pública de la USP. Ella supo de mi trabajo de intoxicación con plomo. Acepté y trabajamos en colaboración con la profesora Wanda Ghunter, de Salud Pública, y Pedro de Oliveira, químico analítico del Instituto de Química de la USP. Kelly llevaba un consultorio portátil, extraía una muestra minúscula del esmalte de la persona y después obturaba el diente inmediatamente. A cambio, ella le hacía una limpieza dental y un diagnóstico de la salud bucal al voluntario. Nuestro muestreo fue una bola de nieve. Les preguntábamos si sabían quién vivía cerca de la fábrica Ajax, y fue llegando gente. Kelly examinó a alrededor de 400 niños y adolescentes. Veíamos el alto tenor de plomo e intentábamos relacionarlo con el comportamiento agresivo, comparándolos con individuos con bajo tenor de plomo. Aplicamos un cuestionario validado, que apartaba los factores que podrían confundir los resultados, tales como problemas familiares o historias personales muy complicadas, y categorizaba los comportamientos como blandos, medianos y graves, y la frecuencia con que se cometían y sus tipos, que iban del bullying al asesinato. Demostramos que los adolescentes que habían sido expuestos al plomo durante la infancia tenían probabilidades mayores de desarrollar alteraciones de comportamiento. Fue un trabajo que unió bioquímica y comportamiento, y salió en Neurotoxicology and Teratology en 2009.

¿Y cambió algo en Bauru?
No, está todo igual. Pese a que tuvimos la autorización del supervisor de las Febem y del secretario de Justicia de ese entonces, el director local nos impidió seguir la investigación. Eso no lo entiendo hasta hoy. En la defensa de tesis de Kelly, un abogado se refirió al malestar con que la Justicia trataría esta cuestión, cosas como las de Chambinho, quien mató a aquella pareja joven [Liane Friedenbach y su novio]. Si uno demuestra que el chico estaba contaminado por plomo y tenía alteraciones cerebrales a causa de eso, ¿cómo abordar judicialmente ese problema? Como científico, pienso que lo que no se puede hacer es esconder los resultados del trabajo científico. En todos los artículos terminamos alertando acerca de los peligros de esa intoxicación. Hasta las velitas de cumpleaños tipo estrellitas tienen plomo, algunos fitoterapéuticos tienen plomo, la carne de caza, los utensilios de cerámica o soldados y las pinturas para paredes siguen teniendo plomo. Debemos educar a la gente y prevenir, porque después, una vez que el daño está hecho, y especialmente los daños cerebrales, no se puede volver atrás.

¿Cómo formó su colección de cuadros?
Durante los viajes para recolectar luciérnagas, conocí a sus pintores y empecé a coleccionar pinturas. Unas me las regalaban, otras yo se las compraba. En los años 1960 participaba en las marchas, porque era líder estudiantil; vivía escapándole a la policía, y mi refugio era Embu das Artes, una ciudad del Gran São Paulo. Allá conocí a Solano Trindade, al escultor Assis y a varios pintores de la zona. Seguí viajando y aumentando la colección. Llegué a tener 90 cuadros primitivos y naïf. Cuando conocí los trabajos de Isabel de Jesus, creí que era Chagall; eran muy hermosos. Le conté de los termiteros luminosos; y ella nunca los vio, pero me los pintó en un cuadro. Acá está el termitero, cada puntito es una larva de luciérnaga. Un alacrán, un escorpión y una araña que están alimentándose, la lechuza y unos animales extraños, porque Isabel de Jesus es famosa mundialmente por ser surrealista. Cuando le conté que era triste ver a los bichitos todos quemados, ella hizo otro cuadro, que es el incendio en Parque Nacional das Emas, muy sensible. No los pintó carbonizados, sino cabeza abajo. Ella vive en Franco da Rocha, acá cerca de São Paulo.

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